Caras
Discurso ofrecido por Antonio Martorell en celebración de los 38 años de Casa Pueblo, cuando se inauguró a su vez la nueva sala de cine de energía solar.
Caras, muy caras, son estas caras en Casa Pueblo, esta noble empresa comunitaria dedicada a la conservación y desarrollo de nuestros recursos naturales, por sobre todo, del ser humano, con una larga (38 años ya) y triunfante gesta patriótica que incluye, entre otras, el detener el ultraje de nuestra geografía por la explotación minera, el gasoducto mentao y compensar con la creación del primer corredor geológico en Puerto Rico. Esta casa nuestra está poblada desde hoy y para siempre, en el Cine Solar, con las caras y los nombres de la comunidad inmediata y extendida, adjunteña, nacional, diaspórica y universal.Este cine, el primero en el país sostenido por energía solar, depende, como todos nosotros, de la luz, no de la generada y degenerada por la desautorizada Autoridad de Energía Eléctrica y tampoco, exclusivamente, de las placas solares. No. Este cine, tanto como el resto de Casa Pueblo y de nuestro país, que aún no lo es, depende de la luz de sus habitantes y creadores, de la autogestión, de la voluntad convertida en gozo laborioso, en trabajo creador.
Y que mejor ejemplo que un cine: la imagen en movimiento creada por la intermitencia de la luz, el genial parpadeo, el tiempo detenido o acelerado en secuencias proyectadas en la iluminada pantalla de una sala oscura donde una comunidad en silencio presencia arrobada el reflejo de sus penas y alegrías, miserias y bondades.
En la noche oscura del cinematógrafo, volvemos a ser comunidad. En las tinieblas, comulgamos el pan de la imagen, bebemos el vino de la música, las palabras, o simplemente, sonidos que, más que reflejar una realidad, crean y recrean nuevas posibilidades.
Para enmarcar esa experiencia, con mis compañeros artistas del Taller de la Playa de Ponce, Roberto Alicea, Howard Kilgore, Jaime López, Pablo Padrón, Milton Ramírez Malavé, Raúl Reyes y José Vega, hemos gozado abriendo horizontes en los muros, tan diurnos como nocturnos, partiendo de la naturaleza isleña de monte y mar, poblándola de rostros y nombres. Luciérnagas o flores, frutas o sencillamente ciudadanos testigos y defensores de una naturaleza amenazada, estos rostros fueron dibujado con carbón vegetal sobre lienzo asomándose a fieltros fabricados con desechos industriales en un paisaje rociado de aerosol multicolor y caligrafiado con textos de José de Diego, Gautier Benítez, Lola Rodríguez de Tió, Juan Antonio Corretjer, Rafael Hernández, Antonio (El Topo), Cabán Vale y Clodomiro Rodríguez.
La poesía en estas paredes configura el paisaje poblado por nosotros en afán de permanencia, ahora que el Lamento Borincano recobra nueva y patética constancia cuando muchos de los nuestros se ausentan. Imagen y palabra, música y poesía de nuestra nación abrazan a la comunidad aquí congregada para asistir al nacimiento, muerte y resurrección de la luz, vehículo del milagro del cine. El cine, aprendamos de él, hagámonos a la imagen de su luz y otorguémosle nuestra palabra en promesa, no de castigo y de usura, sino de redención en la acción, de lucha para sobrevivir.
Gracias, gracias a ustedes, por ser y por permanecer.