Blow the Man Down: todo el mundo paga
Estamos en una aldea pesquera en el noreste de los Estados Unidos (Maine) y Enid (la estupenda Margo Martindale), la madama de un burdel ve por la ventana a un hombre que persigue a una muchacha que grita. La cámara –entre las muchas cosas buenas que tiene esta peliculita fenómena están la cinematografía (Todd Banhazl) y la edición (Marc Vives)–‚ abandona la persecución para presentarnos una escena familiar. Dos hermanas, Mary Beth (Morgan Saylor) y Priscilla (Sophie Lowe) han vuelto a juntarse para asistir al funeral de su madre. Como sucede comúnmente en esas situaciones, las recriminaciones desembocan en discusiones y peleas. Mary Beth se va corriendo al bar del pueblucho (en tamaño, pues no le falta belleza). No transcurre mucho tiempo antes de que un borracho llamado Gorski (Ebon Moss-Bachrach) la invita a irse con él. Ambos están borrachos, mas ella decide conducir el auto, pero pierde control y choca. Tratan de buscar la llanta de repuesto y, sorpresa, hay sangre en el baúl. Se suscita una persecución que termina en muerte.
Dirigida por Bridget Savage Cole y Danielle Krudy, la película recurre a un coro (hasta cierto punto, como los del teatro griego) que entona una balada (cantada y compuesta por David Coffin, que se dedica a ese tipo de canciones sobre el mar) que usa el título de forma satírica y sarcástica. La canción, además de que, cómo ya he dicho, tiene un doble significado sexual, muy probablemente se refiere a un percance común en el mar durante la era de la vela en el que un fuerte y repentino vendaval atrapa a un barco con las gavias completamente desplegadas; la fuerza del viento, dependiendo de la carga y el equilibrio del barco, puede hacer caer “al hombre” (el barco) o, como suele ser con los marinos, “a la mujer”, pues las embarcaciones son de ese género. La presencia del coro casi todo de hombres, y una explicación de Enid, nos hace ver que el burdel ha servido a través de los años como salvador del hombre solitario y, desde el punto de vista económico, del pueblo. Su existencia, a pesar del decoro que quieren exhibir las “adultas del poblado”, ha sido una bendición para todos.
Pero hay más que eso: ha llegado el instante de cambiar. El elenco de mujeres sabias que le sugieren a Enid que es tiempo para el retiro, influyen en la trama sin que descifremos su función hasta que las guionistas-directoras piensan que nos lo deben revelar. La policía del pueblo, los oficiales Coletti (Skipp Sudduth) y Brennan (Will Brittain), se topan con una pared de amistades que no están dispuestas a entregar prenda fácilmente. Coletti, que conoce bien el lugar y sus habitantes sabe qué está sucediendo. Brennan, que es más joven, solo quiere hacer cumplir la ley.
En el elenco brillan, además de los principales, June Squibb como Susie Gallagher, Annette O’Toole como Gail Maguire y Marceline Hugot como Doreen Burke. Este conjunto de actrices le trae a la cinta un encanto especial. Son las proverbiales putas reformadas de chistes y de cuentos irónicos, pero simultáneamente tienen la misión especial de salvar el pueblo y llevarlo a un nivel en que una nueva moral reine.
Es en realidad el tema del filme: en esta época en que la inmoralidad reina en Casa Blanca (el sexo nunca es inmoral, a menos que se use inmoralmente) la tesis de la película enfatiza que hay cosas peores y que hasta los asesinos reciben el castigo que se merecen cuando menos se lo esperan. Otro tema que subyace la trama es la avaricia. Está traído sutilmente y sin aspavientos, de modo que aceptamos la posición de los personajes en el contexto en que está planteado. No es que haya que repudiar el ganarse la vida que en la sociedad quiere decir tener lo suficiente para gozar de un hogar, alimento y salud, y que algo sobre para poder entretenerse, sino que cómo se consigue debe de estar condicionado a cómo se usa. La explotación –ya verán– tiene malas consecuencias, pero como está presentada en la cinta, tiene remedios deliciosamente macabros.