Las manos de Alicia: Francisco Rodón y Alicia Alonso
Las manos en el cuadro son grandes, desproporcionada, pero estilizadas y dramáticas. No es la primera vez que un pintor exagera el tamaño de unas manos o de alguna otra parte del cuerpo de la persona a quien retrata. Piénsese, por ejemplo, en los ojos de algunos cuadros de Picasso. Esta exageración de un rasgo físico puede ser una forma de expresar una capacidad especial del retratado. Grandes y desproporcionadas son las manos de Alicia Alonso en el magnífico retrato que le hizo el pintor puertorriqueño Francisco Rodón y que lleva un parco título, “Alicia Alonso”. El tamaño de esas manos y su pose encierran un mensaje.
El pintor mismo, en un reportaje hecho por Ana Teresa Toro, cuenta la historia de la creación de ese retrato que pintó entre 1982 y 1983. La idea, relata Rodón, surgió durante una visita de Alonso a Puerto Rico en 1981. (Fueron, por suerte, varias las suyas a la Isla y todas importantes por diversas razones.) Durante esta visita el pintor le pidió a Alonso que posara para él. Ella aceptó tras visitar su taller y ver allí varios cuadros del pintor. El retrato lo comenzó Rodón en La Habana y lo terminó en Puerto Rico. Fue un largo proceso y fue muy bien recibido por la crítica y alabado por la modelo. De este retrato surgieron otras piezas sobre el mismo tema: Rodón hizo cuadros de las manos y los pies de la bailarina. Las manos se convirtieron en imagen para un sello postal cubano, lo que confirma la importancia de ese detalle del retrato. No cabe duda de que este es una de las obras más acertadas y mejor recibida de Francisco Rodón. Hay que preguntarse por qué.
La obra es de gran formato y de gran mérito. Rodón, quien asocia a Alonso con otras dos divas que le sirvieron de inspiración, María Félix y María Callas, logró captar en su obra el físico y carácter de su modelo. Esta es una mujer mayor; las arrugas en la cara así lo evidencian. Pero es, a la vez, una mujer llena de vida y vitalidad; la mirada directa y hasta desafiante así lo hace claro. No cabe duda de que la modelo es bailarina: su postura lo delata y sus manos, como ya he apuntado, son dramáticas y exageradas; estas no nos hace dudar que aparecen en un gesto que reproduce una escena de ballet. El cuerpo, erecto y esbelto, queda delimitado por pequeñas áreas blancas alargadas que parecen no estar pintadas sino dejadas sin terminar; son pequeñas áreas irregulares que separan el cuerpo de la modelo del fondo del cuadro. El vestido y el fondo, más oscuro que los de los grandes retratos de Velázquez, más cercano a los de Rembrandt, son unánimemente negro, como los cisnes de Darío, otro personaje de la pintura de Rodón, aunque de color opuesto. El vestido y el fondo son negros para que el observador preste toda su atención a la cara y las manos de la modelo.
La cara es dramática, aunque no tanto como las manos. La modelo está maquillada como para salir a escena. Las pestañas son inverosímilmente gruesas. El color de la cara es distinto al del cuello y al de las manos. Es más intenso y, sobre todo, está más marcado por detalles. El maquillaje marca la cara. Esta y las manos son el punto de atención de la obra y están más elaboradas que el cuerpo que parece estar meramente esbozado y casi no se separa del fondo.
Rodón, como muchos otros artistas de nuestros tiempos, parece dejar su obra sin terminar. Esta técnica es una forma de jugar con el observador ya que ese aparente estado de indeterminación o de falta de conclusión es una sagaz manera de hacer que el cuadro evidencie su proceso de creación, que sea el proceso de la pintura, de la acción de pintar. Obviamente el cuadro está terminado; no cabe duda de ello, y la bendición del artista para exhibirlo así lo confirma. Pero este deja por algunas partes del lienzo evidencia del proceso de la pintura Este es, si se me permite, un cuadro performativo: una pintura que deja ver la pintura o el acto mismo de pintar. Así es, aunque en “Alicia Alonso” no se evidencia este proceso tanto como en otras piezas de Rodón. Pienso en sus retratos de Borges donde esta técnica o este recurso se hacen mucho más evidentes Pero el cuadro tiene momentos que apuntan a ese proceso: el contorno del cuerpo que lo separa del fondo y algunos detalles de las manos, especialmente de las uñas que sirven para alargar aún más las grandes manos de la bailarina.
