El legado de David Noriega
A cinco años de su partida reafirmamos la vigencia de su pensamiento para enfrentar creativa y solidariamente la encrucijada que vive Puerto Rico.*
David Noriega y yo fuimos mucho más que amigos; muchas luchas y procesos a lo largo del tiempo nos hermanaron. Muy tempranamente mi padre y mi madre lo adoptaron y consideraron como otro hijo; mi hermano y él también se hicieron hermanos; mi primer esposo era su primo político; en fin, hablo como parte de una maravillosa familia extendida, de esas relaciones que suelen darse en Puerto Rico y que hoy se renuevan en la entrañable amistad mía con su viuda Carmencita; la que persiste entre su hija y la mía, y de mi nieta Isel con su nieto Lucas.
Cuando entré en el Recinto de Río Piedras de la UPR, a mediados de los sesenta, David llevaba ya un par años abogando desde la Facultad de Ciencias Sociales por una profunda reforma para la UPR. Desde la huelga de 1948 la UPR había quedado sumida en un mar de problemas y contradicciones y era uno de los espacios menos democráticos de Puerto Rico. De inmediato me sumé a esa lucha y busqué aportar a la misma desde Brecha, una trinchera de periodismo estudiantil. También compartí con David lo que fue por esos años el proceso de reorganización de la Juventud del PIP, donde ambos pasamos a formar parte del equipo directivo y compartimos con gran ilusión la llegada a Puerto Rico del joven economista y abogado Rubén Berríos Martínez. De verbo brillante, Berríos remeneó el languideciente discurso del PIP y tuvo un enorme impacto positivo en el partido en las elecciones de 1972. De manera directa o indirecta, tanto la vida de David como la mía propia quedaron marcadas por esas dos quimeras de transformación: la de la universidad y la del país.
David asumió desde muy temprano un papel visible, protagónico, de líder modélico en ambas luchas. Inicialmente, yo estuve más tras bastidores, ayudando a nutrir su liderazgo y el de otros compañeros y compañeras a través de la investigación y la escritura. Desde Brecha siempre apoyamos las posiciones de David y avalamos su estilo dialogante, proclive a la búsqueda de acuerdos fundamentales para avanzar en cuestiones urgentes como eran la autonomía universitaria, el ROTC y la participación estudiantil en la gestión de la institución. Como David, rechazábamos la permanente confrontación verbal que se planteaba entre los jóvenes estadistas, pepedeistas y los fupistas, que muchas veces superponía intereses político partidistas a los reclamos de la reforma universitaria. No tengo ninguna duda de que David Noriega jugó un papel clave en mover el debate de la Reforma hasta la aprobación de la Ley de 1966 y en la instalación de los espacios de participación estudiantil que se abrieron con ella. No era esa la Ley a que aspirábamos, pero en su momento significó un paso de avance y generó nuevas camadas de líderes estudiantiles.
En el PIP, nuestro caminos comenzaron a divergir. Pasadas las elecciones de 1972, para las cuales habíamos trabajado arduamente en la preparación de lo que creo ha sido la mejor propuesta programática de gobierno que ha existido, yo decidí alejarme del trabajo partidista para concentrar en la labor de investigación económica y social desde el Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña (CEREP), fundado en marzo de 1972. Mientras, David siguió trabajando como abogado en Servicios Legales, en la División de Obreros Migrantes, y militando en el partido. Cada vez fue asumiendo cargos de mayor responsabilidad en el PIP por la capacidad de expresar con claridad sus ideas, su visión solidaria, su compromiso con la lucha. Sus logros en los espacios donde se desempeñaba — por ejemplo, como Comisionado Electoral — le llevaron a ser postulado en 1984 como Representante por Acumulación, cargo que ganó y revalidó cómodamente dos veces más. David Noriega supo honrar, como muy pocos en la historia puertorriqueña, la encomienda que le hiciera el pueblo de Puerto Rico en sus doce intensos años de labor legislativa.
