Pa estar alante
¡Cuidao si comes mango y guineo
porque te da el mangoneo!
-Marvin Santiago (letra de Julio Castro)
El verano pasado salió a la luz un estudio realizado por investigadores de la Universidad de San Diego que dio a “conocer que los componentes químicos del mango y los de la marihuana forman una mancuerna perfecta, sobre todo con respecto a los efectos positivos del cannabis, como sus propiedades analgésicas y depresivas, aunque también funciona en el caso del uso recreativo”. Al conocer esta noticia me pregunté acerca de las razones por las cuales este descubrimiento se anunciaba como ocurrido en San Diego y no en Puerto Rico. ¿Por qué uno de los recintos de la Universidad de California estaba en vías de patentizar algún medicamento que combine los beneficios naturales de ambas plantas, para beneficio —valga la redundancia— de miles de pacientes a lo largo del continente norteamericano y del mundo y la Universidad de Puerto Rico no? La respuesta es obvia: porque en California, estado republicano, dicha experimentación es legal.Y aquí, los conservadores de todas las orientaciones, insisten en girar el debate exclusivamente alrededor del uso recreativo de la marihuana cuando el asunto ya no se trata de cuestiones morales. Para efectos políticos ya el gobierno federal ha resuelto a favor de la liberación de las leyes que prohíben o restringen el consumo de marihuana en dichos estados. Dentro de dos semanas, tres estados y dos territorios de Estados Unidos celebran votaciones sobre leyes para legalizar el uso recreacional o medicinal de la marihuana: Alaska, Oregon, Florida, el Distrito de Colombia y Guam. El Marijuana Policy Project describe la iniciativa de Alaska —el estado de petroleros y de Sarah Palin— en estos términos:
«On November 4, 2014, Alaskans will have the chance to vote on a ballot initiative that will end the harmful and ineffective policy of marijuana prohibition and replace it with a system in which marijuana is taxed and regulated like alcohol.
The initiative will allow adults 21 years of age and older to possess up to one ounce of marijuana and grow limited amounts in private. Marijuana will be cultivated, tested, and sold by licensed, taxpaying businesses that require proof of age, instead of criminal enterprises in the underground market.»
Para los electores de Alaska el asunto se plantea llanamente como uno de responsabilidad ciudadana: si los vendedores de cannabis van a pagar impuestos o no. En lugar de prohibir su uso —para ganancias de quienes no cumplen su responsabilidad de contribuir al bienestar social— se propone que su uso debe estar regulado como el tabaco y el alcohol, y pagar contribuciones que ayuden a financiar escuelas y campañas sobre sus efectos nocivos, entre muchas otras cosas. Hasta Pedro Roselló —el cuco de los cucos de gran parte de la izquierda— está a favor de esa medida.
Así que —querámoslo o no los puertorriqueños— el movimiento de legalización regulada de la marihuana pronto impactará las leyes federales, como ya lo hecho al decidir no intervenir en las políticas estales. Y aquí, que tenemos un problema con el narcotráfico superior al de casi todos esos estados y territorios, insistimos en una guerra que se perdió casi desde que la comenzó Richard Nixon hace cuarenta años. La entrada de drogas ilegales a Estados Unidos aumentó en proporciones extraordinarias desde los ochenta. En similar proporción aumentó la tasa de presos por habitante, gracias a la política antidroga que promovió dicha guerra al interior de EE.UU., según la Comisión Global sobre Políticas de Drogas. A lo que hay que sumar el costo de persecución y procesamiento legal.
Si los opositores a la marihuana fueran consistentes tendrían que proponer la prohibición del alcohol o leyes más estrictas, como aumentar la edad mínima para el consumo de alcohol. Una medida en esta dirección significaría un aumento casi de inmediato en la asignación federal a carreteras, por ejemplo. Pero no, no lo proponen basándose en la falacia de que la marihuana es droga y la droga es mala y el alcohol no. ¡Vaya tontería!, en un país con miles de muertos en las carreteras a causa del alcohol.
Pero no, no lo proponen. La industria del alcohol es demasiado poderosa. Sus millonarias ganancias impactan además otras áreas productivas de la economía, como el turismo y la industria del entretenimiento, por ejemplo. ¿Se imaginan un concierto o un evento deportivo sin alcohol? Si consideramos, además, el estatalmente promovido “deporte” de las apuestas que cubre desde el hipódromo hasta tragamonedas callejeras, pasando por las loterías de toda índole; si le añadimos el alto consumo de golosinas y gaseosas y la gran cantidad de establecimientos de comida rápida, no sorprendería concluir que Puerto Rico vive del vicio.
