Refúgiame en tu piel
1
PRECURSORES del nada sencillo arte de amar, Adán y Eva exprimían el amor y la caricia en tanto que vivían aferrados a los beneficios del placer sexual. Cuando la humanidad restante supo del gozo inspirador tras el amasijo de sangre y emoción que somos, juró que remedaría a los amantes primigenios. ¿Sería ése el acicate para que remozaran la filosofía del placer tres letrados de obra imponente?- En el Diccionario de los lugares comunes el francés Gustave Flaubert define el placer en colaboración con el sarcasmo: Palabra obscena.
- En el Léxico sucinto del erotismo el mexicano Octavio Paz define el placer como nudo donde se enlazan la fascinación y el horror, la atracción y la repulsión, la presencia y el vacío.
- En el poema Fui el alejandrino Constantino Kavafis define el placer como trago embriagador al alcance de unos pocos: Sólo los audaces beben el placer.
2
Alba del siglo veintiuno: el placer sexual se impone como negocio de ganancias astronómicas y como moda cibernética. Lástima que el negocio y la moda violenten la belleza esencial de la pareja en su intimidad: acostados en la cama o en el suelo, tumbados en una mesa o parados, los cuerpos encaran los mandos del placer sexual. Un placer que alcanza su cenit en el sigilo transgresor: resueltos a saciarse, dos cuerpos hambrientos de cuerpo irrumpen en el planeta Desnudez.
3
La atención incesante a las estrategias del pene y de la vagina multiplica los depósitos bancarios de las empresas publicitarias.
Que, según parece, organizaron una sección encargada de redactar eslóganes sobre el asunto.
- No le regale rosas, regálele pasión.
- Dama cuarentitantona, quinceañéese la vagina.
- Cursillos Contra la Timoratez Sensual, dictados por un personal adverbialmente fiable: Si usted dice Sí es sí, Si usted dice No es no.
- Caballero setentón, restitúyale la dignidad a su pene. ¡Viagrese!
4
En el fragmento anterior escribí moda cibernética para refrendar un dato: nunca perdieron actualidad el conducto entre la vulva y la matriz y el miembro de la copulación en los animales superiores desde cuando Adán y Eva pesquisaron sus usos. Sí, antes que una dramaturga y una socióloga norteamericanas encuestaran a cientos de hombres y hembras sobre el empleo dado a sus órganos sexuales, encuestas que cimentaron los espectáculos teatrales.
Todo sobre mi pene y Los monólogos de la vagina, ya Adán y Eva empleaban dichos conducto y miembro. Los empleaban, precozmente, a pesar de la sobredosis de inocencia que hubo de victimizarlos, a lo largo de su estadía en el Jardín del Edén.
5
Tengo dichos empleos por proemio a las vaginas en crisis que brincan y saltan por la comedia Menopausia y a los penes conflictivos que desfilan por la disquisición escénica Titerería del pene.
Igualmente son el proemio a las Técnicas de masturbación entre Batman y Robin, novela del colombiano Efraim Medina Reyes. Asimismo a la obsesión del protagonista de la novela Púrpura profundo, de la cubanopuertorriqueña Mayra Montero: arribar a donde refulge el púrpura profundo de la gruta vaginal, con el pene en misión detectivesca.
6
Nada es nuevo bajo el sol se afirma en el Libro de Eclesiastés, cuya autoría se atribuye al rey Salomón, quien compartió sus atributos legendarios con trescientas concubinas: la exageración rige el chisme. Más allá de la bravuconada que suponen los condones fosforescentes, más allá de la traición al aguacate que suponen los condones avocado flavored, nada es nuevo en la forma y el contenido de la brega con la apetencia carnal.
