Paisajismos deterministas
Silén, en Hacia una Visión Positiva del Puertorriqueño, alega que los generadores de esa concepción particular de los puertorriqueños, como Antonio S. Pedreira, le atribuyeron la responsabilidad de esa docilidad al espacio geográfico que ocupan los puertorriqueños, un entorno isleño. Para Pedreira el carácter indeciso de la nación, consecuencia para él de la mezcla racial, estaba también atado a la pequeñez de la Isla, a su clima inhospitalario y a su aislamiento, argumentos típicos del determinismo geográfico.
Según Silén los intelectuales de la élite criolla de los cuarenta, específicamente Antonio S. Pedreira y René Marqués, se valieron, en su concepción del “puertorriqueño dócil,” de “un determinismo racial, geográfico, económico y psicológico que permite una continuidad ideológica de los valores de sangre-raza-familia en sus aspectos más negativos a pesar de pertenecer a tres promociones diferentes”. Silén, apoyado en una “nueva interpretación”, materialista pero no marxista, “…se niega a aceptar el determinismo racial, geográfico, económico y psicológico que había guiado la interpretación hecha por europeos y norteamericanos y que también habían asimilado y cultivado las clases dominantes de la sociedad puertorriqueña”. Como lo sugiere el título de su libro el propósito de Silén era desplegar una imagen positiva de los puertorriqueños, constantemente devaluados por los españoles, los estadounidenses y la élite nativa.
Refiriéndose al determinismo geográfico detrás de la invención ideológica del puertorriqueño manso, Silén aseveró que el paisaje había sido no solo un tema ineludible de la literatura puertorriqueña sino también un instrumento para explicar la “categoría supuestamente científica” de un “pueblo triste” y dócil. Según Silén, el paisaje como potencia determinista había sido incluso usado como herramienta didáctica en las escuelas y universidades del país:
La escuela y la universidad han utilizado nuestra geografía para justificar una situación política y económica que va en nuestro detrimento como pueblo. Lo primero que se le enseña a un niño de edad escolar es que somos pequeños, como si nuestra pequeñez no fuera algo positivo para bregar con los problemas de comunicación, electrificación, acueductos y carreteras.
Para disputar la idea del puertorriqueño dócil Silén examinó la geografía del país y sus aspectos principales, valiéndose de las representaciones del paisaje en diversos textos a lo largo de nuestra historia: Memorias de Melgarejo, Descripción de la Isla de Puerto Rico y de su Vecindad de Diego de Torres Vargas, Historia Geográfica, Civil y Natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico de Fray Iñigo Abbad y Lasierra, y Memoria sobre la Isla de Puerto Rico de Alejandro O’Reylly. Aludió además a un texto de Fray Damián López de Haro. Todos ellos describieron la abundancia natural del paisaje puertorriqueño, su exuberancia. Para Silén la riqueza natural descrita en aquellos textos negaba la “geografía de hambre” a la que se refirió Tugwell en Striken Land. Negaba también el determinismo geográfico de la élite criolla de los cuarenta.
Silén, partiendo de esas descripciones de plenitud natural y refiriéndose a los alegatos detrás de la idea del puertorriqueño sumiso preguntó: “¿De dónde surge, pues, el lamento de las llamadas “taras psicológicas”; de dónde viene lo angustioso de nuestra posición geográfica? Para algunos escritores, la mezcla racial produce en nuestra manera de ser “taras” que nos hacen impotentes, frente al porvenir y a la geografía malsana que nos lleva a “tener ideas pasivas”, lo que trae como consecuencia el “aplatanarse”. Y añade: “Básicamente aplatanado, ñangotado, resignado, fatalista, pacífico y tolerante, siguen la concepción determinista y regionalista que se utiliza al aplicar la concepción de dócil al puertorriqueño. Hay, pues, una supuesta herencia social que psicológicamente lleva al puertorriqueño, por su docilidad, a la aceptación del régimen colonial”.
Silén culpó particularmente a Antonio S. Pedreira y a René Marqués de ese determinismo que justifica la condición colonial de los puertorriqueños. De ambos fue Pedreira el más comprometido con el determinismo geográfico, como refleja su Insularismo, el que para Silén “podría ser la biografía de un hombre amargado y triste que aún tiene asomos posibilistas”. Silén rechazó la fórmula de que un paisaje o geografía nociva produzca docilidad, esto no únicamente porque la relación causal entre la geografía y la personalidad es problemática sino además porque el paisaje puertorriqueño era exuberante, no precario.
