Dalí con Picasso, Picasso sin Dalí
¿Cuándo oí o vi por primera vez el nombre de Pablo Picasso (1881-1973)?
Se me hace más que difícil responder a esa pregunta; se me hace francamente imposible dar una respuesta fiel a la misma. Creo que tuvo que ser en mi tardía infancia o temprana adolescencia pues, aunque no me crié en un ámbito de alta cultura donde circularan libros ni, mucho menos, donde se frecuentaran galerías y museos, recuerdo que el nombre del gran pintor español se convirtió muy pronto en mi vida en el equivalente al arte moderno, arte que sólo conocía por unas pocas imágenes que veía en revistas de amplia circulación, como Life, revistas vistas casi siempre durante visitas a consultorios médicos. Lo poco que conocía de este arte me fascinaba, aunque no lo entendiera, pero lo intuía como arriesgado, provocador y central a ese mundo que estaba entonces más allá de mis expectativas, pero que sabía que existía, aunque no pudiera ser yo parte del mismo.
¿Cuándo oí o vi el nombre de Salvador Dalí (1904-1989) por primera vez?
Aunque no puedo marcar una fecha exacta de mi descubrimiento de la persona y la obra de este otro maestro español, sí creo poder apuntar, aunque sea imprecisamente, el momento cuando me enteré de su existencia porque recuerdo haber llegado a él a través de mi primera lectura de García Lorca, poeta y figura humana que me fascinaron desde algo tarde en mi adolescencia. A primera instancia Dalí, vistos por los ojos de Lorca y por las poquísimas imágenes de su obra que conocía entonces, me deslumbró. Pero, cuando años más tardes vi por primera vez su Persistencia de la memoria (1931), quizás su obra más emblemática, definitivamente la más difundida en los Estados Unidos, quedé desilusionado porque me la imaginaba mucho más grande de lo que es. Me la imaginaba tan grande como una pantalla de cine donde se proyectaba un sueño, una pesadilla, y no un cuadrito casi íntimo. Quizás mezclaba mi imagen del cuadro de Dalí con las que saqué de Vértigo, la película de Alfred Hitchcock para la cual éste pintó telones de fondos para representar los trastornos síquicos de la protagonista. Pero no fue la decepción por el tamaño de ese cuadro emblemático lo que me llevó a mi desencanto con Dalí sino su charlatanismo y su oportunismo que fui descubriendo mientras leía más y más sobre el arte que de niño me había fascinado e intrigado, arte que a la vez que me servía, aunque entonces fuera sólo a través de malas reproducciones, para querer ver más y más arte.
Precisamente me hacía estas preguntas sobre mi descubrimiento de estos dos artistas hace muy poco, cuando visité el Museo Dalí, en St. Petersburg, Florida, para ver una exposición titulada “Picasso/Dalí Dalí/Picasso”. El tema es legítimo y muy apropiado. Me sorprende, pero no creo que se hubiera hecho antes una exposición donde específicamente se compararan la obra de estos dos grandes pintores. Pero la comparación siempre está presente en la mente y los ojos de estudiosos especializados y del público en general que admira a estos dos pintores. Es lógico comparar a estos artistas que tanta repercusión han tenido en el mundo entero. Es que no se puede entender el arte del siglo XX –quizás el siglo en su totalidad– sin tomar en consideración la obra de estos dos maestros. Hay hasta quien ha postulado que Picasso es el pintor más importante de ese siglo. Por otro lado, creo que el único que hubiera postulado lo mismo sobre Dalí sería Dalí mismo. ¿Llegó a decirlo? No sería extraño que así fuera si tenemos en cuenta su híper desarrollado egocentrismo. Pero no cabe duda de que su obra es central para el arte del pasado siglo. Por ello hice la peregrinación a St. Petersburg para ver ese mano a mano de dos titanes del arte. Y la visita valió la pena porque logré descubrir mucho nuevo para mí, aunque también vino a confirmar y solidificar algunas ideas previamente establecidas, especialmente sobre Dalí.
Hay que aclarar de inmediato que la exposición fue organizada por el Museo Dalí en St. Petersburg y por el Museo Picasso de Barcelona. La colección del museo en la Florida de obras de este pintor es una de las más importantes en el mundo, definitivamente la más grande e importante fuera de España. La Fundación Gala-Salvador Dalí de Figueres y el Centro Reina Sofía de Madrid tienen amplias e importantísimas colecciones de la obra de este artista. La colección de Museo de Arte Moderno de Nueva York, con sólo unas cuantas decenas de piezas del artista, es de gran importancia, especialmente porque contiene algunas que son clave para entender la totalidad de la obra de Dalí, como la ya mencionada Persistencia de la memoria. El Museo Dalí en St. Petersburg atesora unas dos mil obras del artista, la inmensa mayoría de ellas fueron adquiridas por Reynolds y Eleanor Morse, un matrimonio de Ohio que se enamoró de la obra del pintor español y amasó una importante colección exclusivamente de su obra que la regaló a esta ciudad floridiana que le prometió crear y creó un museo sólo para albergar su donación. Ya en varias ocasiones había visitado este museo y me temía que el tono de exaltación que predomina en esta institución estropeara la experiencia de ver una exhibición que comparara a los dos maestros que no fueron verdaderos amigos, una exposición donde se comparara a Dalí con su némesis o con la figura paterna que nunca pudo simbólicamente matar. Entré a las salas de la exposición, pues, temeroso, muy temeroso, pero poco a poco me fui dejando llevar por las piezas que me hacían pensar en mi temprano descubrimiento de estos dos pintores.
