Carta Abierta al Rector de la UPR

foto por Gazir Sued
Le comparto esto por el respeto, y, sí, el aprecio que he desarrollado hacia usted en los pasados casi tres años. Siempre me ha recibido y escuchado, y le he visto buscar puntos de consenso sobre los que trabajar las diferencias que tenemos. Reconozco su compromiso con la UPR y con el Recinto, y lo duro que usted y su equipo gerencial han trabajado en las múltiples crisis que han surgido. Entiendo que usted ve su papel como uno de tomar las decisiones difíciles, que cualquiera en su lugar tendría que tomar, y que cree son necesarias para conservar lo que se pueda de la institución en estos tiempos tan difíciles.
Confieso que fue un golpe duro para mí la imposición de una mensualidad y el aumento de la cuota que pagan las familias de mis estudiantes en la UHS, y las de la Escuela Elemental. La semana antes de ser aprobada por la Junta de Gobierno, cuando le pregunté si esa propuesta –cuya cuantía, me avergüenza admitir, ni siquiera imaginaba en ese momento– había pasado por sus manos, usted me contestó que había que paliar el más reciente recorte impuesto al Recinto.
Cuando supe que serían $3,500 por estudiante, solo pude pensar en Maquiavelo, ese gran pensador que presento, cada año, a mis estudiantes como un humanista, y cuyo entendimiento de los fundamentos sicológicos del uso del poder es, para mí, imprescindible para el ejercicio del magisterio. Por supuesto que había que preparar esa propuesta sin que nadie (o casi casi nadie) en las escuelas laboratorio lo supiera, y triplicar la cantidad que había propuesto, tiempo atrás, algún equipo de la administración. El golpe a los adversarios debe ser duro, idealmente sorpresivo, y consumarse antes que pueda cuajar cualquier oposición. Un fait accompli, lo que el gobierno israelí llama facts on the ground, y con el tiempo la gente, eventualmente, se acostumbra.
Sabiendo que la UPR no es la Florencia renacentista, y que el grito llegará inevitablemente al cielo, tal vez se pueda negociar, más adelante, una reducción de esos costos, recuperar la reputación de flexibilidad, y aún así haber adelantado grandemente el propósito de poner a tributar a quienes reciben para sus hijos e hijas la mejor educación de Puerto Rico.
Duele porque ya casi nadie en Puerto Rico cree en la educación como bien público, porque entiendo muy bien la lógica neoliberal que nos han inculcado décadas de politización y desvío de los recursos que deberían llegar a los salones de las escuelas públicas de nuestro país: “si quieres educación de excelencia, págala”. “Si la UPR, por tantos años, proveyó una educación de excelencia (casi) sin costo, ¡ya es hora que paguen quienes la reciban!” “Si no tienen dinero para pagar, que lo tomen prestado: ¡es la mejor inversión en tu futuro!” “Ya se acabó el pan de piquitos, la UPR ya no va a tener los subsidios que tuvo, el costo de estudio en niveles subgraduado y graduado ya se disparó, faltan ustedes en las escuelas…”
Y duele porque, si bien “maquiavélico” implica, para mí, sagacidad más que crueldad, y no se riñe con el pensamiento ético sino que lo informa, ese proceder suyo, que bien merece el adjetivo, no es el que quiero para mi universidad. Duele porque ese ejercicio de violencia institucional que le está infligiendo a cientos de familias que son parte de nuestra comunidad –de mi entorno más cercano, la UHS– si bien sería aceptable hace quinientos años, no debe ser la manera de regir una comunidad universitaria en pleno siglo XXI. Nos merecemos una gobernanza más democrática, mucho más participativa. No es un sueño irreal; de eso se tratan los senados académicos, la junta universitaria, la presencia de representantes claustrales y estudiantiles en la Junta de Gobierno, que votan ya en bloque contra estas propuestas de la administración. De eso se trata el anteproyecto de Reforma Universitaria, que con tanto esfuerzo produjo la comunidad grande de los 11 recintos, en los pasados dos años.
Regresando a nuestra reunión en el Senado, hay otro tema que tendrá que debatirse: las sustituciones de tarea, que su administración pretende eliminar, en la práctica, salvo que se cuente con fondos externos. Esta medida afecta a otro sector de nuestra comunidad: el grupo, cada vez menor, de docentes con plaza que tienen proyectos de investigación y creación que no han logrado aún subvenciones (o tal vez, por no ser de las disciplinas que se premian con tales dispensas, nunca las puedan lograr), pero que requieren de tiempo considerable para desarrollarlos.
