Lo jíbaro como metáfora del futuro [agroecológico]
En la actualidad, durante las navidades boricuas, con su eclosión musical de trullas y aguinaldos, trovadores, ron pitorro, pasteles y arroz con gandules, es cuando más aflora el perfil jíbaro de la puertorriqueñidad.1 Relegado en el imaginario social a evocaciones nostálgicas, para muchos es la expresión festiva por excelencia; para otros un pesado lastre cultural a superar. Más allá de que encarna un significativo legado de nuestros campesinos, propongo, a través de una mirada libre de idealizaciones simplistas, argumentar la importancia estratégica de las tecnologías agroalimentarias jíbaras para un futuro agroecológico de seguridad y soberanía alimentaria.2
Uno de los mensajes ecologistas que ha calado hondo en el imaginario social es la pérdida de especies endémicas, como el caso de la cotorra puertorriqueña; o de ecosistemas emblemáticos, como El Yunque y el Corredor del noreste. Esta tendencia es afín a la de los movimientos en otros países y a nivel internacional. Sin embargo, existe otra pérdida que potencialmente tiene el mismo impacto en cuanto a la conservación y el manejo sostenible de los recursos naturales: la pérdida del conocimiento asociado. No existe animal, planta o ecosistema de uso humano que no tenga un conocimiento específico vinculado.3
En términos sociales, una vez se muere la última persona que conoce el uso de una planta, la forma de relacionarse con un animal, o las interacciones entre especies y geografía en un ecosistema, ese bien natural pierde su utilidad para nosotros. Aunque el recurso sobreviva, se pierden siglos de inteligencia adquirida a través de una evolución dinámica entre el ser humano y el medio. Todo en la naturaleza tiene, más allá de su uso, un valor intrínseco a su propia existencia. Sin embargo, una vez desaparece el conocimiento asociado, pierde su calidad de don para las comunidades humanas.
En Puerto Rico nos hemos dado el lujo de perder una gran parte del conocimiento tradicional desarrollado por nuestros antepasados. Ese conocimiento nos ha permitido interactuar sosteniblemente con el medio natural y obtener y sustentarnos a través de los alimentos, plantas medicinales, materiales para la construcción y vestimenta. En gran parte, hemos despreciado el acervo de conocimientos sobre la naturaleza de nuestros mayores, en un gesto de arrogante culto a una modernidad consumista que arrasa con todo, generando un vacío a llenar con todo tipo de artefactos, necesidades y uso del tiempo. No se trata de miradas nostálgicas a un pasado que siempre se imagina mejor, sino del costo social al despreciar y desperdiciar herramientas importantes para el manejo de la naturaleza.
¿De dónde surge lo jíbaro?
Desde hace años me he preguntado por qué nuestros campesinos se llamaban jíbaros, igual que los pueblos amazónicos reductores de cabezas. Cuando comienzo a investigar encuentro que en el idioma español la palabra es de uso en Cuba (animal salvaje o montaraz, además del nombre de algunas poblaciones) y en el mundo amazónico de Venezuela, Colombia, Perú y Ecuador, donde se usa para designar a algunos pueblos amerindios y también a personas campesinas, rústicas. Además, es el nombre de un idioma hablado entre algunos de los pueblos originarios del Amazonas. Contemporáneamente se usa despectivamente en Colombia y Cuba para designar a vendedores de drogas ilegales.
La referencia a la palabra jíbaro en el contexto de Puerto Rico data desde temprano en la colonización española. Al ser de uso en Cuba y La Española, las otras islas pobladas por los taínos, se asume que el vocablo llegó con los pueblos originarios en su viaje por el Caribe, desde lo que hoy es Venezuela. Jíbaro quiere decir “hombre de la montaña”, “gente del bosque,” y teorizamos que fue una forma en que se autodenominaban los habitantes de Boriken.
