Hacia una crítica de la Partidocracia y el Estatismo
Para muchos comentaristas y estudiosos del pasado proceso electoral, estamos ante un proceso de cambios significativos en la política puertorriqueña. Para Elga Ramos Castro, “. . . fueron los más de 250,000 votos entre Lúgaro y Cidre los que a mi entender ‘jamaquearon’ por primera vez los cimientos de la política partidista y electoral puertorriqueña, ayudados por las secuelas de los huracanes, los terremotos, la corrupción, y las protestas masivas contra Ricky Roselló en el verano 2019”. Para Carlos Pabón, los resultados de las elecciones no sólo apuntan hacia el debilitamiento del bipartidismo, sino que además manifiestan el surgimiento de una nueva fuerza política, liderada por un nuevo partido político, el Movimiento Victoria Ciudadana (MVC). Para Pantojas García, el revés sufrido por la partidocracia bipartidista está vinculado al acaecimiento de una nueva forma de hacer política. Esto representa, además, añade él, un duro golpe a la kakistocracia. Por su parte, Luis Fernando Coss, advierte el surgimiento de un “nuevo sentido de lo político,” uno que promete cambios significativos en el panorama político puertorriqueño, aun si el bipartidismo no ha sido todavía derrotado. Para él, MVC, el PIP, los movimientos sociales y una población descontenta son la fuerza detrás de ese nuevo sentido de lo político. Ramón Rosario Luna, aunque celebra los logros de las corrientes progresistas en las pasadas elecciones, advierte que no sólo no estamos ante una revolución, sino que “este es un paso tan imprescindible como insuficiente, incluso en términos reformistas.” Desde una perspectiva asimismo cautelosa, Jorge Lefevre Tavárez afirma que: “Sin caer necesariamente en el triunfalismo, o en pensar que mecánicamente los próximos años serán mejores para las luchas progresistas, hay que reconocer las posibilidades de crecimiento y de lucha que estos resultados electorales pudieran augurar. No habrá más que seguir.”
Los resultados de las pasadas elecciones apuntan, en efecto, hacia cambios importantes en la política puertorriqueña. No obstante, el futuro de las fuerzas político-partidistas emergentes, de la reanimación del PIP, del desarrollo de un nuevo orden y de sus formas de hacer política dependen de la estructura de oportunidades, así como de la respuesta de los partidos dominantes, los que si bien enfrentan una profunda crisis de legitimidad, gozan todavía de mucho poder. Si los resultados de las pasadas elecciones develan el debilitamiento de la partidocracia bipartidista, y de esa inepta y desvergonzada elite del poder, la kakistocracia, esto no necesariamente refleja el debilitamiento de los poderes económicos, sociales y políticos conservadores, por mucho tiempo dominantes. Estos, aferrados al poder, y con la ayuda de esa misma kakistocracia, de seguro responderán de muchas formas para restablecer el orden y reconfigurar la estructura de oportunidades a su favor, e inclusive obstaculizar las actividades de los partidos emergentes. Pero a pesar de la reconfiguración de la política que las pasadas elecciones pueda producir, los partidos políticos, sea en un contexto bipartidista o multipartidista, continúan, por el momento, siendo los actores centrales de la política puertorriqueña.
El bipartidismo fue sacudido y debilitado, aunque no vencido. Además, su debilitación no equivale al decaimiento o quebranto de la partidocracia. La autoridad de los partidos políticos, su estatus como los actores principales de la política puertorriqueña, nunca fue cuestionado, sólo su dominio por dos partidos. El que las fuerzas políticas emergentes, los nuevos partidos, se constituyeran precisamente como partidos políticos confirma la partidocracia. Las nuevas fuerzas políticas, aunque se distancien del paradigma del estatus, como afirma Carlos Pabón, comparten con las viejas fuerzas, su carácter partidista. Todas estas fuerzas, nuevas o viejas, comparten también cierto electoralismo, la tendencia a reducir la política a razones y procesos puramente electorales. Asimismo, todos comparten cierto estatismo, una indiscutible tendencia a la exaltación del poder y preminencia del Estado sobre las demás entidades e instituciones políticas y sociales. El Estado, aunque se trate de ese cuasi-estado absurdo y colonial que llamamos Estado Libre Asociado, es para ambas tendencias el mecanismo favorito, si no el único, para lograr sus respectivas metas. El objeto primordial de los partidos políticos, nuevos o viejos, siguen siendo la administración partidista de la colonia.
