¿Por qué Ferguson?
Hace solo un día y medio que el veredicto de un jurado de doce personas de “no causa para juicio” contra el sargento Darren Wilson, movilizó a la cansada y dolida comunidad de Ferguson, Missouri y con Ferguson, varias ciudades y universidades de los Estados Unidos. Mis cuentas de Facebook y Twitter también se han visto agitadas por los mensajes que entran con menos de medio segundo de diferencia, con op. eds, fotografías y mensajes de aliento, reclamos de humanidad y de ciudadanía, y un pedido para detener los actos de violencia policial en contra de la población negra en los Estados Unidos. Los casos más recientes, el de Trayvon Martin y Mike Brown, acompañan las miles de muertes y violaciones de mujeres negras que no ocupan el mismo lugar de visibilidad de estos casos pero que nos dejan ver patrones similares de agresión y violencia en contra de la población negra y pobre en los Estados Unidos.
Muchas de mis colegas, profesionales académicas, mujeres negras y madres se han unido a las protestas y también a la conversación, al dejar ver, que los niveles de muerte, de brutalidad policíaca e injusticia social contra la juventud negra y latina, específicamente, reflejan los modos en que se organiza la guerra contra la pobreza urbana en los Estados Unidos. La vulnerabilidad de los hombres negros y latinos es una realidad que se dramatiza en los encuentros y abusos de una policía militarizada mal entrenada y que se organiza en muchos estados a través de “cuotas” de arrestos por “la intención de cometer un delito” o delitos menores como “posesión de marihuana”. Los cuerpos de hombres negros o latinos, si no mueren en la calle, como Mike Brown, llenan las cárceles, y en palabras de Michelle Alexander, promueven lo que se llama “el nuevo Jim Crow”. Las estadísticas son verdaderamente trágicas. En el 2006, 1 entre cada 14 hombres negros estaba en la cárcel versus 1 entre 106 hombres blancos. Un 54% de los jóvenes latinos deja la escuela intermedia entre las edades de 12-18 años; la edad en la que el llamado “prison pipeline” los coloca a las puertas de la prisión juvenil. La realidad, señala Michelle Alexander es que los negros y latinos reciben sentencias más largas por crímenes más leves como posesión de drogas.
El mismo sistema de educación pública promueve que muchos de estos jóvenes no terminen la escuela, en lo que muchos sociólogos de la educación, como Pedro Noguera, definen como “racialized substractive education”. Las frustraciones juveniles y la rebeldía adolescente en los varones, se lee como desorden de hiperactividad en la población de jóvenes blanca y de clase media, y se clasifica como desorden “antisocial” o “criminal” en los jóvenes negros, latinos y pobres. La foto de Mike Brown, de 18 años, que circula, es sin embargo, la de un rostro joven, vestido con su toga de cuarto año. Mike Brown no había dejado la escuela. Simplemente caminaba por el lado equivocado de la calle, un señalamiento que, según el policía Darren Wilson, llevó al altercado que terminó con doce casquillos de bala en el suelo y seis balas mortales en su rostro y pecho. Llama la atención que en palabras de Wilson, el joven Brown “parecía un demonio que le venía hacía encima” —el joven negro alto, de casi 200 libras no pudo en ese momento inspirar ningún tipo de humanidad en el policía que le apuntaba con un arma.
El horror ante el otro —joven y negro— es en este caso, el encuentro con la otredad agresiva, bestial y por consiguiente deshumanizada. El negro como cuerpo invisible o hipervisibilizado, agresivo si habla, problemático si no, es víctima y agresor al mismo tiempo. De cierto modo, son muchas de estas clasificaciones las que acompañan a la niñez negra y racializada en los Estados Unidos y otras partes del mundo, desde temprana edad: el niño negro o latino que llora o es inquieto, es “muy emocional”, “problemático” o “agresivo”. El comportamiento en estos niños o niñas se lee ya como síntoma racial y problema moral, particularmente cuando te dicen que tu hija de kindergarten, por ejemplo, “es una niña problemática que no muestra remordimiento alguno cuando le llaman la atención”; comentario que se resuelve directamente al confrontar a la maestra con sus propias palabras, porque la micro-agresión racista hay que atajarla, aunque duela, en el mismo instante en el que sucede.
¿Por qué es importante hablar de Ferguson y hablar de Puerto Rico? Porque la violencia que se vive en Puerto Rico todos los días lleva la cara de la pobreza y esa pobreza tiene un rostro racializado que se criminaliza, se ataca, se insulta y se vulnera en los medios, en la oficina del médico, y en la cárcel. Porque el cierre de más de 500 escuelas del sistema público y el analfabetismo funcional de una población es una estadística alarmante que exacerba la violencia del día a día. Porque la violencia contra la mujer —o contra aquellos que se identifican como femeninos— parte de esta misma hiper-masculinización, autorización del patriarcado y militarización del Estado; un Estado que construye leyes que no protegen a estos sujetos. Porque pedir la pena de muerte contra dos jóvenes es devolverle a la máquina estatal la muerte que tanto desea y promueve. Porque en Puerto Rico, el dolor se expresa en un duelo que no cierra, y como performance nos mira diariamente al rostro. Porque los collages y performances sobre la muerte, son, de cierto modo, narrativas sobre la supervivencia y apuestas a la vida.
