Collores
“Pero yo estaba hecha de presentes”
–Julia de Burgos
a estudiantes, colegas y amigxs
trenzadxs por este ir y venir
Durante los años que llevo enseñando literatura puertorriqueña no había tenido estudiantes tan entusiastas con Luis Lloréns Torres como este año. No es que en años anteriores abundaran los desafectos hacia quien fue llamado “poeta de Puerto Rico”, sino que luego de discutir el pesimismo de Antonio S. Pedreira y el constructivismo de José Luis González lxs estudiantes reconocían en Lloréns Torres una “voz [que] parecía traducir la intimidad del alma colectiva y entenderse con ella en el más perfecto diálogo”, como Margot Arce recordaba la relación entre “el juglar y su público” de los recitales del poeta de Collores1. El “estilo oral” de su poesía —“proclamada por el propio poeta, a la manera de los viejos y tradicionales juglares”— explica en parte la fácil identificación de lxs estudiantes con Lloréns, pues “[p]or esa cualidad pudo llegar pronto al público”, según Arcadio Díaz Quiñones. “Es lo que nos enseñaron en la escuela sobre sentir orgullo por lo nuestro”, decía una estudiante. “Mi abuela me recitaba “El patito feo”, recordaba otra.
Esta doble incorporación de Lloréns al currículo escolar y a la tradición oral se confirma cuando sus décimas se cuelan entre las melodías navideñas y de la nueva trova. “Tuve un hermano que dijo…”, recuerda Juan Antonio Corretjer en unas décimas que musicalizó José Hernández Colón y que grabó en su debut Haciendo Punto en Otro Son en 1975. Noel Luna afirma que la poesía de Lloréns es la ficción fundacional del discurso nacional puertorriqueño2 al no solo “levantar los andamios …. de la modernidad literaria”, como dice Díaz Quiñones, sino por imponer lo que José Luis González llamó “nuestro jibarismo literario”. Emparentando tradiciones letradas y orales Lloréns representó en el jíbaro la personalidad puertorriqueña que a partir de Antonio S. Pedreira y el Partido Popular se instauró como ideología dominante y su continua recirculación reconfirma que aún hoy su hegemonía nutre a la juventud, cien años después de “El valle de Collores”, Juan Bobo, 1916.
Incluido posteriormente en dos de sus libros—La canción de las Antillas y otros poemas, 1929 y Alturas de América, 19403— “El valle de Collores” aún destella como “el blanco vuelo / de aquel maternal pañuelo” ante lo que “Lo demás, / [es] humo esfumándose en el cielo”. “Ay, la gloria es sueño vano”, cantó en 1916 y lo repitió a lo largo de su vida quien “cultivó asiduamente su persona de poeta público, se inventó a sí mismo como personaje poético (donjuanesco, heroico, sexual y jíbaro) y se encargó de difundir su propia poesía” (Díaz Quiñones 15). Como si se tratara de un cartel de Luis Guillermo Cajigas, “El valle de Collores” graba en la memoria colectiva la imagen de un campo pacífico como irrecuperable paraíso perdido y reincrusta la nostalgia patriótica de José Gautier Benítez como tropos nacional. Según el “celebrado —y coronado—… poeta nacional” (Díaz Quiñones 14), el recuerdo del patrimonio “vale más” que el placer, la riqueza y el poder —“hosco gusano”— ; versos perversos cuando son reproducidos por los aparatos del poder escolar, cultural y económico; y mucho más cuando celebran a un jíbaro que menosprecia los derechos del habeas corpus, mientras celebra ¡“qué lindo es mi bohío”!
Pero yo estaba hecha de presentes
El cinismo del lamento de “Collores” pasa desapercibido cuando se impone como bildungsroman frente a la industrialización y la migración. En 1916 también salió, pero rumbo a los niuyores, el tabaquero Bernardo Vega, cuyas Memorias, editas y publicadas por César Andreu Iglesias en 1977, relatan la historia de lucha, resistencia, trabajo y marginación de lxs puertorriqueñxs en Nueva York. Un año después salió con “su cargamento” “el Jibarito”, Rafael Hernández quien, junto a otros como Manuel “Canario” Jiménez, Pedro Ortiz Dávila “Davilita” y Noel Estrada, entre muchxs otrxs, comenzaron a enviar sus “remesas culturales” con boleros, sones, guarachas y plenas.
