La gráfica de la salud civilizada
Prolegómeno de los carteles de la reforma colonial 1946-1949
EL SECRETARIO DE INTERIOR DE EEUU, Harold Ickes, realizó una visita durante la segunda semana del mes de enero del año de 1936 (entre el 8 y el 9) y apuntó en su diario lo siguiente:
Hemos visitado varios lugares de interés en San Juan… Inspeccionamos dos o tres arrabales, y son los peores arrabales que jamás hayamos podido ver. Las casuchas se veían tan débiles que cualquier persona concluiría que se derrumbarían con tan sólo una brisa. Las condiciones en que se encontraban eran completamente reprochables. Los alcantarillados se encontraban abiertos, con escapes de aguas usadas alrededor de las calles y las edificaciones. No mostraban ni un atisbo de condiciones sanitarias aceptables. Los niños jugaban dentro de las alcantarillas rodeados de suciedad, tierra y una gruesa capa de limo verde. Las casas lucían sucias y desordenadas. Las cocinas eran construidas con pequeñas estufas de carbón y el mobiliario era simple y escaso. Estos arrabales son un reflejo del gobierno de Puerto Rico, pero sobretodo del de Estados Unidos. Resulta increíble que permitan vivir a los seres humanos en semejantes pocilgas[1].
Para julio de ese mismo año comenzaría la antesala de la Segunda Guerra Mundial: la Guerra Civil Española, que duraría hasta 1939, año que inicia el comienzo, por segunda ocasión, de la que fue en su inicio otra guerra europea.
Esta guerra, ya convertida en mundial, nos serviría de catalizador de una reforma colonial que beneficiaría mayormente al Capital a través del suplido de mano de obra barata para expandirse. La reforma sería encabezada, paradójicamente, por personas críticas de ese capitalismo imperial. Ayudarían a implantar el cambio de régimen en una forma que, aunque no lo aparentara, sería simbólicamente violenta, con prisa y sin pausa …
La gráfica de la salud civilizada
“A los americanos y a mí solo nos gusta lo limpio.”
Luis Buñuel
La cultura colonial está hecha de representaciones impuestas por un poder hegemónico que no responde a los colonizados, sino a sí mismo. Estas son las que determinan las relaciones que tienen las personas con el entorno que les rodea, entre ellas mismas y, además, con su propio yo. Si el poder colonial decide que su desarrollo económico necesitará de una sociedad, y de un tipo de trabajadora y trabajador troquelados con unas características que le coloquen dentro de la producción industrial, hará falta que estos desarrollen una nueva idea, una nueva noción, de lo que significa el progreso, es decir, de ir hacia adelante y dejar el lastre para poder despegar hacia donde haga falta. También, de utilizar la capacidad de invención, ajuste, perfeccionamiento de la maquinaria productiva y de la maquinaria social que aquella acaba de engendrar. Se necesitará poder desarrollar una gran alegoría que le de soporte a un cambio discursivo dentro de la sociedad. Estamos en la década de 1940: Puerto Rico se levanta.
A consecuencia del nuevo proyecto de industrialización a mediados del siglo XX, la vida campesina ya no será vista de un modo aceptable. En otras palabras, ya no podrá ser. Las condiciones del jíbaro, ese otro discurso que brindó identidad al campesino desde el siglo XIX, –que lo ubicaba dentro del campo y la agricultura, aquel mundo que se pensó como un gran organismo, con su espacio y su tiempo (siembra y cosecha)– tendría que ser desplazado por el universo del trabajador industrial, con otra serie de valores que, desde luego, habrá de tener en este futuro alterno una relación problemática con el campo y la agricultura, es decir, con el capitalismo fisiocrático, imperante hasta ese momento y que resultaba, para fines del proyecto nuevo, ineficiente. Podemos observar que, en efecto, existían máquinas desde hacía mucho, como los molinos para granos y demás, pero más bien pertenecían a una industria artesanal o una proto-industria. El campo será convertido dentro de este nuevo paradigma en un lugar inhóspito, “uncanny” dirían los colonizadores en su lengua materna, el inglés, o lo que sería igual: un lugar ineficiente, lento, sucio y sórdido.
