¿Boricuas en la Luna?
El nacionalismo hispanófilo marcó la respuesta de algunos sectores de la elite insular tras la invasión norteamericana en 1898. Aunque muchas veces ha sido exaltado como herramienta anti-colonialista, el nacionalismo hispanófilo también ha sido denunciado por copiar modelos eurocéntricos de modernización y sus respectivas categorías raciales. Elaborando esta crítica, propongo que las narrativas insulares anti-diáspora y anti-migración están ligadas a este tipo de nacionalismo. El discurso nacional anti-migratorio y anti-diaspórico recrea la dicotomía insular criollo-peninsular que existía en la isla antes de la invasión del 1898.
Como bien nos han repetido en las escuelas del país, antes de la invasión norteamericana los peninsulares en la isla ocupaban la mayoría de las posiciones políticas y en cierta forma gozaban de una posición de superioridad con respecto a la elite criolla por el solo hecho de haber nacido en la península. En esta dicotomía, el haber nacido en las Américas, y en este caso, en la isla, te hacía inferior. El defecto de nacimiento hibridaba y bastardizaba a los nacidos en la isla. Quien ideara esta dicotomía no consideró que los peninsulares llegaban a la isla, y a las Américas, con fecha de expiración. Sus hijos pues, nacerían y/o se criarían en este lado del charco, heredando en el proceso el defecto de nacimiento americano. Por esta, y por muchas otras razones, los peninsulares debían ser flexibles con las élites criollas. Los criollos también contaban con un poder económico que al aparearse con el poder político de los peninsulares conllevaría al matrimonio no totalmente infeliz de ambas facciones.
Hoy en día los puertorriqueños de la isla, a quienes, si me permiten, me referiré como «insulares» a través de este ensayo, han tomado el rol de los peninsulares pre invasión del 1898. Una corta exploración de las redes sociales cibernéticas hará evidente que una gran proporción de insulares no considera a la diáspora, y en especial a los nacidos fuera de la isla, como puertorriqueños auténticos. Los puertorriqueños en la diáspora se han convertido en los nuevos criollos, con todo y defecto de nacimiento “americano” e inferioridad ante los insulares. En pleno siglo XXI, los puertorriqueños insulares, como lo hicieran una vez los peninsulares, consideran inferior y nada auténticos a los nacidos fuera de la isla. En esta recreación de la antigua dicotomía, Puerto Rico pasa a ser España y dondequiera que esté la diáspora pasa a ser Puerto Rico.
Volviendo a la actitud insular, esta es tan latente, ¡que es asumida por insulares acabados de hacerse parte de la diáspora!, especialmente si estos nuevos sujetos diaspóricos se mudan poco asociados con los centros tradicionales de la diáspora boricua. Irónicamente (o quizás como forma de justicia poética) reflejando la lógica fallida de los antiguos peninsulares, los nuevos insulares migrantes pronto se enfrentan con la cruda realidad de ver a sus hijos nacer o criarse fuera de la isla. Sus hijos entonces heredan el defecto de nacimiento americano, el cual una vez se le atribuyó a los nacidos en la isla y que también se le ha achacado a las previas olas migratorias a los Estados Unidos.
En estas narrativas la tierra (donde naciste) no es el único factor que otorga identidad auténtica. El idioma es la otra mitad de la ecuación y en nuestro caso se ha utilizado para “demostrar” la falta de autenticidad del puertorriqueño diaspórico. Y hay que hacer hincapié en que identificar lenguaje con identidad es parte tanto de discursos nacionalistas como de proyectos imperialistas, y que al fin de cuentas ambos son proyectos de dominación. Entonces, la supuesta incapacidad de la diáspora para hablar español correctamente se convierte en evidencia de su degradación cultural y asimilación yanki. Irónicamente, antes del 1898, a los patriotas puertorriqueños, quienes por décadas trataron de ganar la independencia de la isla, jamás se les hubiera ocurrido usar el idioma español para apelar a la puertorriqueñidad. La razón es obvia: el español era el lenguaje de la metrópolis opresora. Hubiera sido absurdo apelar a la herencia hispana para luchar en contra de la metrópolis española. La situación cambia en 1898, pero ni tanto. Si acaso podríamos decir que la obsesión de movimientos nacionalistas e independentistas con el idioma español y otras herencias hispánicas es una forma por la cual las viejas élites se auto-perpetúan en el poder.