Temprano en la invasión española de la isla, ante la violencia desatada en su contra, ocurre una migración/huida de los taínos al interior selvático. También escapan a las montañas españoles marginados y negros cimarrones. Es la época de las sínsoras, el jurutungo, las guácaras (cuevas en arahuaco), el origen de un mestizaje que se auto-excluye de la oficialidad colonial españolista y se integra al mundo natural de la montaña.
Opinamos que en aquel contexto los conocimientos taínos sobre flora, fauna, alimentación y tecnología agrícola fueran preponderantes en la integración de aquellos núcleos sociales al medio. Eran los taínos los que conocían las plantas y animales silvestres para recolectar y cazar. Tenían las semillas y la tecnología para sembrar en situaciones complejas en bosques, laderas inclinadas y climatología extrema. Es muy probable que aquellas personas adoptaran la palabra jíbaro para nombrarse como algo distinto de los españoles.
Hacia finales del siglo dieciséis algunos cronistas ya hacen la distinción entre el mundo civilizado de la hispanidad en las llanuras costeras y la gente montaraz del interior. En el siglo diecisiete se encuentra la palabra jíbaro en documentos oficiales, como una de las clasificaciones del sistema racista de castas, definido como una persona 66 porciento de sangre española y 34 porciento afro-indígena.4
Desde el siglo XIX, mientras el tema racial permea la discusión, se dan dos tendencias sobre el uso de la palabra jíbaro. Para algunos refiere al poblador blanco de las montañas, al cual, con cierta idealización clasista, se le ha considerado “…lo más entrañable y puro de la nacionalidad puertorriqueña”. Mientras tanto, surge una perspectiva negativa, que queda grabada en el imaginario social hasta la actualidad, a partir del libro El Gíbaro (1859) de Manuel Alonso. Allí se ridiculiza al campesino puertorriqueño, siempre desde la perspectiva de la élite europeísta isleña. A través de un costumbrismo muy de moda en la época, retrata un campesinado bruto, vicioso, mal vestido, ignorante y violento.5
Aunque el desprecio del mundo rural por parte de las elites urbanas es algo característico a través de la historia y las geografías, es sobre la base productiva agrícola y la extracción de riqueza del campo que se han montado todos los imperios, desde los romanos hasta los norteamericanos, los soviéticos y los incas. En Puerto Rico las exportaciones de productos agrícolas (azúcar, café, algodón, jengibre, entre otros) permitieron la formación de una clase criolla enfrentada a los españoles monárquicos, mientras estos monopolizaron las importaciones de alimentos e implementos agrícolas y el crédito. Además, la primera industrialización puertorriqueña, hacia finales del siglo XIX, vino del agro: “Cuando ocurre la invasión norteamericana de la Isla en el 1898, se estaba en un proceso de transformación capitalista, con nuevas empresas en el área agro-alimentaria, como enlatados y fabricación de dulces. Sin embargo, cerca de un 70 por ciento de la comida consumida en Puerto Rico se importaba.”6
Lo jíbaro en el siglo XX
Entrado el siglo pasado continúa el uso del nombre jíbaro, por parte de sectores urbanos costeros y sectores dominantes europeos del interior, para nombrar a una clase social formada por obreros agrícolas y sus familias. Estos grupos sociales vivían como arrimados en terrenos marginales en las fincas de los hacendados en las montañas, o en pequeñas parcelas de escaso valor agrícola. Fue gente sometida a relaciones con características feudales y/o de capitalismo primitivo: falta de propiedad sobre la tierra, falta de movilidad geográfica, abuso de las mujeres campesinas por parte de los patronos, inexistencia de derechos laborales, falta de escolarización, problemas de salud endémicos y falta de servicios médicos, mala alimentación y una pobreza extrema que imposibilitaba el acceso a ropa, zapatos e higiene apropiados.
