Celebrar a Jack Délano
La labor artística de Jack Délano (1914-1997) es altamente meritoria del prestigio que tuvo en vida su autor. Da testimonio de ello la resonancia que mantiene en la vida de los puertorriqueños, y como referente en la obra de nuestros artistas. Délano aún genera diálogo e inspira a generaciones más jóvenes de artistas que buscan, particularmente en su obra fotográfica, guías para la continuidad de una actividad artística que en Puerto Rico se desarrolla en la marginación.
Nacido en Ucrania en 1914, Jack Délano emigra a los Estados Unidos a los nueve años, donde estudia y se destaca en los campos de la fotografía y la música. En 1941, como fotógrafo del Farm Security Administration, visita Puerto Rico por vez primera, y regresa en 1946, cuando decide establecerse aquí, a sus treinta y dos años. Junto a su indispensable compañera Irene (1919-1982), desarrolla una trayectoria artística excepcional, que mantiene sin pausa hasta su muerte a los ochenta y tres años. Son cincuenta y un años—más de la mitad de su vida—los que Délano vive y trabaja en Puerto Rico, país del cual se hará ciudadano, pleno de “constancia, amor y fidelidad”.
La variedad de su obra es de por sí impresionante: fotografía, cinematografía, composición musical, diseño e ilustración de libros, diseño teatral, caricaturas, escritura e investigación histórica. En vida del artista, todo este trabajo gozó del apoyo, el aplauso y la aprobación pública e institucional. Diez y siete años después de su muerte, la distancia nos es favorable para aquilatar, ya con más objetividad, la pertinencia de todo su trabajo. En esto puede ser comparado a su colega y compañero generacional Lorenzo Homar (1913-2004), quien experimentó un proceso de canonización en vida que pocos artistas en Puerto Rico han disfrutado y que por mucho tiempo impidió una visión crítica de su admirado trabajo. Lentamente, su obra se ha ido beneficiando de nuevas lecturas que no están atadas a la exaltación de que en vida fue objeto. En palabras de Efraín Barradas, “la desaparición física del artista debe promover otras propuestas de interpretaciones desde ángulos inéditos que coloquen su obra en nuevos contextos y, al así hacerlo, destaquen en la misma aspectos que antes permanecían invisibles a los ojos de los críticos y del público” (22). Esa nueva mirada crítica, libre de intenciones hagiográficas, nos permite cumplir con uno de los propósitos más honorables de la crítica, ofrecer luz al momento presente a través del estudio de lo pasado.
Tomemos la música de Délano, probablemente su obra menos estudiada. Si hubiera sido solamente un compositor, su corpus de trabajo es de por sí considerable. Incluye decenas de piezas de variada instrumentación: orquesta; orquesta, coro y solistas; conjunto de percusión; cuarteto de cuerdas; quinteto de piano; quinteto de vientos; instrumentos solistas con conjuntos; solos; canciones con acompañamiento instrumental; coro mixto y coro de niños; dúos; tríos; ballets; música cinematográfica; arreglos de danzas. En términos de contenido, su trabajo en la música es análogo al de su fotografía: un intento de expresar y validar la experiencia puertorriqueña a través del sonido. Su estrategia para lograr esto, la incorporación de tradiciones populares musicales, tales como la bomba o la música campesina, a formas occidentales, tales como la sonata o la obertura sinfónica. Como se suele señalar, su música pertenece a la llamada “escuela nacionalista” que tanto impacto tuvo en Puerto Rico, como en el resto del mundo occidental.