Hace falta un análisis pormenorizado de la obra legislativa de Noriega, que es mucha, buena, y que planteó estrategias muy novedosas en Puerto Rico. Su primer gran logro fue la investigación sobre el desvío de fondos públicos del Instituto del SIDA hacia la campaña electoral del PNP en 1992. El Instituto fue una agencia gubernamental creada en 1987 para ayudar a las víctimas de esa mortal enfermedad y orientar a la población sobre los avances de la epidemia. La investigación de Noriega llevó a la formulación de cargos, a juicio y a condenas del médico cubano Yamil Kourí, la empresaria Jeannette Sotomayor y el también empresario Armando Borel. Kourí salió en libertad en 2006 tras cumplir seis de los doce años de su condena.
Consciente de que era legislador de votantes que venían no solo del PIP, sino de otros partidos y de un creciente número de no afiliados, en vez de encerrarse en el Capitolio, David Noriega desarrolló un diálogo permanente con organizaciones sociales, comunidades y personas en muy diversos ámbitos, y de distintas ideologías, que le permitía mantener siempre actualizada su agenda de investigación, legislación y denuncia pública de abusos. Centró su objetivo legislativo en algo que ya olfateaba antes de asumir su escaño, y que había confirmado en sus investigaciones legislativas: el gigantesco alcance de la corrupción en Puerto Rico.
De abogado defensor de pobres, rescatadores de tierras, de obreros y obreras explotadas, de pasquinadores y desobedientes civiles, pasó a ser el principal fiscalizador de la corrupción en Puerto Rico. En la casa de mármol, descubrió negocios turbios que se manejaban impunemente desde añares. La venta de influencias, los contratos por amiguismo, la velada admisión legislativa de uso inapropiado de fondos federales en agencias de gobierno, fueron objetos de su tenacidad y firmeza. Apoyado por mi padre, Luis Rivera Lacourt, y un excelente equipo de colaboradores, se enfrentó con tenacidad a políticos y oportunistas inescrupulosos, así como a empresarios que pagaban por estar con ellos y devengar favores.
Otro reconocido logro de David Noriega fue el caso de las “carpetas de subversivos”, donde tras cinco años de litigio judicial, se obligó a la Policía de Puerto Rico a devolver los expedientes de inteligencia que habían conformado a más de 125,000 personas, alegadamente subversivas. Hoy David estaría luchando férreamente contra el uso de tecnologías informáticas por parte de Homeland Security contra toda persona que pueda lucir sospechosa de “terrorista”, incluyendo a periodistas y analistas en los medios de comunicación que develan historias de los malos manejos en las estructuras de poder político.
El país de a pie colmó a David Noriega de cariño; lo reconoció como ser inteligente, ecuánime, sensato, honesto, sencillo, incorruptible. Y lo avaló con sus votos; en su último cuatrienio legislativo fue electo con 262,235 votos, la cifra mayor de cualquier legislador en la historia. Hasta ahora, nunca, ningún independentista ha logrado eso en Puerto Rico.
Por eso, hace cinco año, el país lloró la muerte del hijo que todos quisieran tener. Del que no presumía ni esperaba trato de jerarca; del que podía compartir una velada con amigos, cocinando él mismo sus famosas bolitas de queso, haciendo cuentos jocosos de la vida cotidiana que superaban la fantasía de cualquier escritor, o tocando su guitarra zurda y entonando algunas coplas. Puerto Rico lloró la muerte de un líder político realmente distinto: uno que, siendo sabio y bien formado, tenía la capacidad de hablarle directa y llanamente a la gente; sin aspavientos; sin regañarlos; sin reclamarles porque no fueran independentistas; y sin culparlos del descalabro del país. Les ofrecía información veraz y nunca vendió promesas, ni falsas ilusiones. Esperaba que ese pueblo puertorriqueño tan mancillado llegara a comprender la complejidad de la colonia para que pudiera trazar rutas alternativas. Nunca maltrató, injurió o insultó al pueblo, acusándolo de ignorante, insolente o vago, como tantos otros hacen cotidianamente.
