Neoliberalismo, el estatus, y la política en común
Desde la creación del Estado Libre Asociado se elaboró una maquinaria electoral de representación mínima que apenas permite grados de democracia menor, pues limita o trunca la participación ciudadana en el desarrollo de ideas, programas y proyectos políticos. Esta maquinaria y modelo perpetúa la alternancia de los partidos políticos sin que haya cambios significativos. El diseño institucional actual privilegia a estos partidos fuertes de forma tal que se excluye cada vez a más personas de la toma de decisiones y de sus aportaciones de acuerdo con sus experiencias y necesidades. Si bien el andamiaje democrático en Puerto Rico está claramente limitado y restringido por la relación colonial con los Estados Unidos, esa no es la única limitación. Hay diversos escenarios que deben atenderse y el déficit del ejercicio electoral de quienes “nos gobiernan” es uno de ellos. El esquema electoral actual nos limita a “elegir” a un mismo régimen bipartita (PPD-PNP) que, a pesar de las diferencias de estilo y forma, a la larga implantan las políticas que favorecen a los mismos intereses económicos y le dan la espalda a la amplia mayoría social del país. [3]
Por otro lado, está la tendencia que convoca a una política democrática ciudadana fuera del paradigma del estatus y que está centrada en la oposición al programa neoliberal y en favor de una política en común; es decir, en políticas que propendan al bienestar común y que amplíen y profundicen la democracia. Esta tendencia la representa, con todo y sus limitaciones, el Movimiento de Victoria Ciudadana (MVC). Como expresa el documento citado anteriormente, cada vez que diversos ciudadanos en el pasado reciente han intentado encontrar alternativas a las políticas neoliberales que implementan los partidos dominantes han chocado “contra los muros institucionales del bipartidismo”. De ahí que se ha hecho necesaria “la acción ciudadana amplia para buscar alternativas y ampliar el modelo democrático”.[4] El MVC entonces responde, en parte, a que esta necesidad es todavía más urgente hoy.
Sostengo, que en el presente no es posible una salida al neoliberalismo sin un movimiento amplio a favor de una política democrática ciudadana. No se trata de que el estatus carezca de importancia (no se está planteando que “el estatus no está en issue”), es que el paradigma del estatus lo ubica como el alpha y omega de todos los asuntos. Este paradigma se ha convertido en una formulación que se traga cualquier otra discusión política sobre la crisis y las alternativas democráticas al neoliberalismo. El estatus, es en efecto, la lengua del sentido común de la cultura política tradicional puertorriqueña, y su efecto ha sido achatar y empobrecer el imaginario político y, sobre todo, bloquear la emergencia de un imaginario alternativo. Su lógica asume como dado que la preferencia que se tenga sobre uno u otro estatus determina las posiciones ideológicas en el imaginario político de “izquierda” a “derecha”. Esto ha conllevado, por ejemplo, las falacias de que si eres independentista necesariamente eres de izquierda y que si eres de izquierda eres necesariamente independentista. O alternativamente, que si eres estadista eres necesariamente de derecha y que si eres de derecha eres necesariamente estadista. De esta forma el paradigma del estatus ha fosilizado la discusión política del país e invisibilizado cualquier imaginario político alterno que pretenda situarse fuera de esa jaula discursiva.
Vale destacar que el problema del estatus (el colonialismo) no es lo mismo que la condición colonial y sus efectos políticos, sociales y económicos en la crisis. La condición colonial desborda la “cuestión del estatus”. El discurso dominante en la política puertorriqueña, reduce la cuestión colonial –un complejo dispositivo de relaciones de poder y dominación– a un asunto meramente jurídico, y evade el problema de la colonialidad del poder. Más aún, el colonialismo ciertamente agrava e implica elementos particulares a la crisis por la que atravesamos, pero no podemos reducir la crisis a la subordinación política a Estados Unidos. La crisis capitalista neoliberal es global, no se da solo en la colonia. No somos excepcionales, solo un caso particular de una crisis global. Hay que reconocer entonces que esta crisis global del neoliberalismo desborda los límites de la política del estatus y el problema de la soberanía nacional.
