Las muertas no narran

Angie Noemí González Santos fue estrangulada.
Evoco la imagen no por sensacionalismo sino porque así ocurrió. ¿Por qué evitarlo? La estrangularon. Luego la tiraron por un barranco en Coamo. Pienso en su cuerpo cayendo al vacío como algo tirado sin más. Un cuerpo/escombro lanzado a un vertedero clandestino.
Repulsión. Rabia. Eso siento. Su asesinato me acongoja.
Angie tenía solo 29 años. Empezaba a vivir. Diría que tenía todo un futuro por delante, una promesa de vida. Diría que tenía tantas cosas que hacer con sus amistades, con la familia, consigo misma. Tantas cosas que hacer y disfrutar con sus tres hijas, ahora huérfanas.
Angie era enfermera y trabajaba en un centro de envejecientes en Bayamón. Viajaba todos los días desde su casa en Barranquitas hasta allí, irremediablemente, porque era el único sustento económico de su casa. Decir enfermera es aludir a un trabajo duro y extenuante. Uno de esos trabajos que exigen un extra en dedicación, amor y compromiso. Es trágicamente curioso que no la haya matado el COVID 19 ni el cansancio ni la tensión ni ningún otro mal que aqueja a las trabajadoras del sector de la salud sino su esposo. El mismo que cuidaba sus hijas mientras ella trabajaba. El mismo al que ella se refería en las redes sociales como el tóxico. Su tóxico. El mismo que, ante las autoridades, confesó haberlo hecho y luego llevó a la policía hasta el lugar donde yacía el cadáver.
Me duele lo que le sucedió a Angie. No la conocía pero eso poco importa. Me duele pensar que ella sea una más en la larga lista de mujeres asesinadas. Una más. Una más. Una más. Qué muchas son. Qué mucha violencia. Qué mucha ausencia, indiferencia, indefensión. Digo indefensión porque si hay algo que a esta hora me provoca su asesinato es eso mismo. Se puede hablar de tantas cosas sobre el asesinato de Angie, cierto, pero a mí me asalta la cabeza esa palabra. Indefensión.
Soy mujer. Soy madre. Soy abuela. Soy trabajadora. Soy sindicalista. Soy feminista. Soy joven. Estoy llena de vida pero el asesinato de Angie me crea una poderosa angustia porque obliga ponerme en su lugar. En el lugar de la mujer estrangulada. En el lugar de ese cuerpo sobre el cual otro se creyó dueño y dispuso de él como un objeto. En el lugar de ese cuerpo que cae por el barranco.
Indefensión y miedo.
Es que a veces me he creído tan a salvo. A veces me he creído tan segura de que eso nunca me sucederá. Me he creído tan confiada.
Es una mierda pensar que la confianza me hace vulnerable y entonces me asaltan preguntas. ¿Cómo saber si realmente estás en peligro o no? ¿Cuánto tiene que pasarte para advertir que esta vez te toca a ti? ¿Estoy exenta de esa violencia?
Pongo estas palabras como un ejercicio de narrar un miedo. Un ejercicio de narrar ese sentimiento de indefensión.
Lo narro ahora quizás pensando en eso que dice Cristina Fallarás: las muertas no narran.
Angie Noemí González Santos, en mi sentido de indefensión pronuncio tu nombre.