De la seriedad con que Délano acometió su trabajo de composición da fe la meticulosidad y preciosismo que puso en la notación de sus manuscritos. El medio utilizado es tinta sobre papel de música, la notación de tan alta calidad caligráfica como la de sus ilustraciones para libros. Sus composiciones son tonales, con formas tradicionales de la música occidental. Para esos años cincuenta al setenta, en los que Délano desarrolla su lenguaje musical, la tonalidad era, por mucho, anacrónica y conservadora. El siglo que produjo la atonalidad, el serialismo y el azar en la música, no incidió sobre Délano, quien produjo su música como si Schoenberg y Cage no hubiesen existido. Délano le dio al espalda a la música culta más avanzada de sus contemporáneos bajo la premisa de que la música debía ser “accesible” al escucha promedio de las salas de concierto. Confiado en que su trabajo estaba destinado al público general, Délano creó para el mismo, en contraste a otros compositores, que, aun conscientes de la dificultad de llegar a grandes salas o al gran público, abrazaron el camino de la experimentación y su inevitable acompañante, la marginalidad. Por todo ello, en su momento Délano se encontró en medio de la pugna entre varios compositores que exigían su espacio como creadores legítimos, independientemente de la “extrañeza” de su lenguaje, un candente enfrentamiento que tuvo su contraparte en nuestras artes plásticas en la controversia entre los figurativos y los abstractos.
Pocas décadas después, distanciados como estamos ya de esas apasionantes e imprescindibles polémicas, la música de Délano puede ser apreciada por lo que en ella está, sin considerar si su lenguaje es o no “conservador”. Lo que otrora fue mirado con suspicacia hoy podemos aceptarlo tal cual, y precisamente gracias a las lecciones del posmodernismo. Si hoy podemos admitir y disfrutar de esta música es porque, irónicamente, les debemos a los (rechazados) experimentalistas la demostración de que “todo es música” y que no existe tal cosa como un lenguaje musical “obsoleto”.
La composición musical para Délano es el lugar de expresión íntima, de sentimientos. Es su espacio para comunicar todo aquello que refrenó en su obra fotográfica o gráfica, pensada para consumo comunitario. En contraste, lo personal reina abiertamente en esta música, en la que Délano echa mano de la literatura para fortalecer su expresión musical. La elección de textos para canciones de arte u obras corales es muy reveladora, no solamente de sus sentimientos, sino de su hermosa resistencia a desprenderse de un proyecto estético/político, aun en estas obras de carácter íntimo. Su propósito de validar lo puertorriqueño lo lleva a utilizar un excepcional número de piezas de autores tales como: Luis Palés Matos, Tomás Blanco, Nimia Vicéns, José P. H. Hernández, José de Diego, Esther Feliciano Mendoza, Carmelina Vizcarrondo, Emilio R. Delgado, Luis Muñoz Marín, José A. Balseiro, José Antonio Dávila, José de Jesús Esteves, Cesáreo Rosa Nieves, Elsa Tió, Carmen Alicia Cadilla, e Isabel Freire. Además, con el propósito de engarzar la cultura puertorriqueña a la tradición medieval española y pre-colombina americana, utiliza cantos nahuas de Ayocuan y Nezahualcóyotl, Pablo Neruda, el Cantar del Mío Cid, y varios poemas del Romancero español, entre otros.
Dos importantes literatos dominan ese listado: Tomás Blanco (1896-1975) y Luis Palés Matos (1898-1959). Ambos entablaron amistades estrechas con Délano y de esas amistades surgen también sus más significativas creaciones musicales. De la colaboración con Blanco, el resultado son tres composiciones: Sanjuanera, Cuatro sones de la tierra, y Los aguinaldos del Infante. La primera, un ballet de 1959 inspirado en el “Ditirambo decorativo de las brisas”, tomado del libro Los cinco sentidos (1955); la segunda (1967), canciones de arte con textos del poemario Letras para música (1964); la tercera, una ambiciosa pieza de danza-teatro sobre un texto especialmente escrito para un proyecto músico-literario que se inicia en 1954 y culmina con su presentación en 1984. La obra navideña, para narrador, actores, bailarines, orquesta sinfónica y coro de niños, fue estrenada por Ballets de San Juan y el Coro de Niños de San Juan.
