Estudios culturales y memoria en la literatura puertorriqueña de mujeres
Los estudios culturales, amorfos, y caracterizados por los cruces interdisciplinarios, surgidos del contacto con la historia social y los estudios obreros, llegan al siglo XXI imbricados entre diversas materias: a veces acusados de decadentes, “agotados epistemológicamente y ambiguos metodológicamente”, según la estudiosa Ana del Sarto. Otras veces son vistos como los causantes de renovar varias disciplinas al nutrirlas de teorías que profundizan en los aspectos sociales. Tal vez por eso su persistencia a pesar de que echan raíces en la década del setenta y comienzan a florecer en la década del ochenta del siglo XX. Puede decirse que constituyen la mirada social de los elementos bajo estudio que se contemplan casi siempre desde su inserción en instituciones y sociedades sujetos a poderes por medio de un sociologismo crítico. En el siglo XXI estos estudios continúan trabajando con distintos aspectos: los subalternos, el género, las diversas periferias y las producciones alternas de los sujetos no hegemónicos.
Uno de ellos ha sobresalido en fechas recientes: el estudio de la memoria ha tomado un auge particular posiblemente debido al deseo de parte de los elementos periféricos y subalternos de preservar su patrimonio, hecho que reflejan tanto en las artes como en la literatura y en su quehacer histórico. En parte se revisten de un matiz político de acuerdo con la situación de subordinación que estén sufriendo. Este es el caso de las lecturas chilenas de las memorias de la represión y la dictadura, las del holocausto judío en Europa, o la de la evocación de los derechos humanos como en Argentina y el de los países caribeños que viven la colonización o el neocolonialismo. “En América Latina, la articulación de discursos de la memoria en lo que atañe a denuncias y la procuración de justicia surgió en respuesta a los crímenes de lesa humanidad cometidos durante dictaduras, guerras civiles, operativos de contrainsurgencia, masacres y la guerra contra el narcotráfico”, afirma Ute Seydel de la UNAM.
En las dos primeras décadas del presente siglo el radio de acción de estudio de las memorias desde la perspectiva de los estudios culturales se sigue expandiendo con el avance de la Red de Internet y los numerosos proyectos de preservación que en ella conviven. El espacio de la ciudad ha venido a tener también primacía. El contexto urbano es lugar de guardar memorias. Así el grafiti surge como un poderoso artefacto que condiciona la ciudad visual e ideológicamente.
Otros actantes han irrumpido con vigor en otro ámbito, el discursivo, en el cual las mujeres se han convertido en una fuerza sobresaliente y pujante en el panorama político y social que clama por la abolición del patriarcado. Alicia Salomone, investigadora de la Universidad de Chile, ha advertido que es “innegable la importancia que la crítica literaria feminista adquiere en el marco de los estudios culturales latinoamericanos a lo largo del siglo XX”. Esto responde tanto a su esfuerzo por desmantelar el patriarcado y gracias a la eclosión de escritoras que han cambiado las ficcionalizaciones y representaciones que la literatura heterosexista y falocéntrica había colocado en un primer plano, logrando así un intercambio intelectual que nutre a ambas. Aunque desde hace varias décadas el rol de las actantes literarias ha ido cambiando, en los últimos veinte años las memorias son repensadas tanto por las autoras como por las críticas.
En este breve trabajo comentaremos el discurso literario de mujeres puertorriqueñas desde la teoría de la memoria, basándonos principalmente en Pierre Nora y su trabajo “Entre historia y memoria”. En él expone que la historia es una disciplina que estudia el pasado mientras que la memoria nos muestra como pervive el pasado en el presente y como interactúa con este. Hemos elegido a cinco autoras puertorriqueñas cuyos textos nos han parecido más propicios para ilustrar el tratamiento del tema discutido y las menciono con sus respectivos libros: El manuscrito de Miramar de Olga Nolla (1998), El capitán de los dormidos de Mayra Montero,(2002), Las horas del sur (2005) de Magali García Ramis, Hijas de la libertad (2015) de Yolanda Arroyo Pizarro; PR 3 Aguirre de Marta Aponte Alsina (2018).