Adán y Eva satisfacían la susodicha apetencia antes que la puertorriqueña Ana Lydia Vega escribiera y archivara un relato pedagógico de título sugeridor, Aventuras de Penerecto y Vulvaloca. Y antes que el inglés David Herbert Lawrence narrara los retozos verijales ocurridos entre el guardabosque Mellors y Lady Chatterley. Y previo a que la madrileña Almudena Grandes desglosara Las edades de Lulú y que el italiano Alberto Moravia novelara los regaños que debió hacerle al cabeciduro de su pene. Y antes que la poeta griega Safo estableciera una meca lésbica en la isla de Lesbos y que el granadino Federico García Lorca escribiera los homoexultantes Sonetos del amor oscuro y que el boricua Luis Negrón publicara los siete cuentos delirantes que se suceden en Mundo cruel. Y antesito que se publicaran las reflexiones Grandezas y miserias del pene, del colombiano Oscar Collazos, y El pene y su sombra, del español Vicente Verdú.
No, no lo olvido. Apenas el otro día Catherine Millet confesó los azares de su vagina hiperactiva en La vida sexual de Catherine M. Una vagina que la francesa obsequió, a tutti quanti, durante las sesiones de penes anónimos realizadas en los parques parisinos, al caer la noche.
7
¿Aludo a Daddy Adán y a Mommie Eva cuando escribo sobre el pene y la vagina? Sí, me enteraron los hermosos ambages narratológicos que transitan por la Biblia, el antecedente definitivo del realismo mágico, una estética que el colombiano Gabriel García Márquez lleva a consecuencias insuperables en el ciclo macondino. Sobre el ciclo reflexiona la puertorriqueña Mercedes López Baralt en un tomo luminoso que cautiva y educa, Una visita a Macondo, manual para leer un mito.
8
No me detengo en el protocolo que repiten la vulva y la matriz y el miembro de la copulación en los animales superiores, sí se detiene otro texto canalla, El cuarteto de Lima. En cambio digo que la vulva y el miembro a cargo de la internación en la vulva, se juzgan focos de desvelo desde cuando expiró la licencia de inocentes otorgada a Adán y Eva.
El tema del desvelo arrastra una impronta kafkiana. Mas, porque el ser humano hoy se dice y mañana se desdice, en la cuarta entrada del libro Parábolas y paradojas el habitualmente pesimista Franz Kafka incurre en un lapsus optimista: Nos echaron del paraíso, pero el paraíso no fue destruido. El lapsus del checo suscita un grabado, cortado a la perfección, por Lorenzo Homar, el magistral artista puertorriqueño.
9
En efecto, el paraíso no fue destruido. Una carrera maratónica llevó a Adán y Eva, desde el Jardín del Edén de donde fueron expulsados, hasta Valle de Lágrimas donde se asilaron. Refrescó la carrera la sombra flacucha de los baobabs. Entristeció la carrera la detonación de un sentimiento inusual. Y fue el sentimiento que, traspasado el letrero que rezaba Welcome to Valle de Lágrimas, escrito en prediluvianas jergas inglesa y española, atacó a la pareja el complejo de culpa.
No hay complejo más trabajoso de desmantelar. Por culpa de la culpa, al minuto de asentarse en Valle de Lágrimas, Adán y Eva se escondieron, uno del otro, para vestirse con hojas y bejucos, flores y ramas. Eran vestimentas innecesarias, siendo ambos los únicos asilados en el selvoso lugar. Pero, la culpa muerde como perro rabioso: la desnudez los culpaba, ambos a dos.
En efecto, el paraíso no fue destruido. Una carrera maratónica llevó a Adán y Eva, desde el Jardín del Edén de donde fueron expulsados, hasta Valle de Lágrimas donde se asilaron.
10
¿Ganaban o perdían Adán y Eva con el asilo? Decídalo el Lector. Atrás quedaba el callejón sin salida en que resultó la inocencia, abusiva prisión a un doncel y a una doncella merecedores de habitar los sueños gestados en sus imaginaciones. Adelante aguardaba lo que un escribidor caribeño nomina vida defectuosa, con su oferta equitativa de pesadilla y esperanza
11
¿Les causaron picazón las hojas y los bejucos, las flores y las ramas? Pues, aunque terminaban de vestirse, corrieron a desvestirse. Nuevamente desnudos repararon, con la ñapa de la mirada que se apoda rabillo del ojo, en sus partes silvestres, aun cuando el sambenito de la culpa persistía en flagelarlos: ojearon las partes con muecas de rechazo.
