Crónicas del otro lado: de Puerto Rico a la China (V)
I
Un paseito al año… (15/04/2010)
Hay días en que se hace difícil comunicarme. Mi inglés se deteriora cada vez más debido al uso extremo del Chinglish. El español comienzo a tartamudearlo debido al constante switcheo entre inglés, español, italiano (un italiano medio tecato adaptado a la región de Prato) y, ahora, el chino. Pero bueno, al menos la China me brinda nuevas metáforas. Me siento tan optimista, que siento que quiero sacar mi búfalo de agua a pasear…
II
Zaijian Laoshi (再见老师!) (14/07/2010)
A pesar de todas las críticas que recibe la China como país, cada vez se observa la llegada de más y más extranjeros de todas partes del mundo en busca de oportunidades de trabajo. Y a pesar de que tomar clases de mandarín en Shanghai se ha convertido en la actividad in del momento, gran parte de la gente que se inscribe en estos cursos no tiene la mínima intención de aprender el idioma en serio. It’s a freaking joke…
Ese día regresaba a mi casa más temprano de lo usual. Normalmente comparto mi hora de almuerzo con compañeros, pero esta vez salí de la clase de mal humor. Me había ausentado y al regresar varios días después, noté que gran parte del grupo seguía estancado en las mismas preguntas sobre vocabulario y gramática. Algunos de estos estudiantes, quienes no disimulaban el no haber estudiado o repasado el material, no cesaban de hacer comentarios arrogantes frente a la maestra, dándole a entender que la estructura gramatical y la lógica de la lengua no hacían ningún sentido. Las manos de la maestra temblaban mientras trataba de disimular el desconcierto que aquellas palabras le causaban.
En la China es una regla de oro el no perder la postura, o la cara, que es la traducción más directa de 丢面子 (diu mian zi). Mantener un rostro de firmeza ante el otro se convierte en una herramienta de poder. Y como los estudiantes, a fin de cuentas, pagan por tener a esa maestra de pie ante ellos, pues se convierte en una misión peligrosa el que ella se arriesgue a ponerlos en su sitio. No es la primera escuela de idiomas a la que asisto aquí. Antes fui a otra y presencié las mismas dinámicas donde extranjeros le faltaban el respeto a la profesora y se burlaban de la sensibilidad linguística del idioma. En su mayoría son los estudiantes con pocas referencias linguísticas, quienes más agresivos se muestran ante estas nuevas experiencas del lenguaje.
Ese día me sentía tan antipática que ni yo misma me soportaba. Definitivamente este lugar saca lo peor de mucha gente. No sabía qué me ispiraba más rabia: la rudeza de la gente que no comprende que no todo lo que uno piensa se deber decir o la cobardía de las maestras que no se daban su lugar. Luego, para mis adentros, pensé: “qué rayos le va a importar a estas maestras lo que piensen estos extranjeros, si a fin de cuentas el enemigo más grande que ha visto este país goza de su exclusivo lugar frente a la plaza de Tiananmen Square.” Allí, una foto con la cara del asesino de aproximadamente 70 millones de chinos se sostiene vergonzosamente como herramienta de poder del actual Partido Comunista Chino.
En la estación Renmin Guangchang, abordé el metro de la Línea 2. Luego de recibir y dar par de empujones, encontré un pequeño espacio donde acomodarme de pie. Unos minutos después, mi mirada se tropezó con la de un anciano que me miraba con curiosidad. Como aquí no es común que un hombre te mire directamente a los ojos, también me causó curiosidad y le sonreí al anciano. En un inglés con fuerte acento chino me preguntó:
– Where do you come from?
Le contesté:
– From Puerto Rico.
– Oh, so you must speak Spanish! How wonderful!
No pude evitar asombrarme, ya que por estos lares poco me ha faltado para sacar un mapa mundi y señalar dónde rayos es Puerto Rico. Y dado a que es más extraño aún encontrar chinos de su edad, en este territorio, que hablen inglés, no pude evitar entrevistarlo de vuelta.
– Are you Chinese?
– Yes, I am.
Me contestó con una sonrisa llena de humildad. Su personalidad era tan distinta a la de todos los chinos que he conocido que de repente el tiempo se congeló. Ignoré mi parada de destino.