Sin embargo, en el discurso colonial la exuberancia natural no niega la docilidad de los puertorriqueños. En ocasiones la reafirma, esto junto a su caracterización como indolentes, vagos, o perezosos. En el discurso colonial subrayar la exuberancia natural de una colonia ha sido muchas veces una justificación para el proyecto colonial; legitima la explotación colonial de los recursos naturales, el imperialismo ecológico. Pero es también usado para significar la alegada holgazanería de los colonizados. Este fue precisamente el caso de varios estadounidenses que escribieron sobre Puerto Rico poco después de la Guerra Hispanoamericana. En sus textos la exuberancia del paisaje puertorriqueño era frecuentemente destacada. Pero también lo eran las imágenes negativas de los puertorriqueños.
La colonización estadounidense de Puerto Rico después de la Guerra Hispanoamericana y su rápida integración al imperio directo estadounidense estuvieron guiadas primordialmente por los intereses militares y geopolíticos de ese centro imperial. No obstante, los estadounidenses consideraron también el potencial económico de la Isla, incluyendo las posibilidades económicas de la explotación de sus recursos naturales. Los estadounidenses dedicaron parte de sus esfuerzos colonizadores a la transformación del sistema socio-ecológico de la Isla para instituir y afianzar su control sobre el flujo de recursos naturales y otras condiciones para la producción capitalista, entre estas la infraestructura y la fuerza laboral.
La literatura imperial estadounidense sobre Puerto Rico, aunque reclamaba ser realista produjo una visión estética, subjetiva, y concluyentemente ideológica, del paisaje isleño articulado a través de varias imágenes y representaciones que puntualizaron su riqueza simbólica y material. Con esas representaciones los autores integraron el paisaje tropical de Puerto Rico, dominio incógnito para muchos estadounidenses, no solo al ámbito de las corrientes culturales estadounidenses sino además al ámbito del capitalismo. Alegorizar y puntualizar la exuberancia, la riqueza natural del paisaje puertorriqueño facilitó la integración de los recursos a ambos ámbitos. Pero, las mismas imágenes que subrayaron la riqueza material y simbólica del paisaje puertorriqueño, también sirvieron para producir imágenes colonialistas de los puertorriqueños, retratos que devaluaban a los puertorriqueños. Una muestra de ello es Puerto Rico and Its Resources de Frederick A. Ober, publicado en 1899. Ober, destacando la riqueza natural del paisaje isleño, describió a Puerto Rico como un “veritable wanton”. Pero, esa misma abundancia natural que Ober ató al buen clima, explicaba para él la indolencia de los puertorriqueños. Para él, la riqueza natural de Puerto Rico, así como la extraordinaria generosidad y fertilidad de sus suelos, era tal que los nativos no tenían que esforzarse mucho para alimentarse. Y aunque exhortaba a los estadounidenses que vinieran a Puerto Rico a invertir capital o trabajar, a no ser vagos como los puertorriqueños, aseguraba: “And yet perhaps there is no country where man can live with less effort than in this island, and in many similar islands scattered throughout the Caribbean Sea.”
Rico o pobre el paisaje insular ha sido en los discursos de los españoles, estadounidenses, y hasta de los propios intelectuales puertorriqueños, tomado como una fuerza determinante de la identidad y cultura puertorriqueña. En el discurso colonial, así como en el nacionalista, el paisaje es polisémico, usado para diversos propósitos, a veces contradictorios; si en algunos textos el paisaje aparece opulento en otros surge falto de recursos. En cualquier caso, fértil o infértil, abundante o escaso, generoso o avaro, sano o malsano, su significación sirve propósitos ideológicos. Si el paisaje austero había sido “tema obligado” para aquellos que construyeron la idea del puertorriqueño dócil y triste, el paisaje abundante lo fue para aquellos que construyeron la idea del puertorriqueño indolente. Esto es solo posible porque el paisaje es siempre mucho más que un panorama. Los paisajes son, repito, espacios simultáneamente materiales e ideológicos. Así, como naturaleza producida, los paisajes reflejan identidades e intereses individuales y colectivos, las que definimos nosotros mismos y aquellas que otros nos imponen, identificaciones e intereses muy lejos de ser determinadas por la geografía, la naturaleza o el paisaje.