El Puerto Rico del Ciclo Revolucionario Antillano: Segundo Ruiz Belvis y su generación (Parte 1)
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Heterodoxia y revolución
La investigación sobre papel de las heterodoxias en el Puerto Rico del siglo 19 plantea numerosas dificultades. La curiosidad de los investigadores se ha centrado en el campo de la Masonería y, tal vez sin proponérselo, ha invisibilizado la diversidad de las heterodoxias. En ese sentido el papel del Libre Pensamiento, el Rosacrucismo, la Teosofía y la Antroposofía con las cuáles convivió la Masonería, sigue siendo un territorio sub-investigado y parcialmente ignoto.La tendencia resulta comprensible por la notoriedad de la Masonería como contestación a un orden reaccionario y obtuso. El hecho de que aquella fuese una práctica censurada por el orden monárquico hispano-católico y forzada a practicarse en secreto para proteger a sus miembros es parte del problema. La secretividad limitó el acceso a los registros masónicos a los iniciados. Aquellos que desde afuera se interesaran en el tema, dependían de fuentes secundarias por lo regular vagas. Ese tipo de archivos oficiales, si bien informaba sobre la representación que se hacía el orden monárquico hispano-católico de estas organizaciones, poco servían para entender cómo el masón se representaba a sí mismo. Tampoco se puede pasar por alto que la Masonería poseía una diversidad notable que animaba las contradicciones en su seno.
La situación ha sido un reto metodológico e interpretativo enorme imposible de superar del todo. El historiador no masón que investiga el tema en el marco del siglo 19, se debate entre los imaginarios masónicos a los que tiene acceso, y los imaginarios antimasónicos que repuntan de la documentación administrativa oficial. Sobre la base de esa vacilación, el investigador se ve precisado a elaborar unos juicios y conclusiones tentativos. Ese precisamente es mi caso.
Cuando el tema que se plantea gira alrededor de una figura como el licenciado Segundo Ruiz Belvis las dificultades se multiplican. El intelectual de Hormigueros tuvo una vida corta, murió cuando apenas tenía 38, y dejó un conjunto documental pequeño. Ideológicamente circuló entre el activismo político social separatista independentista, la filantropía y el abolicionismo radical y fue uno de los arquitectos tempranos de la idea de la unión de las Antillas a la luz de la experiencia dominicana y haitiana. Su vida pública se limitó al periodo de 1857 al 1867 y fue masón activo poco menos de 2 años. Todo sugiere que intentó poner el pensamiento y la acción masónica al servicio de las causas políticas, sociales y culturales que defendió.
La tentación de ver a Ruiz Belvis como la regla o un caso típico es enorme. Lo cierto es que la vinculación que estableció entre la praxis masónica y la praxis político social fue excepcional y atípica. Lo mismo puede afirmarse de su hermano masón más cercano: Ramón Emeterio Betances Alacán. Una parte significativa de los masones del siglo 19 interpretaron la relación entre la masonería y la política de modo distinto y, en ocasiones, opuesta a la de ellos.
El tema de los puntos de contacto entre masonería y política en el Puerto Rico del siglo 19 ha girado alrededor de dos hipótesis generales. La primera es la que afirma que la masonería cumplió una función esencial en la evolución de las luchas políticas en la colonia. Desde esa perspectiva, el radicalismo masónico y el radicalismo político habrían sido el eje del progreso racional hacia ciertas metas compartidas por ambos programas. Los que defienden esta hipótesis tienden a evaluar el conjunto de la Masonería a la luz de los actos de Ruiz Belvis y Betances Alacán y pierden de perspectiva el panorama mayor.
