En peregrinación hacia Carlos Monsiváis

Carlos Monsiváis
Recientemente hice una de mis peregrinaciones. No fui a Santiago de Compostela, ni tampoco a Jerusalén, ni a Roma; por ello no soy conchero, ni palmero, ni romero. Si me permiten un neologismo: soy gatero. Me explico. Así es ya que estuve en Ciudad de México por poco más de una semana en busca de materiales para mis estudios sobre la fecunda y magnífica poesía de ese país y durante esos días, entre visitas a museos, a bibliotecas, a librerías y a amigos que me pudieran orientar sobre el tema, fui en peregrinación a los —para mi, santos— lugares donde se conservan reliquias de Carlos Monsiváis, mi otro san Carlos, no el Borromeo, el patrón de mi pueblo, sino el escritor mexicano a quien admiro y respeto profundamente y quien tenía una pasión casi religiosa por los gatos. Por ello y aunque no soy fanático de los felinos —al contrario, soy violentamente alérgico a ellos—, esta nueva peregrinación no me hace conchero, ni romero, ni palmero, sino gatero.
Les cuento. Primero visité El Estanquillo, museo que atesora como fondos principales las colecciones que Monsiváis amasó por años con sus recursos financieros limitados. Esta es una colección ecléctica y muy personal, ya que refleja los gustos y las obsesiones de un coleccionista astuto que adquirió tesoros que para otros tenían poco o ningún valor. Allí vi una exposición sobre el 68 mexicano, el trágico 1968 que culminó el 2 de octubre de ese año con la Masacre de Tlatelolco. Allí también vi una magnífica exposición sobre el humor en el cine de ese país: Cantinflas, Resortes, Vitola y todo un mundo de humor y sátira. ¡Excelentes ambas exposiciones!
Pero las reliquias que allí busqué, como peregrino fiel, fueron las cenizas de Monsiváis que se guardan, por supuesto, en una urna en forma de gato que diseñó su gran amigo Francisco Toledo. Reverentemente las aprecié. No hice una genuflexión, ni balbuceé oración alguna; solo saludé la urna como se saluda a un viejo amigo a quien se respeta profundamente. Sé que mi acto no deja de tener tonos que se pueden ver como religiosos y, por ende y en mí, contradictorios: un ateo que saluda cuasi litúrgicamente las cenizas de otro ateo. Pero ya me he declarado dueño y señor de mis contradicciones. Así que sigamos y no nos detengamos ahora en ellas.
También peregriné a la Biblioteca de México. Este es un edificio del siglo XIX localizado en La Ciudadela, lugar relacionado con importantes hechos de la Revolución Mexicana y que fue originalmente una compañía tabacalera. El edificio ha sido intervenido magistralmente por el arquitecto Abraham Zabludovsky para formar un conjunto de bibliotecas que incluye, como unidades separadas, las de varios importantes intelectuales mexicanos, entre estas la de Monsiváis. Por ello, en actitud de devoto peregrino, me encaminé a ese bastión, ya no industrial ni militar sino cultural, bibliófilo para ser exacto.
Esta vez las reliquias no eran las cenizas de mi santo ateo, sino sus libros que ahora forman un ámbito con aires eclesiástico, casi una capilla. Pensé en otra casa biblioteca, la de Alfonso Reyes, hoy museo y apropiadamente llamada desde sus orígenes, cuando era solo la casa del gran ensayista, la Capilla Alfonsina. Pero la nueva biblioteca que alberga la colección de Monsiváis está decorada con motivos humorísticos que recuerdan rasgos de quien amasó tan importante colección. (El humor también fue uno de sus rasgos definidores.) Todo está perfectamente ordenado —no caóticamente dispuesto, como atestiguan las fotos que estaba la biblioteca original— y todo, gracias otra vez a la mano y el talento de Francisco Toledo, está marcado por un sentido del humor que se concentra en imágenes de gatos, animales venerados por Monsiváis quien siempre se rodeó de al menos una docena de ellos. El elegante piso de mármol está diseñado con figuras felinas posmodernistas con aires de art decó. Hay también tapices que retratan a Monsiváis y su vieja casa biblioteca. Pero los libros se imponen y dominan con su dignidad y su orden, formando una especie de paisaje urbano con estanterías de distintas alturas que semejan edificios: humor, ciudad y gatos, motivos decorativos que hacen eco de la vida de Monsiváis.
