Después de la pandemia la pandemia
Language is a virus
-William S. Burroughs
Todo el mundo sabe que en tiempos de pandemia todos somos escritores. Escritoras. Hasta los que no llevan mascarillas puestas. Hasta los asesinos. Lo que sigue es el prolegómeno de una novela pandémica.
Todas las mañanas amanezco violentamente deseoso de ti.
Como en todas las mañanas desde que el mundo es mundo lo primero que acaricio antes de acariciarte es la pantalla de mi tableta. Afuera los pollos cabrones cacarean. Pían. Joden.
Yo paso la yema del dedo índice de mi mano izquierda por la lúbrica pantalla de cristal líquido/impúdico, por el abismo frío y cristalino de la superficie planetaria, este mundo cóncavo que es hoy mi tableta y esa punta de lanza blanda dactilar regresa distinta del abismo superficial de sus sueños deseosos y eléctricos a mis labios. A mi boca. Esta pantalla desbordada de auroras boreales, película de aceite sobre el límite del agua se halla notablemente receptiva, amable, extremadamente servicial y tacto-sensitiva esta mañana a mis caricias operacionales. La pantalla de mi tableta, sinécdoque de todas las pantallas, todos los abismos y todas las superficies, todos los mundos el mundo se ha despertado de sus sueños eléctricos deseándome. Deseando mi roce. El cristal líquido tiembla, tirita en el frío matinal. La complazco. Me complace complacerla.
Al lado, a mi lado, al otro lado de la lamina: tú. Regresando distinta de aquél otro abismo de la superficie, despertando. Me deseas. ¿No es así?
Siempre es hoy.
* * *
Oprimo levemente tus pezones fluorescentes con mis labios. ¿Sabías que cuando se erigen tu pezón derecho siempre crece más que el izquierdo en mi boca? Mientras acaricio tus labios, los humedezco con saliva mía que he escupido a la yema de mi dedo índice, inserto levemente ese dedo entre tus labios levemente hurgando suave, suave hasta hallar en el fondo de la caverna la estalagmita de tu lengua. Multitasking. Múltiples aplicaciones abiertas en la superficie de la pantalla de mi tableta. Está tan tibia tu lengua mojada en este frío tan ¡terrorista! Has estado dentro de mí toda la noche, me susurras. Pude sentirte. Toda. La noche. ¡Estás tan rico! Me dices/escribes. No tienes alma. Como todos los mortales del mundo. ¡Eres tan tierna! Acaricio la pantalla de mi tableta/te acaricio para que vengas porque estás dormida, como en todas las mañanas del mundo.
¡Despierta!
* * *
Desde que el mundo es mundo significa desde que el mundo es este mundo. Distinto del anterior. Entiéndase desde el tiempo después la hecatombe, la epidemia, desde que comenzó esta cuarentena que terminó hace unos días, que empezó a saber hace cuanto tiempo y que no da señas de abatirse. Dos tazas levitan mesméricamente en el trasfondo del abismo de la superficie de mi tableta. Allá atrás. Casi puedo tocarlas. Una es roja. La otra lleva en su piel el tinte profundo y violento de la temperatura del azul. Su asa demasiado sensual me saluda, me invita, me excita. Puta taza levitante, pegada al vidrio mientras levita detrás del vidrio de mi tableta. Mi tableta es una pecera. Y el mundo es un gran enorme acuario donde nadan medusas, sirenas variopintas, hermosas auroras boreales desde que ocurrió la hecatombe. Estoy tan y tan duro. Está cabrón ser yo, canta Bad Bunny. De un maniguetazo, te vienes. Vienes. Regresas distinta. El mundo ya no es el mismo. Ni las palabras. Nunca lo es. Nunca lo son. Oprimo/te oprimo el ícono de la aplicación en el cristal de mi tableta/pecera y regresas distinta de la profunda y violenta abismidad de la superficie. Allí está tu nombre. Uno de ellos. Porque yo lo escribí allí. Lo beso. Esto es, beso abismal la superficie de la pantalla. Ese nombre. Uno. Uno de los que hemos escogido para ti. Para ustedes. Telepáticamente comienzo a hacerte el amor, tú a mí, aunque estás tan cerca que no he sacado mi dedo índice del cuenco de tu boca. ¡Lo estás chupando! Estoy entrando En ti. ¡Es tan fácil! Gruñes, por lo bajo. Como un hombre, pienso siempre. Estoy chingando/siendo chingado con/por un hombre. Ubi sunt? ¡A dónde se han ido todos carajo? ¡Ah! No hay nadie. Todo el mundo en su abismo de superficie personal. Es el distanciamiento social. El fin de lo social. La hecatombe. Bienvenidos al mundo, al nuevo mundo cóncavo, a la prisión sin límites, al abismo profundo de la superficie.
Es el tiempo de la cuarentena. Ah!