La literatura femenina que analizaremos se focaliza en romper con el silencio que las historias oficiales habían impuesto en centros escolares y universitarios. Esa es una de las finalidades de El manuscrito de Miramar de Olga Nolla, publicado en el 1998. Nelly Richard en el texto Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina. El desafío de los estudios culturales, ha observado que la memoria hace su trabajo de producción del recuerdo a través de distintos medios, siendo uno de ellos la selección de materiales, en tejer representaciones” para confrontar públicamente entre sí relatos, sucesos y comprensiones”, que es lo que esta escritora lleva a cabo.
Uno de los ámbitos más importantes de la novela de Nolla es el educativo universitario, en el que transcurren las conversaciones entre los dos personajes centrales: profesor y estudiante que sostienen una relación amorosa. La novela se inicia en el año 2025 cuando durante la demolición de la casa de la familia Gómez-Sabater es hallado un cofre y los herederos, María Isabel y Antonio, que habían emigrado a los Estados Unidos, retornan a recoger la herencia. Más adelante, la primera descubre en él un manuscrito redactado por su madre, Sonia Sabater, que resulta ser la narración principal del relato.
En esta obra de compleja arquitectura vemos con claridad la intención de elaborar otra memoria histórica. Está entrelazado con varios relatos, y con un discurso feminista que reflexiona sobre las relaciones de género. Son constantes las alusiones a la ausencia de conocimiento sobre Puerto Rico y el vacío que reinaba en la institución educativa donde la protagonista había estudiado. “Usted siente la vocación de transmitir sus conocimientos a las generaciones más jóvenes y de estimularlos para que investiguen y piensen y reescriban nuestra historia”, le comenta Sonia a su profesor de literatura, don Enrique. (63) Como se aprecia, hay un énfasis en la reelaboración de la historia.
Las memorias a las que se alude en el texto son varias. Esto incluye la inserción de figuras poco conocidas para los puertorriqueños o mantenidas en la sombra como la del corsario Miguel Henríquez, hombre acaudalado que sostenía relaciones con el poder español que luego le despojara; el tema de la presencia norteamericana, el asunto del idioma oficial en Puerto Rico; libros como el de La guerra hispanoamericana de Ángel Rivero; el desconocimiento del Caribe, zona menospreciada por el prejuicio racial al ser considerada de “negros”. El país que más le importaba a su abuelo, expresa Sonia en su conversación con el profesor con las siguientes palabras: “El decía que los puertorriqueños se morían de hambre hasta que llegaron los americanos”. (113) Esta afirmación es considerada como vil por don Enrique. Por medio de ambos personajes se produce una discusión que indaga en la historia oficial ofreciendo a su vez otras versiones. Así vemos como Sonia Sabater escribe lo siguiente aceptando hechos que alteran las versiones históricas y las memorias hasta ahora obliteradas en el campo académico.
…tuve que aceptar, tras revisar varios libros que el Partido Nacionalista había cumplido un rol decisivo en la Historia de Puerto Rico. Se me hacía difícil entenderlo porque jamás ni mi padre y ni siquiera mis abuelos lo mencionaron. En casa de mi familia era como si Albizu Campos no hubiera existido. (95)
El manuscrito de Miramar no pretende presentar las memorias históricas de forma lineal, pero sí resaltar los vacíos de la vida intelectual y educativa puertorriqueña, problematizando su interpretación a la vez que dando cuenta del poderío estadounidense en la Isla y, entretejiendo una mirada feminista, centrada en las mujeres que son las actantes principales por cuyo prisma los lectores accedemos a su particular mirada al recuerdo y la memoria. Una mirada profunda a este libro no puede dejar fuera las relaciones entre memoria y género que en él se amalgaman tanto para impugnar la exégesis oficial como para crear otra historia para las mujeres.
