¿Para qué y a quién sirven las estadísticas?
tres encuentros con el libro Contra la tortura de los números
La estadística: un personaje en nuestra comunidad
por Denny Fernández Del Viso
He tenido una relación con las estadísticas por necesidad primero, luego por el interés en el estudio y la práctica del flujo informático (datos –> información –> acción).
Mi valoración del libro –Contra la tortura de los números de Luis Alberto Avilés– es por lo tanto sobre el papel de la práctica de las estadísticas en los contextos y ejemplos que propone y describe el autor, no como un experto, que no soy, en los procedimientos y fundamentos matemáticos de las mismas.
Sobre las estadísticas se escribe de manera cotidiana y mayormente simplista y sarcástica, si no cínica, con centenas de frases, muchas célebres y con desacuerdos sobre su origen: “hay tres tipos de mentiras: mentiras, terribles mentiras, y estadísticas”. En el campo de los libros académicos, las estadísticas pueden estar superando la ‘capacidad de acarreo’ de la comunidad experta, y alguno ha preguntado cándidamente sobre su propio libro: “¿otro libro de estadística?”.
El autor, sin embargo, no cae en esos lugares comunes en su narrativa documental; para él la Estadística –sí, ahora en singular y con nombre propio– es un personaje en nuestra comunidad, formando parte de los entes de gobierno y poder, y activo en la mecánica del flujo informático. Su acercamiento al personaje y su actuación se ajusta a una de las definiciones originales del papel de las estadísticas entre nosotros: estudio de lo datos sobre la condición de un estado o comunidad (1770). Como buen estudio de un actor de experiencia (con casi 300 años de vida), el libro nos muestra una mirada polifacética de la actuación, con diferentes enfoques y aplicaciones en nuestro entorno.
Señalo algunos ejemplos de ese múltiple y atinado enfoque, en variados campos de nuestro quehacer académico:
Para las ciencias sociales y políticas:
- resalta la importancia de la militancia en el análisis de datos y comunicación de la información, como producto de las estadísticas, para lograr acciones.
- demuestra el mal uso, y distorsionado a veces, de estadísticos demográficos para justificar políticas públicas, sin considerar los finos detalles de la dinámica poblacional y los factores que la determinan.
Para los que estamos en el campo de las ciencias naturales:
- nos hace repensar sobre la aceptación indiscutida y uso corriente de algunos índices, a veces sin la consideración de sus limitaciones y contextos diferentes en los que se aplican.
Para los economistas:
- pensar en lo que es realmente justo al proponer las fracciones en las asignaciones presupuestarias, considerando los efectos en la sociedad, antes que criterios de ideología económica y financiera; sugiero un tema al autor: análisis justiciero de los impuestos.
Para los comunicadores:
- no ser eco de las estadísticas ligeras de las encuestas, que el autor expone cómo de poco engranaje entre lo cualitativo (lo que realmente siente la gente) y lo cuantitativo (como el encuestador clasifica las respuestas).
Puedo afirmar (y recomendarlo a los colegas profesores y estudiantes) que es un libro muy apropiado para ser discutido en una amplia variedad de cursos y talleres, dentro de los temas que correspondan. Agradezco la dedicación y gran trabajo del autor, por esta obra oportuna, valiosa y muy bien estructurada.