Un reto importante de la coyuntura actual es cómo articular el problema de la condición colonial (y la colonialidad del poder), y su vínculo con las crisis, sin caer en la trampa de la política del estatus. Para asumir este reto hace falta un nuevo lenguaje político cuya gramática no esté centrada en este paradigma político. Insistir en priorizar en el estatus en estos momentos bloquea otras iniciativas que van en la dirección de convocar a un diálogo y a una agenda común en torno a una salida democrática a la crisis. Poder adelantar esa agenda política es lo que me parece prioritario y necesario en este momento.
El momento actual se caracteriza por la hegemonía del neoliberalismo (aun con sus crisis) y por la ausencia de un amplio movimiento democrático ciudadano antineoliberal. En este contexto, cualquiera de las alternativas de estatus implicaría una salida neoliberal a la crisis. ¿Cuál sería el contenido social de la independencia, la estadidad o la libre asociación si se resolviera el estatus mañana bajo la hegemonía del neoliberalismo y en ausencia de un movimiento amplio democrático y antineoliberal? ¿Cuáles serían las relaciones sociales de poder? ¿Cuál sería nuestra relación con el capitalismo financiero y el neoliberalismo imperante? No hay razones para pensar que serían fundamentalmente diferentes a lo que es hoy.
La independencia de Puerto Rico no será una alternativa progresista a la crisis política y económica actual a menos que esté acompañada de un amplio movimiento de masas anticapitalista, o al menos antiliberal. La noción de “independencia” no es un asunto ontológico ni metafísico, de que la independencia por principio tiene que ser la solución político-jurídica a la situación del país. Reitero las preguntas. En este momento histórico, si Puerto Rico fuese independiente mañana, ¿quiénes serían los sectores o fracciones de clase dominantes dado la correlación de fuerzas en el país? Con toda probabilidad serían los mismos sectores o fracciones dominantes que hoy. ¿Y cuáles serían las políticas económicas, y ecológicas que esas clases dirigentes implementarían desde la soberanía? Con toda probabilidad implementarían las mismas políticas neoliberales, o una variante, como las que nos imponen. Más aún, algunas podrían ser peores porque se puede usar el derecho a regular la inmigración para restringir la entrada de dominicanos y haitianos, o se pueden usar las leyes autónomas de ecología para exigir estándares mucho menores que los federales en cuestiones ecológicas y se puede usar la autonomía en legislación laboral para reducir aún más los sueldos. ¿Cómo va a competir un país con las demás economías en el mundo, si no es ofreciendo mejores condiciones al capital para explotar a las mayorías sociales?
El enfoque en el estatus como la cuestión que fundamenta la política puertorriqueña es equivocado. Lo fundamental es crear un movimiento de masas, democrático y ciudadano, de corte antineoliberal, fuera de la lógica identitaria del estatus. Este movimiento, desde un polo de fuerza, pudiera entonces decidir cuál alternativa de estatus le conviene a la mayoría social en términos económicos y sociales. Solo desde la fuerza política, desde un vector de fuerza social, es que puede plantearse seriamente un debate sobre las opciones de estatus. ¿Será posible construir una alternativa democrática ciudadana desde estas coordenadas? Este es el reto político.
Alguien podría preguntar, pero ¿por qué no hacer ambas cosas a la vez, luchar por la independencia e impulsar la alternativa democrática ciudadana en contra del neoliberalismo? Digamos que algo parecido ya se intentó por el independentismo en otro contexto y fracasó. Durante la década del setenta, los sectores dominantes del independentismo –el PIP y el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP) junto a otras agrupaciones más pequeñas– adoptaron el socialismo como norte programático y estratégico del proyecto de independencia.[5] Esto implicó que se debilitara el discurso tradicional de independentismo (bandera, himno y lengua) y se le diera énfasis a la “cuestión social” (igualdad económica y social). La independencia fue concebida como un medio, el más efectivo, para construir una sociedad socialista basada en la igualdad, la justicia social y el poder político de las mayorías asalariadas del país. La independencia per se no era suficiente, la pregunta estratégica del momento era: ¿para qué la independencia? La respuesta: para construir el socialismo.
El contexto de la crisis del capitalismo de esa década creó condiciones idóneas para que el independentismo apoyara de forma militante los movimientos y luchas sociales (rescates de terreno, huelgas de trabajadores y huelgas estudiantiles) que surgieron como respuesta a esta crisis. El independentismo tomó “la calle” con la venta de periódicos (Claridad, La Hora), marchas multitudinarias, actos de desobediencia civil (como en Culebra y Vieques), actividades militantes e incluso acciones armadas. Se diseminó la alternativa del socialismo frente a la crisis del capitalismo y se logró una presencia no insignificante de esta alternativa en los medios masivos de comunicación. Una generación de jóvenes fuimos marcados profundamente por esta experiencia política.