La exhibición traza la relación entre los dos artistas con bastante fidelidad hasta 1936, comienzo de la Guerra Civil Española. Dalí, 23 años más joven que Picasso, adoptó al principio de su carrera una actitud de admiración e imitación del artista mayor quien era ya una figura establecida. En su primera etapa Dalí trata de seguir el ejemplo del Picasso y crea una obra que, aunque lo sigue de cerca, especialmente en sus periodos cubista y neoclásico, logra ofrecer una producción propia. Hay que recordar que el peso de esta obra se hacer sentir por todo el mundo; por ello, no sorprende que el joven Dalí imite y siga las pautas de Picasso.
Dalí se libera de la influencia de Picasso a través del descubrimiento del surrealismo, problemático movimiento que intentaba, en principio, conjugar las ideas de Freud y Marx, y que se convirtió en un fenómeno estético global. Dalí reinó o trató de reinar en las cortes surrealistas, aunque pronto tuvo conflictos con su sumo pontífice y teórico principal, André Breton, quien lo expulsó del movimiento y quien se convirtió en uno de sus mayores enemigos. Picasso coqueteó con el surrealismo y, más aún, los surrealistas coquetearon con Picasso. El movimiento definitivamente impactó su obra. Por ello podemos hablar de un Picasso surrealista, aunque en su obra no hallemos los rasgos más característicos o más caricaturescos del movimiento. Contrario a Dalí, a Picasso no lo podemos ver como el arquetípico pintor surrealista.
El surrealismo fue algo pasajero en Picasso y hay hasta quien cuestiona si se puede hablar verdaderamente de un Picasso surrealista. Por el contrario, es imposible entender a Dalí sin el surrealismo. Y aunque tras el descubrimiento de las ideas de Breton y sus compañeros, la obra de Dalí demuestra ciertas cambios estéticos y algunas variaciones estilísticas, en general ésta se convierte en una unidad casi monolíticamente homogénea, profunda y casi caricaturescamente surrealista. Picasso, al contrario, siguió cambiando de manera proteica y pronto descartó las ideas de Breton. Por ello no podemos hablar de una influencia de Dalí en Picasso, aunque hallan algunos paralelismos entre sus obras y aunque aceptemos el impacto del surrealismo en la del pintor mayor.

Salvador Dalí, Desintegración de la persistencia de la memoria (1952-54), Museo Dalí, St. Petersburg
El comienzo de la Guerra Civil Española (1936-1939) cercena tajantemente la tenue relación personal que existía entre los dos pintores. Mientras que uno, Picasso, se alía fiel y fuertemente con la Segunda República, el otro, Dalí, quien desde el comienzo de la década de 1930 había coqueteado con el fascismo, particularmente con Hitler, se identifica con Franco y sus aliados. Obviamente en la exposición de St. Petersburg no está el documento estético central de esta polémica, Guernica (1937). El Centro Reina Sofía, donde se atesora la obra maestra de Picasso, prestó tres dibujos preparatorios para la misma y se exhiben también dos grabados suyos que resumen algunas de las ideas e imágenes de la monumental obra. Estos se titulan Sueño y mentira de Franco y aquí sirven, junto a los tres dibujos preparatorios para el mural, como sustitutos de la obra maestra que no viaja.
Hay quienes han tratado de ver en algunas piezas de Dalí del momento una neutralidad y hasta un tenue e indirecto compromiso liberal respecto al conflicto político español. La mirada de estos comentaristas se centra, sobre todo, en una pieza, Premonición de la Guerra Civil (1936). La pieza, perteneciente a la colección del Museo de Arte de Filadelfia, no está en la exposición; sólo se incluye un dibujo preparatorio de la misma que se conserva en el Centro Reina Sofía. Pero su apoyo directo a Franco y el franquismo es un dato irrefutable que marcó a Dalí para siempre. Años más tarde en una entrevista, éste coquetonamente juega con las palabras y pretende igualarse a Picasso en todos los sentidos, hasta en lo político, pretendiendo hacer ver que Picasso no era comunista: «Picasso es un genio, yo también; Picasso es un español, yo también; Picasso es comunista, yo tampoco.» La incongruencia gramatical del “tampoco” puede leerse –y así lo leo– como un juego para negar que Picasso fuera comunista y que, por el contrario, él y Picasso tuvieran las mismas ideas políticas. Pero aún con el ingenioso juego de palabras, la historia establece muy claramente que había una marcada diferencia entre las posiciones políticas de los dos grandes pintores.