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El porvenir de una ficción o la sensatez de la subjetividad consciente
por Amílcar Cintrón Aguilú
Dice el intelectual salvadoreño Ignacio Martín Baró, en su texto Acción e ideología: “Son muchos los científicos sociales que han intentado asumir las causas populares o identificarse con los reclamos de los pobres, y ello constituye el mejor testimonio sobre las virtualidades conscientizadoras del conocimiento social; son muchos menos, sin embargo, los que han logrado domeñar su bagaje científico y transformar su lógica intrínseca de dominación en esquemas de liberación. El problema de fondo no consiste en la voluntad de ayuda, cuanto en discernir si se dispone de los instrumentos adecuados para aportar una ayuda significativa sin abandonar el terreno específico del científico social”. El autor del libro Contra la tortura de los números, Luis A. Avilés, parte de la misma preocupación que Ignacio Martín Baró al cuestionar la disciplina de la Estadística, desde su paradigma como lenguaje oculto que abre las puertas de la verdad. Ese sueño es hermano de otros que el científico Francis Bacon atesoró cuando planteó que era necesario descubrir el lenguaje de la naturaleza. Avilés no sólo cuestiona la idea de que las matemáticas permiten ver la realidad tal cual es sino que devela la farsa de aquellos que entienden se acercan a la realidad desde la objetividad y la neutralidad.Admito que me sorprendí al ver un despliegue tan colosal de mitos posmodernos, fundamentados en la disciplina de la Estadística. Para mí, que trabajo los mitos desde la clase de Humanidades, fue un placer observar el fascinante despliegue de falacias, semejante al de la costilla de Adán, al de la resurrección, al de la luna como cuerpo etéreo y al de la teoría geocéntrica. Admito que en mis clases repetí acríticamente supuestas verdades como la que dice que Puerto Rico está sobrepoblada o la que dice que somos una Isla envejecida. En el presente estamos ante un nuevo mito fundamental, los números como tablas de la Ley, que definen nuestro credo cada vez que nos acercamos a los medios de comunicación.
Empecemos por la presentación de algunos de los mitos que se amparan en la “verdad” de los números. El primero, el de la Isla sobrepoblada. Los cálculos identifican un número excesivo de habitantes por milla cuadrada, partiendo de la premisa de que el territorio no tiene los recursos necesarios para atender las necesidades de la población. Avilés hace un recorrido por varios estadísticos metropolitanos y su afán de hacer una radiografía de los colonizados hacinados. Nos confirma que las conclusiones acerca de la sobrepoblación en muchos casos han llegado antes que los cálculos. Son más bien un reflejo de las preocupaciones de los administradores coloniales. Me imagino entonces a Avilés regresando en una máquina del tiempo a la década del 1930, opinando sobre los problemas de Puerto Rico en medio del Plan Chardón. Lo administradores coloniales de la época hubiesen quedado perplejos porque alguien osara cuestionar el mal de la sobrepoblación en una época en la que cuatro Centrales Azucareras y las Fuerzas Armadas acaparaban la mayor parte de las tierras fértiles de la Isla. Confirmo en la Historia de Puerto Rico uno de sus ejes, la interpretación de la realidad parte de los intereses de la metrópoli. Los instrumentos, como la Estadística, no hacen más que legitimar la política imperial en muchos casos. Esta política imperial utiliza los números para legitimar la desposesión de las tierras de los puertorriqueños y la imposición de la migración en la década de 1940.
El segundo mito es el relacionado a las encuestas. Se nos ha vendido la idea de que encuestas como las de El Nuevo Día son un reflejo del apoyo de la ciudadanía a determinados candidatos a puestos electivos. De hecho, el mismo periódico reveló los resultados de la encuesta sobre los candidatos de las primarias del PPD para la gobernación el 6 de noviembre de 2019. En ella Eduardo Bhatia obtuvo un 39% de apoyo, Carmen Yulín Cruz un 28%, Carlos Delgado Altieri un 12%, Roberto Pratts, un 8% y Juan Zaragoza un 2%. Según Avilés, El Nuevo Día pretende develar una realidad sobre el sentir de los electores populares en las primarias cuando en realidad construye, desde el poder que otorgan los números, una opinión pública. Con su discurso va construyendo las mentalidades de los electores que luego llegarán a las urnas.