Por un momento, al menos así lo vivimos, parecía que era posible una transformación radical del independentismo y una articulación efectiva de un “proyecto socialista”, aun con todas las diferencias y matices que existían sobre este proyecto. La independencia y el socialismo parecían posibilidades alcanzables pero, a pesar de múltiples esfuerzos en esa dirección, no fue así.
Ese proyecto fracasó. Y fracasó, fundamentalmente, porque el independentismo nunca dejó de ser lo que había sido históricamente: un movimiento de intelectuales, sectores medios y profesionales, es decir, en el léxico marxista, un movimiento pequeño burgués. Pero quizás lo más importante es que nunca dejó de ser nacionalista, algo que estratégicamente y de facto lo alejaba de una base social amplia interesada en otros asuntos y desde otros imperativos. Vale precisar que aún en el periodo de los años setenta el imaginario hegemónico de la izquierda nunca abandonó la concepción de que la independencia era una cuestión de “principios”, un derecho natural. Las siguientes expresiones del máximo líder del PIP, Rubén Berríos Martínez, demuestran lo anterior:
Debe quedar meridianamente claro que, aunque en este trabajo se ha hecho referencia a la independencia nacional solamente dentro del contexto de la lucha hacia el socialismo puertorriqueño, para los independentistas la independencia nacional ha tenido históricamente un valor por sí misma que parte del postulado de que los pueblos tienen derecho a gobernarse a sí mismos sin interferencias extranjeras […] El argumento del derecho natural a la independencia se recoge en el pensamiento de Betances, Albizu, de Diego y Concepción de Gracia y no es necesario repetirlo aquí. […] Para los independentistas, el socialismo sería inaceptable sin la independencia ya que el control extranjero o el colonialismo niegan por definición los postulados socialistas en los que creemos los miembros del P.I.P.[6]
Más aún, la posición del PSP no difería fundamentalmente de la del PIP en este aspecto. Véase, por ejemplo, la siguiente declaración de Juan Mari Brás, dirigente máximo del PSP, hecha en 1981 y en la que esta posición se hace expresa de manera diáfana: “Los socialistas somos independentistas por principio, para mí personalmente no hay nada en este mundo que tenga mayor prioridad en mi vida que el logro de la independencia de Puerto Rico. Lo crucial, en este momento histórico, es detener la avanzada del anexionismo y precipitar la descolonización”.[7] Es decir, el independentismo-socialista no aceptaba que fuera posible articular otras estrategias como impulsar el socialismo vía la anexión a Estados Unidos y en conjunto con otros movimientos progresistas estadounidenses.[8]
En términos discursivos, la independencia fue concebida como un medio, el más efectivo, para construir una sociedad socialista basada en la igualdad, la justicia social y el poder político de las mayorías asalariadas del país. No obstante, el socialismo puertorriqueño, en sus tendencias dominantes, fue solo una máscara retórica con la que el independentismo pretendió interpelar sin éxito a que la clase trabajadora. La prioridad política máxima era la independencia de Puerto Rico y las luchas de los trabajadores se concibieron en función de ese objetivo.
Durante este periodo, el “nuevo independentismo” reconoció que carecía de una base social amplia y mayoritaria que pudiera hacer viable el proyecto de “liberación nacional”. La base social histórica del independentismo –sectores medios, profesionales, intelectuales– se mostró insuficiente para un proyecto que requería una mayoría social, de ahí que se “descubriera” instrumentalmente a los trabajadores, a “los de abajo” como base social que ampliara el apoyo a la independencia. El destacado intelectual independentista, Manuel Maldonado Denis, interpreta este desplazamiento discursivo para potenciar la independencia de este modo:
Lo cierto es que la burguesía puertorriqueña nunca logr[ó] un desarrollo suficiente como para que sus intereses entraran en contradicción con los intereses de la metrópoli. El sector nacionalista de dicha burguesía ha sido un sector de cierta importancia numérica, pero de escaso poder económico y político. […] Sólo los sectores nacionalistas menos “integrados” a la metrópoli pueden –mediante una alianza con la clase obrera que ha surgido al calor del desarrollismo– constituir una fuerza capaz de romper con la principal causa estructural de la dependencia: el colonialismo capitalista dependiente. […] Es el reconocimiento de que hoy en día sólo la clase obrera podría ser capaz de constituir la espina dorsal del movimiento libertador de Puerto Rico lo que ha determinado que los principales partidos independentistas actualmente propugnen que no puede haber independencia sin socialismo ni socialismo sin independencia.[9]
Cabe señalar que Maldonado Denis hace explícito que la debilidad del nacionalismo es su incapacidad de constituir una fuerza política por sí mismo para adelantar el proyecto de la independencia. Esto llevó al independentismo a buscar “una alianza” con la clase obrera y a “reconocer” que esta constituye “la espina dorsal del movimiento libertador”. Ese “reconocimiento” o descubrimiento instrumental fue fundamental para la “nueva lucha por la independencia”.