A fin de cuentas -y resumiendo el asunto- las narrativas nacionales se balancean en dos ejes principales marcadores de identidad. El primero es la tierra, la isla como lugar de nacimiento que contribuye el ingrediente natural u orgánico a la identidad del individuo. El segundo es el lenguaje, el cual provee el aspecto cultural. Tierra y lenguaje; cuerpo y alma. Hay que recalcar que el componente cultural no es suficiente para hacer al individuo completamente puertorriqueño. Dentro de las narrativas nacionalistas que tanto dominan el discurso insular, el lugar de nacimiento te da un derecho natural e inalienable a reclamar tu identidad. Así y tan fácil como esto, los boricuas diaspóricos nacidos fuera de la isla son representados como falsos puertorriqueños e inclusive el insular que migra es presa de la asimilación y de la degradación cultural; de la pérdida de la puertorriqueñidad.
Encontramos un buen ejemplo en el cuento “Pollito/Chicken” de Ana Lydia Vega. Suzie Bermiudez, el personaje principal en esta historia, quien migró a New York de niña, regresa a la isla de vacaciones. Suzie es presentada simultáneamente como una pitiyanki avergonzada de su herencia puertorriqueña y como un ejemplo bochornoso de la bastardización del puertorriqueño en el exilio. Es Suzie, pues, producto del penoso efecto de la migración y la asimilación. Pero no hay de qué preocuparse pues Suzie recupera en parte su identidad a través de un orgasmo -cortesía de un bartender y macho trigueño boricua. No solo recupera su identidad vía coito sino su consciencia política también. En su clímax Suzie no puede evitar exclamar VIVA PUELTO RICO LIBREEEEE!!!!! Entendamos a Suzie como la tierra esperando a ser domada y trabajada por su amo y señor, esperando a que se le dé una razón de ser, un soplo de vida -como la cultura a la tierra y el macho a la hembra. Si suena como un discurso nacionalista conservador es porque lo es. Suzie, la asimilada y degradada migrante, comienza su regeneración al ser penetrada por el falo insular como jamás podrá ser penetrada por el falo yanqui.
Los ejemplos del “efecto negativo” de la migración abundan en la producción cultural insular y las narrativas que explican nuestra historia. La muerte de Julia Burgos en New York pasa a ser etiquetada como ejemplo de lo que el exilio trae al boricua. Como mi colega Consuelo Martínez-Reyes ha discutido, Julia de Burgos se convierte en “…un mártir empujado a la muerte por su experiencia diaspórica en New York.” Tal imagen va más allá de la producción literaria y de la división de clases. Encontramos el “efecto de la inmigración” discutido y denunciado en la prensa insular durante la Primera Guerra Mundial -un período marcado por la primera migración laboral y sustancial de boricuas al otro lado del charco.
La degradación del puertorriqueño fuera de la isla se afinca en la mitología popular. ¿Quién no ha escuchado el viejo cuento de nuestro coquí y su incapacidad de sobrevivir fuera de la isla? No importa el clima que le recreemos ni el cuido que le demos el coquí morirá fuera de Puerto Rico porque no pertenece a ningún otro lugar. Excusemos a los hawaianos por diferir con nosotros y por considerar al pobre coquí como una plaga ruidosa e invasiva que ha de ser controlada o exterminada.
¿Qué por qué me hallo hablando de este tema en primer lugar? Gracias por preguntar. Bueno, el tema me llamó la atención después de aventurarme a leer la sección de comentarios de usuarios en varias redes sociales reportando sobre la economía de la isla y el nuevo éxodo. Parece ser que la versión oficial del ELA es que si mejoramos la economía insular los boricuas en el frío exilio regresarán en masa. Presto y listo a salvar la nueva diáspora, el ELA promueve programas y medidas económicas para incentivar el regreso. La preocupación del gobierno insular de turno con “el regreso” me deja perplejo. Como han comentado muchos en las redes sociales: ¿No sería mejor utilizar esos recursos e incentivos para apoyar a los puertorriqueños en la isla, o sopesando -“me voy o me quedo”?
Me parece más un truco político que otra cosa, y una reformulación del sueño diaspórico de regresar a la isla. Quizás me equivoque y en realidad el ELA quiere que la diáspora regrese. ¿Por qué no? Los insulares que administran el país tendrán poder político pero la isla está en banca rota. Como sus predecesores peninsulares, la clase política insular se ve forzada a casarse con la diáspora si es que existe una oportunidad económica. Y completando el círculo, la diáspora se ha convertido en los nuevos criollos.