Ante la nostalgia y el lamento de la tierra sobre la que la poesía de Llorens construyó su amor patrio, Julia de Burgos propuso las imágenes del río y los surcos. En vez del bohío y el valle, la poesía de Burgos traza lo que Juan Gelpí llamó una ruta nómada caracterizada por la fluidez del agua4. Juan Flores leía en las últimas líneas de La charca, de Manuel Zeno Gandía, una insinuación a la migración como salida del estancamiento presentado en “nuestra” novela de la tierra.5
Hoy el país mira con pánico la creciente migración que “amenaza” romperle el récord a la de hace 60 años. Jorge Duany resume el estimado de estas corrientes migratorias de la siguiente forma:
Las últimas cifras oficiales confirman que Puerto Rico sigue perdiendo población aceleradamente. El Negociado del Censo calculó que, entre el 2010 y el 2014, la población insular se redujo de 3,725,789 personas a 3,548,397 personas. El grueso de esa reducción se debió a la emigración neta de 218,137 personas durante ese mismo período. De continuar la tendencia actual, el desplazamiento poblacional en la década de 2010 superará el registrado durante la década de 1950, cuando se estima que 460,826 puertorriqueños emigraron a Estados Unidos. (El Nuevo Día , 11 de febrero de 2015)
El nuevo año comenzó con nuevo bombardeo periodístico que contempla este flujo migratorio como perdida poblacional: “Se vacía la isla,” “Se deshabita Puerto Rico” o “Un país que no crece”, como titula Duany su columna en El nuevo día6. No extraña que parte de la identificación generacional con Llorens sea optar por “el valle” como signo de lo propio, lo que “nos” identifica”, como una reacción al temor que provocan estas noticias. Lxs puertorriqueñxs de “la isla” hemos sido educadxs con la mitología de La carreta de René Marqués, y en el mejor de los casos con las miradas nuevo realistas de Pedro Juan Soto y José Luis González: textos que establecen una diferencia simbólica entre el migrante y el que se queda, representada hace 50 años por la industria cultural en las figuras de Cantalicio y El Men: jíbaro y nuyorican que representaban el duelo heroico entre la cerveza local y la extranjera.
Pero me pregunto hasta cuándo podemos pensar en el Barrio o el Bronx, como “tierras extranjeras”. Si Collores en el fondo funciona como alegoría de la casa materna, que hace más de medio siglo no es un valle, sino una urbanización, una calle, una escuela, el espacio de la memoria puede ser ocupado por cualquier otro signo. Por ejemplo, nostalgia similar expresa el panameño Rubén Blades cuando establece en “Plaza Herrera” uno de sus Antecedentes (1989): “Barrio que fue / cuna de mi alma inmortal / Calle que fue / mi esquina siempre será”.
Al observar la literatura puertorriqueña del último medio siglo, Yolanda Martínez-San Miguel concluye que “Ser puertorriqueño supone ya vivir en español, inglés o espanglés y entender el desplazamiento como constitutivo de un sentido de comunidad”.7 La crisis se contempla menos apocalíptica si se consideran como “nuestras” las luchas que narran Vega, Piri Thomas, Pedro Pietri, Nichola Mohr, Manuel Ramos Otero, Tato Laviera, Víctor Hernández Cruz, entre tantxs otrxs: es decir, como de una comunidad que no se limita a unas costas, unos valles. Una comunidad que transita, circula, “hace camino al andar”, va y viene como Héctor Lavoe y Willie Colón, como Cheo Feliciano, Vico C, José Raúl González “Gallego” y Miguel Zenón.
A cien años del valle de Lloréns, recuerdo un árbol iluminado de cucubanos en una playa en Vieques que nunca volveré a ver; como tampoco volveré a la misma escuela, la misma calle, mi familia, lxs viejxs amigxs. Nunca “quise ser como los hombres quisieron que yo fuera” como declamaba Julia de Burgos quien durante su vida tampoco pensó que hubiera “un solo camino” que “quisiera tomar”, como sugiere el ir de Corretjer. No es que abogue a favor de la migración ni que me agrade que formemos estudiante con la falsa promesa de una mejor vida “aquí” o “allá”: siempre es dolorosa la separación familiar. Pero no veo “un país que se vacía” sino que una guagua que se sigue llenando con un montón de gente que como Maelo van por ahí “borinqueneando bonito”.
- Citada en Arcadio Díaz Quiñones, “La isla afortunada: sueños liberadores y utópicos de Luis Lloréns Torres”, en Arcadio Díaz Quiñones, editor, Luis Lloréns Torres: Antología verso y prosa, San Juan, Ediciones Huracán, 1996 [1986], 15. [↩]
- Noel Luna, “Paisaje, cuerpo e historia: Luis Lloréns Torres” La Torre (1999), 53-78. [↩]
- Arcadio Díaz Quiñones, editor, Luis Lloréns Torres: Antología verso y prosa, San Juan, Ediciones Huracán, 1996 [1986], 107. [↩]
- Juan G. Gelpí, “El suejeto nómada en la poesía de Julia de Burgos”, Literatura y paternalismo en Puerto Rico Segunda edición, San Juan, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2005, 29-48. [↩]
- Juan Flores, “Estudio preliminar: una reinterpretación de La charca”, en Manuel Zeno Gandía, La charca, San Juan: Ediciones Huracán, 1999, 9-32. [↩]
- Jay Fonseca, “Se vacía la isla” 4 de enero de 2016, Jay Fonseca Puerto Rico, http://jayfonseca.com/2016/01/emigracion/; Limary Suárez, “Se deshabita Puerto Rico de forma acelerada”, El Nuevo Día 4 de enero de 2016, http://www.elnuevodia.com/noticias/locales/nota/sedeshabitapuertoricodeformaacelerada-2146303/; y Jorge Duany, “Un país que no crece” El Nuevo Día 11 de febrero de 2015, http://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/unpaisquenocrece-columna-2006156/ [↩]
- Yolanda Martínez-San Miguel, “Diáspora, migración y literatura puertorriqueña (1940-201)”, en Marta Aponte Alsina, Juan G. Gelpí y Malena Rodríguez Castro, Editores, Escrituras en contrapunto. Estudios y debates para una historia crítica de la literatura puertorriqueña, San Juan, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2015, 172. [↩]