El campesinado jíbaro quedaba atrapado en un círculo de endeudamiento vicioso a través de economías cerradas, pues frecuentemente al obrero agrícola se la pagaba con vales –algunas haciendas en Puerto Rico llegaron a tener moneda propia- que solo se podían utilizar en las tiendas de los hacendados:
“A pesar del peso de la agricultura en nuestra economía, durante la primera mitad del siglo pasado se fomenta el rechazo de nuestra cultura campesina tradicional, rechazo que es alimentado por el devastador impacto de varios fenómenos naturales y sociales: los huracanes San Ciriaco a finales del siglo XIX y San Felipe en el 1929, la gran depresión económica mundial a partir del mismo año, enfermedades como la anemia infecciosa, la bilharzia y la malaria. Las condiciones de extrema pobreza que resultaron de tantos azotes, unido a la tradicional explotación latifundista, fueron confundidos con una supuesta ‘inherente mediocridad’ en la manera de los jíbaros aproximarse a la realidad, tanto en cuanto a la tecnología agraria como en los valores culturales.»7
Sin embargo, en el año 1939 en Puerto Rico se produjo el 65 por ciento de los alimentos para una población de dos millones de personas. Las mejores tierras agrícolas de la isla estaban destinadas a cultivos de exportación, como la caña y el tabaco, así que podemos inferir que esa cantidad de cultivos alimenticios se producía en terrenos inclinados de las montañas. Somos de la teoría de que aquella agricultura para la producción de alimentos era de origen campesino, e integraba muchas prácticas de conservación de la naturaleza (suelos, agua, biodiversidad) que hoy llamamos sustentables.8
Mientras tanto, pasada la mitad del siglo pasado muchos pobladores del interior de la Isla continuaron autodenominándose jíbaros con orgullo y como seña de identidad. Cuando viví en las montañas de Maunabo a finales de los años setenta y principio de los ochenta, mientras las autopistas ya surcaban la cordillera y los centros comerciales comenzaban a estropear el paisaje del país, encontramos que aún pervivía un entramado social campesino muy fuerte. Alejados de las grandes haciendas del centro de la isla, muchas familias eran dueñas de los terrenos que habitaban y sembraban. Aún quedaban componentes de una economía mixta que integraba la agricultura de subsistencia, la producción agrícola para los mercados, el trueque de bienes y mano de obra, y el trabajo asalariado como obreros agrícolas. Muy distinto a la mortandad infantil vivida por los campesinos en las zonas cafetaleras del centro de la isla y los cañaverales costeros, lograban criar familias numerosas. Aquella gente se consideraba jíbara con orgullo.
En su libro Desde Borínquen Atravesada: apuntes para una sustentabilidad jíbara, José Rivera Rojas nos muestra, a través de su infancia y adolescencia en un barrio de las montañas de Caguas, la sobrevivencia y vigencia en los años setenta del siglo XX del mundo campesino. “Aún prevalecía en el imaginario puertorriqueño rural un complejo sistema de valores que incluía la solidaridad, el respeto a los demás, a la naturaleza y…un profundo sentido del amor propio.»9 Los relatos de José Rivera Rojas incluyen aspectos sociológicos, culturales y tecnológicos. Sin idealizar, nos describe un mundo de hombres que lloran y mujeres que son fuertes, niños y niñas que aprenden y juegan juntos, un trato respetuoso para los animales aunque fuesen criados para ser consumidos. Nos habla de las yuntas de bueyes, el uso sostenible de los bosques, la biodiversidad y los conocimientos asociados, la siembra de ñames, arroz y tabaco, entre muchos otros componentes de un entramado integrado e integrador de la relación del ser humano con su entorno natural.
Sin esa presencia de lo campesino como identidad en el imaginario social puertorriqueño hasta bien entrado el siglo XX, no se entendería que el Partido Popular Democrático escogiera como emblema el perfil de un jíbaro con su característico sombrero, la pava. No como emblema de un pasado añorado, sino como símbolo de la esencia de una puertorriqueñidad mestiza, autóctona, trabajadora, creativa y entrañable, propuesta como la base de un nuevo país democrático y moderno. No son estás páginas el lugar para profundizar en una de las grandes contradicciones en la historia política de la gestión del Partido Popular. Pero sí sostenemos que para propiciar la rápida transformación de una economía de base agrícola a otra capitalista basada en una industrialización rápida con capital norteamericano, en Puerto Rico se promovió el vaciamiento del campo en las ciudades y la migración a Estados Unidos.