El modelo racial estadounidense luego de la primera elección del presidente Barack Obama pasó a ser muy similar en sus modos y modelos al modelo racial latinoamericano. El marco doble de CNN en el que un presidente negro y muy cuidadoso de posicionarse ante los incidentes de Ferguson llamaba a la cautela, versus la ira justificada de la comunidad de Ferguson, que no se siente para nada protegida por el sistema policial que el mismo presidente auspicia; fue más dolorosa que la misma decisión del jurado. Barack Obama le ha hecho una guerra a las comunidades pobres y ha militarizado más la frontera con México, mucho más que otros presidentes electos en las últimas décadas. El llamado “color blind racism”, o la era post-racial, que se define a partir de la era de Obama, según el sociólogo puertorriqueño Eduardo Bonilla-Silva, organiza el racismo a partir de micro-agresiones y silencios en los que el sujeto racializado es leído moral, física y corporalmente. El problema no es que se esté militarizando la frontera o que las escuelas públicas que están en las comunidades negras y latinas no reciben fondos del Estado, no tengan maestros, ni materiales; el problema es que “la población negra y latina no quiere estudiar” o “no existe la unidad familiar”, “o la familia no se preocupa por la educación” o “es ilegal” y “no quieren hablar inglés”. Este racismo color-blind organiza las micro-agresiones entre grupos sociales y asigna un sistema de valores “ciudadanos” con estereotipos positivos o negativos de cada raza o etnicidad.
En Puerto Rico y América Latina conocemos muy bien este tipo de racismo porque es el que organiza el discurso isleño alrededor de aquellos otros que salen del universo de la moral de clase media o el discurso nacional, como “los del caserío” o “los dominicanos”, por ejemplo. De cierto modo, las conversaciones sobre lo racial en Puerto Rico sufren del mismo mal. Si, por un lado, hay una necesidad de generar modelos positivos de identificación con lo negro, tampoco podemos caer en la trampa de entender la negritud puertorriqueña como una marca de identidad que aísle o congele las movilizaciones y las políticas públicas de nuestro presente. El nacionalismo cultural puertorriqueño es una máquina de cooptación y definición de ese discurso identitario y desde la creación del Instituto de Cultura ha querido congelar esas representaciones de lo negro: otorgándole a la música, al baile, a la comida, la panacea desde donde se percibe o entiende lo negro; y que forja una negritud en donde la cultura parece hablar sin cuerpos y en donde el ejercicio cultural se fosiliza. Es, desde esta dinámica problemática que trabajan muchos activistas negras y negros hoy.
Por un lado, buscan en las leyes y en las políticas públicas un lugar que movilice las conversaciones sobre el racismo. Por el otro, se dan cuenta de que el mismo discurso “folklórico” sobre lo negro silencia muchas de las conversaciones y la realidad política de las poblaciones negras en Puerto Rico. Otros movimientos y grupos de historia oral, como el que se está dando ahora en la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez, los grupos de concienciación de la mujer negra que dirige Ana Irma Rivera Lassen o Palmira Ríos, el grupo de transformación de libros de texto e iniciativas pedagógicas que dirige Isar Godreau, el de la movilización en las poblaciones del caño, en grupos de activismo social contra el crimen y la destrucción del ecosistema en Loíza y Piñones, como IPERI por ejemplo, hacen demandas constantes frente al Estado; pero se encuentran fragmentados y silenciados por una agenda estatal corporativa que considera que hablar de raza y racismo corresponde de algún modo a negar la nacionalidad y la idiosincracia puertorriqueña, y entrar en modelos que se acercan demasiado al modelo estadounidense de entender el racismo. Muchos de estos intelectuales y activistas tienen que negociar sus voces y lugares de representación para lograr sus iniciativas y darle voz a sus agendas contra el racismo.
