El amor son tres
El amor empieza con uno. Pero puesto que uno es siempre otro, ese amor se hace dos. Es la díada. De este íntimo amor entre dos nace un tercero. Un tercero que ha de ser indefinido, pues es lo que siempre está por hacerse; es el porvenir del amor: la tríada. Ese tercero no es de uno ni de otro sino de aquello que nace de los dos. El amor es el fruto de los cuerpos que se aman. Es el vuelo del amor. De la altura de ese vuelo depende la verdad del amor.
Sin embargo, ese tercero que nace de los dos no es solamente el amor de los cuerpos. La pasión de los cuerpos enamorados es también la gestación de la poesía del amor. Entonces el amor, sin dejar de ser pasión, pasa a la acción. La prosperidad de la tríada engendra la poesía del amor. Y puesto que poesía (poíesis) significa tanto creación como acción, el nacimiento de un amor verdadero depende de lo que cada uno haga con la experiencia múltiple del amor entre dos hecho tres. Los cuerpos no cesan de transformarse, y el amor vive de sus mutaciones. Por eso el amor no es eterno ni permanente.
El amor es lo que perdura e insiste gracias al acto poético o a la experiencia de la creación aún en medio de la muerte. Y puesto que de la “muerte” nada se sabe salvo que pone en evidencia lo que significa ser-tiempo, es decir, «el fin temporero de un fenómeno temporal» (Narada Thera); y puesto que lo que llamamos “vida” es un descubrimiento infinito en medio de lo que se ignora, el amor a la vida es el deseo poético de vivir, que no es apego a la vida ni miedo o repudio de la muerte. Entonces el vuelo del amor se hace inmenso. Y puede llegar a ser tal su fuerza que ya no habría que hablar de la fuerza del amor sino del amor de la fuerza. Del paciente cultivo de esa fuerza, llegado el momento surge espontáneamente (sponta sua: que brota de su propia fuente o vigor) el amor incondicional a todos los seres vivos. Entonces el amor se transforma en regocijo. El regocijo no es una alegría pasajera o la superación de la tristeza. El regocijo es la beatitud del amor. He ahí la más noble aspiración.
Pero ello exige un rigor, una disciplina y una práctica meditativa que no han de estar subordinadas a nada que no sea su propia realización. Y puesto que vivir es algo tan frágil y poderoso como fugaz y exuberante, la poesía del amor es inseparable de la belleza creadora del pensamiento y de la fecundidad del silencio en el que todo pensamiento termina por disiparse. Emerge así una nueva trinidad nacida de aquella noble aspiración: la ecuanimidad, la compasión y la sabiduría. Y con ella un aprendizaje interminable, el aprendizaje del auto-desprendimiento que puede resumirse en esta frase de Bernardo Soares: vaciarse de todo el vacío del mundo. Habría así que aprender a volar, al decir del gran sabio de la India, como el pájaro cuyo único peso es el de las alas con las que se emprende el vuelo.