Entre quirófanos, cuartos y flores
“Yo tenía un ramo de flores, que yo me regalaba, frente a mi cuarto” – Paula Fuerte (seudónimo)
El impacto del cáncer del seno en la mujer puertoriqueña (2011) editado por Ana M. Fabián Maldonado, investigadora adscrita al Instituto de Estudios del Caribe de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, recoge ocho testimonios de mujeres que han sido diagnosticadas y han recibido tratamiento para esta enfermedad. El libro además, contiene reproducciones de xilografías de la artista Ada Rosa Rivera. Cuando nos adentramos en la lectura de estos relatos notamos de inmediato que el título obnubila la riqueza de los contenidos de estos testimonios. Los testimonios no apuntan hacia un fenómeno en singular (el impacto del cáncer) sobre un sujeto particular (la mujer puertoriqueña). En su lugar, nos muestran de forma exponencial la pluralidad de impactos, la multiplicidad de diagnósticos, las formas en las que éstos se tramitan en el entramado médico, familiar, laboral y existencial desde, igualmente, una pluralidad de cuerpos que viven y apalabran estas experiencias de formas diversas. El libro no solo hace pública esta pluralidad de voces sino que también a través de ellas se evidencia que la experiencia individual siempre es de naturaleza social. Pero más aún, estos relatos marcan sin fijarlo el lugar del cuerpo en la vida cotidiana de todos. Los testimonios remiten a cómo la vulnerabilidad del cuerpo permite afrontar el límite espacio/temporal de toda vida a la par que facilita un ejercicio de reflexión sobre la reapropiación del tiempo y del espacio para mejor ser/estar en el mundo.
El lingüista George Lakoff y filósofo Mark Johnson publicaron en el 1980 un libro que es un referente obligado cuando se vincula lenguaje y vida cotidiana, Metaphors we live by. La propuesta central de estos autores es que a través de las construcciones metafóricas organizamos la vida cotidiana y por consiguiente, nuestra inserción en el mundo. Pero hay un asunto que se asoma en este primer libro y se desarrolla preciosamente en un segundo libro, Philosophy in the flesh: the embodied mind and its challenge to Western thought. En este libro de 1999, elaboran su argumento de que no existe una razón autónoma separada e independiente de las capacidades corporales tales como percepción y movimiento. En otras palabras y para ponerlo de una forma inquietantemente sencilla, a riesgo de sobresimplificar esta propuesta, que pensamos porque existimos como entidad corpórea. Todos los sentidos corporales y particularmente el háptico (relativo al tacto) tienen especial centralidad en las formas en las que significamos el mundo en nuestra inmersión en él a través de nuestros movimientos y desplazamientos en las rutinas de la vida cotidiana. No es sorprendente pues, encontrar en los testimonios de las mujeres con cáncer de mamas, esta alusión constante al cuerpo en dos dimensiones fundamentales. Por un lado, el cuerpo propio es resignificado tanto desde la óptica médica con sus propuestas científico-médicas (cirugías, quimioterapias, radiación y otras terapias coadyuvantes) como desde las creencias e incluso experiencias más populares (muerte, deterioro, degradación, incapacitación, etc.).
Por el otro lado, ese mismo cuerpo va poco a poco apropiándose del proceso en el que está inmerso, ensayando con más o menos conciencia, intuitivamente si se quiere, el camino propio de la búsqueda de ese ser/estar mejor en el mundo. Por ejemplo, Luz Merced (pseudónimo) nos habla sobre cómo retomar el control de sus movimientos y orientación direccional le ayudó a recuperar su independencia: “Porque empecé a tener memoria, a recordar. Ya yo estaba viendo el proceso conscientemente… Y yo misma fui reclamando los espacios…”. Paula Fuerte (pseudónimo) refiriéndose a los médicos, apalabra su experiencia de la siguiente forma: “Ellos tienen una información que yo no tengo, pero ellos no van a determinar qué es lo que se va a hacer. Ellos quizás son los que determinan lo que se va a hacer en el proceso, pero yo los cuestiono, yo los escucho y esto (contando con mi opinión) es lo que vamos a hacer.” Lucy Rodríguez (pseudónimo) finaliza su relato diciendo: “Nunca me sentí al borde de la muerte. Digo que sobreviví, porque yo no estoy curada. Porque el cáncer no tiene cura, pues como lo sobreviviste y todavía eres un ser que tienes esa
disposición, debes seguir luchando.” Jeanette Alicea, toma control de las formas en las que se administra los medicamentos: “[Ahora] tengo que tomar medicamentos para dormir. Sí, me tomo una Xanax, por la noche. Ya la de por el día yo la eliminé. Yo misma por mi cuenta. Sí, lo que pienso hacer es empezar a partirla por la mitad…”. Awilda Martínez Sandín, nos advierte: “ …a toda mujer que tenga cáncer tiene que lograr ese punto de tomar su vida en sus manos. Entiende, no en las manos del esposo. Cada quien es responsable de su vida…” Así sucesivamente, todas y cada una de las mujeres nos dicen algo diferente sobre este mismo aspecto de recuperar el control sobre el espacio que está indeleblemente vinculado al cuerpo o más atinado sería decir, la experiencia corporal.Esta reapropiación y resignificación del espacio viene acompañada de una comparsa que revaloriza el tiempo como tiempo presente, especialmente como tiempo de vínculo vital humano. Livia Suárez cuando repasa los cambios en su vida luego de su proceso de diagnóstico y tratamiento de cáncer indica lo siguiente: “Yo estaba hoy aquí pensando que yo mañana tenía que hacer esto y no vivía ese día porque mañana tenía que hacer algo. Eso cambió totalmente, o sea, que yo vivo mi día.” Margarita Benítez relata, “Ahora trato de pasar tiempo con la gente querida. Disfruto sobre todo la belleza del atardecer, la belleza de la compañía, el gusto de una buena comida, cuando ya a uno le sabe a algo la comida y las muchas cosas gratas que tiene la vida.” Cuando a Luz Merced le preguntan sobre los cambios experimentados en su vida, concluye diciendo: “Vivir conscientemente cada cosa que tú hagas. El énfasis es de tú vivir en el presente [….] Vivir el momento. [También] plantearnos como personas el trabajar las redes de apoyo desde mucho antes, mucho antes de entrar en una crisis. O sea, que se un proyecto de vida… […] Es establecer hilo, conexiones, redes. Porque tú nunca sabes cuando las vas a necesitar.”
Este libro se puede leer desde diversas perspectivas, pues no sólo los y las lectores/as son múltiples sino que asimismo son variadas las posibles lecturas que de él se pueden hacer. Tanto si efectuamos una lectura existencial de experiencias vitales o si leemos los relatos desde una mirada psicosociológica, desde una perspectiva de género e incluso de crítica a políticas institucionales especialmente en la práctica médica, estos relatos despiertan inquietudes, señalan alertas y son un llamado a la conciencia y a la responsabilidad social. También son un recordatorio obligado de que toda memoria- aun cuando hoy se expanda a través de nuestras prótesis (agendas electrónicas, teléfonos celulares, discos duros externos, etc.)- es siempre una memoria encarnada. Paula Fuerte revela esta sublime y terrible verdad, “…Que jamás ni nunca, y es lo que yo creo, que jamás se olvida una vez a ti te diagnostican”. Ésta también ha sido mi experiencia.