No me siento la persona más autorizada para argumentar aquí acerca de los estudios sobre los efectos del cannabis en comparación con otras drogas recreativas como la heroína y la cocaína. Tampoco para documentar la historia de su prohibición. Para ello suscribo los escritos de Pablo Samuel Torres y Rafael Franco Steves, cuyos enlaces de 80grados aquí les refiero:
Pablo Samuel Torres, “Legalizar la marihuana”
Pablo Samuel Torres, “Marihuana: un viaje al cuestionamiento»
Rafael Franco Steves, “El Vocero: miedo, hipocresía y mentira”
Yo solo quiero destacar el efecto transformador que la legalización de la marihuana puede significar económica y socialmente. Las prácticas del goce han estado bajo el ojo avizor del discurso letrado y político del país. A mediados del siglo XIX se prohibió la danza en los salones de baile por el excesivo movimiento de las caderas de las féminas, por ejemplo. Mientras la industria agrícola del siglo estaba dirigida a la satisfacción de los placeres del tabaco, el alcohol y la cafeína entre otras cosas, historiadores y literatos se preocupaban por los excesos del baile y del goce como signos de la sociedad, en vez de la educación, la industria y el progreso. Ese es el caso de los historiadores Fray Iñigo Abad y La Sierra y Salvador Brau, así como de Miguel Cabrera, Manuel Alonso, Manuel Zeno Gandía y Francisco Oller.
Les invito a que observen la tensión entre dolor y goce que transmite El velorio, pintura reveladora de las múltiples contradicciones de la sociedad puertorriqueña del entre siglos. En el velorio de un angelito hay música, gritos, perros, una vaca y un gato, abrazos de dudosa intencionalidad, sonrisas, hombres, mujeres, mayores, jóvenes, niños por la libre, un cura, un señor con gabán otro con machete en mano, muchos descalzos y pocos calzados, un lechoncito en su vara, una botella que puede ser de ron pitorro y un señor negro con una mirada intrigante que fija sus ojos y los nuestros en el cadáver sobre la mesa. La vida y la muerte o entre el duelo y el goce se pudo haber titulado esta representación de este “baquiné, quinivan o florón”1 que, por un lado, se recrea en la religiosidad del rito, mientras, por otro, hace guiños de condena a los excesos que puede conducir la ocasión.
Y en la novela más celebrada del siglo XX, La guaracha del Macho Camacho, de modos tan juguetones como trágicos, también se cuestiona los excesos del goce evasivo, del “a mi plin”. Mientras tanto, el lector “frena, guarachea, avanza, frena, guarachea, avanza…” como “la multitud encochetada” de la novela: nivelando así el goce de la guachafita con el de la lectura, aunque con insinuaciones de que este último puede conducir a una reflexión liberadora del tapón y de la “peste de la guaracha”.
Reprimir el goce es una tradición discursiva que en este caso tiene efectos adversos adicionales a la mera prohibición del placer. Legalizar la marihuana en Puerto Rico significa entrar a un prometedor y ya creciente mercado con posibilidades de convertirse en federal e internacional. Y no me refiero a su venta para consumo medicinal y recreativo, sino al de la industria farmacéutica. En vez de estar procesando a jóvenes por poseer cantidades ridículas de marihuana, se debiera estar usando el cannabis como materia prima para patentizar y producir fármacos, jabones, ropa, papel, etc. etc. Que si habrá más consumidores, quién lo niega; lo que es poco probable es que aumente el crimen, la pocavergüenza, la inmoralidad y otras demonizaciones que nada tienen que ver con fumarse un gallo.
El descubrimiento de los investigadores de San Diego parece ser producto de una jaibería. ¿Acaso en el Caribe no son comunes el consumo de marihuana y el del mangó? ¿Fueron esos investigadores universitarios los primeros en advertir qué buena era la nota si …?
¿Qué es ese mangoneo que te da “si comes mango y guineo”? Este tema de Marvin Santiago, con letra de Julio Castro, nunca precisa qué es el mangoneo, aunque se advierte que esto “fue lo que mató a (Karl) Walenda”. Lo que puede ser la referencia a una explosión intestinal por la mezcla de dos laxantes naturales provoca otra explosión de significantes si no se lee literalmente. Haga usted la matemática o póngale el verbo, como dice Silvio Rodríguez, y combine y sustituya mango o guineo por lo que a “usted le guste más”. “El mangoneo” lo cantó Marvin en el 79, pero parece que lo patentizarán en San Diego 35 años después. De verdad, me parece que podemos estar alante y no quedarnos atrás.
- Así anota Ricardo Alegría que se le conoce “… dependiendo de la región donde se celebra”. Veáse su “El velorio de angelito”, El Vocero, 2005; citado en Luis M. Álvarez, “Música y tradición mítica en el Velorio de Francisco Oller”, música.uprrp.edu/lalvarez/velorio1.html. [↩]