A nivel de representación el jíbaro resultó central, y por ello el cartel “Por mandato del pueblo, Puerto Rico crea nuevas industria”, de Robert Gwathmey, al igual que se verá con Edwin Rosskam,”El voto es la herramienta…” manifiestan un discurso que busca educar en el simulacro del poder, o de lo que podría ser posible a través de la sociedad industrial que se irá desarrollando a partir de entonces “por el mandato del pueblo” para el beneficio del mismo. En esto, la imagen del jíbaro funciona en tanto elemento de identidad, toda vez que silencia la explotación y los elementos culturales de la misma, que desde luego, mantiene callada la protesta social, o como mucho, en sordina a un nivel formal, en término mayormente compositivos. Lo mismo es aplicable a la campaña sanitaria de la Comisión de Parques y Recreo Público.
La higiene, el nuevo apostolado del industrialismo
La salud forma parte de una serie de regímenes discursivos, que son al mismo tiempo ideológicos y morales, toda vez que organizan la acción. No se trata solamente de promover la buena salud, sino de controlar la población de trabajadores en este cambio de régimen. Con esta idea se quiere comenzar a crear un ethos (carácter y costumbre) de lo que debiera ser este nuevo modelo de ciudadano que superará la tosquedad del campo y que cultivará la eficiencia de la industria y la vitalidad, el espacio de troquelado continuo; nos aportará la idea de edad madura de la ciencia y la tecnología, de “adultez de la humanidad” y del “beneficio”. La limpieza, junto a la eficiencia, por tanto, serán parte intrínseca de esa modernidad industrial. Recordemos también que en el siglo XIX –tanto en Europa como en América– muchas ciudades se transformaron radicalmente con los procesos de industrialización. Este proceso se alimentó de masas expulsadas del campo por las transformaciones de las relaciones de producción, y no tardarían en ser contemplados como corruptores del sistema y focos de políticas sanitarias reformistas, toda vez que se creó entre la burguesía un sentimiento de terror a los miserables y su consiguiente reglamentación de aquellas actividades que se consideraban dañinas o infractoras.[2]
Desde esa perspectiva encontramos que el cartel de Irene Delano, “Defiéndalos, lo sucio causa enfermedades” , nos instruye desde el tono imperativo, toda vez que nos menciona qué se espera de los ciudadanos puertorriqueños, es decir de los nuevos trabajadores, en esta nueva época industrial. Se promete dejar atrás el hambre y las enfermedades a través de la poiesis de la limpieza. Cuando se va construyendo la personalidad de los colonizados, dentro de esta reforma colonial, se recurre al mimetismo, con el cual se nos muestra los valores que se determinan como “correctos”, toda vez que son creados por el grupo dominante. En el caso de este cartel, lo hace con el imperativo “DEFIÉNDALOS” se le establece una exigencia a los colonizados; se les exige una responsabilidad individual –toda vez que el fondo blanco, el limbo si se nos hablara de lo que sería un retrato, acentúa la acción individual–, que termina construyendo una civilización de un grupo que, cuanto menos, resulta salvaje.
La higiene tiene género
Ciertamente, el cartel de Irene Delano tiene un importante componente femenino. Sus principales y casi exclusivas figuras lo son una madre y su hija.
La que pareciera ser la madre, representada por una mujer adulta joven, está ayudando a que su hija, representada por una niña todavía en su primera infancia, pueda lavarse las manos “correctamente” con jabón, que ella sostiene con su mano izquierda, junto al lavamanos portátil que sostiene con la mano derecha. La limpieza, entonces se determina como un deber femenino, algo que se encuentra en perfecta sintonía con campañas de higiene de comienzos de las sociedades de producción del siglo XIX. Debemos fijarnos que aquí el cartel no nos cuenta la historia de un obrero que camina hacia su limpieza, sino el caso de lo que parece ser una madre con su hija. En primera instancia, ambas tienen muy poco en común con la idea del jíbaro –identidad vinculada a la sociedad fisiocrática– , es decir del campesino, que aunque digno siempre –en tanto ha sido representante de “la dignidad de la nación puertorriqueña” y de su identidad–, en muchos casos se trataba de un individuo masculino desaliñado y “sucio” –palabra clave en este cartel– por el trabajo a destajo bajo el sol. Por el contrario, llevan sobre sí mismas el símbolo de la civilización y la limpieza. Se encuentran sobre el nivel de “lo sucio”.