En esta etapa no nos queda más que apelar al principio de incertidumbre de Heisenberg. Es imposible hacer preguntas sobre el objeto de investigación sin alterar su comportamiento. Cada pregunta que hagas sobre el objeto de estudio implicará una respuesta diferente, que llevará a nuevas conclusiones, incluso contradictorias. Se nos vende la idea de que las estadísticas están tras un cristal, que reflejan en la pantalla una realidad inamovible. Lo que aplica a las partículas subatómicas es igualmente válido para las Ciencias Sociales. El científico influye sobre su objeto de estudio. El Nuevo Día lo sabe cuando promociona sus diáfanas encuestas, lo sabe el Departamento de Educación del Gobierno de Puerto Rico cuando confirma, con las pruebas que distribuye a los estudiantes, que las escuelas han fracasado en la tarea de educar a los niños. Si lo saben, ¿cuál es el objetivo al partir de una supuesta “neutralidad”? Hacer lo contrario. Imponer una realidad con la conquista de las conciencias mediante el uso de los números.
Ahora, Avilés nos confirma que los números, como dice Ignacio Martín Baró, son instrumentos adecuados para aportar una ayuda significativa al científico social desde su campo de acción. Este científico no parte entonces desde una ingenua distancia aséptica, que lo llevará a la objetividad y la neutralidad. No se hace ciencia desde la construcción del conocimiento como un bien en sí mismo. Se hace ciencia tomando posiciones, tomando posturas teóricas, siendo franco con respecto a los fundamentos teóricos de los que se parte. De hecho, se hace ciencia haciendo claro a los demás la postura política de la que se parte. Es desde este punto que Avilés parte para explicar que hay tendencias identificables al contar los votos de las cajas de las elecciones para escoger a los representantes ciudadanos ante la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE). El conteo de los votos de cada caja identificó el predominio de dos candidatos, excepto en una de ellas, la que le otorgaba una gran ventaja a otro candidato. Avilés muestra cómo los números sirven para identificar el fraude, la intervención burda, grosera de unos grupos para lacerar la participación y la democracia.
La ciencia que toma posiciones al usar los números también derriba mitos y adelanta realidades insospechadas. La idea de que Puerto Rico va camino a ser una isla envejecida se ha repetido en los medios por años, el gobierno lo asume como una realidad. La Junta de Control Fiscal presentó estadísticas en las que muestra cómo la migración y el descenso en el número de nacimientos han implicado un reducido número de niños y jóvenes en la Isla. El Rector de la UPR Cayey citó estos hallazgos ante un profesorado silente en una Asamblea de Claustro luego del huracán María. Avilés nos muestra, usando los datos del último censo, que no hay un aumento significativo de las personas mayores de 60 años en Puerto Rico. Sin embargo enfatiza en un aumento de los jóvenes entre 15 y 25 años. Va más allá, al tomar los planteamientos de un autor, que asocia el aumento de la población entre 15 y 25 años, en las sociedades, con procesos revolucionarios como la Primavera Árabe, cuando los gobiernos limitan las oportunidades a este sector. Se pueden usar los números para conformarnos con una percepción sobre la realidad o para asombrarnos con el potencial que tenemos para transformarnos como sociedad. Aquí inicia la reflexión de Avilés sobre si se pueden usar los números tomando distancia de las teorías o si, por el contrario, tener en cuenta las teorías de las que se parte permite ver los logros y limitaciones de una investigación.
La percepción de la realidad puede ser también creada, escogiendo unos factores que intervienen en la misma y oscureciendo otros. Nos muestra Avilés la preocupación que hay en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con reducir el número de personas en el planeta que ganan $1.00 dólar al día. Queda fuera de la discusión la pobreza, que en muchos de los países es producto de la lógica de explotación de las naciones industrializadas; que obtienen gran cantidad de recursos naturales a precios bajísimos. La meta de la ONU sobre la reducción de la población que gana $1.00 dólar al día niega la realidad de unas estructuras neocoloniales. Estar consciente de esto llevaría a contabilizar la riqueza que es explotada en las naciones proveedoras de materias primas y su efecto en la población. La ONU no aborda el problema de la pobreza desde este marco porque no quiere asumir una postura política que confronte la lógica capitalista.
