Nuestros muertos de María: muertes en una población excedente
Desde temprano, una vez pasado el huracán María, empecé a extrañar entre las noticias oficiales las referencias a las muertes. Las primeras 24 a 48 horas especulé que debía ser una estrategia del gobierno porque no habían podido notificar a los familiares. Luego de 6 días, comencé a dudar. El gobierno de Puerto Rico rehusaba hablar de muertes, el tema no parecía importante para ellos. Varios de los recuentos de vecinos y familiares no parecían describir muertes adicionales a las que el gobierno reconocía. Lo sabíamos porque quienes estábamos fuera de Puerto Rico en esas semanas consumimos y compartimos la más mínima noticia, además vivíamos en el teléfono, aterradas tratando de comunicarnos con nuestros seres queridos.
Las 13 o 16 muertes que al principio se narraron oficialmente no incluían los recuentos que nos llegaban de personas de carne y hueso que perdieron sus familiares o vecinxs. Demasiados buscábamos saber de los nuestros más cercanos, pero también queríamos saber de los demás, pues para quienes estábamos fuera del país, todxs eran nuestrxs. Desde fuera de Puerto Rico, no vimos un esfuerzo real del gobierno por atender las víctimas en todo Puerto Rico, no se vio nunca un plan organizado para llegar a los municipios, a los campos, a la gente. Quienes estábamos fuera tuvimos consciencia de eso, por eso tanta gente en la diáspora se organizó y muchos enviamos ayudas, comida, baterías, todo lo que se necesitara. Ni en eso pudo el gobierno ser eficiente; los cuentos de paletas completas de comida dañada en almacenes que nunca se repartió, o generadores que nunca “llegaron”, son demasiados para no ser ciertos algunos de ellos. Cuando por fin vi una escena con los alcaldes llegando al Centro de Convenciones, todos abrumados, me pregunté, ¿Por qué tienen que sacrificarse e ir al palacio a mendigar ayuda cuando el palacio debiera estar en esos pueblos con todos sus recursos ofreciendo apoyo y ayuda?
Entonces se dio la desafortunada visita de Trump y muchos vimos, ya hundidos en la tragedia, empapados de abandono y desesperanza, al gobernador de Puerto Rico, despojando su puesto de toda la dignidad que le quedaba. En ese momento crucial, oportunidad de oro, cuando estábamos ante los ojos del mundo, el gobernador se hizo cómplice servil en el ejercicio criminal de negar la precariedad y necesidad de nuestro pueblo, de sus enfermos y desposeídos. Por el contrario, lejos de afirmar que se vivía en medio de un desastre, todavía sin atender debidamente o solucionar, fue partícipe encubridor minimizando nuestra tragedia, afirmando que solo había 16 muertes “certificadas” y nada más. No merecíamos la atención que se le dio a Katrina, o a Sandy, o al 9/11. De la fibra que se hacen los patriotas no está hecho ese señor. Sabíamos que el truco estaba en el “certificadas”, sabíamos ya que eran muchas más, y que la pelea sería para que precisamente se “certificaran”. Es en ese momento que sentí como un golpe en el estómago, un flashback me llevó años atrás, ya esta lucha la dimos antes, pensé. Sí, la dimos antes, con las muertes de nuestros familiares, amigxs, vecinxs, compañerxs que murieron de SIDA. El gobierno de entonces igual que el de ahora, se negó a certificar las muertes de SIDA porque las muertes eran ese testigo irrevocable que evidenciaba no solo abandono, desprecio, desdén, sino también incompetencia, ineptitud y últimamente, su inutilidad. Sabíamos entonces que los sidosos no importaban para el gobierno, eran todos y todas desechables, un fastidio que además costaba dinero.
Ahora pasa igual en Puerto Rico. En Puerto Rico, luego de los huracanes Irma y María, se ha tratado a toda y todo el que no es rico como mera población excedente. Conocí por primera vez el término de población excedente en referencia a las favelas en Brasil. El término refería a poblaciones que, cuasi expulsadas del mercado, sobreviven al margen del gobierno y sus infraestructuras. Viven en espacios que el gobierno ha abandonado y sobreviven en su ausencia. A veces puede que entre la policía, pero muchas veces no le importa a nadie el caos en sus vidas. Sé que hay otras definiciones económicas tal vez más precisas. Pero esta es la que uso, una definición más libre. Aun así, reconozco que es definitivamente lo económico lo que enmarca y define el término. A la gente de las favelas ya el gobierno le ha extraído todo el valor necesario. La vida y el trabajo es tan precario que cualquier plusvalía individual o colectiva es desdeñable, porquería.