La segunda hipótesis es la que presume que la masonería cumplió una función accesoria en la evolución de las luchas políticas en la colonia. Parte de la premisa de que, junto a los practicantes del radicalismo masónico y político, coexistía una masonería moderada que no aceptaba los métodos de Ruiz Belvis y Betances Alacán. La convergencia entre el radicalismo masónico y político respondía a consideraciones individuales que deberían ser revisadas en cada caso. Las discrepancias entre las dos tendencias no eran filosóficas o estratégicas sino prácticas y tácticas. La defensa de la racionalidad, el progreso y la fraternidad era una meta común. Los que defienden esta hipótesis reconocen la heterogeneidad de la Masonería del siglo 19 y confirman que aquel movimiento reflejaba bien las contradicciones del orden social en el cual se desenvolvió. Desde mi punto de vista, la “verdad probable” se encuentra en algún lugar en medio de esas dos hipótesis. Desde afuera de la masonería, un buen escenario histórico para comprender esa complejidad son las décadas de 1850 y 1860 y los actos de Ruiz Belvis.
Ruiz Belvis: panorama biográfico y complejidades políticas de su tiempo
Ruiz Belvis nació en 1829 en el barrio Hormigueros de San Germán. Provenía de una familia, los Belvis, que cargaba un pasado venezolano y había estado vinculada al Patronato y Mayordomía de Fábrica del Santuario de Monserrate en Hormigueros, uno de los focos de fe más poderosos de la isla a principios del siglo 19. La relación de Ruiz Belvis con esa institución hispano-católica que no encajaba del todo en el engranaje de la iglesia institucional por sus fuertes raíces populares fue determinante para algunos de sus proyectos civiles, sociales y culturales al final de su vida.
El ciudadano Ruiz Belvis se desarrolló al interior de los sectores privilegiados de la colonia. Era hijo de hacendados azucareros con propiedades en toda la región, su padre José Antonio Ruiz Gandía (1810-1868) había estado activo en la política municipal de Mayagüez y fungió como alcalde casual de la ciudad. Ruiz Belvis y sus hermanos tuvieron acceso al capital cultural que, por aquel entonces, aseguraban las carreras profesionales dado su origen de clase. Como se sabe, estudió la preparatoria en Caracas y completó Derecho Canónico y Civil, como lo requería la educación jurídica de la época, en la Universidad Central de Madrid, espacio en el cual desarrolló una red de relaciones con otros inmigrantes de la colonia que marcaron su vida por siempre.
A su regreso a Puerto Rico en 1857, según la tradición familiar, se insertó en la vida política de Mayagüez. Desde esa fecha y hasta 1867 fungió como Síndico Procurador (1857-1858), administró una oficina legal privada ubicada en La Marina Meridional en la calle de la Aduana y, luego, en la Candelaria (1862 y 1863), y actuó como Juez de Paz (1866) de la ciudad. Su labor como Síndico puntilloso molestó a algunos. El Síndico era, en el derecho clásico, el “abogado y defensor de una ciudad”, el depositario y responsable de los bienes públicos que también representaba los intereses de los esclavos registrados en caso de que sus derechos fuesen violados. Un síndico cuidadoso podía ser un dolor de cabeza para quienes pretendían usar el servicio público en el Ayuntamiento para su beneficio personal, como solía suceder. Por eso cuando se postuló para la posición en 1862 y 1863, no obtuvo los votos suficientes para ocuparla otra vez. Los colaboradores más cercanos de Ruiz Belvis en aquel periodo parecen haber sido José García de la Torre, ex-síndico de la ciudad y a quien consideraba un modelo o un maestro dado que manifestaba preocupaciones jurídicas similares a las suyas; y los médicos Betances Alacán y José Francisco Basora, con quienes compartía las ansiedades abolicionistas y separatistas.
El Puerto Rico al cual retornó Ruiz Belvis en 1857 atravesaba por una situación complicada. Junto a los viejos problemas que emanaban de la relación colonial con una monarquía autoritaria y católica, asomaban otros enormes retos. El monopolio hispano del mercado, la centralización del poder, la fragilidad de los ayuntamientos y la intención hispana de perpetuar el esclavismo y el trabajo servil que tendía a desaparecer del panorama internacional, eran algunos de ellos. El fin de la esclavitud en Estados Unidos al cabo de una guerra civil en 1864, representó un punto de giro para muchos antillanos. Lo cierto era que, terminados los tiempos de gloria de la economía de hacienda azucarera, la industria atravesaba por una situación deprimente. Las condiciones del mercado internacional le exigían entrar en un proceso de modernización del mercado de capital y laboral, y en una revolución tecnológica que la hiciese competitiva otra vez. El régimen hispano le ponía frenos a aquel proceso por miedo a perder su poder sobre el territorio.