Pero, a diferencia de otros países con una fuerte tradición socialista obrera, el socialismo del independentismo puertorriqueño nunca logró una implementación sólida entre los trabajadores y se mantuvo como un movimiento de sectores medios, profesionales e intelectuales. Es decir, el independentismo y la clase obrera nunca caminaron juntos políticamente. Ninguna de las variantes de este movimiento de los setenta logró cerrar la profunda brecha entre la clase trabajadora y el independentismo-socialista.
La alegada influencia del independentismo-socialista entre la clase trabajadora se limitó principalmente al control burocrático del sindicalismo, en particular, de las uniones del sector público. Mientras tanto, la mayoría de los trabajadores y otros sectores sociales populares y excluidos siguieron apoyando a los partidos capitalistas de mayoría: el PNP y el PPD. Igual se puede decir de las luchas sociales (feministas, minorías sexuales, otras poblaciones discriminadas y excluidas, etc.) y comunitarias (rescate de terrenos, Culebra, Vieques, etc.). Lo que se dio por parte del independentismo fue el intento de instrumentalizarlas y subordinarlas al proyecto independentista. Se puede argumentar que estas prácticas terminaron en muchos casos minando la autonomía de estos movimientos y generando contradicciones y fricciones con los sectores no independentistas que participaban de estas luchas. Con la caída del Muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría y el fracaso del “socialismo realmente existente”, se consolidó en el independentismo un discurso neonacionalista. El viraje hacia este neonacionalismo implicó el abandono del “socialismo” y de la clase obrera y la vuelta al discurso de afirmación de la nacionalidad puertorriqueña que ni siquiera fue una vuelta al discurso anticolonial albizuista.[10] De ahí, que me parece inefectivo que aquellos que desean enfocarse en la creación de amplio movimiento ciudadano contra el neoliberalismo y por la justicia social, racial, de género y ecológica centren su atención en la política de estatus que define el imaginario político puertorriqueño, incluyendo, por supuesto, el discurso independentista.
En resumen, no es beneficioso para las grandes mayorías que viven el peso de las consecuencias más adversas de estas crisis (creciente desigualdad económica y social, desempleo estructural masivo, colapso de la educación y de la salud pública, violencia machista, destrucción del medio ambiente, entre otros asuntos) centrarse en la identidad política del estatus con sus correspondientes representaciones partidistas (PNP, PPD, PIP). En estos momentos adoptar esa identidad política no adelanta la creación de un movimiento ciudadano democrático y antineoliberal, conformado tanto por la multiplicidad de subjetividades que nos constituyen, como a partir de la profunda desigualdad económica y social que caracteriza nuestra sociedad contemporánea.
