Minor White en Puerto Rico o sobre las posibles formas de acercarse a estos temas
Todas estas ideas me vinieron a la mente cuando leía el catálogo de una reciente exposición de Minor White (1908–1976) en el Museo Getty: Paul Martineau, Minor White: Manifestations of the Spirit (Los Angeles, The Paul Getty Museum, 2014). Las magníficas reproducciones de las obras de White que aparecen en este hermoso catálogo indican que la exposición, que por desgracia no vi ni veré, debió ser estupenda; el catálogo es, pues, un premio de consolación pero, aunque las reproducciones son de excelente calidad, nunca igualan ni supera ver las obras mismas, aunque éstas sean fotografías. Me perdí la exposición, pero, al menos, tengo el catálogo que me hace regresar a un artista que marcó mi desarrollo estético, intelectual y emocional. Por ello mismo apuro estos apuntes tras leer con detenimiento y deleite el catálogo de dicha exposición.
Minor White perteneció a una camada de fotógrafos que pudieron partir de los logros de otros anteriores que ya habían dado la gran batallas por establecer que la fotografía, sin lugar a dudas, era una expresión válida de las artes visuales. Ya, desde muy temprano, el maestro francés Nadar (1820-1910) y la británica Julia Margaret Cameron (1813-1879), entre otros, probaron que la cámara servía para crear una imagen original de valor estético y que no era el medio para la mera reproducción mecánica de lo que el ojo veía. En los Estados Unidos, donde el arte de la fotografía se desarrolló con vitalidad y alcanzó grandes logros, apareció muy temprano un defensor, teórico y practicante de este nuevo arte, Alfred Stieglitz (1864-1946), quien dio la lucha porque los museos vieran la fotografía como un medio digno de coleccionarse, exhibirse y conservarse en sus salas. Fue Stieglitz quien en 1924 donó un conjunto de fotos al Museo de Bellas Artes de Boston y esta institución se convirtió así en una de las primeras en abrirle las puertas a la fotografía como otra expresión artística más, digna también de formar parte de la colección de un museo. Aunque no todas las batallas estaban ganadas, paradójicamente la guerra sí, ya que, a pesar de algunos estetas reaccionarios, la fotografía era se instaló como parte de las bellas artes.
Cuando White comenzó a practicar la fotografía ya había una sólida tradición de este arte en su país y los fotógrafos estadounidense de ese momento impactaron la producción fotográfica de otros. Pensemos es Edward Weston (1886-1958) y Tina Modotti (1896-1942) y el impacto que tuvieron en México. Pensemos también en el que tuvo en Puerto Rico Jack Delano (1914-1997) quien se formó en el arte de la fotografía en su país de origen antes de llegar a nuestra isla.
La obra de White forma parte del canon fotográfico estadounidense y refleja claramente su personalidad y, a la vez, evidencia las batallas estéticas de su momento. Para mí hay dos rasgos que describen o sintetizan su producción y, a la vez, delinean o revelan los profundos conflictos de su vida. Por un lado hallamos en su obra imágenes de un marcado homoerotismo, elemento muy transgresor en su momento. Es que White fue un homosexual reprimido, que trató de no hacer públicas sus preferencias aunque su obra y su vida así claramente lo declaraban. Éste canalizó muchas de sus energías vitales en su arte.
Por otro lado hallamos en su obra un marcado interés por ver la realidad transformada en abstracción. Su ojo y su lente se fijan en un detalle de lo observado que, al convertirse en la totalidad de la foto, se transforma en un patrón geométrico. Esa parte de su obra se puede asociar a su profunda necesidad de lo espiritual, necesidad que en su vida fue canalizada a través de diversas creencias en distintos momentos. Ya de adulto y tras una temprana educación cristiana protestante se convirtió al catolicismo. Pero, más tarde abandonó esa fe para practicar expresiones espirituales asiáticas pero, siempre, mirando lo espiritual con los ojos puestos en creencias místicas que hoy llamaríamos “New Age”, especialmente a través del esoterismo de Gurdjieff.