El término población excedente es terrible porque es aplicado a seres humanas. La palabra excedente nos refiere a lo que sobra después de lo que sirve. Sinónimos de la palabra excedente son: sobrante, remanente, residuo, resto, innecesariedad, desperdicio, sobra, detrito o despojo. Qué terrible entenderlo cuando lo vemos aplicado a nuestras madres, nuestras hijas, nuestras hermanas y hermanos, nuestras vecinas. Lo vemos aplicado tanto a la gente que queremos, como a quienes ni queremos ni conocemos, pero habitamos el mismo país.
En Puerto Rico, poco a poco nos fuimos acercando a esta realidad. A través de nuestra historia se nos ha privado de mucho. Privados de autonomía, privados de nuestros puertos, privados de salarios decentes, de servicios de salud y ahora de educación. Nuestros trabajos cada vez más precarios y ausentes. Ya gran parte de la población está sumida en la pobreza, vamos aportando menos y menos al erario, pero necesitando los mismos servicios. Poco a poco el gobierno se ha ido desentendiendo de su obligación de brindarnos servicios ciudadanos esenciales. Los criterios del mercado salvaje, los criterios de buitres que como carroña nos miran, se han impuesto. Lo privatizan todo porque ya somos una población excedente, no nos pueden extraer más ganancia y fastidia tener que darnos servicios, cuesta dinero darnos servicios, salud, comida, educación, buenas carreteras, transportación pública, casa, techo (porque sabemos ahora que aun entre quienes tienen casa hay muchas casas sin techo). Nos quedaba la tierra, este país es nuestro, creíamos, pero la tierra también la venden, o nos la quitan o la regalan, no importa, no la consideran nuestra como tampoco consideran a Puerto Rico nuestro país. Ya el mercado nos declaró excedente, ya se están apropiando de las tierras y pronto tendrán las playas, y también nuestro patrimonio. Somos población excedente, que fastidio somos.
Tal vez ahora podemos entender cómo se sintieron en su momento los sidosos, tal vez ahora somos todos sidosos y en nuestra tierra, sobramos. Y aquí estamos, como si necesitáramos más prueba, como antes el gobierno traidor no quería contar nuestros muertos de SIDA, ahora se negaron a contar los muertos de María. ¿Quién muere? mueren los sidosos, pues no los contemos, ¿quién muere? mueren los más pobres, los sin nada. Pues tampoco los contemos. ¿Quién muere? Muere el excedente, nos sobra esa gente. Poblaciones excedentes, que ni muertos cuentan.
Al igual que cuando el SIDA, las excusas eran ofensivas, eran mentiras, “tienen que ser muertes certificadas”; ¡ningún certificado decía SIDA, cabrones! El certificado solo mencionaba la enfermedad oportunista. Pulmonía, meningitis, qué sé yo, abandono y desolación también, como ahora, son causas de muerte en poblaciones excedentes. Pero recuerdo, según el gobierno, nadie moría de SIDA. Al principio, fue difícil para mí entender el porqué, nuestra lógica dictaba que si revelamos los números de muertes de SIDA nos darían más recursos. Pero al igual que ahora, no nos dejaban exigir recursos o justicia. Como ahora, la lógica nos dice que si se conoce el número de muertes durante el huracán, hubieran llegado más recursos, más ayuda, entenderíamos mejor la naturaleza del desastre. Pero ahora también nos dimos cuenta de que no importando la posibilidad de más recursos ni de ayuda, el gobierno se empecinó en negar las muertes de María. Somos una población excedente. Y ninguno moría de SIDA como ahora ninguno muere de pobreza, abandono y negligencia gubernamental. Nadie muere de falta de diálisis, o falta de electricidad en un hospital, los certificados dicen paros cardíacos o paros respiratorios, a veces muerte natural. Como recientemente he leído de gente despreciable (y que también son excedentes), “nadie puede probar 100% que la persona hubiera seguido viviendo aún con electricidad”, “vivir con diálisis es vivir artificialmente”, “esa medicina no salva a todas las personas anyway.” Apologistas miserables del buitre. No aparecen los números de nuestras muertes, pero no me extrañaría que ya se sumaron en algunas oficinas, los números de cuánto se ahorraron las compañías de seguros de salud en diálisis, en oxígeno, en medicinas de mantenimiento, en enfermedades crónicas, o cuánto se ha ahorrado el gobierno en servicios ambulatorios o de hospital o cuánto se ha ahorrado en muertes de personas que recibían el PAN, o alguna escuálida pensión gubernamental. Todo ese dinero lo necesitan anyway para entregarlo a los buitres. Más valiosxs muertxs que vivxs, dirían algunos.