Cabe señalar, por supuesto, que además de retrasar los proyectos de investigación de docentes que hasta ahora han podido obtener una reducción de una clase, esta política impactará inmediatamente a otro grupo aún más vulnerable: mis colegas sin plaza, que no se nombrarán, o se nombrarán a tiempo parcial en lugar de tiempo completo, porque habrá menos secciones disponibles para ellas enseñar.
“Maquiavélicamente”, la retórica del “privilegio” le es útil aquí también. Circulan constantemente rumores de docentes que, por gozar del favor de sus decanos o directores departamentales, han tenido sustitución tras sustitución sin jamás producir nada por ello. Claro, nunca se pueden nombrar, ni los docentes ni los administradores, porque hacerlo sería una acusación grave de irresponsabilidad a ambas partes: dolo de un lado, negligencia o colusión del otro. Entonces habría que proceder contra las personas involucradas, tema sobre el cual jamás he escuchado rumor alguno. Pero igual que con las alegadas familias pudientes de la UHS, o las welfare queens del norte hace unos años, el propósito retórico se sirve con la imagen de la persona inmerecedora que se aprovecha de la generosidad del estado. Desaparecen la profesora que requiere unas horas más cada semana para acabar su libro, la familia que raspa para poder pagar la hipoteca, el hospedaje en Mayagüez de la nena mayor y los libros y uniformes de los chiquitos.
Observe, Rector: ya no es solo el principio de educación pública que está acabando de sepultar, sino también la visión del Recinto –¿osaré llamarlo “Casa de Estudios”?-– en el que intelectuales de todas las distintas ramas del saber podrían desarrollar proyectos de erudición, sin importar consideraciones pecuniarias. Ahora, todo tiene un precio, todo se supedita a la consideración fiscal. Entiendo, entendemos todas, perfectamente por qué.
Creo que usted lo entiende también; aunque tal vez no lo nombre de esta manera: es la universidad neoliberal. Es a lo que nos han estado queriendo llevar aquellas mentes privilegiadas del mundo de las finanzas que componen la Fiscal Oversight and Managment Board. Le creo cuando usted dice que no le gustan estas medidas; infiero que las ve como necesarias, por el “bien” de la Universidad. ¿Se ha preguntado, entre las consecutivas crisis de estos tres años, hacia dónde nos están llevando? ¿Verá, acaso, esto como un periodo temporero, tras el cual se podrá recuperar algo de lo perdido? ¿Ve usted, desde su despacho, algún indicio de cuánto podría durar este abandono de nuestra misión histórica como universidad del pueblo de Puerto Rico? ¿Habrá retorno posible a ella?
El duodécimo capítulo de Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil, de Hannah Arendt, es una lectura terrible. Cuenta cómo, ya a mediados de 1944, con el Tercer Reich francamente a la defensiva, y bien sabido en toda Europa el indecible propósito de los campamentos en Auschwitz y Treblinka, Adolf Eichmann llegó a Hungría y negoció, con líderes judíos, la organización de sus comunidades para su eventual destierro y exterminio.
Aprendí, de esa lectura, que por las peripecias de la política húngara y el hecho de que ese país era aliado de Alemania, en el 1944 vivían aún tres cuartos de un millón de judíos en Hungría; tenían propiedades y vivían con relativa libertad. La misión de Eichmann era organizar su deportación expedita, haciéndoles creer a los líderes judíos que lo podrían sobornar para poner a salvo sus familias, o tal vez convenciéndoles, con el gentil trato que les dio, que era un hombre razonable cuyos propósitos no podrían ser tan inconcebiblemente genocidas como ya, de hecho, estaba probado que lo eran.
Arendt concluyó, escandalizando a mucha gente en el 1963, que esos líderes judíos hubieran podido salvar cientos de miles de vidas de su propia comunidad, sencillamente con no colaborar con Eichmann. Hacerse los locos, pichearle… Eichman jamás habría podido concentrar, arrestar y deportar a sus muertes tanta gente, si no les hubiera podido identificar, y para eso le sirvieron, inexplicablemente, todo un conjunto de líderes de esa ahora inexistente comunidad. Uno presume que pensaban que estaban haciendo lo mejor que podían en una situación muy mala.
