Por la Sala de Exhibiciones José A. Torres Martino
Llegué al Taller de Gráfica de la Escuela de Arquitectura en 1972, primero como oyente y luego como estudiante de Humanidades del recinto ríopedrense. En el Taller que me acogió durante los próximos siete años aprendí el oficio de la gráfica bajo la dirección del artista puertorriqueño José A. Torres Martino. A este aprendizaje debo mi carrera como artista gráfica y profesora de arte.
Con el dictamen extraño de que “el arte no se enseña”, Torres Martino impartía las instrucciones de los proyectos del semestre y luego nos dejaba el espacio necesario para crear. Al pasar los años comprendí que esas palabras del maestro son una guía para el oficio del artista: solo con el adiestramiento incesante del ojo y del juicio aprendemos a hacer arte. La crítica colectiva, la alegría contagiosa de la labor creativa, la conversación estimulante sobre cualquier tema sagrado o profano, el respeto por el trabajo del compañero artista, la importancia del diseño y del uso económico del color en la gráfica, la colaboración en proyectos colectivos y sobre todo, su amistad generosa fueron parte integral de nuestro aprendizaje, aunque manifestaba solamente de una faceta de su persona.
Y es que sus estudiantes y amistades teníamos una visión fragmentada de la carrera y de la vida excepcional del maestro, quien no es muy dado a hablar de sus logros. La investigación parta la exhibición retrospectiva que celebró el Museo de Arte de Ponce en el año 2005 reveló una cantidad de trabajo impresionante, además de la diversidad de sus oficios. Durante un poco más de seis décadas, Torres Martino ha tenido una carrera artística donde se entrelazan y se relacionan estrechamente su trabajo en las artes plásticas con la escritura de artículos y ensayos sobre diversos temas, la narración de programas de radio, televisión y documentales, la organización y/o dirección de asociaciones culturales y sindicales y la enseñanza de las artes plásticas.
Después de organizar y estudiar el material de la investigación me pareció que el hilo conductor de los distintos aspectos de sus carreras fue precisamente el “cultivo de la memoria”, la encomienda que hace el maestro Albizu Campos a dos jóvenes que se aprestaban a servir a su país. La docencia fue uno de los vehículos. Ante un pueblo desmemoriado, Torres Martino no vaciló en utilizar el pincel y la palabra para recordarnos insistentemente quienes somos. La búsqueda y afirmación de nuestra identidad nacional es central en toda su obra y el talento del artista se valió de todos los medios de comunicación a su alcance –las artes plásticas, la radio, la prensa, la televisión y la enseñanza del arte– para el cumplimiento del encargo del patriota.
El redoblamiento de las actividades acometidas por Torres Martino después que regresa de sus estudios en Europa, becado por la Universidad de Puerto Rico, me induce a seleccionar solo algunas que demuestran la variedad de su quehacer: su participación en la creación de talleres y su creencia en el provecho derivado del trabajo colectivo, la realización de varios murales, hoy destruidos, con la notable excepción del mural de la Escuela Julia de Burgos en Carolina, su incursión en la radio y la televisión, con la consiguiente dirección del movimiento sindical de los artistas y técnicos del espectáculo, la unión de la gráfica y la poesía como un medio eficaz de comunicación por partida doble, la relación deseable del artista y la política y la investigación estética del paisaje puertorriqueño en conjunto con la defensa del medioambiente. La columna de periódico que redactó semanalmente desde julio de 1987 hasta diciembre de 1997 es testimonio de sus posturas.
Considero que darle su nombre a la sala de exhibiciones de la Escuela de Arquitectura es un gesto de agradecimiento a Torres Martino, el maestro noble que transmitió con su ejemplo el deber del “cultivo de la memoria”, además de una manera de expresarle que aspiramos a ser cómplices de su empeño.