En una estrategia con grandes contradicciones frente a la rápida transculturación de influencia norteamericana, los nuevos gobernantes de mediados del siglo pasado tuvieron que defender la identidad isleña. El Instituto de Cultura Puertorriqueña se convierte en garante y promotor de lo jíbaro a través de las ferias de artesanía, los concursos de trovadores, talleres y cursos de capacitación y formación. La cultura campesina pasa de ser una expresión cultural viva y en dinámica evolución dentro de un contexto sociológico cambiante, a convertirse en expresiones de folclor. Sin embargo, los esfuerzos del Instituto han servido para evitar la desaparición total de una enorme diversidad de expresiones culturales: oficios como carpintería y tejidos, con sus herramientas, utensilios; música, ritmos, bailes, instrumentos musicales; cosmovisiones, imaginería, iglesias, prácticas; arquitectura de distintas épocas, diseños, materiales diversos, entre un gran acervo que permanece en los cimientos de la puertorriqueñidad.
Mientras tanto, parece que fue un fenómeno generalizado la institucionalización del prejuicio a mediados del siglo XX sobre lo campesino por parte de los sectores urbanos, los propietarios de la tierra y nuevos capitalistas. Hemos conocido varios ejemplos de cómo se pervierte el uso de los nombres tradicionalmente utilizados para describir a las poblaciones campesinas, para pasar a ridiculizarlas. En Catalunya fue con los pageses, en Uruguay los canarios, en Estados Unidos los hillbillies. En todos los casos se ha cambiado el uso de las palabras para pasar a describir a los campesinos como personas ignorantes, atrasados, poco inteligentes, incultos, etc. Somos de la opinión que ese proceso de degradar lo campesino sirvió para mover grandes masas poblacionales a los centros urbanos, para ser obreros, empleados y, por supuesto, grandes consumidores.
Herencia agrícola de saberes campesinos
Hoy se reconocen muy poco las aportaciones tecnológicas de la población jíbara en nuestro país. Siempre me llamó la atención la falta de una referencia dinámica en nuestro imaginario social a un campesinado como promotor de parte de nuestros valores, cultura y conocimientos nacionales:
“Somos de la teoría de que una parte importante de la tecnología agrícola practicada por nuestros jíbaros hasta entrado el siglo XX fue en realidad adaptada de los sistemas indígenas, con modificaciones a partir de influencias españolas [y africanas]10… para los que hemos tenido la oportunidad de cultivar según lo ha hecho el jíbaro tradicionalmente, los sistemas de tala, quema y rotación, de asociación y sucesión de policultivos, gran biodiversidad productiva, manejo de suelos y del agua, conocimiento climatológico, cosecha, almacenamiento y consumo tienen, definitivamente, mucho de tecnología indígena, si se hacen comparaciones con otros pueblos originarios centro y sur americanos.”11
A finales de los años setenta y principio de los ochenta, tuvimos la oportunidad de vivir y hacer agricultura campesina en el barrio Matuyas Bajo de Maunabo (Puerto Rico). Don Santos Rodríguez, Doña Cela y Don Cele ya eran agricultores de más de setenta años: los dos primeros todavía fincaban y fueron generosos maestros. Con amigos de generaciones más jóvenes, trabajamos en las talas y compartimos largas horas de socialización creativa. Más tarde, a principios de los años noventa, como parte del Proyecto Yagrumo , una investigación sobre conocimiento tradicional agrícola, tuvimos la oportunidad de entrevistar a agricultores mayores de Maunabo, Orocovis, Patillas y Utuado.12 Todos y todas compartieron generosamente sus conocimientos y prácticas de agricultura jíbara. Algunos, de la mano de los agentes de extensión e inducidos por los paquetes tecnológicos de las agencias gubernamentales agrícolas, ya habían introducido elementos de la agricultura química (abonos de síntesis, plaguicidas, herbicidas), pero la agricultura que conocí en aquellas fincas y entrevistas seguía siendo esencialmente de base tradicional campesina, jíbara.