No dudemos que muchos tratarán de regresar, con o sin incentivos. La narrativa del regreso a la patria es sumamente atractiva para una población que ha escuchado toda la vida “ustedes no son puertorriqueños”, “ni siquiera hablan español bien”, “nunca han estado en la isla”, “el que se va pá Aguadilla…”, “no conoces nuestra cultura”. Si después de esto la diáspora todavía desea volver y de cierta forma (y parafraseando a Brown y Corretjer) cobrar lo que perdió, no es por un masoquismo desenfrenado. El otro lado de la narrativa elitista (y la cual tristemente encontramos hasta dentro del mundo académico) le dice a la diáspora, “tú no perteneces aquí en los EE.UU. y jamás pertenecerás”. Así que internalizamos el mensaje de degradación cultural, de pérdida de identidad, y de no pertenecer ni aquí ni allá y terminamos con una nueva ansiedad de ser puertorriqueño -si me permiten copiar a Arturo Torrecilla. La diáspora pues se lanza en una cruzada para preservar o recobrar lo que entienden como puertorriqueño y como hicieran los peninsulares y las élites criollas una vez envían a sus hijos a la madre patria, a la metrópolis insular, para que recobren sus raíces y su verdadera cultura.
Mientras el ELA públicamente fomenta el retorno, el público insular -vía medios sociales- se envuelve en una campaña que parece operar bajo el lema “pongamos en su sitio a la diáspora”. De hecho, el comentario más común entre los cientos si no miles de comentarios denunciando al puertorriqueño que migra es “la patria se hace trabajando”. No solamente es la diáspora vaga, sino que carece de patriotismo y amor por la isla.
A principios de febrero del corriente año el Nuevo Día publicó dos artículos en referencia al nuevo éxodo. En uno de ellos, una ingeniera puertorriqueña explica los motivos por los cuales abandonó la isla. En el otro, una abogada de Georgia y radicada en la isla enumera las seis razones para quedarse en la isla. La abogada norteamericana, como si hubiera nacido insular-peninsular de pura cepa, nos da la nueva versión de “la patria se hace trabajando”. Comenta la letrada, que en la isla “sí existen oportunidades, que nada en la vida es fácil, pero que los que buscan, encuentran”. Por supuesto ya sabíamos que los que abandonan la isla y se van al frío exilio lo hacen porque son demasiado vagos como para buscárselas en la isla. No perdamos el blanco de vista y recalquemos que el mensaje posteado originalmente en Facebook tuvo tanta acogida que meritó un reportaje en la prensa insular. Y, que valga la aclaración, las seis razones fueron y serán la nueva versión de lo que el puertorriqueño puede hacer cuando se lo propone.
La respuesta vino unos días después bajo el título Razones de una Boricua para vivir en la Luna.
Siempre se habla de los que abandonan la tierra, la lucha, las ganas de mejorar el país. Pero nunca se habla de los deseos y sacrificios que han de hacerse para comprar ese pasaje sin regreso hacia el Terruño. Los que nos vamos no somos cobardes ni traidores… se requiere fuerza y disposición para renunciar a lo que nos es más amado y perseguir nuestros sueños.
¿Acaso sorprende a alguien que esta joven puertorriqueña y residente de Ohio, quien no encontraba trabajo en la isla, se vea forzada a declarar que ella ama a Puerto Rico, que no es ni cobarde ni traidora, y que le duele el estar lejos de la isla y de los suyos? No, no es sorprendente. En pleno siglo XXI los discursos nacionalistas continúan atando tu identidad a accidentes tales como dónde naciste o qué idioma te tocó hablar o masticar. Una brevísima visita a las redes sociales evidenciará cuan común es esta actitud.
Para la diáspora es imprescindible rechazar los discursos nacionalistas que te hacen más o menos (o nada del todo) de acuerdo a dónde naciste y cuan bien hablas español. Los nacionalismos jamás han sido, y probablemente jamás serán, movimientos que incluyen sino que excluyen. Por eso es necesario apartarnos de los movimientos que atan tu “verdadera identidad” a la isla y de paso denigran a la diáspora. Seguir con estos discursos solo perpetúa la balcanización de la comunidad puertorriqueña. De hecho, la escala de puertorriqueñidad en base a lugar de nacimiento e idioma, solo sirve para reproducir entre la diáspora las mismas divisiones de clase, género y raza tan comunes y hegemónicas en la isla. Y para colmo también arrastramos la división política tricolor más apta para una clase de arte pre-escolar que para discutir el futuro de un pueblo. Por estas y muchas otras razones debemos de parar ya y no asignar valor a la puertorriqueñidad en base a lugar de nacimiento o residencia. Hay que entonces desenfocar la esencia de la puertorriqueñidad. Esta es la única forma en la cual el coquí cantará libremente fuera de la isla, la única ruta que permitirá que florezcan identidades puertorriqueñas flexibles, abiertas e incluyentes. Quizás de esta manera podamos los boricuas, en la isla o en la Luna, encontrar soluciones a los retos de este joven siglo.
Sinceramente y muy contento desde la Luna, N.Y.