También como antes, es ahora el luto, sin electricidad, sin carreteras, sin comunicación, al igual que los de SIDA, ahora en el 2017, no los pudimos acompañar en la muerte, tampoco ahora pudimos verles en su caja, ni informar a tiempo a las amistades, igual ahora quienes sobrevivimos tenemos la vergüenza y culpa de fallarles, que no pudimos conseguirles medicina o tratamiento; que no pudimos proteger a nuestra madre, padre o hermanas en el asunto de vida o muerte que finalmente los arrancó de este mundo y nuestras vidas. Como antes, muchas veces ahora también corrieron a cremarles, sin que pudiéramos verles, decirles adiós; una despedida vale un mundo.
Y quedamos nosotrxs, los otros excedentes, mirando cómo nos quitan la tierra, testigos de nuestra miseria, carroña de buitres. El gobierno de entonces, como el gobierno de ahora, no quiso contar los muertos porque nunca contaron, lo que sobra no se extraña y no cuenta. El gobierno sigue, pretendiendo que gobierna, que les importa, que hay un plan; poco a poco entendemos que el plan dispone de los excedentes. Y al igual que antes nos escupen en la cara las excusas, “que no murieron tantos” nos decían y nos dicen. No les vamos a jugar el juego de los números, no importa tanto la exactitud como las circunstancias, el abandono, el desdén, la desesperanza. Si fueron 1,000 , 2,000 o 5,000, fueron siempre muchos, siempre demasiados. Y siguen otros embustes, que ellos se lo buscaron; que el huracán fue muy fuerte; que no fue la indiferencia, sino lo inevitable; que se hizo todo lo que se pudo; que ¿dónde estaba Oscar López? (really?). El gobierno hoy apuesta al olvido, son poblaciones excedentes, la prensa nunca pregunta dos veces.
¿Adónde van los desaparecidos?
Busca en el agua y en los matorrales
¿Y por qué es que se desaparecen?
Porque no todos somos iguales
¿Y cuándo vuelve el desaparecido?
Cada vez que los trae el pensamiento
¿Cómo se le habla al desaparecido?
Con la emoción apretando por dentro.
La historia nunca es nueva. Recuerdo que de nuestra desesperación y necesidad de que se entendiera la magnitud de nuestras pérdidas y la cantidad de gente que el gobierno había abandonado a su suerte, surgió la idea del AIDS Quilt. Un gran manto compuesto de pedazos que representaban nuestrxs seres queridos. Nunca olvidaré cuando entregué el mío, honrando a mi gran amiga Ivonne Totti. De repente comencé a llorar en calma, en paz, las lágrimas no se detenían, pero en ese momento entendí que ya su muerte no sería más anónima, que sería contada en la historia de esa gran tragedia. Así mismo, este fin de semana pasado los zapatos de nuestros seres queridos, se impusieron y se levantaron firmes contra la mentira infame. Y vi ese llanto sanador en varios rostros, entregando sus zapatos, asegurándose de que sus seres queridos, muertos debido al huracán y el abandono y el desdén que lo siguió, contarán. Ya no serán negados. Hoy conocemos de muchxs de ellxs y de las condiciones en que murieron. Les lloramos, les honramos y empezamos a conocer sus historias. Seguimos exigiendo respuestas. Seguimos exigiendo responsabilidad y justicia. Seguimos.