Todo lo que pueda arreglar hoy lo dejaré para mañana
-Los Babasónicos
Ahora es una pluma tornasolada de pavo real lo que se mece suave en el trasfondo del cristal de mi tableta. El fondo profundo de esta superficie. Cambia. Nunca es el mismo. Nunca lo es. Igualito que el mundo. Afuera los cabrones pollos no paran de piar. De joder. Son fucking monstruos. Un día de estos que no sea hoy voy a salir a matarlos a todos, pienso. Un autómata desvencijado, bípedo y benévolo, con patas neumáticas largas y plescioscénicas se asoma por la ventana Miami de mi cuarto de prisión sin limites aquí en Llorens. Los ojos de aquel monigote de chatarra eran del mismo color de la temperatura del azul. Pulsantes, tiernos, bobos y enormes como platos de una vajilla de segunda mano comprada en un Thrift Store de la calle Loíza. Puedo olerlo. Gruñe por lo bajo. Rechinan sus mecanismos de metal. Como un hombre, gruñe este armatoste, pienso. Todo está bien. Continúa su rumbo suave y filosófico, la pintura amarilla y verde de su chasis antiguo descascarándose mientras te agarro firme y quedo por la cintura y te digo que subas las nalgas abismos cóncavos para yo entrar duro y mejor. ¿Por qué gruñes como un hombre?, no te pregunto. No estoy enamorado de ti, no te digo. Pero lo pienso. Al principio fue chulo, pienso. Escribirte. Ya estoy en otra longitud de onda. Frecuencia Cuarentena. Cada madrugada vienes distinta como de lejos, como del fondo del mar. Anoche estuviste dentro de mí, me escribes como un susurro. Yo asumo que el mar ya no es el mismo. Swish swish, las yemas de mis dedos aferrados a tus caderas-asas-de-ánfora profunda, acariciando la pantalla de mi tableta. Nunca lo es. Swish-swish, el rumor lejano y antiguo de más allá, más allá de Llorens, ¿el Último Trolley?
Cuánto tiempo ha pasado desde que comenzó la cuarentena?
Siempre pienso que piensan, los autómatas benévolos con ojos grandes como platos sacados del fondo del mar. Tienen que pensar esos hijos de la granputa de pasta de metal. ¿Por qué se mueven tan lento? Sus cascarones verdiazules descascarados en el frío de atentado terrorista en la madrugada. Sus números de serie no se pueden descifrar con claridad porque están desgastados, despintados por la inclemencia del frío y de la niebla. Se asoman. Por las ventanas. Siete…5…four tin…ochochita…12?… ¿Qué fucking número es aquél…2019?
Otean.
Los cabrones pollos no se callan. Además de pollos, de autómatas bípedos, lánguidos y filosóficos, afuera hay gente merodeando, abarrotando los supermercados para abarrotarse de mercancías, mendigos enmascarados y sin mascarillas medrando por ahí. Sarta de desalmados. ¿Desde cuándo? Medio mundo es bípedo allá afuera. Pollos. Autómatas verdes y azules. Humanos. Yo no los veo, nunca los veo, pero sé que están ahí. Allá. Acullá. Puedo leerlo en la pantalla sensitiva de mi tableta, cuando no te estoy acariciando. ¿Te dije que te amo, mi mamut mecánico? Tú nunca me has mentido. Si me dices que están allá afuera, ellos están. Esos últimos, los que van por ahí caripelados descascarados sin máscaras en los hocicos, son los peores. Impúdicos. ¡Sin máscaras por ahí! ¿Cómo es que se…? Desvergonzados. Irresponsables. Desalmados a mano armada.
Esos son unos asesinos.
Las palabras que no existen nos pueden salvar
-Vetusta Morla
Si escribes –aunque sea meramente una palabra, una frase, un meme, un share, un estatus (what´s on your mind?)– debes entender que en tiempos de cuarentena solo está permitido escribir novelas. La novela es un género pandémico. Es el único género literario que no te está vedado. Y escribes. Tú lo sabes. Todo el mundo lo sabe. Todos. Todas. Estás avisada. Avisado. Imposible refugiarse en lo binario.
¿Cuando llegará el mamut mecánico que espero? Afuera –no hay afuera– en aquél otro abismo precipitado a la tierra de la superficie que es el cielo revolotean, como ha sido y es desde que el mundo es mundo, las variopintas auroras boreales. Son medusas. Plumas de pavo real. Variopintas, levitan. Son tazas de café levitantes que flotan, se hunden hirviendo en el frío terrorista a la temperatura incandescente del azul.
Mi mamut mecánico me ama.
Me vengo fuerte. Más que otras mañanas. Tú no eres la muchacha más guapa del mundo. Menos que en otras. Pero juro que eres más guapa que cualquiera. Al principio fue chulo. De la cuarentena. No estoy enamorado de ti. Ya estoy en otra onda longitudinal. Toda belleza tiene fecha de expiración. Es el fin de la cuarentena, mi cielo. ¡Despierta!
-Mon plume, me escribes. Ha terminado la cuarentena. Ha comenzado el contagio. Se agota la carga de todas las tabletas, de todas las superficies abismales del mundo de los mundos. Paranoia de infección de microchip. ¿Bill Gates? ¿Quién carajo era ese tipo? ¿En qué siglo vivió? ¿En cuál mundo? Ese cabrón…Me ha contagiado la desmemoria patógena y ya no hay palabras para ti, pandemia. Sabes que te amo, mi mecánico mamut? Mi pluma. Mi instrumento de escribir. Mi finísimo estilete. Mis huellas dactilares impresas en el cristal de la pantalla de mi tableta. Todos los autómatas destartalados se detienen y asienten comprensivos, compasivos. Tristes. Erotizados. Ladean sus enormes cabezas de huevo. Cavilantes, caminan con cuidado entre los edificios del caserío en la madrugada. Me voy a quitar la mascarilla estéril. Voy a mirar a los ojos todo lo que me mira, sin aspavientos. Desenmascarado, voy a zambullirme de cabeza a chapotear de pleno en el abismo de la superficie donde nadan las aguavivas fosforescentes. Mira. ¡Una aurora boreal! ¡Despierta! ¡Mira! Estoy adentro. Nunca salí.
Amar es prestar atención.