Un movimiento de este tipo en el contexto actual tendría que tener dos mínimos. Uno, democracia ciudadana, esto es, el ejercicio del poder político y la deliberación y participación política a diversos y plurales sectores que hoy día están excluidos de este ejercicio. Como dice el documento de Democracia Ciudadana:
Para que una democracia funcione es importante que los ciudadanos tengan verdaderamente la posibilidad de escoger entre alternativas reales. Es vital que las alternativas del proceso político presenten posiciones claras y diferenciadas respecto a los principios ético-políticos que guiarán sus acciones de gobierno. La magnitud de la crisis –que se ha acumulado a través de décadas– demuestra que en nuestro país tales condiciones no [han existido]. Lejos de diferenciarse, las recetas de los partidos que han gobernado han profundizado la crisis. Su perpetuación y alternancia en el poder, además, la han logrado a través de reformas electorales perversas y poco democráticas… Hasta el momento [los esfuerzos de otras alternativas], ya sea desde candidaturas independientes o desde partidos minoritarios, han chocado y seguirán chocando con una estructura electoral que perpetúa la hegemonía PNPPD. Para lograr un sistema diferente que parta del pluralismo ciudadano y permita candidaturas ciudadanas efectivas es urgente una reforma electoral. El punto de partida de esta reforma debe ser el pluralismo ciudadano y democrático y no la dictadura de los partidos. Para ello hace falta una reforma que profundice y radicalice la democracia realmente existente…[11]
Segundo, implica una plataforma antiliberal que se oponga a las políticas que generan exclusión económica y desigualdad social y que favorezca políticas que propendan al bienestar común. Lo cual implica ciertamente una redefinición de las prioridades económicas del país. En política no vale solo tener ideas justas o tener “la razón”. La clave es traducir las ideas en potencia, en movimiento, en fuerza. ¿Será posible articular un movimiento así en Puerto Rico? ¿Será posible que la gente pueda decidir y gobernar la gestión de la vida, en todos sus aspectos, en común? Este es un reto fundamental.
Se ha señalado en reiteradas ocasiones que lo que impide enfrentar el neoliberalismo y el régimen del bipartidismo con mayor efectividad política es la ausencia de “unidad” o de “alianzas”. Pero es posible trazar algunos objetivos políticos en torno a los cuales constituir alguna alianza; objetivos comunes mínimos son pasos urgentes en esa dirección. Para ello, habría que ir desbloqueando los obstáculos como la política de estatus a fin de poder articular un movimiento de democracia ciudadana que tenga como eje una política del bienestar común, es decir, una política en común. Esto, sin embargo, no implicaría la desaparición de las diferencias y la diversidad de actores políticos, lo cual no debe ser razón para descartar establecer objetivos políticos mínimos en común.
Una plataforma común mínima para enfrentar la crisis neoliberal y el bipartidismo en Puerto Rico podría ser algo así:
- Una reforma electoral que amplíe y profundice el poder democrático de los ciudadanos sobre el régimen bipartidista que impera en Puerto Rico. (Algunos elementos de esta reforma democrática son: representación proporcional, facilidad para inscribir partidos minoritarios y candidaturas independientes, mecanismos de revocación de funcionarios electos, límite de términos electivos; iniciativas ciudadanas directas, alianzas electorales, límites reales a la financiación y el tiempo de las campañas, sistema de dos rondas (elección con % 50 más 1), acceso igualitario a los medios. Difícilmente se podrá acabar con el bipartidismo sin esta reforma electoral.
- Implementar políticas ecológicas (el Nuevo Pacto Verde) que enfrenten la crisis climática. Esta crisis es una amenaza existencial a la vida en el planeta. Cualquier política en común tiene que articularse desde la centralidad de la lucha contra la crisis climática. La cuestión ecológica debe atravesar de manera transversal todos los demás reclamos políticos.
- La auditoría y renegociación de la masiva deuda pública. El no pago de la deuda ilegal.
- Reenfocar las prioridades del Estado hacia políticas de bienestar social, de equidad de género y racial, y en contra de la corrupción institucionalizada.
- Impulsar un proceso democrático y vinculante de autodeterminación.
El MVC representa un paradigma político alterno al paradigma del estatus. Esta alternativa, constituida como una “red de redes”[12], tiene la potencialidad de ser un movimiento ciudadano democrático que aglutine a amplios y diversos sectores y a multiplicidad de subjetividades heterogéneas en torno a esta política (mínima) en común. Por esto, es importante que se consolide como una fuerza política principal en estas elecciones, y que siga impulsando la acción democrática ciudadana más allá de las elecciones.
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[1] Lo que en Puerto Rico se llama la cuestión del “estatus” se refiere al estatuto jurídico-político de las relaciones entre la isla y Estados Unidos. En particular, remite al problema de la subordinación política de Puerto Rico a Estados Unidos, al problema de la soberanía o falta de ella, por parte del pueblo puertorriqueño, es decir, a la condición colonial de Puerto Rico.