La obra plural de Mayra Montero contiene un libro que reta a los estudiosos de la historia. El capitán de los dormidos publicado en el año 2002 brinda a los lectores una lectura, no solo de la invasión estadounidense a las tierras viequenses sino que presenta de forma implícita un relato que valida la insurrección nacionalista de 1950. Hasta fechas recientes los nacionalistas puertorriqueños habían sido tildados como locos y desacertados aun por destacados miembros del ala liberal como César Andreu Iglesias. No es esta la memoria que la autora construye.
El relato transcurre en los finales de la década del cuarenta, poco tiempo antes de la revuelta y se sitúa en el pueblo de Vieques en donde se vive todos los días la presencia de las tropas del ejército de Estados Unidos con el propósito de construir una base militar. Para ello despojan a diversos habitantes de sus territorios y los más pobres, muchos de ellos agregados de las fincas, han sido colocados en una especie de campo de concentración. La novela es narrada a dos voces por Andrés, personaje principal, y por el capitán Timothy Burke. Los padres de Andrés, Frank y Estela, son dueños de un pequeño hotel cuya estructura sufre estremecimientos causados por las prácticas militares. En el pueblo el bombardeo se deja sentir, así como la cantidad de soldados que poblaban sus calles. El daño al ambiente también es ficcionalizado por la autora cuyo acto de “gravar la memoria” como diría el gran intelectual Arcadio Díaz Quiñones, pretende ser impactante. El olvido de la agresión no es posible en esta praxis discursiva que es El capitán de los dormidos, en este “grabado”, decimos metafóricamente, que es el libro.
Lo que nos da la clave de la exégesis en cuanto al nacionalismo se refiere no es solo la presencia de don Pedro Albizu Campos como personaje, sino el hecho de que la autora expone con claridad la pertenencia social de los sectores sublevados. En el caso de Estela y Frank estos eran propietarios temerosos de un desalojo y de la pérdida de sus bienes económicos. Vivían, además, sujetos a que las bombas les afectaran. En su análisis sobre el nacionalismo Luis Ferrao presenta una heterogeneidad de sujetos participantes en los actos: el 20 por ciento se componía de abogados, un 14 por ciento de comerciantes, un 12 por ciento de periodistas y otros elementos como artesanos, empleados de oficina y estudiantes. Se trataba, de acuerdo con la memoria que recrea Montero, de sobrevivir, puesto que el libro nos deja ver que las vidas de los puertorriqueños estaban en juego. Este es otro retrato de la revuelta cuya justificación es evidente en el libro que desplaza las interpretaciones que adjudicaban insania a los integrantes de la misma.
En Las horas del sur Magali García Ramis recorre la memoria histórica desde los años de los compontes en el siglo XIX, mencionando así la Guerra Hispanoamericana y los cambios habidos en Puerto Rico hasta llegar a la revuelta nacionalista del 50 y los años subsiguientes. El libro, relatado por una mujer, nos presenta un sujeto nómada que es el protagonista, Andrés Estelrich, quien pertenece a los numerosos personajes heterodoxos y marginales que pueblan la historia narrada por un modelo atípico de hombre. No se inserta en la institución matrimonial y no procrea hijos, además de haber aprendido la masonería con su abuelo. El relato del colonialismo sufrido por Puerto Rico se representa desde el dominio de los españoles sobre la Isla hasta la sujeción política y económica de los Estados Unidos en el siglo XX. El ente diáspórico que es Estelrich no atraviesa, a pesar de sus múltiples viajes y estadías en otras partes del mundo como corresponsal de revistas cercanas a una antropología popular, por una crisis de identidad. Los años pasados en la ciudad de Nueva York no borran su nacimiento y desarrollo en la Isla hasta su juventud cuando parte a Estados Unidos para luego circular por distintos países. Su regreso a Puerto Rico y participación en los actos nacionalistas, aunque quede incierto su posterior paradero, no dejan duda de que la autora ha querido resaltar su inserción en la cultura puertorriqueña. Hasta cierto punto es un personaje que se asemeja al del poema “Boricua en la luna” de don Juan Antonio Corretjer.