Todo lo discutido abre las puertas a los problemas que implica el uso de los números para crear ficciones. Aquellas que sirven para legitimar un orden desigual en el mundo. En este mundo informático, en el que se atiborra a la gente con información, amerita seguir los consejos de Avilés: Primero, generar una distancia crítica de cualquier enunciado apoyado por las estadísticas. Segundo, distinguir entre los datos que se muestran al público y aquellos que se ocultan. Tercero, identificar el grupo que propone determinada interpretación de la realidad, apoyado con números. Cuarto, hacer las preguntas, identificar las variables, partiendo de la realidad del grupo que tradicionalmente queda fuera de las esferas de producción de conocimiento. Todo conocimiento parte de un grupo social que lo produce; independientemente del manto de objetividad y neutralidad con el que se cubra.
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La semiótica de la estadística o la estadística de la semiótica
por Maximiliano Dueñas Guzmán
Una de las fascinaciones recurrentes que existe en el estudio de la comunicación es la exploración del signo, ese algo que representa algo, según la formulación de Charles Sanders Peirce, uno de los fundadores de la semiótica. Por feliz curiosidad o para acercarme más al libro que reseño, por probable propensión, a Peirce también se le considera uno de los fundadores de la estadística (véase, por ejemplo, su texto del 1883, A Theory of Probable Inference). Ese estrecho parentesco entre comunicación, entendida aquí como semiótica –el estudio de los signos– y estadística que se da en Peirce se manifiesta también en el texto, de Luis Alberto Avilés.Pero el parentesco entre semiótica y estadística tanto en la obra de Peirce como en el libro, Contra la tortura de los números, no sólo es estrecho; es también propenso a la relación de quiasmo (esa figura retórica en la que términos opuestos se pueden invertir). Las personas encargadas de confeccionar el diccionario Vox manifiestan, con cierta frecuencia, mejor sentido social que aquellas que elaboran el de la Real Academia. Así, en el Vox se encuentra la siguiente como segunda acepción del término semiótica: “Ciencia que estudia los diferentes sistemas de signos que permiten la comunicación entre individuos, sus modos de producción, de funcionamiento y de recepción”. Y en ese mismo diccionario, se encuentra la siguiente definición de estadística: “Estudio que reúne, clasifica y recuenta todos los hechos que tienen una determinada característica en común, para poder llegar a conclusiones a partir de los datos numéricos extraídos”. Si se enfatiza la noción de semiótica como “ciencia que estudia los diferentes sistemas de signos” pudiéramos concluir que la estadística es hija de la comunicación. Sin embargo, si se enfatiza la noción de la estadística como “estudio que reúne, clasifica y recuenta todos los hechos” entonces la hija es la semiótica y su mamá, la estadística. Este segundo parentesco, uno en que se trastoca continuamente la ascendencia (¿quién es la mamá y quién es la hija?) también se ve manifestada en el texto Contra la tortura de los números.
Un tercer paralelismo entre Peirce como fundador de la semiótica y la estadística en el libro, Contra la tortura de los números, es el de la militancia social desde la ciencia. Peirce usó su dominio de la lógica filosófica para argumentar a favor de la emancipación de los esclavos en el Estados Unidos decimonónico. Luis Alberto Avilés, en su libro, usa su dominio de la estadística para “hacer relevante la sabiduría estadística –sus conceptos, sus métodos y su historia– para exponer y explicar las formas contemporáneas de la injusticia y de la falta de democracia” (p. 24).