Erotismo y abstracción son, pues y para mí, las líneas principales de su obra y éstas lo colocan perfectamente bien en el contexto de la fotografía estadounidense de sus años. Por ello su obra tiene paralelismos con las imágenes abstractas que hallamos en las de Imogen Cunningham (1883-1976), Aaron Siskind (1903-1991) y hasta en las de Irving Penn (1917-2009). En este aspecto, su obra se puede ver como seguidora de las pautas estéticas establecidas por Stieglitz y Weston, aunque, dentro de ese marco, alcanza obvios y altos logros. Pero por el otro rumbo que tomó su fotografía, su obra fue más agresiva y pionera; hubo que esperar algunos años antes de encontrar la misma franqueza erótica que se halla en sus fotos en artistas que se atrevieran a expresar tan claramente su homosexualidad. En su momento sólo George Platt Lynes (1907-1965) creó una obra fotográfica tan abiertamente homoerótica como la suya. Su obra que podemos llamar abstracta tenía claros antecedentes y practicantes de su talla o aun superiores a él. Pero la obra erótica era su producción de más avance; ésta quedó y tuvo que quedar casi oculta por muchos años. Hay que recordar que en el momento exhibir muchas de las piezas eróticas de White o de Lynes hubiera sido causa para un proceso legal. Pero no cabe duda que Minor White es un artista de interés e importancia que forma parte del canon de la fotografía estadounidense. Desde hace años me ha interesado su obra, por su calidad estética, por su arriesgada exploración del erotismo homosexual y por un pequeño detalle que desde que lo descubrí siempre me ha intrigado y hasta fascinado: en 1971 y 1973 White viajó a Puerto Rico.
Descubrí ese dato, nada muy importante en la vida de White, cuando vi una espléndida exposición de su obra en 1991 y llegó a mis manos una copia del catálogo la misma. En el mismo, Minor White: The Eye that Shapes (1989), aparece una foto de una estatua en un cementerio en Puerto Rico. Ésta me fascinó y me llenó de preguntas. En ella el ojo del fotógrafo recorta la imagen y con su corte crea una nueva figura casi abstracta y mucho más sugerente que lo que sería la foto del monumento completo. Hay que observar la imagen con detenimiento para llegar a reconstruir la figura de la estatua. Esta es una técnica estética común de White: fijarse en parte de la realidad, desfamiliarizarnos de la totalidad y crear así una abstracción u ofrecer un sugerente detalle. A veces el ojo del observador, al examinar la fotografía, no puede volver a reconstruir el objeto completo, la totalidad en la que el ojo astuto y avisado del fotógrafo descubrió la posibilidad de crear una nueva realidad abstracta valiéndose del detalle de un objeto concreto.
Más tarde, en otros catálogos y en los listados de imágenes de obras suyas en colecciones de museos, hallé otras tres fotos que White sacó en Puerto Rico. Cuatro fotos publicadas en catálogos que sabemos que sacó en Puerto Rico: ¿Habrá más? Hasta el momento ese es el total de la evidencia de su estadía en la Isla que he podido hallar: cuatro foto y la reproducción del escueto texto de una tarjeta postal. Pero esa nota que es casi una excusa por no haber estado en contacto con la persona a quien se le escribe y esas cuatro imágenes – curioso que dos de éstas sean de cementerios: ¿El artista presentía su cercana muerte? – me han hecho pensar y meditar, sobre la obra de este angustiado fotógrafo homosexual, sobre el carácter de su obra y sobre el accidentado camino que puede correr una obra de arte.
Desde que descubrí que White viajó en 1971 y 1973 a Puerto Rico no he dejado de tratar de imaginarme los detalles de ese viaje y su estadía entre nosotros. ¿Por qué vino a la Isla? En el estudio introductorio a uno de los catálogos de su obra se dice que fue por cuestiones de salud: quería huir del intenso invierno bostoniano en enero. ¿Conocía a alguien en Puerto Rico? ¿Motivó su viaje una relación amorosa o sexual? ¿Una búsqueda de respuestas religiosas? Así me lo planteo porque sabemos que en 1973 también viajó a Perú para asistir a reuniones con grupos de seguidores de las ideas de Gurdjieff. Y ¿por qué su particular interés en Ponce? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Las incógnitas me hacen pensar que hay dos rutas a seguir si quiero contestar a estas preguntas. (Advierto y aclaro desde ahora que no tomaré ninguna de las dos…) Una es la del novelista: podría imaginarme, como lo hace Marta Aponte en su más reciente novela, La feliz muerte de William Carlos Williams, con el conocimiento general sobre un personaje la vida completa de éste aunque la historia sólo nos haya revelado detalles, pequeños datos. Sé que esa es una ruta deleitosa y fructífera y por ello confieso que he caído en esa tentación. Una vez escribí y publiqué un cuento porque quería llenar los vacíos de un personaje que hallé en un artículo en una vieja revista: un jíbaro que vivió como mujer por 25 años en un pueblito de Puerto Rico a finales del siglo XIX y principios del XX. Como no podía hallar explicaciones a tan insólito hecho me las inventé, pero sin intentar hacerlas pasar como verdades históricas, sino como fabulación. Esta sería una ruta que se podría seguir para resolver el enigma de las visitas de Minor White a Puerto Rico.