Salvador Dalí, “Retrato de Pablo Picasso en el siglo XXI” (1947), Fundación Gala-Salvador Dalí, Figueres
A pesar de sus diferencias, Dalí mantuvo un ritual con Picasso que demuestra su deseo de tener una relación amistoso con éste: todos los años para las mismas fechas le enviaba una postal. Picasso nunca le respondió, aunque guardó todas las postales que hoy están en los archivos del Museo Picasso de París. Algunas de éstas se incluyen en esta exhibición, como algunos otros documentos que sirven para evidenciar la relación de los dos artistas. El gesto de las postales es más que elocuente. Es un grito del adolescente que nunca creció y que siempre mantuvo y cultivó una actitud de odio y resentimiento para la figura paterna. Por ello, casi como acto de rebeldía infantil, en 1947 Dalí pinta una grotesca imagen que titula Retrato de Pablo Picasso en el siglo XXI.
Las postales anuales y este cuadro declaran a grito el profundo sentido de dependencia e inferioridad que Dalí, inconscientemente, sentía y cultivaba ante a su padre artístico a quien nunca pudo simbólicamente castrar ni matar. Recordemos que muy temprano en su carrera también pinto un cuadro donde se burla de su padre biológico. Dalí es una caricatura de un caso clínico que pide a gritos un examen sicoanalítico, sea freudiano, jungiano o lacaniano. Por suerte en su momento ningún siquiatra lo trató y él así podo cultivar productivamente su neurosis para crear su magnífica obra. Lo curioso –algunos lo llaman genial– es que con esa neurosis y esas pataletas hizo carrera, una gran carrera.
En la exposición de St. Petersburg, los años posteriores a la Guerra Civil en la obra de los dos artistas se reducen a presentar evidencia de la admiración que ambos sentían por el gran maestro español, Velázquez. Esta es una manera elegante de evadir el grave problema de la diferencia entre los dos artistas y los dos seres humanos, diferencias que se agrandan y se agravan después de 1939. Aunque Picasso no fue un santo y su conducta, especialmente con sus amantes, dista grandemente de ser intachable, y aunque Dalí, al contrario, parece haberle sido fiel y respetuoso con su única esposa, Gala, el charlatanismo de éste, su interés por el dinero – Breton, jugando con las letras de su nombre, lo llamaba “Avida Dollars”— y su reaccionarismo político hicieron de Dalí un personaje caricaturesco, mientras que Picasso, con todas sus fallas personales, fallas ampliamente documentadas en las memorias de sus compañeras y por sus biógrafos, mantuvo una posición digna.
A pesar del intento de encubrir la verdadera cara política de Dalí –algo que me imaginaba iba a ocurrir tras ver otras exhibiciones en este museo–, la exposición ofrece una comparación de la obra de estos dos grandes pintores que es importante y valiosa para entenderlos y entender su momento. Además, gracias a los contactos del Museo Picasso de Barcelona, en la exhibición se incluyen obras que no se ven muy frecuentemente por estar en museos que no son parte del circuito de préstamos para exhibiciones en los Estados Unidos. Una de estas piezas, que sólo conocía por reproducciones, resultó ser para mí un descubrimiento de importancia, quizás el mayor de toda la visita. Se trata de Academia neo-cubista (1926) de Dalí.
El joven Dalí – tenía entonces 22 años – pintó este cuadro de grandes dimensiones tras conocer a Picasso en París, ciudad a donde viajó principalmente con el propósito de entablar amistad con el maestro. Estilísticamente vemos en la obra cómo el pintor más joven vuelve a adaptar el cubismo picassiano, movimiento ya abandonado por el pintor mayor, y produce una pieza que refleja el llamado estilo deco, estilo que, a su vez, puede verse como una adaptación del cubismo, pero con gran interés por las artes decorativas. (De ahí le viene el nombre, deco.) La figura central del cuadro es un marinero y éste puede leerse como una alusión a Federico García Lorca quien incluía frecuentemente estas figuras en sus dibujos. Recordemos que éstos eran los años de la gran amistad de Dalí con el poeta granadino. Pero el homenaje más directo a Lorca se halla casi en el centro de la pieza donde Dalí pinta el perfil del poeta y media cara suya, unidos. Los labios de la media cara y del perfil forman un corazón. La imagen hace referencia a la íntima relación entre el pintor y el poeta, aunque la guía preparada por el museo para la exposición dice que esta imagen evidencia la comunión estética de Dalí y Lorca, otra muestra de la relectura de la historia hecha por el museo con la absurda intención de proteger a Dalí. A pesar de ello, Academia neo-cubista es un cuadro que habla por sí mismo y muy claramente revela, por sus imágenes, la complejidad de la relación de Dalí con Lorca y, por su estilo, la de Dalí con Picasso.
Sólo por poder ver esta pieza, la peregrinación a St. Petersburg valió la pena.