Hay que prestar atención a la boca de la modelo. No es el centro de la pieza pero al ser la única nota de colorido, ya que el resto es negro y tonalidades de blanco y rosado que delimitan la piel, fuerza la mirada. Un pequeño detalle del cuadro recalca este hecho. Si las áreas que se quedan sin pintar o se marcan con blanco, para dar la impresión de estar inacabado, sirven para separar el cuerpo de la modelo del fondo del cuadro, hay que notar también una pequeña área grisácea que enmarca las sienes y la frente de la modelo. No está muy definida, pero la leo como la representación de la pañoleta, el casi turbante, que Alonso acostumbraba a llevar. Ese casi turbante es casi un atributo suyo, como en las fotos de sus últimos años lo son también las gafas. Ese delicado enmarcado en gris separa delicadamente la cara del fondo negro y hace que el rojo intenso de los labios sea aún más destacado.
La maestría del pintor queda claramente demostrada en todos estos detalles que sirven para crear una obra maestra en el campo del retrato. Pocos, muy pocos, poquísimos artistas latinoamericanos han alcanzado la maestría de Rodón como retratista. Esto se muy evidente en “Alicia Alonso”.
Pero este retrato tiene también interés e importancia visto dentro del amplio contexto de la obra del pintor. Rodón ha creado paisajes y bodegones, pero indiscutiblemente se destaca por sus retratos que forman una galería del poder o de los poderosos. Luis Muñoz Marín y Rómulo Betancourt son los retratados por Rodón que más directamente encarna el poder. En este caso es el poder político. Pero el artista se interesa también por otras caras del poder, particularmente las de los poderosos en el campo de la cultura, sobre todo de la literatura: Darío, Borges, Rulfo, Vargas Llosa son algunos ejemplos.
Estas figuras poderosas aparecen siempre con un cierto aire de vulnerabilidad: una mancha inexplicable en la triste cara de Rulfo; Darío quien en su agonía literalmente se deshace en el cuadro; Borges como un maniquí separado del mundo por un manto que cubre su cuerpo. Pocas son las mujeres en esa galería de poderosos. Rodón pintó a Marta Traba, pero su retrato, hay que decirlo, no es una de sus piezas más logradas; se parece mucho al que le hizo a Olga Nolla. Tampoco lo es el de Rosario Ferré, aunque este no deja de alcanzar pasajes de mérito. En ese contexto el magnífico retrato de Nilita Vientós Gastón y “Alicia Alonso” son los mejores retratos femeninos de Rodón, si descartamos su temprana obra maestra: los retratos de su madre, un ciclo que culmina con “La muerte de Inés”. Pero estos más que retratos son alegorías ya que la madre del pintor aparece retratada como una niña. Definitivamente el retrato de la bailarina cubana y el de la intelectual boricua se destacan entre los retratos femeninos y entre todos los de Rodón.
¿Por qué el interés del pintor en Alonso? Esta es una figura poderosa en más de un sentido y ese poder atrae a Rodón. Él mismo le declara a la periodista Ana Teresa Toro su atracción y miedo ante el poder: “Yo siempre tenía terror al poder. […] Yo tenía miedo al poder pero lo vencí cubriéndome de ellos [los poderosos].” (“Historia de un retrato”, El Nuevo Día (San Juan) 5 de junio de 2014) En cambio, diría yo que el artista supera su paradójico miedo y su atracción por el poder a través de la pintura. Rodón mismo lo sabe y así se lo declara a Toro: “Hacer retratos es la mejor terapia psicológica que yo he tenido en mi vida.”
Estos cuadros podrán ser su terapia personal, su forma individual de vencer sus miedos, sus fobias. Eso será así para él. Pero para nosotros, los observadores de su obra, en cambio, estos retratos de los poderosos son una acertadísima representación del puro poder desde una compleja perspectiva que combina la fuerza con la vulnerabilidad. Eso se hace evidente en algunos de sus grandes retratos, como el de Muñoz Marín donde el monstruo político aparece herido por el tiempo.
“Alicia Alonso” se puede leer desde esa misma perspectiva: es el retrato de una mujer que ya ha pasado su momento de esplendor. Pero la modelo mantiene, a pesar de ello, su fuerza, como lo evidencian sus ojos y su postura erecta. Más aún, lo evidencian sus manos que adoptan una pose que no es natural, un gesto que nos refieren al mundo de la danza donde ella fue grande, grandiosa, excelsa. Las manos de Alicia en el retrato de Rodón parecen llamas y hablan elocuentemente de las hazañas y los logros de la bailarina. Aquí Alonso encarna tanto a Terpsícore como a Prometeo ya que sus manos son las llamas que traen el fuego del arte de la danza a los otros. La Alicia de Rodón guarda en sus manos el fuego que es el fuego mismo y es, sobre todo, el fuego de la danza. Por ello, el carácter de la modelo, encarnado en sus manos, domina y hasta define todo el cuadro.
En “Alicia Alonso” la gran bailarina queda encarnada en esas manos exageradas, alargadas, inconclusas, metafóricas y ese es uno de los logros de Francisco Rodón en este retrato, indiscutiblemente una de sus obras maestras.