A los imperativos materiales se sumaban los humanitarios y sociales. El espíritu filantrópico y fraterno del cual Ruiz Belvis participaba, se traducía en el reclamo de abolición de la esclavitud y de la libreta de jornaleros y la institucionalización de un mercado laboral libre más justo. Las relaciones coloniales estaban en crisis y los sectores inteligentes del país responsabilizaban al esclavismo, al trabajo servil y a la Monarquía Española que los justificaban, de una parte, significativa de la crisis. Ruiz Belvis era parte de aquella ofensiva crítica de activistas que, apoyados en el liberalismo clásico, el republicanismo y las ideas democráticas, favorecían la descentralización del poder ya fuese en el marco del federalismo o del municipalismo, y señalaban con insistencia los males de su tiempo. El sólo hecho de articular un discurso de esa naturaleza lo convirtió en una persona “sospechosa” e “inconveniente”. El panorama era más complejo. Las ideas antisistémicas que comenzaban a penetrar a la Europa avanzada a mediados del siglo 19, cuando Ruiz Belvis se formó en Madrid, también son evidentes.
A todo ello el abogado de Hormigueros añadió el componente del separatismo, el independentismo y el antillanismo emergente. Buena parte de su grandeza tiene que ver con esa concepción de que siempre se puede ser un poco más radical y contestatario si así las circunstancias lo requieren. El discurso de los activistas como Ruiz Belvis, sin ser un masón activo, estaba impregnado de ideas filantrópicas, fraternas y antisistémicas que encontraban un eco en el ideal masónico. Por ello a nadie debe extrañar que, durante el año 1866, fuese ordenado masón, como se verá más adelante. En su caso, aquel conjunto de principios se combinó con una fuerte dosis de secularismo y el anticlericalismo como protesta ante la alianza que existía entre la Monarquía Española y la Iglesia Católica para justificar el expolio del país.
Aquel conjunto de ideas filantrópicas, fraternas y antisistémicas, traducían la protesta universal contra los efectos deshumanizadores que derivaron del desarrollo del capitalismo moderno en Europa, y de la inserción del Puerto Rico en los circuitos de este en una condición asimétrica por colonial, durante la primera mitad del siglo 19. No todos aquellos grupos ideológicos desembocaron en el anticapitalismo, como fue el caso de una diversidad de tendencias antisistémicas. Pero la voluntad de re-humanizar el mercado y la sociedad a fin de crear un orden más educado, justo y e igualitario era moneda común.
Es importante llamar la atención, sin embargo, sobre un hecho incontestable. No todos los activistas siguieron el modelo de Ruiz Belvis y no todos los masones articularon una praxis activista como la de aquel. Cualquier generalización en esa dirección siempre será cuestionable. Las formas que tomó el activismo político social y masónico, en especial los debates al interior de los grupos que se pueden documentar en Europa y Puerto Rico no dejan dudas al respecto. El activismo político social y la Masonería mostraron una originalidad extraordinaria a la hora de enfrentar los conflictos de su tiempo. Pero el hecho de que ambas vías representaban una protesta contra un orden considerado inicuo y retrógrado por su identificación con los valores del Antiguo Régimen también es irrefutable. La Racionalidad, la Libertad y el Progreso al que aspiraban era el mismo. La pregunta que hay que responder es cómo el activismo político social y el masónico se compenetraron en la figura del abogado de Hormigueros.
La Masonería en el movimiento separatista en la década de 1860: el caso de Mayagüez
Las décadas de 1850 y 1860 fueron cruciales para el Puerto Rico en aquel siglo: la exitosa economía de hacienda azucarera entró en una crisis visible. La situación justificó el recrudecimiento del coloniaje español. El obtuso Romanticismo Isabelino nutrió la “euforia de ultramar” y, con ello, la ansiedad de Isabel II por reconstruir el imperio perdido desde 1830. La agresividad hispana polarizó las relaciones coloniales y terminó por estimular un activismo político y social que, a veces, condujo al separatismo. La consolidación de un liderato separatista fuerte está significada en Ruiz Belvis, pero también en Ramón E. Betances Alacán, José Francisco Basora y el joven Eugenio M. de Hostos Bonilla. El oeste de la isla y la ciudad de Mayagüez fueron un escenario primado en ese sentido.