Tres elementos de la memoria histórica sobresalen en este texto de Magali García Ramis: el 1887, año de los compontes; la Guerra Hispanoamericana del 1898 y el de la revuelta nacionalista de 1950. Los tres son destacados con la finalidad de exponer un sentido de pertenencia. Si mediante la imagen heterodoxa de Andrés Estelrich la autora nos hace una propuesta identitaria más inclusiva que rebasa la visión unívoca que representa al puertorriqueño como aquel que solo vive en la Isla, las tres instancias mencionadas otorgan cohesión a la memoria compartida, elemento que Anthony Smith coloca como el más importante para el imaginario social e identitario. Es preciso destacar que estas fechas, especialmente las últimas dos, han visto la censura y el silencio, ya que no se estudian en el currículo escolar. Los escritores son entonces los que asumen retar el poder institucional creando una memoria alternativa que transmiten por medio del discurso literario. Sobre los silencios en torno a la cultura e historia puertorriqueña ya la autora se había expresado por medio de su libro Felices días, tío Sergio en el cual se aprecia como era casi imposible hablar de lo puertorriqueño. Este era un campo vedado que constituía otro nivel de menor valor. En Las horas del sur el silencio ha sufrido una ruptura.
PR 3 Aguirre es la obra de Marta Aponte Alsina que más aborda el tema de la memoria y su relación con la historia como disciplina. Mediante un formato híbrido que entremezcla lo novelesco con informes, el diario, el texto expositivo semejante al histórico, la autora ha creado un libro imprescindible para el campo historiográfico, ya que contiene nueva documentación sobre diversos hechos. Sobresalen en sus memorias el papel de los inversionistas estadounidenses de Boston en la Central Aguirre y las huelgas del movimiento obrero en el 1905 y los años cuarenta. Otros aspectos examinados mientras en ocasiones la autora se dirige de manera frontal a sus lectores y comenta los azares de la investigación, son los de la esclavitud y el paso del ciclón San Ciriaco.
Llaman la atención particularmente las páginas dedicadas a las huelgas de principios de siglo XX y las de los cuarenta porque no han sido tan estudiadas o resaltadas. Me parece notable que los estudios obreros, con quienes los estudios culturales guardan parentesco, se enriquecen con este texto de Aponte Alsina.
Nelly Richard ha dicho con atino unas palabras que pueden aplicarse a las memorias recogidas en estos discursos narrativos: “Como si los pasados retenidos y detenidos en el fondo de la memoria estuvieran desde siempre esperando el reventón y estallido de las imágenes de la actualidad para colarse por las grietas de un “tiempo-ahora”. (253) Los eventos históricos y personajes ficcionalizados vuelven al presente para dislocar los relatos que las autoras consideran ajenos a la verdad. Con estos fragmentos la escritura de estas autoras conforma otro relato más: el de la nación y la unidad que produce la memoria compartida aún en sujetos que han emigrado y que reflexionan sobre su identidad, como es el caso de Antonio Gómez-Sabater en la obra de Olga Nolla.
El conjunto de memorias creadas por su escritura ofrece una cartografía histórica alternativa de sujetos subalternos, término popularizado por los estudios subalternistas, que definitivamente confirma la aportación de las mujeres a la historia y la capacidad del discurso literario de preservar los bienes simbólicos de la cultura de los países sometidos a poderes extranjeros. El maridaje entre estudios culturales, memoria y crítica feminista tiene mucho que decirnos sobre como el colonialismo es deconstruido para tejer la unidad nacional e identitaria.
Referencias
Mind and Body Parlor
La memoria cultural, su dinamismo y sus conflictos. Ute Seydel (UNAM) Alternativas. Revista de estudios culturales latinoamericanos.