Por otro lado podría seguir el ejemplo de los historiadores: buscar documentos, hallar testimonios, rastrear evidencia, por pequeña y limitada que pudieran ser. En el caso de Minor White he buscado todos los libros, la mayoría catálogos de exposiciones, que he podido hallar sobre su obra. Quizás la clave esté en sus archivos que se conservan en el museo de arte de la Universidad de Princeton, museo al que el fotógrafo legó lo que conservaba de su producción, de su colección y sus papeles. Esa sería la otra vía que entiendo como válida. ¿Habrá otras?
Pero ni tengo la imaginación ni el talento del historiador ni del novelista. Lo digo franca y directamente. Soy un mero lector que quedó fascinado ante el dato que hallé por casualidad, pero no sé qué hacer con el mismo. No niego que en mi intimidad me regodeo pensando en las posibilidades del novelista y del historiador y que, por ello, me invento una novela sin datos que la sustenten – White tenía un amante boricua que conoció en sus últimos años en Boston y este era ponceño, un hermoso mulato que lo enloqueció – y, a la vez, pienso en la posibilidad de explorar los archivos del fotógrafo que se conservan en Princeton. Pero ni uno ni otro soy: ni novelista imaginativo ni historiador riguroso. Soy sólo un lector que se deleita cuando halla un dato nuevo o un dato que parece nuevo en otro contexto y para mí. ¿Irresponsabilidad? No: deleite, placer, hedonismo intelectual.
Pero también soy o intento ser un intelectual responsable y generoso que ofrece el dato que descubre para que otro u otra lo recree o lo investigue. Ofrezco la semilla de un cuento o de una novela o de un estudio que nos explique por qué este famoso fotógrafo estadounidense viajó en dos ocasiones, en 1971 y 1973, a nuestra isla y se deleitó tomando algunas enigmáticas fotos. “Now a few days in S.J. burning my camera at both ends”, le escribe White al amigo a quien le dirige la postal que redactó en San Juan y así describe su actividad en la Isla. ¿Cuántas fotos sacaría en Puerto Rico si estaba “burning my camera at both ends”? Las cuatro que he hallado no dejan de presentar más preguntas y más enigmas: una puertas estrellada, una esquina (¿Quién aparecerá a la vuelta de la misma?) y dos cementerios…
Espero leer ese estudio, esa novela o ese cuento que no escribiré, pero que espero que alguien escriba. Quizás el azar me los ponga en la mano, de la misma manera que casi por azar descubrí el pequeño pero sugerente dato sobre la visita de Minor White a Puerto Rico.
Nota bene: Hace años, cuando era un pobre estudiante graduado y compartía un apartamento con otros dos, uno de ello, estudiante de literatura inglesa, me regaló un libro que me enseñó a mirar la fotografía o, al menos, a apreciarla como obra de arte. Se trata de Looking at Photographs… (1973) de John Szarkowski, quien era entonces director del Departamento de Fotografía del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Por años, esta institución determinó el canon en este y otros campos estéticos. En ese libro que me regaló Joseph Miller vi por primera vez el nombre de Minor White y comencé a interesarme por su obra y por la fotografía en general. Luego leí a Benjamin, a Sontag y a Barthes, entre otros estudiosos del medio, quienes nos hacen ver éste como obra de arte y como testimonio de nuestros tiempos. Pero el librito de Szarkowski sigue siendo una buena guía para aprender a mirar la fotografía, para aprender a mirar a secas. Te lo recomiendo, lectora o lector. Y, aunque sé o intuyo que él nunca verá esta nota, de todas formas quiero otra vez darle las gracias a Joseph por tan magnífico regalo. ¡Gracias por facilitarme este descubrimiento y por muchas horas de inteligente risa!