El país posible
Días atrás llegué hasta un sector remoto de San Lorenzo con mi papá y mamá a invitación del poeta Carlos Quiles y Lucy Rodríguez. Andábamos con Juan, Maribel y Andrea y allí nos encontraríamos con Neftalí, sus hijas, esposa y otras 21 familias más. No entendía bien el junte, pero a la entrada del lugar se anunciaba la bienvenida a ‘El país posible’.
Inspirados en la autogestión comunitaria de Casa Pueblo, escuché decir, un grupo de múltiples familias de la Isla y de la diáspora decidieron tomar control de su destino y construir una comunidad. Ninguno es dueño pero, a la vez, todos son propietarios de una enorme finca rescatada. Cada cual puso una parte equivalente y, quien no tenía, de inmediato buscó apoyo de la Cooperativa Las Piedras. La propiedad no tiene gravamen y será un fideicomiso en su momento.
Todos son parte de la comunidad, ninguno puede vender o transferir su pedazo. No es una comuna ni una comunidad homogénea. Cada familia tiene una motivación e ideología diferente y tendrán que autogobernarse para construir su país posible. Ya tienen un consejo de gobierno propio sin ir a elecciones. Por un lado, las áreas comunes garantizan un lote para cada familia cultivar si así lo decide. Cada familia tendrá su espacio para una vivienda segura en un espacio a designar para construcción. Otra parte será de conservación, con un bosque dividido por una hermosa quebrada. “Queremos economía, generar bienes y tendremos que armonizar las diferencias” se le escuchó decir a alguien en la celebración.
A Juanita la escuché orgullosa. “No puedo comprar una propiedad en Chicago donde vivo ahora, está imposible, y tampoco acá, pero hoy puedo decir que tengo un pedacito de mi tierra, de mi isla, para cuando pueda volver o visite en el futuro”. Para otro joven, participar de este experimento con sus riesgos tiene otra implicación. “Con la pérdida de mis padres, siendo hijo único buscaba una familia y aquí la encontré”. Así, testimonio tras testimonio, plasmaron todos un récord de pluralidad con compromiso para hacer lo necesario, y convivir. Al menos tratarán. No se van, al contrario, vienen o se quedan pues tienen una posibilidad que no tenían en su carácter individual.
“No podía sola, pero 22 juntos sí podemos”. La afirmación superó la profecía para hacer transformar una realidad que usualmente previene que nuestros habitantes puedan ser titulares de su propia tierra. No están exentos de contradicciones y enfrentarán descontentos. Pero ese día de apertura celebraron para ser felices. Y la felicidad era evidente por un compromiso que rebasa lo individual.
Ante el estado antidemocrático, la Junta y el coloniaje, un junte, y muchos juntes constituyen respuestas. Enfrentamos un periodo donde la sobrevivencia del país que conocemos y que quisiéramos está en una frontera peligrosa. No basta con resistir, hay que hacer. ¿Podremos construir comunidad? ¿Adquirir en colectivo tierras de alto valor ecológico, agrícola o social? ¿Podremos gerenciar esos espacios con otras reglas de justicia y responsabilidad?
El país posible, el de un pedazo de San Lorenzo, ya deja huella, es una realidad. Lo soñaron con ojos visionarios para luego empezar a construirlo a la escala de la posibilidad, con lo disponible. No tienen pretensiones mayores pero la iniciativa no deja de ser una gran respuesta. Construir comunidad es parte de la ruta para llegar a ese país que queremos.