Ambas figuras también nos traen uno de los grandes avances sanitarios provocados por la industrialización en el siglo XIX: la reglamentación y el desarrollo de un protocolo para gestionar la higiene pública a través de las mujeres, sobretodo aquellas que se dedicaban a ejercer la prostitución (en el caso de Puerto Rico, ocurrió algo similar, con la diferencia de que tuvo que ver más con la invasión estadounidense y las consecuencias de la Guerra del 98). En este caso, no sabemos que la mayor no sólo está relacionada a la idea de la madre, sino a la del pasado inmediato, en tanto mujer joven y en edad productiva –y reproductiva– que se encontrará transmitiendo valores (educadora) de los cuales no participa como elaboradora sino como transmisora solamente, y la niña sugiere también la idea de la continuidad del discurso sanitario hacia los nuevos sujetos –mujeres y hombres, presentes y no presentes– que participarán de la industrialización como mano de obra, es decir como obreros y obreras. El cartel parte de la lógica de que, en tanto se pueda controlar la higiene femenina, se podría controlar efectivamente la propagación de enfermedades que afecten a los trabajadores del presente y del futuro. Por tanto, el capital, la razón de ser del imperialismo, tendría asegurada su inversión
La seguridad del azul: colores para el final de un trasvase
Cinco colores tiene el cartel “Defiéndalos”, de Irene Delano, y si se añaden los del propio papel (blanco), seis. Ya hemos comentado que esta composición enfoca sobre la perspectiva individual de los nuevos retos; que el trasvase desde la sociedad fisiocrática agraria hacia la industrial productiva dentro de la reforma colonial nos lleva al uso de figuras humanas, casi siempre dos, en combinaciones que nos cuenta distintas historias. En el primer caso, el de Robert Gwathmey (“Por Mandato del pueblo…”), la pareja se ve en un estado de tensión como aquél que ocurre con un retrato en el cual el individuo se desnuda conceptualmente para enfrentar aquello que trata de capturar su esencia, ya sea el artista o una cámara; se les ve fuera de lugar y resalta el contraste entre dos mundos que son distintos de este periodo del tránsito del mundo del Capitalismo Fisiocrático al de Capitalismo de Producción. En cambio, a pesar de que tenemos algunas similitudes, podemos observar que vamos de la plena inconsciencia de lo que sucede alrededor hasta la total consciencia y acción consecuente.
Ya sabemos que una de ellas es que se trate de una pareja consensual y la otra de una madre con su niña –no hay varón– estableciendo un aprendizaje, es decir, enseñando a la niña una higiene en un nuevo tipo de sociedad donde la transición ha sido completada. Están viviendo el futuro y lo que se espera sea su prolongación en el tiempo. Por cierto, en ese futuro las persona visten de colores fríos, azul. El cartel está mayormente en azul con la excepción de la piel, que es marrón, y la instrucción autoritaria: Lávele las manos antes de comer, que está impresa en una Didona (Didot o Bodoni) de color rojo. También hemos de notar que la tranquilidad y sensación de seguridad del traje de la madre se contrasta con la ilusión que provoca el estampado floreado amarillo que lleva el traje de la niña. Éste, anuncia la cosecha y el porvenir, es decir, el único referente de la sociedad fisiocrática se encuentra con la niña al servicio de la sociedad industrial, que desde luego, les ha fabricado unos zapatos para calzarlas, que sería otro símbolo del acceso a una sociedad que trascendió el Antiguo Régimen y un artículo que brinda estatus desde los tiempos del Cid Campeador. Con ello se puede apreciar que la sociedad no solo se prepara para el cambio hacia el Capitalismo de Producción, sino que de una vez dará el salto casi de manera directa hasta el Capitalismo de Consumo, toda vez que ya prepara a los trabajadores y trabajadoras para consumir una parte significativa de lo que produjeron.
[1] Goodsell, Charles T. Administration of a Revolution, Executive Reform in Puerto Rico under Governor Tugwell, 1941-1946. Cambridge: Harvard University Press, 1965.
[2] Alcaide González, Pafael. “Estudio introductorio”, La prostitución en la ciudad de Barcelona 1882. Barcelona, Colección Geocríticas Textos Electrónicos, número 2, noviembre 2000.