David hizo su sacrificio máximo de vida al aceptar la postulación a Gobernador en 1996. Sin duda, él encarnaba la mejor candidatura electoral del PIP. Recuerdo perfectamente las veces que conversamos cuando estaba en proceso de tomar la decisión, con la cual diferí vehementemente, como hacen los buenos amigos. Para mí, era el momento de patear el tablero y de crear una nueva fuerza política no sectaria, como ya era el PIP, y de forjar un nuevo proyecto no colonialista, como seguía siendo el PPD. David estaba en su mejor momento y la situación interna del PIP apuntaba a que el partido era irrecuperable como instrumento de lucha cotidiana por la independencia de Puerto Rico. De hecho, para entonces su máximo liderato dejaba entrever cierto recelo hacia la trayectoria y crecimiento de David como figura pública.
Estoy segura de que David no dio el paso de quebrar al PIP y fundar otra fuerza política por su infinita bondad; por su incapacidad de sentirse desleal al espacio político donde creció y se desarrolló; y por la solidaridad y el cariño que le unía a tantos militantes de ese partido. Pero la campaña demostró lo que ya era un rumor creciente: que sus líderes máximos apenas apoyaron su candidatura. El resto es historia. David salió del PIP, defraudado, con una derrota a cuestas, pero decidido a seguir adelante.
En 2001, reconociendo el alcance de su compromiso con Puerto Rico y la lucha contra la corrupción, la flamante gobernadora Sila M. Calderón le presentó un nuevo desafío: presidir la Comisión Independiente de Ciudadanos para Evaluar Transacciones Gubernamentales, conocida como la Comisión Blue Ribbon. Desde allí realizaría, junto a un equipo de abogados, ex jueces y contables de distintas procedencias, una serie de investigaciones e informes sobre serias irregularidades en la gestión de programas gubernamentales. Así develó la fraudulenta concesión de incentivos industriales en PRIIF y de incentivos agrícolas por parte del Departamento de Agricultura; los contratos leoninos otorgados por la Autoridad de Desperdicios Sólidos, una empresa cooperante del PNP; la transferencia a manos privadas de recursos del Museo del Niño; las irregularidades en el desarrollo del proyecto de fibra óptica de la Autoridad de Energía Eléctrica; los desmanes en la adquisición de terrenos y concesión de permisos del edificio Millenium en la isleta de San Juan, por mencionar solo algunos de los doce informes preparados y publicados por el Comité. El Comité hizo, además, importantes recomendaciones para evitar la corrupción en Puerto Rico. Su gran frustración fue ver que los secretarios de justicia de esos años no procedieron a formular cargos contra los responsables de actos de corrupción que la Comisión había identificado. Haber aceptado la encomienda de presidir la comisión contra la corrupción lo colocó fuera del Partido Independentista.
En los últimos años David fue un pilar del Movimiento Unión Soberanista (MUS) y un respetado analista en los medios de comunicación. Desde esos espacios se dio a la tarea de concertar una base más amplia para alcanzar la soberanía de Puerto Rico y desplegó su enorme capacidad en favor de la organización de la estructura electoral del MUS y de la formación de líderes políticos jóvenes, tarea que sigue siendo un gran desafío para Puerto Rico.
Su inoportuna enfermedad y temprana muerte nos privaron de una voz lúcida, respetada e imprescindible. Nos toca a los que quedamos acá seguir impulsando sus ideales y convicciones, emulando su liderazgo genuinamente democrático y sus estilos de conducción participativa, solidaria y modélica. Tenemos la obligación de clonar al gran Davo para superar la cultura política de confrontación permanente, de egos exacerbados y de arrogancia que nos ha llevado al actual desastre. Podemos honrarlo realizando todos los esfuerzos posibles por construir puentes que confluyan hacia una concertación en favor de la descolonización de Puerto Rico y la construcción de una sociedad incluyente, próspera y equitativa. Desde donde esté sonreirá, nos lanzará un guiño acompañado de una copla, siempre con su guitarra zurda. Asumamos hoy el compromiso de seguir su hoja de ruta.
*Versión editada de la leída en acto de recordación celebrado el 10 de abril de 2014 en el Archivo General de Puerto Rico.