La tarea del momento es repetir
Escogiendo selectivamente algunas particularidades del movimiento, El Nuevo Día quiere convencernos de que el asunto está cerrado y es cosa de un Puerto Rico 100% renovado. La idea es atractiva como instrumento de manipulación ideológica, pero se merece un sí y un no. Puerto Rico es, en muchos sentidos, el mismo de antes, dominan los mismos intereses privilegiados, los mismos blanquitos de siempre y tras bastidores continúan las acciones para mantener la colonia vivita y coleando. La única manera de resolver la crisis que vivimos, al menos desde una perspectiva revolucionaria, es seguir alimentando la tremenda inconformidad resultante de 120 años de coloniaje. Repetir, repetir y repetir las protestas.
Lo decisivo, lo fundamental, de la coyuntura actual no es solo la forma universal que asumieron las protestas en contra de Rosselló, sino la posibilidad de que esta jornada revolucionaria vuelva a repetirse, quizás con más fuerza, en contra de los otros corruptos que aún gobiernan el país. Toda revolución se anuncia a través de formas innovadoras de retar el poder. Y, aunque parezca raro, en todos los lugares del mundo, desde el Boston Tea Party (1773) hasta la marcha de las mujeres trabajadoras en la Rusia zarista (1917), los cambios sociales se han anunciado con excentricidades. No somos una excepción. Como decía Hegel: “Ni los pueblos ni los gobiernos aprenden nada de la historia, ni actúan conforme a las lecciones que podrían haber sacado de la historia. Cada período posee tales circunstancias particulares, es un estado de cosas tan único, que uno puede y debe juzgarlo únicamente en sus propios términos”. Mas, para que ocurra un cambio revolucionario, lo nuevo debe convertirse en habitual, adquirir carta de presentación propia.
Lo que El Nuevo Día intuye es que nada sería más peligroso para sus intereses (y los de los riquitos de Puerto Rico) que una repetición de lo acontecido la semana anterior. ¿Por qué? Simplemente porque las masas trabajadoras puertorriqueñas han encontrado su manera autónoma, culturalmente propia, de intervenir en la historia. Es una forma “apolítica” en la medida en que, como los soviets en Rusia entre febrero y octubre de 1917, no fue ni creada ni imaginada por las organizaciones y partidos políticos tradicionales. No es que la izquierda no haya puesto su grano de arena (y hasta algo más); es que aquí las masas han irrumpido en la arena política, como debe ser, con voz propia. Parafraseando a Lenin, la consigna debe ser “todo el poder para las movilizaciones gigantescas y revolucionarias de nuestro pueblo”. Y así como en Rusia Lenin se opuso a encajonar los soviets en las metas y objetivos de los bolcheviques, en el Puerto Rico de hoy nada sería más pernicioso (y pedante) que decirle a la gente lo que es político o apolítico.
No es fácil, ni para las personas ni para los pueblos, reconstruirse en medio del caos. De hecho, todo el entrenamiento de los grandes guerreros a través de la historia, desde los samuráis en el Japón feudal hasta los ejércitos modernos, se reduce a la habilidad de actuar con inteligencia y determinación en medio del caos. Manejar el desconcierto, incluso disfrutar las luchas en ese contexto, a eso se reduce la posibilidad de una revolución radical. Los pueblos que triunfan, los movimientos que se alzan ante la historia, son aquellos que logran no ya actuar “racionalmente” en situaciones de caos, sino incluso desarrollar estrategias que llevan a su neutralización. Eso fue clave en el triunfo de las recientes protestas en la isla. Y seguirá siéndolo en la medida en que la izquierda reconozca que estamos ante un fenómeno nuevo —nuevo, no en el sentido acabado de que habla El Nuevo Día—, sino en que tan solo comienza…