Son trilladas ya las referencias a los nazis y el Holocausto, en el contexto de las políticas (cada vez más) conservadoras de los Estados Unidos, y debo salvar distancias. No está en juego aquí deportarnos a Auschwitz, sino desmantelar un proyecto educativo que ha servido por décadas para sacar a familias puertorriqueñas de la pobreza, y crear conocimientos –cultura– imprescindibles para el pleno desarrollo, no solo el económico, de nuestro país. Las políticas neoliberales no meten a la gente como reses en cámaras de gas; la deja morir en las calles, o en sus casas, pasando meses sin luz, sin los (costosísimos) tratamientos y terapias que le podrían dar más y mejor vida, si no fuera por la fuerza gravitacional que ejerce el capital privado sobre todo lo que haya sido patrimonio común.
No lo comparo con Eichmann, Rector. Ese papel le toca a otras figuras. Pero usted, como representante y líder de la comunidad universitaria del Recinto de Río Piedras, está participando activamente, como aquellos judíos de Budapest, en su destrucción. Hace dos años, agotada la resistencia estudiantil por la huelga que levantaron en el 2017 contra esto mismo que estamos viviendo, se duplicó la matrícula, y sigue subiendo año tras año. El año pasado perdieron la exención de matrícula las familias del personal docente y no docente, y buena parte del estudiantado del nivel graduado.
Este año, usted puso sobre el altar de la austeridad a las escuelas laboratorio, y a quienes investigan y crean sin acceder a fondos externos. ¿A quiénes les tocará el año que viene? ¿Cuánto quedará, de aquí a unos años más? No sabemos. La Junta de Control Fiscal proyecta recortes constantes hasta el 2023; sus políticas de austeridad –¿a cuántxs economistas hay que citar?—no permiten esperanza alguna de recuperación económica, y explícitamente vislumbran la privatización de todo el aparato estatal, incluyendo el sistema educativo a través de mecanismos como escuelas charter, y la multiplicación del costo de estudiar en la UPR. Es un espiral, de los que solo llevan hacia abajo: recortes, contracción económica, emigración, menos ingresos para el estado, más recortes…
El punto de Arendt, que se resume en el subtítulo del libro que cito, fue lo que lo hizo tan controvertido: la historia del Holocausto no fue tanto una de monstruos inhumanos y víctimas inocentes, sino de gente común y corriente, como usted y yo, que tomaron las más crueles –o necias– decisiones sin darse cuenta de las otras opciones éticas y políticas que tenían frente a sí. Se dejaron llevar por lógicas institucionales cuya “racionalidad” interna les condujo a resultados espeluznantes.
Si aquellos líderes húngaros hubieran sabido (o reconocido, porque la evidencia estaba ante ellos) cuán pocas personas sobrevivirían, tal vez no hubieran jugado ese partido mortal con Eichmann.
Usted es historiador. Si hace el ejercicio de abstraerse, por un momento, de las urgencias del momento, creo que verá lo que veo yo. ¿Es aceptable, para usted? ¿Es inevitable, no hay otra alternativa? ¿Ninguna?
El modelo de universidad, y de país, que se nos está imponiendo no es, de ninguna manera, sostenible. Solo lleva a más emigración, desintegración social, polarización política, empobrecimiento económico y cultural.
No participe más en este proyecto, que es de muerte en muchos sentidos… y no todos ellos son metafóricos. No provoque conflictos entre partes de la comunidad, achicando el pastel en un juego de suma cero al que cada año se le resta otra cantidad, como en un juego de musical chairs.
Asúmase como líder de esta comunidad, y dirija sus esfuerzos no a la implantación anual de recortes, sino al reclamo de más recursos. Así hacen líderes de universidades en todo el mundo, porque en todo el mundo existe el mismo ataque neoliberal a ellas. Hace unos meses le recomendé como ejemplo a Henning Jensen Pennington, homólogo suyo en Costa Rica, quien convocó a una marcha en defensa de su universidad. Las administraciones de varias universidades públicas norteamericanas – Louisiana State, University of Virginia, University of North Carolina, Texas, Wisconsin– también han luchado, de diversas formas, contra recortes y otras políticas neoliberales en años recientes. En algún momento lo tendrán que hacer nuestros líderes de la UPR, si es que vamos a preservar algo de esperanza para el país.
Se lo pido, de corazón, por el respeto y el aprecio que le tengo como universitario, y como ser humano.