Los partidos políticos, rancios o frescos, sólo proponen modelos más o menos diferentes de intervención estatal o gubernamental. En Puerto Rico esto se traduce a que estos propongan e implanten maneras relativamente distintas, y muchas veces ni siquiera muy diferentes, de administrar la colonia. Los partidos políticos, incluyendo a los partidos emergentes, a gusto con acciones dentro del perímetro del Estado, no se plantean cómo podríamos construir comunidades y formaciones sociales autónomas vis-a-vis el Estado, que sean además más justas, menos vulnerables y más resilientes. Para aquellos de nosotros preocupados por las injusticias sociales y ambientales, esas tremendas desigualdades que nos aquejan, el estatismo representa un impedimento, aunque en ocasiones un mal necesario. El estatismo ofusca el hecho de que las formaciones o regímenes de desigualdad social y ambiental, lejos de ser tergiversaciones de unos pocos malévolos y corruptos actores sociales y políticos, son parte intrínseca de las instituciones sociales, formaciones en gran medida estructuradas y consolidadas, reproducidas, por el Estado y los partidos políticos.
Las pasadas elecciones, como cualquier otro proceso electoral, ha dirigido la atención de la izquierda hacia el pensamiento táctico de la conquista del gobierno, del poder político-institucional, dejando a un lado la crítica del origen, carácter y sustancia de ese poder. El estatismo de la izquierda es entonces paradójico, si consideramos que el Estado moderno, incluyendo el Estado Libre Asociado, es intrínsecamente excluyente, un acérrimo custodio de un orden injusto y desigual. El campo de la política, no muy distinto de otros campos, está estructurado por la ubicación de los actores sociales en jerarquías basadas en diferenciaciones de raza, clase y género, entre otras. El racismo, el sexismo y el clasismo, entre otras prácticas similares, son elementos estructurales y organizativos del Estado y de las instituciones sociales. El Estado y esas instituciones recurren continuamente a diversas prácticas, procesos, acciones y significados interrelacionados para producir y reproducir diversas desigualdades, aun cuando en ocasiones se vea forzado a aminorarlas. El ELA, en nuestro caso, ha participado de esa prolongación de la colonia, el capitalismo, la devastación ambiental, el patriarcado, la xenofobia y el racismo, y de todas esas cosas, a las que se refiere Rosario Luna. En este sentido, el Estado, aun cuando facilita algunas reformas sociales, es un obstáculo para la justicia social y ambiental. La conclusión lógica de esa observación es que la izquierda tiene que superar la idea del Estado, del ELA en nuestro caso, como objeto de reforma e inclusive alejarse de la idea de este como un socio confiable. La izquierda precisa al menos una distancia crítica y objetiva de su estatismo.