Con un poco de gracia caribeña me gané a la bibliotecaria que nos guiaba y obtuve permiso para manejar directamente las reliquias que allí se conservan: los libros que una vez fueron de Monsiváis, muchos de ellos con dedicatorias de sus autores, como la copia de la edición publicada por la Editorial Cátedra de La guaracha del Macho Camacho, libro, entre otros, que pude tener en mis manos, como otros de Miguel Barnet, de Octavio Paz, de Sergio Pitol y hasta una foto autografiada de los ojos de María Félix, una toma del gran camarógrafo Gabriel Figueroa. Toqué algunas de estas reliquias; otras solo las vi, pero, por ello, soy un peregrino afortunado.
Pero, afirmo, aclaro y recalco que mi veneración es práctica, más que religiosa, y por ello mi verdadero objetivo no es visitar altares ni venerar objetos; quiero investigar la obra de Carlos Monsiváis y llenar mis alforjas de ávido viajero con libros suyos que todavía no pueblan mi propia biblioteca o que acaban de aparecer, libros que todavía no moran en las estantería de mi bibliotequita, que nunca será como la de Monsiváis, pero que tiene como modelo esta y la de mi otra santa venerada, Nilita Vientós Gastón.
Por ello el primer libro que compré en mi viaje a México fue uno nuevo de Monsiváis: El consultorio de la Doctora Ilustración (Ph .D.) (México, Malpaso, 2018). Ahora este nuevo libro reposará incómodamente en una de varias tablillas repletas de otras obras suyas, donde casi no cabe ninguna más, incluyendo este nuevo libro, y donde seguiré intentando acomodar otros en un acto de desafío de las leyes básicas de la física que nos advierte que un espacio sólo lo puede ocupar un objeto a la vez.
El consultorio de la Doctora Ilustración (Ph. D.) es una selección de las columnas que por más de una década Monsiváis escribió para La Cultura en México, el suplemento cultural de Siempre!. El libro contiene una selección de las cartas dirigidas a la Doctora Ilustración, personaje inventado por Monsiváis, y las respuestas de esta a las mismas. Tanto las cartas, “escritas, de manera legítima y auténtica, por algunas de las múltiples personalidades del escritor”, dice irónicamente Rafael Barajas, el Fisgón, (“Prólogo”, p. 9) son como las respuestas de la Dra. Ilustración creación de Monsiváis y versan casi exclusivamente sobre temas culturales, especialmente literarios. Son parodias de quejas de escritores y de artistas plásticos frustrados que piden ayuda para triunfar o meramente protestan del ambiente cultural de su país. A veces las cartas pecan de repetición; son como chistes viejos que se vuelven a hacer. Pero hay que recordar que esta selección de las columnas publicadas en el suplemento literario—¿aparecían semanalmente?— no se escribieron originalmente con la intención de formar un libro. O, al menos, no creo que así fuera dado su carácter un tanto accidental. Hay que recalcar también que el humor domina en todas estas columnas y por ello tienen que ser y son, como todo buen chiste, breves.
Es probable que en los próximos años veamos más nuevos libros de Monsiváis, como este, ya que falta por recoger muchos textos publicados en periódicos y revistas y otros inéditos que se guardan en sus archivos. El hecho atestigua el buen trabajo que hacen los herederos del escritor por conservar su obra y para dar a conocer lo que permanece desparramado por diversas publicaciones o aún está inédito. Entre esos materiales esperamos al menos una selección de otra columna suya, “Por mi madre, bohemio”, columna donde recogían errores gramaticales y barrabasadas ideológicas de los políticos mexicano de la época. La columna, que llevaba por título un verso de un popular poema que usualmente se declama en la despedida del año y que enfatiza de manera indirecta que el contenido de la misma es cierto, aunque parezca increíble —el autor parece jurarlo por su madre—, fue muy popular en el momento y comprueba la legendaria capacidad de lectura de Monsiváis quien, temprano en la mañana leía y escudriñaba los periódicos mexicanos del día para encontrar esas joyas de la estulticia política y gramatical o, al menos, estilística de sus compatriotas en el poder.
