Muerte a la poesía lírica
El cronista que narra los acontecimientos
sin distinguir entre los grandes y los pequeños,
da cuenta de una verdad:
que nada de lo que una vez haya acontecido
ha de darse por perdido para la historia.
–Walter Benjamin
Tercera tesis de ‘Tesis de filosofía de la historia’
Me abruman las notas periodísticas
sobre la Junta de Control Fiscal
que tomará las riendas del país en unos pocos días.
Yo quiero leer las crónicas de mi amigo, Gegman,
un poeta que hace libros con las manos
los vende a cinco dólares para comprar pan,
y se unió a la lucha contra la Junta
porque la dignidad puede tener levadura y algunas sinalefas.
O las crónicas de las cartas acumuladas
entre la reja y la puerta de mi vecina Camila,
que tuvo que dejar su apartamento
en este condominio de clase obrera
porque no podía pagar su mensualidad,
y yo no sé cómo llamarla.
Nadie contesta su celular.
Que cuenten los periódicos
las crónicas de Cayito en el barrio Robles
de San Sebastián del Pepino,
que le sorprendió un infarto y
no había una ambulancia
que lo llevara al hospital de Mayagüez.
Murió solo en su casa.
Yo quiero que publiquen en primera plana
la letra de la última canción
que le enseñaron a mi primita Alanis en la escuela,
antes que la cerraran.
Que las crónicas tengan los nombres
de todos los que las viven.
Los periódicos solamente publican
los nombres cuando tienen finales felices;
esa que «se faja trabajando con sacrificio»
o alguno que otro white savior
que no conocerá los efectos de la ley PROMESA
y logrará “echar palante.”
¿A que la belleza también puede oler
a sudor de debajo del brazo?
No, mejor invalidemos esos versos.
No sea que el Banco Popular™
quiera contratar mis servicios
para una campaña publicitaria.
De No lugar (libro inédito)
Publicado originalmente en la antología El libro de la PROMESA
(Varios autores, Ediciones Alayubia, 2015)