De Palés Matos—figura imprescindible de las letras latinoamericanas—son cuatro los trabajos que surgen: una canción de arte, Nocturno (1959); una obertura sinfónica, La reina Tembandumba (1966); y la monumental Burundanga (1988), para orquesta, tres solistas, y coro, en la que Délano trabaja uno de los textos más emblemáticos de la poesía puertorriqueña, “Canción festiva para ser llorada”, del clásico Tuntún de pasa y grifería (1937). La muerte a destiempo del poeta provoca en Délano la composición de su Ofrenda musical a Luis Palés Matos, para trompa, viola y cuerdas, estrenada en la plaza pública de Guayama en 1959.
Ante todo, habría que destacar la estrecha unión entre los artistas del teatro, la danza, las artes visuales y la música de la que dan fe estas colaboraciones. Por ejemplo, los textos para las canciones de Cuatro sones también estimulan la creación de uno de los íconos de la gráfica puertorriqueña, Unicornio en la isla de Lorenzo Homar, y las serigrafías de su portafolio Tres estrofas de amor para soprano (1971) en colaboración con Pablo Casals.
Haber elegido estos poetas para hacer música y arte gráfico, no es un acto fortuito. En todas estas obras hay una unidad de propósito, de visión de mundo, de artistas que en su momento pusieron su arte al servicio de aquello que entendían como “lo puertorriqueño”. Para Délano, el crear una pieza de danza-teatro que aunara las tradiciones cristianas americanas y europeas, el introducir las contribuciones árabes y judías como imprescindibles en esa elaboración de identidad, el realzar la experiencia afroantillana en una sociedad poco dada a reconocerse como “negra”, son todos proyectos políticos deliberadamente razonados. La travesía artística de un inmigrante como Délano, en su esfuerzo por construir una identidad sólida a partir de las experiencias europeas, árabes, judías, africanas y caribeñas, puede ser vista como paradigmática de la condición humana contemporánea.
Las partituras de Délano hoy se revelan como modelos de lo que podría ser una música pertinente a la sociedad puertorriqueña, tan lamentablemente ajena como está de la llamada música culta. Soñamos con la posibilidad de que esta música sea interpretada, tanto la de Délano como la de sus compañeros de trabajo, Héctor Campos Parsi (1922-1998), y Amaury Veray Torregrosa (1923-1995). La obra de estos tres compositores provee un mapa de la creación de un lenguaje musical culto fuertemente enraizado en la experiencia puertorriqueña. Sospechamos que un redescubrimiento de las composiciones de estos creadores causaría gran sorpresa, inclusive redirigiría y revitalizaría nuestro acercamiento al arte musical.
Rescatar ese trabajo también nos rescataría una manera de concebir las funciones sociales del arte pues, ¿qué colectividad, que no sea una de gran nobleza, hace estrenar una pieza para trompa, viola y cuerdas en la plaza pública del pueblo de un poeta desaparecido? (Hoy tal cosa parece impensable—¿en qué plaza se hizo música para llorar a Anjelamaría Dávila, a José María Lima?) Consciente de la pertinencia de la creación musical, Délano propuso, en una carta dirigida a Inés María Mendoza, lo siguiente:
La composición musical hay que estimularla. Tenemos que acostumbrarnos a considerar la música como una necesidad. La celebración del centenario de uno de nuestros pueblos debe considerarse incompleta si no se estrena una nueva obra musical compuesta para la ocasión. Y, ¿por qué no también al inaugurarse una nueva escuela o un nuevo teatro, o la celebración del natalicio de uno de nuestros próceres? [1961] En la misma misiva, Délano sugiere la separación de varias sesiones de ensayo de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico para ejecutar partituras inéditas de compositores puertorriqueños, con el fin de darles la oportunidad de experimentar el desarrollo de su composición en proceso. Propuesta sensata, aunque utópica, si consideramos que la ejecución de partituras puertorriqueñas nunca ha sido una prioridad para los directores de la OSPR ni del Festival Casals.