[2] En 2020, el PIP ha suavizado, aunque de manera ambivalente, su postura sobre lo que significa votar por este partido en estas elecciones. Según expresa Juan Dalmau, candidato a gobernador del PIP, al contestar la pregunta de si un voto por él es un voto por la independencia: “No, un voto a mi favor para aquel elector que sea independentista es un voto por un proyecto político que represento que sí incluye la independencia como opción. Pero pueden votar por mí aquellos que –sin ser independentistas– creen en un proyecto para atender los problemas urgentes de Puerto Rico y favorecer un mecanismo procesal para que en su momento el pueblo se exprese mediante lo que es su derecho a la autodeterminación. Es decir, el independentista vota por el partido independentista como un apoyo al proyecto histórico que representa el PIP, pero el que no es independentista puede votar por mí porque favorece un proyecto político para atender los problemas urgentes”. Ayeza Díaz Rolón, “El que no es independentista puede votar por mí”, El Vocero, 11 de septiembre de 2020. (Consultado el 25 de octubre de 2020.) Dalmau hace un malabarismo al afirmar que el voto por él sí es a favor de la independencia (si usted es independentista), pero no lo es si usted vota por él y no es independentista. Este malabarismo responde a la necesidad de capturar votos prestados (votos mixtos) para que el partido haga un mejor papel de lo que ha hecho en las pasadas décadas en las que ha visto menguar significativamente su apoyo electoral. Me pregunto, ¿cómo van a contarse los votos por Dalmau? ¿Se contarán por separado los votos de los independentistas de los no independentistas? O, ¿el PIP sumará todos los votos como de independentistas? Véase también, el documento subscrito por “independentistas no afiliados” exhortando al voto íntegro por el PIP. Lo interesante es que los activistas y exmilitantes socialistas (marxistas) que firman el documento fundamentan su identidad política como “independentistas no afiliados”. La lógica identitaria del estatus es la subjetividad política que privilegian. El documento firmado lo encuentran aquí: “Declaración de independentistas puertorriqueños por el PIP”: https://bit.ly/35mbAgw
[3] “Democracia Ciudadana”, 80 Grados, 26 de junio de 2015. (Consultado el 24 de octubre de 2020.)
[4] “Democracia Ciudadana”…
[5] La discusión sobre el independentismo setentista se basa en mi libro Polémicas… Política, intelectuales, violencia (San Juan, Ediciones Callejón, 2014).
[6] Rubén Berríos Martínez, Hacia el Socialismo Puertorriqueño, (San Juan, Partido Independentista Puertorriqueño, 1975), p. 16, nota 29.
[7] Citado en Héctor Meléndez, El fracaso del proyecto del PSP de la pequeña burguesía, (San Juan, Editorial Edil, 1984), p. 56.
[8] Este debate continúa hoy día. Como es sabido, el MVC incluye a defensores de la estadidad. Ante lo cual, sectores del independentismo han cuestionado que el MVC reconozca la integración como alternativa descolonizadora, pues argumentan que solo mediante la independencia y la soberanía es posible la descolonización. La controversia puede leerse en Luis Fernando Coss, Justo Méndez Aramburu, y José Rivera Santana. “Estadidad, colonialismo y el arte de juntarnos en Victoria Ciudadana”. Revista Digital 80grados, 18 de mayo de 2019. (Consultado el 24 de octubre de 2020); Manuel Almeida, y Elizabeth Robles. “La estadidad sí es una opción descolonizadora”. Revista Digital 80grados, 28 de junio de 2019. (Consultado el 24 de octubre de 2020).
[9] Manuel Maldonado Denis, Hacia una interpretación marxista de la historia de Puerto Rico y otros ensayos, Río Piedras, P.R., Editorial Antillana, 1977, pp. 331. Véase también, “Colonialismo y socialismo: hacia una interpretación marxista de la historia de Puerto Rico”, Cuadernos Políticos, número 3, México, D.F., Editorial Era, enero-marzo de 1975, pp. 19-32.
[10] Carlos Pabón, Nación postmortem. Ensayos sobre los tiempos de insoportable ambigüedad, (San Juan, Ediciones Callejón, 2002), pp. 17-53. El albizuismo se refiere a la tendencia del nacionalismo anticolonial que lideró Pedro Albizu Campos en la década de los treinta.
[11] Documento “Democracia Ciudadana”…
[12] Sobre lo que conlleva la noción de “red de redes” ver, la página “Red de Redes del Movimiento Victoria Ciudadana”: https://www.facebook.com/RedDeRedesMVC/.