Nuestra Alexandria: ¿realidad o quimera?
Dicho el caveat, para mí es motivo de orgullo y ejemplo para los que estamos mirando al norte con la esperanza de que el imperio de la ley que los Estados Unidos estableció y ha cumplido parcialmente, sobre todo para con las minorías y la clase trabajadora, se corrija a sí mismo y se acerque cada vez más a sus propios ideales. Al experimentar los extremos a que puede llegar la economía de mercado sin cortapisas y elevando al poder ejecutivo a la peor expresión del capitalismo depredador, la nación autoproclamada excepcional se mira en el espejo y descubre que las verrugas y los ojos desorbitados y cubiertos de capilares a punto de estallar no son los de los viejos imperios y el fascismo del Viejo Mundo, sino los propios.
Reconociendo que el sistema le ha fallado (una vez más) a la clase trabajadora que tanto ha proclamado que defiende, los demócratas de nuevo cuño se plantean regresar a sus raíces y, capitalizando en el engaño del Partido Republicano y su desafortunado presidente, abrazan unas políticas públicas hasta ahora consideradas suicidio electoral.
Las posturas «socialistas» (en realidad social-demócratas) de Bernie Sanders y mediáticamente realzadas de Alexandria, se reseñan en la prensa del norte con una mezcla de simpatía y suspicacia. Simpatía porque la joven mujer tiene «ángel», esa combinación de dulzura y espontánea autenticidad, que invita a ver y escuchar. Suspicacia porque el país es alérgico al término «socialismo» y lejos de la excentricidad del «anciano» judío de Vermont, la joven boricua, de piel morena y potencialmente con una larga carrera política, podría representar un giro hacia una izquierda que el liberalismo del país no está seguro de querer abrazar.
Resulta oportuno recordar que lo que su «socialismo» propone es: salud y educación gratuita para todos, derecho a un techo y a trabajo remunerado, y una transición hacia un sistema energético que proteja en vez de devastar el ambiente. Estas políticas difícilmente resultan deplorables por todo el que no devengue ingresos de las empresas que extraen sus ganancias precisamente de estos renglones de servicios a la ciudadanía. Pero la ideología del derecho a la propiedad privada que genere ganancias sin importar el bienestar social está tan arraigada que la mayoría le ha votado y continuaría votando en contra, sin detenerse a pensar que lo hacen en contra de sus propios intereses.
Alexandria (feliz recordatorio de la ciudad que albergó la mayor biblioteca y culto al conocimiento de la antigüedad) representa un futuro alterno para los EE. UU. Es joven, latina, morena (sí, hace diferencia) con suficiente carisma e identificación con la clase trabajadora que sostiene la mayor economía del mundo con salarios de supervivencia, para hacerse escuchar y alcanzar su propio “sueño americano.” Alexandria y la nueva camada sobre todo de mujeres jóvenes, no blancas, no necesariamente cristianas o heterosexuales y, a la vez progresistas, prometen impulsar el giro hacia una justicia social que el país ha proclamado desde su fundación y aún no cumple a cabalidad para con la mayoría de sus ciudadanos.
Somos muchos los que observamos desde las gradas apostando a este nuevo equipo de neófitos en la política estadounidense que parecen tener la juventud, la estámina y el juego de piernas para evadir los grilletes del apoyo de las grandes empresas multinacionales que han encerrado en el calabozo del inmovilismo y la ruina moral al grueso de los políticos de ambos partidos. A medida que el equipo tradicional aferrado a las viejas estructuras de poder envejece, aumentan las posibilidades de que el joven equipo pueda arraigarse lo suficiente en el imaginario estadounidense para lograr que su economía, su política y su tejido social refleje más las posibilidades de una sociedad verdaderamente comprometida con sus principios e ideales, y capaz de deshacerse de la piel rugosa y desprestigiada de su pasado.
¿Tendremos una Alexandria entre nuestra juventud puertorriqueña que aún no hemos descubierto? ¿Le abrirán espacio los partidos del patio o le serrucharán el joven tronco para que no amenace los privilegios del estatus quo de los electos o el protagonismo de los que aspiran a un poder hecho a la medida de sus aspiraciones neoliberales o «socialistas» de molde soviético en vez del social-demócrata que tanto admiramos en los países nórdicos? ¿Cuántos de los que compartimos esta lectura nos planteamos un futuro verdaderamente alterno a los dogmas que no cesan de demostrarnos sus fracasos?