La verdadera voluntad
Ante los resultados electorales del 5 de noviembre, la conclusión de la mayoría de los análisis es que reflejan la voluntad de la gente y que, al final, de eso se trata la democracia. Difiero. Dicha conclusión es una media verdad que parte de una premisa equivocada.
El crucigrama
Esta elección se caracterizó por ser fruto de una reingeniería electoral sin precedentes. Además de operar bajo un reglamento hecho para favorecer al partido de gobierno en la toma de decisiones procesales, el bipartidismo tradicional hizo de todo para inviabilizar a la Alianza. Eso incluyó tanto la impugnación de esta en los tribunales como la de candidatos del MVC a los que la CEE había eximido —por escrito— del recogido de firmas. Para competir, a la Alianza le hicieron la vida imposible.
El resultado fue que el voto efectivo por la Alianza fue como llenar un crucigrama: una marca por aquí, dos por allá, y rellenar blancos de nominación directa en un espacio minúsculo con un Sharpie de punta chata (después de 100 usos), que apenas servía para escribir el primer nombre de cada candidatx. Competir bajo esas condiciones fue una apuesta arriesgada que la Alianza decidió afrontar valiéndose de propaganda impresa con modelos que la gente podía llevar consigo a la urna, e incluso de un portal electrónico que indicaba cómo votar conforme al precinto del elector. Con todo y eso, aún hubo mucha gente —incluso bien informada— que se equivocó al marcar a la hora de la verdad. Me consta.
La Alianza, como fuerza electoral, no tuvo la oportunidad de competir en igualdad de condiciones. La voluntad de sus electores fue sometida a una carrera de obstáculos para expresarse, mientras que las otras fuerzas pudieron hacer una carrera de cien metros sin vallas. Los obstáculos que fueron puestos en la carrera de la Alianza ayudan a explicar por qué la fuerza que se vio en la calle no fue la misma que se vio en las urnas, particularmente en los puestos legislativos. Hubo muchísimos electores simpatizantes de la Alianza que querían votar por todos sus candidatos, pero simplemente no estaban preparados para saltar vallas.
Dicho eso, ojo con confundir la gimnasia con la magnesia. La fuerza electoral demostrada por la Alianza no debe interpretarse como un fiel reflejo del apoyo que tiene en la calle. El apoyo es mucho mayor. Si, en lugar de las columnas del PIP y del MVC, hubiera existido apenas una columna de la Alianza en la papeleta, no es difícil imaginar que los resultados legislativos serían muy diferentes.
Ante lo anterior, dos advertencias: al gobierno electo, cuidado con pensar que realmente tienen un mandato. Al PIP y al MVC: hay que considerar dejar atrás las franquicias para constituirse en una nueva fuerza a prueba de trucos electorales. Es duro desprenderse, pero más duro será el futuro de Puerto Rico si permitimos que nos sigan poniendo trabas para expresar plenamente nuestra verdadera voluntad.
La sombra del futuro
Habría que ser ingenuo o mezquino para desconocer que el mensaje del PNP y la figura de Jennifer resonaron con una parte importante de la población. Frente a ello, hay que preguntarse por qué mucha gente prefirió endosar un partido caracterizado por probadas muestras de corrupción y a una candidata que sobrepasó por mucho las contradicciones que cualquier otro pudiera tener.
Es claro que el grueso del voto PNP viene de las masas empobrecidas del país: aquellas más vulnerables ante la embestida de un sistema económico que privilegia los intereses extranjeros y de la élite local. Estas son las más dependientes de la tarjeta de salud y de los fondos federales, así como las que tienen menos acceso a una educación de calidad que les permita ejercer un claro discernimiento para tomar decisiones informadas que trasciendan la opinología de La Comay y sus facsímiles razonables.
Justamente por ese motivo, dicha población es presa fácil del Cuco: el Cuco del comunismo, el Cuco de la independencia, el Cuco de la retirada de fondos federales. El PNP conoce bien a su audiencia, y por ello su campaña se limitó a esos tres ejes. Los primeros dos Cucos no resonaron mucho con los jóvenes que jamás conocieron la Guerra Fría ni la persecución independentista en sus días más oscuros; de ahí que para ellos fue como si trataran de asustarlos con que los marcianos vienen. Pero este es un país con pocos jóvenes y muchos viejos; viejos y pobres, que dependen de la asistencia social para sobrevivir el día a día en un entorno que se les hace crecientemente adverso.
En teoría política hay un concepto conocido como “la sombra del futuro”. Se refiere a una dinámica en que los actores tienen incentivos para cooperar cuando prevén interacciones futuras, en lugar de actuar de manera egoísta para asegurarse un beneficio inmediato. En el contexto del desarrollo, quien no puede visualizar un futuro mejor y diferente al que tiene hoy no tiene incentivos para apostar a ese futuro, conformándose con hacer lo mínimo para garantizar la existencia diaria.
En el Puerto Rico adverso de hoy, son muchos los que no ven la sombra del futuro; los que no ven la luz al final del túnel; los que desvisten un santo para vestir a otro y se repiten que más vale pájaro en mano que cien volando. Para esa gente que no puede ver el futuro, resulta mucho más tangible y realista una promesa de millones federales que pedir un voto por la Esperanza. No se les puede culpar por votar por lo que perciben como la alternativa más viable para seguir garantizando su existencia.
¿Pero qué se hace entonces con esa gente para ampliar su norte y que consigan ver la sombra del futuro sin recurrir a las prácticas y al discurso que tanto criticamos? La respuesta dista mucho de ser una solución a corto plazo, pero resulta lo más acertado, efectivo y sostenible: trabajar, desde ahora, con las comunidades (ampliamente entendidas) en la autogestión, acompañándolas en un proceso reflexivo de empoderamiento dirigido a descolonizar el pensamiento. Es un trabajo de hormiguita, como el que se dio después del huracán María, en que muchas comunidades se dieron cuenta de que, si no lo hacían ellas, nadie más lo haría. Parte de ese empoderamiento comunitario se manifestó en el verano del 2019 y ha seguido creciendo, manifestándose también en el respaldo masivo a la Alianza.
Alcanzar lo que se quiere mediante la autogestión obliga a pensar que sí se pueden hacer las cosas sin depender exclusivamente de ayudas gubernamentales. Quien se siente capaz de forjar su propio futuro también se siente empoderado para ejercer su verdadera voluntad de cambio y adquiere inmunidad ante quienes solo saben recurrir al chantaje del temor y del mantengo para mantenerse en el poder.