A pesar de las limitaciones del estatismo, y por diversas razones, la izquierda partidista, e incluyo aquí al PIP y a MVC, tienden primordialmente a abogar por la asignación y expansión de los recursos estatales hacia el logro de metas y causas progresistas, al menos de políticas mucho más liberales que las de los partidos dominantes, que tienden a ser muchísimo más conservadores, explotadores y excluyentes. Pero desde esa perspectiva partidista, el problema no es el Estado per se, sino quién lo controla. Esta perspectiva suspende la crítica del Estado, la que parte de la observación de que uno de sus propósitos, ciertamente del ELA, es extender e intensificar su control sobre la población y el territorio. Los partidos de izquierda recurren entonces al mismo Estado y a las mismas instituciones políticas y jurídicas que reproducen los regímenes de desigualdad, para que entre otras cosas sea éste el que imparta justicia, se vigile a sí mismo, y el que inclusive regule el capital, su socio favorito, y al que hoy está tremendamente sujetado. El historial de políticas y regulaciones estatales, particularmente en materia de justicia social y ambiental, está lejos de ser prometedor, especialmente cuando hablamos de una administración colonial, de una “sombra asociada” hoy subordinada a la Junta de Control Fiscal. Peor aún, en la actualidad, el ELA no es precisamente la entidad más democrática del mundo ni tampoco la menos colonialista, racista, sexista, hetero sexista, xenofóbica y antiecológica. Ante ese contexto, a la izquierda le conviene ponerle más empeño a las prácticas y mecanismos extrainstitucionales, depender menos del Estado para lograr sus objetivos.
No abogo porque la izquierda abandone por completo la política estatal y los procesos electorales, lo que sigue siendo un “mal necesario”. Transformar el Estado, concretar formas alternativas de intervención estatal o gubernamental, más justas y democráticas, siguen siendo un objetivo importante. En efecto, cuando los movimientos sociales se involucran en luchas en el campo político-estatal, pueden producir cambios importantes y positivos. Abogo más bien por acciones colectivas guiadas por una mayor desconfianza en el Estado y los partidos políticos, por suministrarle a la política puertorriqueña algo así como una buena dosis de anarquismo, autonomía política y autogestión. Respaldo también la acción colectiva en otros campos, porque la izquierda no permanezca casi exclusivamente distraída con la política partidista y los procesos electorales. Controlar el gobierno no tiene por qué ser el único o más importante objeto de las luchas sociales. Es preciso ampliar la lucha por la justicia social y ambiental, con el fin de llevarla más allá de las instituciones políticas convencionales. Esto implica intensificar la lucha en los ámbitos de la economía y la cultura, a lo que nos exhortaba Antonio Gramsci, una invitación que extendió desde su posición como líder de un partido político. Este abogaba por que la lucha, de los trabajadores contra el capitalismo en su caso, se desenvolviera en tres frentes: económico, político y el ideológico o cultural. Para él, la lucha económica no podía separarse de la lucha política, y ni la una ni la otra podían ser separadas de la lucha cultural. Gramsci, aunque abrazado a un partido político y a la lucha por el control del Estado, reconocía que darle prioridad al frente político a expensas de los otros frentes, como hacen los partidos políticos convencionales, no era la mejor alternativa para la izquierda. Finalmente, insisto en que los partidos políticos no tienen por qué ser los únicos actores importantes de la política, ni siquiera los principales. Otros actores, como los grupos y organizaciones vinculadas a diversos movimientos sociales deberían desempeñar un papel más importante. La coyuntura social, marcada todavía por una grave crisis económica, así como por una crisis fiscal, lo requiere, pues el Estado y los partidos políticos, que sufren una seria crisis de legitimidad, han sido sencillamente incapaces de generar soluciones y decisiones adecuadas para enfrentarlas. Necesitamos, en efecto, recurrir a otros actores y formas de hacer política.
El futuro de la democracia puertorriqueña, si bien se beneficiaría de un giro hacia una partidocracia multipartidista, no puede depender de los partidos exclusivamente. La izquierda no puede negar la creciente incertidumbre de los procesos democráticos, la manipulación de los medios de comunicación, la financiación extremadamente desigual de las campañas electorales, y por supuesto, la descarada y generalizada corrupción gubernamental. La izquierda no puede valerse únicamente de la lucha institucional. Tendrá que recurrir a la lucha extrainstitucional, la que además no puede ser siempre complementaria o secundaria respecto a la institucional. Este desafío es sobradamente exigente, pero aún hay otro, no menos demandante, lograr la unidad en una izquierda fragmentada y dividida por múltiples diferencias, conflictos y rivalidades. De ahí la importancia de la convergencia y unidad a la que nos exhorta Luis Fernando Coss.