En el “Homenaje a Arturo A. Schomburg” llevado a cabo en la Universidad de Puerto Rico en el año 2013, las conversaciones sobre el racismo en Puerto Rico y sus diferencias, fue claro que Schomburg sigue siendo hoy un enigma para los estudiosos en Puerto Rico y en Estados Unidos. El enigma principal es ver cómo alguien que creció dentro del modelo racial del colonialismo español en Puerto Rico negoció ese modelo para entender su lugar en el modelo segregacionista norteamericano. Mi respuesta a esta pregunta es que para entender este dilema no solo hay que estudiar los escritos de Schomburg, sino entender que el racismo es una construcción social que se organiza en las historias nacionales pero que obedece a modelos de colonialismo, imperialismo y privilegio blanco que organizan alrededor del capital y la definición del sujeto moderno contemporáneo. No se puede entender el racismo si no se entiende que la esclavitud fue el primer sistema global de capital, como lo señaló agudamente el historiador marxista Eric Williams. La jornada sobre Schomburg cerró con un toque de bomba, un evento cultural que para mí, como para algunos de los presentes, buscaba, de muchas maneras “puertorriqueñizar y nacionalizar” la experiencia de un puertorriqueño negro en Nueva York cuya historia resulta incómoda para ciertas visiones del nacionalismo cultural puertorriqueño. El toque de bomba ha pasado a ser, en el caso de muchos eventos culturales oficiales, el toque nacional de una marca de identidad, que se vacía de contenido y usa los cuerpos negros que bailan como estandarte de “color local.”
En Puerto Rico no se estudia o se conoce muy poco la historia de la negritud y mulatismo cívico en todas sus vertientes políticas (radicales-obreros, autonomistas o pro-estadounidenses); mientras que el miedo al otro alaba las virtudes de la “democracia racial a la puertorriqueña” y silencia las conversaciones reales sobre el racismo. Esta llamada “democracia racial” perpetúa el privilegio blanco, al dividir y jerarquizar el capital económico y los espacios sociales en dónde nos movemos, al seguir leyendo la piel con eufemismos que te colocan como blanco o negro aunque te llamen “blanquito”, “trigueñita” o “jabao”. La realidad es que socialmente nuestro país afrocaribeño se lee desde los modelos de “negro” y “blanco”. Porque la idea de que el “dinero blanquea” o “te hace respetable” es una fantasía de esa misma democracia racial que sigue mirando el color de la piel y viendo a los sujetos racializados desde su lugar de clase y origen. Porque si saliste del caserío y ya eres abogado te lo recuerdan siempre “porque yo sé de dónde tú saliste”. Porque la hipocresía afectiva y el silencio es parte de nuestro problema y perpetúa violencias reales y micro-agresiones raciales que se dan en el día a día. Y si bien es cierto que en Puerto Rico no importa que el policía sea blanco o negro, porque a la hora del golpe de macana, el uniforme es lo que se ve, es claro que las agresiones en Loíza, Barrio Obrero, Carolina, el Barrio Gandul, Lloréns Torres o Doctor Pila, como señala Zaire Dinzey en un libro reciente, tienen un color específico. Los llamados a la pena de muerte se dan, lamentablemente, de un modo más insistente cuando mueren ciudadanos respetables de clase media cuyo derecho a la vida obedece a una moral legible y aceptada por la “ciudadanía de gente bien”. Parecería que, como sucede en el caso de Mike Brown, hay muertes que valen más que otras, y hay vidas que valen más que otras.
¿Por qué hablar de Ferguson? Y más aún, ¿por qué hablar de Ferguson y Ayotzinapa y tantos otros crímenes de Estado para entender la realidad social puertorriqueña? Porque es el Estado contemporáneo neoliberal el que criminaliza, mata y hace de estos cuerpos vulnerables y racializados la cifra común de nuestro presente.
Referencias:
Alexander, Michelle. The New Jim Crow. Mass Incarceration in the Age of Colorblindness. New York. The New Press. 2012.
Arroyo, Jossianna. “Cities of the Dead: Performing Life in the Caribbean.” Robert G. Mead Lecture, University of Connecticut, Storrs, noviembre, 2014.
—. “Roots or the virtualities of racial imaginaries in Puerto Rico.” Journal of Latino Studies. 8 (2): 2010: 195-219.
“Tecnologías: transculturaciones de raza y género en la escritura de Arturo Schomburg. Contrapunto de género y raza en Puerto Rico. Eds. Idsa E. Alegría Ortega and Palmira N. Ríos Gonzalez. Centro de Investigaciones Sociales, 2005: 95-114.
Bonilla-Silva, Eduardo. Racism without Racists. Color Blind Racism and the Persistence of Racial Inequality in the United States. Boulder. Rowan & Littlefield Publishers, 2006.
Dinzey, Zaire. Locked In, Locked Out. Gated Communities in a Puerto Rican City. Pennsylvania. University of Pennsylvania P, 2014.
Gross, Kali N. “State Sanctioned Anti-Black Violence and the Deadening of Black Womanhood.” http://www.warscapes.com/opinion/state-sanctioned-anti-black-violence-and-deadening-black-womanhood
Noguera, Pedro. The Trouble with Black Boys and Other Reflections on Race, Equity and the Future of Public Education. New York: Wiley and Sons, 2008.
Williams, Eric. Capitalism and Slavery. Introduction by Colin Palmer. Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1994.