A continuación se incluyen prácticas y conocimientos agrícolas campesinos puertorriqueños, de utilidad para la agroecología, a la cual llamamos hermana académica de la agricultura ecológica.13 La agroecología reivindica la unidad entre las distintas ciencias naturales entre sí y con las ciencias sociales, para comprender y potenciar las interacciones existentes entre procesos agronómicos, económicos y sociales. Dicho de otra manera, se reivindica la unidad e interacción que existe entre el medio natural, la planta, el animal y el ser humano.
La agroecología tiene una dimensión integral en la que lo social ocupa un papel muy relevante, ya que las relaciones establecidas entre los seres humanos y las instituciones que las regulan constituyen la pieza clave de los sistemas agrarios, que son ecosistemas fuertemente humanizados. Para la agroecología el agro-ecosistema es la unidad sobre la cual se trabaja. Desde esta perspectiva, la estructura interna de los agroecosistemas resulta ser una construcción social, producto de la coevolución de los seres humanos con la naturaleza.14 En la tabla siguiente compartimos una selección y descripción, muy personal, de los conocimientos y prácticas campesinas puertorriqueñas, en ánimo de provocar la reflexión sobre estos temas. Acompañamos los conceptos descritos con ejemplos asociados, que hemos tenido la oportunidad de practicar, presenciar o escuchar de primera mano.
Prácticas y conocimientos campesinos jíbaros con valor agroecológico
[table id=1 /]Hacia un futuro agroecológico
Muchos de los movimientos de agricultores orgánicos y ecológicos puertorriqueños actuales reivindican lo jíbaro como referencia campesina, y algunos rescatan lo mejor de esa tradición con el concepto neo-jíbaro, nuevos jíbaros. Esa referencia cultural representa hoy el cuidado del medio natural, solidaridad, auto-sustento, laboriosidad e inserción comunitaria (compadrazgo). También incluye la comprensión de los ciclos naturales, pensamiento complejo/multiplicidad, y el manejo de matrices temporo-espaciales sobre: biodiversidad productiva con integración de especies, variedades, animales domésticos, árboles, fauna silvestre, insectos, pájaros y otros animales, meteorología, ciclos de agua, uso y protección de los suelos.
¿Cuánto conocimiento tradicional agroalimentario de carácter sustentable queda disponible entre nuestros mayores en Puerto Rico? ¿Habrá tiempo para rescatarlo? Cada viejo y vieja -dicho con cariño- que muere se lleva el conocimiento si no lo ha trasmitido. Además hace falta sistematizarlo para que pueda ser (re)utilizado por otros.15 También es necesario, a través de técnicas de investigación participativa16 y extensión campesino a campesino,17 desarrollar estrategias para aumentar e intensificar la producción de alimentos mediante tecnologías agroecológicas, lograr estabilidad agroecosistémica y compartir horizontalmente los conocimientos y las innovaciones. El rescate y afirmación de lo jíbaro aporta herramientas necesarias para manejar efectiva y exitosamente la complejidad que implica el desarrollo de un sistema agrícola y alimentario propio, eficiente, sustentable, económicamente viable y ecológicamente sensitivo. Es decir, movernos como país hacia la soberanía alimentaria mediante la agroecología.
*El autor es especialista en agricultura ecológica, y autor de los libros El huerto casero: manual de agricultura orgánica y La Tierra Viva: manual de agricultura ecológica. www.ecoser-desarrollointegral.blogspot.com.