Si bien la música no es el arte por el cual mejor recordamos a Délano, el trabajo musical nos puede esclarecer su fotografía, arte del cual es un maestro indiscutible. Contrastes: Cuatro décadas de cambio y continuidad (1982), obra maestra, nos ofrece una brillante oportunidad para examinar la totalidad de su proyecto estético-político. Como es sabido, en esta exhibición Délano y su compañera Irene colocan sus fotos de 1941 y 1946 en diálogo con fotos y testimonios orales tomados en 1981. Según Délano, “no era nuestra intención colocar la cámara en el mismo lugar de hace cuarenta años y simplemente tomar una foto. No. Queríamos mostrar los cambios fundamentales que habían tenido lugar en la vida de todos los puertorriqueños” (1997, 192; traducción nuestra).
La muestra original de Contrastes que se presentó en el Museo de la Universidad de Puerto Rico en 1982, incluía 220 fotografías combinadas con textos transcritos de las grabaciones hecha por Irene a los sujetos fotografiados en 1981. Esta muestra viajó por varias instituciones de Puerto Rico, donde fue acogida con gran entusiasmo por miles de espectadores, algo que constituye un logro inusual para un artista puertorriqueño. Posteriormente, y con motivo de una gira de exhibiciones en los Estados Unidos, Délano redujo la selección a 100 fotos. Es esta selección final la que eventualmente fue donada a la colección del Museo de Arte de Ponce y que aparece publicada en su libro Puerto Rico Mío (1990).
Un elemento de vital importancia para la exhibición y la publicación es la inclusión de textos históricos que contextualizan las imágenes. Por ejemplo, en la sección dedicada a las fiestas, Délano cita la Historia geográfica, civil y política de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, de Fray Iñigo Abad y Lasierra. Las fotos de puertorriqueños bailando y tocando música, tanto en 1941 como en 1981, son introducidas por Abad y Lasierra (1782): “la diversión más apreciada para estos isleños son los bailes. Los tienen sin más motivo que el de pasar el tiempo y rara vez falta en una u otra” (1990, 113). La estrategia de Délano es clara: esta cita dieciochesca tiene la misma función que los textos del Romancero español en sus composiciones musicales, la de afirmar una innegable y centenaria personalidad puertorriqueña.
A tres décadas de su creación, Contrastes se observa hoy con ojos diferentes, pues las imágenes de 1981 ya comienzan a sernos tan ajenas como las de los años cuarenta. Esto nos provee una excelente oportunidad para reflexionar sobre las décadas del régimen muñocista y su consecuencia, nuestro complejo presente. Este proyecto fotográfico puede continuar con vida: un grupo de amantes del lente que en el 2021 haga lo propio para exhibirlo en el 2022, esto es, “cada cuarenta años”.
Mientras más se ausculta la obra de Délano, más a flote sale su voluntad de afirmar la existencia de una nación puertorriqueña. Que su música haya sido clasificada como parte de la “escuela nacionalista” no es mero subterfugio crítico: es lo justo. Así con el resto de su trabajo, sea libros, caricaturas, filmes. Sin duda, Puerto Rico es el centro de todo su arte, que en el momento presente de crisis e incertidumbres, nos sigue convocando con más fuerza, para escudriñar en éste posibles respuestas a nuestras interrogantes.
NOTA:
La exhibición conmemorativa del centenario de Jack Délano en el Museo de Arte de Ponce abre el domingo 24 de agosto. La muestra incluye fotografías, libros, dibujos, carteles, partituras musicales, filmes, y diseños para el ballet. Esta exhibición, curada por Arlette de la Serna y Nelson Rivera, constituye la más extensa y variada colección de trabajos de Délano jamás reunida en un mismo museo.Obras citadas:
Barradas, Efraín, ed. 2007. Mente, mirada mano: visiones y revisiones de la obra de Lorenzo Homar. San Juan: Ediciones Huracán.Délano, Jack. 1997. Photographic Memories. Washington: Smithsonian Institution Press.
—. 1990. Puerto Rico Mío. Washington: Smithsonian Institution Press.
—. 1961. Carta a Inés María Mendoza, 14 de agosto de 1961. Col. Laura y Pablo Délano.