El señor me preguntó a qué me dedicaba, a lo que contesté que por ahora me dedicaba a estudiar el idioma mandarín. Me preguntó qué opinaba sobre su lengua y le contesté con entusiasmo. Se alegró de ver mi interés por ese lado de su cultura y yo, inmediatamente, le pregunté a qué él se dedicaba.
-I teach about Islam, I am a professor.
OK, hastá aquí. Ahora sí que este señor me acaba de confundir, pero… ¡¿Y en este país la religión no es un tabú?! Y para colmo: ¿no se encuentra la China en un estado de paranoia contra los musulmanes, luego de la revuelta en Xinjiang?
– Well, take in consideration that I teach about Islam, but I am allowed to do so with some restrictions.
Yo estaba petrificada ante este señor y no podía sino balbucear. Luego de un momento le comenté:
– Wow, Islam is certainly a beautiful religion that has contributed in many aspects to science, and has had a strong impact in many cultures.
Me contestó de inmediato.
– Yes, like religions of China, but unfortunately our government has done a big damage to its identity.
Sus palabras sonaban como un llanto seco. El profesor decidió dirigir la conversación en inglés y hablaba a toda voz mientras mostraba una profunda expresión de amargura.
– I don’t teach about Chinese Religions because nowadays they are getting less and less interesting to the Chinese eyes.
Este hecho era ridículo, pero cierto.
– That’s a real pity, Professor. We need to be able to analyze our own religions in order to better understand the psychology of our country and its history!
Le hablaba mientras miraba a nuestro alrededor y veía las caras de zombi de la gente que ocupaba el metro. Nadie nos miraba con curiosidad. Tal vez simulaban no escucharnos para no perder la cara. “Arrogantes”, pensé.
Traté de ser conciliadora dejándole saber que la China no es el único lugar que decide adoctrinar en contra de la religiones con el propósito de imponer una ideología del estado como su nueva religión. A esto, contestó:
– Yes, you are right, but the case of China has its own particularities. It’s very, very bad.
Este señor sentado a mi lado, debía tener más de 70 años, mucho más de lo que lleva en poder el gobierno del Partido Comunista Chino. Si alguien ha presenciado persecución, hambre y asesinatos, ha sido él. Era increíble que, después de todo lo que este señor había visto, aún le quedaba suficiente curiosidad para preguntarme acerca de mi visión sobre la existencia de la religión. Habló de la importancia del Islam en España y me recordó cómo por mis venas también corre parte de la cultura musulmana. ¡Y pensar que mucha gente que conozco no sabe ni lo que sucede al otro lado del río Huangpu!
Charlamos por unos momentos más y supe que el profesor iba camino a una conferencia. Él notó que buscaba el nombre de la estación por la que íbamos y me preguntó cuál era mi estación de destino. Al decirle, se dio cuenta que me había pasado ya seis estaciones y se disculpó de forma vehemente por entretenerme. No sabía cómo explicarle que me interesaban sus palabras y que estaba harta de la superficialidad de la vida en Shanghai. Quería decirle que no me impresionaban las luces ni los rascacielos-falo del gobierno comunista. Su tristeza me sobrecogió tanto que no supe qué excusas dar para alargar mi tiempo dentro de la cabina del metro. Ahí estaba yo, toda impotente, sin saber qué decir ante el único ciudadano interesante que he conocido desde que llegué a China. Normalmente la gente aquí no quiere hablar y vive sumida en la cobardía del mei banfa. Ya perdí la cuenta de las veces que he intentado hablar con chinos sobre la situación del país. Los pocos que se abren, lo hacen a puerta cerrada por miedo a que las historias de corrupción que cuentan tengan repercusión en sus vidas. ¡Qué impotencia!
Tuve que decidir cambiar de tren para regresar a mi casa. Antes, le tendí mi mano al profesor. Nos dimos un fuerte apretón de manos y le expresé mi alegría de haberlo conocido. Nos deseamos suerte y lo último que vi fue la sonrisa en los ojos de aquella cara llena de tristeza. Me bajé del tren y, al cerrarse la puerta, desperté de mi estado catatónico. Me di cuenta de que no le había preguntado su nombre. No sé dónde enseña. No sé dónde vive. Me pregunto si algún día lo volveré a ver.