- En Puerto Rico se hace una referencia a la fiesta navideña en plural. Más allá de incorporaciones consumistas recientes y desaforadas como el Black Friday, el concepto incluye el periodo desde finales de noviembre, que inaugura la temporada de fiestas, música, bailes y compras (tradicionalmente el inicio de las fiestas fue el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción); tiene su clímax contemporáneo en las fechas alrededor de la natividad el 24 y el cambio de año el 31 de diciembre; se conserva una ferviente celebración, especialmente en el interior de la Isla, del Día de Reyes el 6 de enero; continúa con las octavitas, las promesas cantadas; y culmina, en una extensión urbana reciente en las masivas Fiestas de San Sebastián en el Viejo San Juan, alrededor del 20 de enero. [↩]
- Nelson Alvarez Febles, “La soberanía alimentaria: historia y desafíos.” 2011. [↩]
- Para información sobre el concepto de conocimiento tradicional, ver: http://www.unesco.org/new/es/natural-sciences/priority-areas/links/related-information/what-is-local-and-indigenous-knowledge/#topPage; http://www.cbd.int/abs/infokit/revised/web/factsheet-tk-es.pdf ; http://www.grain.org/es/article/entries/1041-comunidad-o-mercancia-cual-es-el-futuro-del-conocimiento-tradicional [↩]
- Jíbaro es un término de uso común en Puerto Rico para referirse a los campesinos de ascendencia española. [↩]
- Ver, por ejemplo, la discusión sobre este tema en: Carmen L. Torres Robles. “La mitificación y desmitificación del jíbaro como símbolo de la identidad puertorriqueña.” (1999) The Bilingual Review/La Revista Bilingüe, 23(3). [↩]
- Nelson Alvarez Febles, “Breves apuntes sobre la historia de la agricultura y la alimentación en Puerto Rico.” 2011. http://www.80grados.net/apuntes-sobre-la-historia-de-la-agricultura-y-la-alimentacion/ [↩]
- Ver nota 6, arriba. [↩]
- Nelson Alvarez Febles, “La agricultura ecológica puede producir alimentos para Puerto Rico.” 2012 http://www.80grados.net/la-agricultura-ecologica-puede-producir-alimentos-para-puerto-rico [↩]
- Nelson Alvarez Febles, prólogo: José Rivera Rojas, Desde Borínquen Atravesada: apuntes para una sustentabilidad jíbara, Ed. SembrArte, 2009. [↩]
- Se añade la referencia a tecnologías agrícolas africanas, para subsanar una falta en el texto citado. [↩]
- Ver nota 6, arriba. [↩]
- A pesar de varios intentos, nunca se consiguió apoyo institucional para hacer el Proyecto Yagrumo. Todavía esperan las cintas con las grabaciones de las entrevistas para ser desgrabadas y transcritas. [↩]
- Nelson Alvarez Febles, “Agroecología, hermana académica de la agricultura ecológica.” 2012. http://www.80grados.net/la-agroecologia-hermana-academica-de-la-agricultura-ecologica/ [↩]
- Ver Miguel A. Altieri y otros. (1999) “Bases científicas para una agricultura sustentable.” Editorial Nordan, Montevideo. El libro completo, de 340 págs, está disponible en formato digital: http://www.agroeco.org/socla/pdfs/Agroecologia.pdf [↩]
- En nuestros libros, artículos y talleres intentamos integrar el conocimiento tradicional. Otras personas, como María Benedetti, han hecho un excelente trabajo de recopilación y sistematización. Desde las universidades se han hechos investigaciones importantes, sobre flora, fauna, alimentación, entre otras áreas vitales. [↩]
- Ver nota 13, arriba. Allí hemos descrito algunas de las premisas de la investigación participativa y sugerido áreas de trabajo para la agricultura ecológica puertorriqueña. [↩]
- En internet hay muchísimo material disponible, tanto textos como videos. Por ejemplo: Rubén Pasos, “Campesino a Campesino: Metodología de Difusión de Conocimientos.” 2014. CIPRES(CLADES), Nicaragua. http://www.clades.cl/revistas/10/rev10agr4.htm [↩]