Lo cierto es que Ruiz Belvis fue un activista social y político que decidió ordenarse masón. Su imagen en la ciudad se construyó sobre la base de su labor cívica y profesional como Síndico Procurador, Juez de Paz y abogado en la práctica privada de la profesión. Entre enero de 1866 en el Ayuntamiento de Mayagüez, y febrero de 1867 en el Negociado de Instrucción en Madrid, presentó el esbozo para la fundación de un colegio de segunda enseñanza “por asociación de padres de familia”. Se sabe que contaba con el respaldo de Betances Alacán y otras figuras de las elites intelectuales entre los cuales se movía desde sus años en la Universidad Central de Madrid.
El propósito del colegio era hacer asequible la educación preparatoria para los jóvenes que no podían financiarla en el extranjero por falta de recursos pecuniarios. Su compromiso era serio: el 28 de agosto de 1866 firmó un instrumento hipotecario por la suma de 4,000 escudos poniendo por garantía la Hacienda Josefa. El consignatario o prestamista era, en ausencia de un banco comercial o industrial, la Iglesia de la Monserrate de Hormigueros. La relación de los Belvis con aquella institución había rendido frutos. Ruiz Belvis, el actor cívico preocupado por el progreso de la comunidad en la cual vivía, estaba completo. Pero su compromiso no se limitaba a la ciudad.
Desde 1857 estaba maduro su compromiso con la abolición inmediata de la esclavitud negra. Para ello dependió de la Sociedad Abolicionista Secreta, una organización que se dedicaba a la promoción de la abolición en dos frentes. Uno legal que manumitía niños en las iglesias de la región pagando un derecho fijo durante el ritual del bautismo. Otro ilegal que apoyaba a esclavos prófugos o cimarrones para que salieran del país hacia lugares donde la esclavitud hubiese sido abolida tales como las Antillas Menores o algunas localidades en Estados Unidos. Él mismo, por su mano o por poder a través de su hermano Antonio Ruiz Quiñones, consiguió entre enero de 1866 y mayo de 1867 liberar a 8 infantes de la Hacienda Josefa propiedad de su padre en Hormigueros, según se registra en los libros de bautismos de la Iglesia de la Monserrate de Hormigueros.
Su compromiso con la abolición inmediata se ratificó el 10 de abril de 1867 cuando, con Francisco Mariano Quiñones y José Julián Acosta Calbo, presentó el Informe sobre la abolición inmediata de la esclavitud en la isla de Puerto Rico, en las sesiones de la Junta de Información convocada por el Ministerio de Ultramar. Aquel documento excepcional en la argumentación histórica, jurídica, económica, social, política y moral ha sido considerado como el texto fundacional del discurso de la modernidad en Puerto Rico y una fuente idónea para no solo la ideología abolicionista, sino también la liberal y la separatista en toda su complejidad. Los tres firmantes eran masones.
Con todo, la abolición inmediata de la esclavitud no fue su único reclamo subversivo. Entre 1863 y 1865, al lado de Betances Alacán, colaboró en proyecto de solidaridad con el movimiento armado que en República Dominica luchaba por la restauración de la independencia conculcada por España en el marco de la “Euforia de Ultramar”. De acuerdo con fuentes españolas de “alta política”, es decir espionaje, el plan consistía en producir un levantamiento en Mayagüez durante el mes de diciembre de 1864. El acto llamaría la atención de España, animaría la resistencia dominicana e incitaría la lucha por la liberación de Puerto Rico. En aquella conjura los investigadores vemos dos cosas. Primero, una de las bases del proyecto de unión de las Antillas que más tarde se convirtió en el norte del liderato antillano hasta fines del siglo 19. Segundo, un primer ensayo para lo que en septiembre de 1868 sería la Insurrección de Lares.