Por siglos ha prevalecido una visión de la academia, de la universidad, como un espacio por encima y lejos de las luchas sociales. No es azar, entonces, que la torre se use con frecuencia como metáfora de la universidad. Y es esa noción rancia, pero fortalecida por el neoliberalismo, de la ciencia como esfuerzo individual y ajeno a lo social, que Luis Alberto Avilés busca subvertir en su libro: “En años recientes el activismo social ha penetrado las instituciones científicas para denunciar las actuaciones y expresiones sexistas, racistas y clasistas de científicos en su carácter individual” (p.15). Sí, en muchos sentidos él busca estrechar los vínculos entre las rebeliones–particularmente las huelgas y paros de estudiantes de la UPR– con la ciencia que se produce día a día en los once recintos de la universidad pública (y por extensión en las universidades del planeta). Luis Alberto fundamenta su perspectiva insurgente de la academia, de la ciencia, de la estadística en una distinción hecha por Sandra Harding, filósofa feminista, entre objetividad fuerte y objetividad débil: “Adoptar una objetividad fuerte permite elucidar las formas en que el ideal de la neutralidad científica (la torre, la universidad por encima y lejos de las luchas sociales), el cual es el fundamento de la objetividad débil, termina favoreciendo intereses ajenos al quehacer de la ciencia al insistir en obviar la particular localización histórica, social y geográfica de los científicos” (p. 25).
La lucha sobre para qué y a quién sirven las ciencias no es nueva, es tan milenaria como el saber humano. Y en el primer ensayo del texto, Luis Alberto narra cómo la estadística nació en el siglo XIX a partir de esfuerzos por “descubrir las condiciones reales de su país y las causas de tales condiciones, con el propósito de descubrir también los métodos de mejorarlas” (p. 21, énfasis suplido). No debe sorprender entonces, no es por “vainas del azar”, sino por probable propensión que Luis Alberto Avilés es también miembro activo de la Comisión Ciudadana para la Auditoría Integral de la Deuda.
Hay, además, en este texto otro tipo de subversión, un esfuerzo exitoso por combinar estadística –ciencia que necesita de buenas relaciones públicas para contrarrestar esa reputación de aburrida, repugnante e intrincada que suele predominar entre estudiantes–con el humor y ese vasto campo llamado cultura. Así, Luis Alberto nos entrelaza la estadística con: el polígrafo sexual; las versiones novelísticas y fílmicas de Frankestein; los desfiles de moda; la espiritualidad; las ciencias ocultas; la anosmia (incapacidad olfatoria); el particular olor del arroz con dulce puertorriqueño; los cuatro jinetes del apocalipsis; el Insularismo de Pedreira; el secuestro de los sueños (de la esperanza, diría yo); el carácter performativo de las encuestas (o las encuestas como espectáculos); Plaza Sésamo; Platón; las ocurrencias del papá y mamá del autor; las pruebas estandarizadas del Departamento de Educación; la relación entre el 666 y los nombres de Napoleón, Hitler, Reagan y Bill Gates; el olfato estadístico de la juez Sotomayor en el Tribunal Supremo de EE.UU; la estética; la ética; el divorcio en Puerto Rico; la Mujer Maravilla; la felicidad en Puerto Rico; y los tatuajes a través de la historia humana.
La erudición y humor del autor le sirven para elaborar un incesante compromiso con la ciencia en general y la estadística en particular como instrumento para explorar quiénes somos como sociedad puertorriqueña y cómo podemos forjar un mejor futuro –uno no cimentado en la injusticia– para nuestro país y el planeta.
No obstante lo dicho, para mi el mayor atractivo del libro es la conversación de entrelíneas (en la mayoría de instancias; en otras, es explícita) que el autor sostiene con los periodistas. Y el reconocimiento de esta conversación me obliga a considerar una reformulación del título de mi reseña (en vez de la semiótica de la estadística o la estadística de la semiótica, tal vez debería ser el periodismo de la estadística o la estadística del periodismo). Luis Alberto Avilés está debidamente obsesionado con el cómo las estadísticas se convierten en noticia, o sea en tema de deliberación pública. Y tal vez es en el ensayo, Flechazos numéricos de San Valentín, en el cual se develan con mayor nitidez las incompetencias del periodismo ante las estadísticas. Y de las numerosas citas con las que Luis Alberto Avilés usa para apoyar sus argumentos hay una que contundentemente afirma el valor del texto reseñado: “Las estadísticas son el corazón de la democracia”.