Las columnas que componen El consultorio de la Doctora Ilustración (Ph. D.) también fueron leídas con avidez en su momento de aparición. Como señalaba, las comiquísimas parodias que componen el libro versan sobre temas culturales, particularmente literarios. Cada una de las cartas dirigidas a la Doctora Ilustración, una especie de Ann Landers o Elena Francis mexicana pero para lectores cultos, esconde un personaje que se inventa Monsiváis. Los que escriben las cartas en muchos casos son artistas frustrados que reclaman reconocimiento público. Por ejemplo, un “pintor surrealista de la nueva ola” que viste “de morado con parches azules cielo para ir a las exposiciones” y se presenta “en la televisión con armadura” y declara que es “la última tortuga celeste” se queja: “No soy el Dalí nacional” (p. 25). Probablemente detrás de cada uno de estos personajes inventados por Monsiváis se esconda una persona real y concreta, aunque muchos tienden a ser meras caricaturas genéricas.
Uno de los rasgos que sobresalen en este libro, más allá de la crítica enfática y quizás, por ello, repetitiva, al mundo cultural mexicano del momento es la capacidad narrativa del autor, pues cada carta es el esbozo de un posible y estrafalario personaje de ficción. Recordemos que Monsiváis solo publicó un texto narrativo, una colección de cuentos y alegorías, Nuevo catecismo para indios remisos (1982), pero que fue un fiel lector y crítico de la narrativa mexicana y la latinoamericana y que su obra más importante, sus crónicas urbanas que retratan la Ciudad de México, son en parte textos narrativos. Las cartas que conforman El consultorio de la Doctora Ilustración (Ph. D.) pueden leerse, pues, como esbozos de cuentos que el autor no llegó a desarrollar.
Pero creo que la lectura más directa de este nuevo libro de Monsiváis y como la inmensa mayoría de lectores se acercarán al mismo es la dura crítica que el autor hace del mundo cultural y artístico mexicano. Además de la burla a los artistas que se quejan por no ser conocidos y reconocidos, Monsiváis ataca a los puristas que ven amenazas a la lengua donde quiera; uno, por ello, denuncia “la nefanda influencia voraz que devasta la santidad y castidad de nuestro idioma” (p. 23). También se critica la fuerte dependencia del mecenazgo gubernamental de las artes: “Con becas yo me reproduzco, me extiendo, soy infinito y múltiple.” (37) Se burla de los artistas cuyo compromiso político los lleva al absurdo: “…soy el único Puro, Íntegro, Combativo y Radical” (59). Hay cartas donde se burla del empleo inefectivo y caricaturesco de una estética neobarroca: “…mi prosa barroca, barroquera, barracuda, barroterán y barro eres y en esplendor te convertirás, prosa prosabrosa que en vano quiso imitar Lezama Lima y plagiar Borges” (p. 111). En fin, con estas cartas a la Doctora Ilustración se nos presenta un irónico pero acertado panorama de los problemas culturales del México del la segunda mitad del siglo XX.
Al final del libro aparecen otras cartas dirigidas a “Superclóset”. Son del mismo tono burlón y paródico que las dirigidas a la Doctora Ilustración, pero tienen como temática central la situación de los gais y lesbianas mexicanos del momento. Son interesantes y relevantes estas parodias porque demuestran, una vez más, cómo Monsiváis se acercó a esta importante temática. Recordemos que tanto en vida como especialmente después de su muerte ha habido críticos y estudiosos de su obra que lo condenan por supuestamente no haber hecho declaraciones precisas sobre sus preferencias sexuales. El tema ha sido rumorado y discutido por muchos y tiene su concreción más exacta en el libro de Braulio Peralta, El clóset de cristal (2016), texto que comenté en estas mismas páginas (28 de mayo de 2017). Estas cartas a “Superclóset” vienen, pues, a sumarse a la evidencia que hay que considerar y revisar para entender mejor la posición de Monsiváis con referencia a su propia homosexualidad y para ser justo con él en cuanto a defensor de la liberación gay. Por todas estas razones, entre otras más, El consultorio de la Doctora Ilustración (Ph. D.) es un libro que vale la pena leerse, no solo por los admiradores de su autor, sino por quien quiera entender la situación cultural de México a finales del siglo XX.
Ya varios intelectuales se han acercado a estos materiales con esos objetivos en mente. Por desgracia y a pesar de la relativa buena distribución de los libros mexicanos fuera de su país, se hace bastante difícil, cuando no imposible, acceder a esos materiales que circulan muy limitadamente aún en México mismo. Por ello parte de mi peregrinación a este país —un ex amigo decía que mi neurosis aumentaba según aumentaba el tiempo sin visitarlo— tiene también como objetivo adquirir otras reliquias: los libros que versan sobre su vida y obra. (Recomiendo a los interesados que visiten la pequeña librería de El Estanquillo donde se encuentran algunos de estos textos de difícil adquisición por la limitada circulación de los publicados en pequeñas editoriales mexicanas.) En este viaje pude adquirir dos de importancia: El género Monsiváis (México, Cátedra Carlos Monsiváis, 2017) de Juan Villoro y Nada mexicano me es ajeno: papeles sobre Carlos Monsiváis (México, Bonilla Arteaga Editores, 2017) de Adolfo Castañón. Ambos libros, especialmente el de Villoro, son de interés e importancia aunque todavía, dada la cercanía de su muerte y dado el gran impacto que tuvo Monsiváis en México, impacto que todavía se siente, mucho de lo que se publica sobre él y su obra tiene un tono excesivamente hagiográfico, a pesar de las críticas que se le hace sobre todo a su persona. Por ejemplo, Villoro apunta como aparente contradicciones ideológicas su colaboración en proyectos editoriales de entidades financieras, específicamente bancos, instituciones que a la vez criticaba. Pero concluye que Monsiváis “[n]o fue santo de la radicalidad, ni tiene que serlo, por más que la posteridad, siempre excesiva, intente verlo de ese modo.” (p. 71) Por su parte, Castañón presta más interés a la obra misma y no tanto a la vida de Monsiváis. Pero su libro, centón de textos fragmentarios ya publicados, no ofrece una visión abarcadora de su obra. A pesar de ello, Nada mexicano me es ajeno… sí ofrece atisbos de interés, a pesar de un cierto conservadurismo político, y, además, recoge documentos de importancia, como son las cartas de Monsiváis a José Luis Martínez, el crítico literario mayor que él que pudo ser modelo a seguir y a superar por Monsiváis. Mucho más hay que estudiar sobre la obra de nuestro autor y, estoy seguro, que con el tiempo iremos viendo mejor sus logros y más precisamente sus fallas.
Por el momento, regreso de mi reciente viaje a México como peregrino satisfecho que ha visitado los lugares sagrados y que trae de allá las alforjas llenas de reliquias. Me excuso por mi metáfora religiosa, pero no tengo en el momento otra que concuerde mejor con mi ateísmo. Pero sí reafirmo mi deleite en haber visitado el museo y la biblioteca de Carlos Monsiváis y de haber traído conmigo de esa peregrinación textos de y sobre esta importantísima figura mexicana que me ayudarán a entender mejor su obra y su país, ese “México lindo y querido” al que tanto debemos nosotros, intelectuales de esta delirante y distante Antilla.
Por todo ello me declaro fiel gatero, a pesar de mis propias críticas a la obra de Monsiváis y, sobre todo, a pesar de mi violenta alergia a sus venerados felinos.