Por fin atendieron cuanto la inocencia los obligó a desatender. Que era la luna menguante estacionada en el bajo vientre de Eva. Que era la posta de carne apostada en el bajo vientre de Adán.
A continuación hablaron con innegable dificultad. Los asistía un lenguaje casi carente de palabra. Los socorría un lenguaje elaborado por la gramática de la mirada.
Al pan pan y al vino vino: la mirada es el escenario del alma. Hablar con la mirada impulsa una relación sugestiva, pero ardua. Ocurre que los tiempos gramaticales del silencio no son fáciles de conjugar. Menos mal que el deseo se comporta fanático a la hora de expresarse. Tanto así que rebasa el silencio, la mirada y la palabra.
12
Sin sospechar lo que quería, sin pestañear, Adán miró a Eva de la cabeza a los pies. Sin siquiera intuir lo que buscaba Eva miró a Adán de los pies a la cabeza. No hubo vello de Adán que no se irguiera al observar la rara luna menguante. No hubo vello de Eva que no se erizara al atisbar el raro suplemento cilíndrico, emergente de la posta de carne de Adán.
Al rato, deslumbrados por la refulgencia de la luna menguante y el proceder militar del suplemento cilíndrico, tras especular sus funciones probables e improbables, los únicos desterrados al selvoso lugar que era Valle de Lágrimas, creyeron oportuno estrenar un paraíso en los lindes de la desnudez.
13
Habitantes de una adolescencia fronteriza con la niñez, Adán y Eva se abrazaron sin saber que se abrazaban, se besaron sin saber que se besaban, se lamieron sin saber que se lamían, se chuparon sin saber que se chupaban, se gozaron sin saber que se gozaban: desconocidas les eran tres cuartas partes y media del vocabulario humano.
De repente, el bisoño Adán sintió lo que consideró un agrado insoportable. El agrado insoportable pretendía hacerle saber que el zumo viril se empezaba a tostar en el meollo del suplemento cilíndrico. Pero, inconsciente de las travesuras de que sería capaz el suplemento cilíndrico, así como desconocedor del zumo viril y temeroso por lo que creyó ocurriría, el inexperto Adán le rogó a Eva –Refúgiame en tu piel. Le rogó con el prosaico verso que le sopló el buenazo de su ángel de la guarda. Mientras su luna menguante la humedecía el sirimiri orgásmico, la piadosa Eva separó alguillo los muslos y clamó –Entra.
14
Inmaculado se quiso Adán en la histórica ocasión de entrar. Menos de un instante gastó en trenzar la cabellera, iluminar la barba con saliva, alisar las greñas que le tapizaban el pecho, el ombligo y el bajo vientre, secar una furtiva lágrima que escapaba por el ojo peneico. Antes de entrar bramó –Maldíceme si te lastimo, ahora o en los después a proseguir. Eva se estremeció cuando oyó bramar al magno etíope que, con tanto primor, entraba al refugio ampliable de su piel.
15
¿Etíope Adán? No es disparatado suponerlo. Teorizan los historiadores que el Jardín del Edén radicaba en la Etiopía antigua. Una Etiopía que, eventualmente, iba a desparramarse por el mundo total, como especulan los historiadores puertorriqueños José Alberto Cabán Torres y Luis Alberto Lugo Amador en su libro, de veras enjundioso y revelador, ¿Es posible lo africano?
Yo, mulato que no llega a Pardo Adonis, opino que lo africano, más que mera referencia geográfica, constituye una entrañable calidad metafísica. Incluso constituye una formidable visión del mundo, trágicamente atropellada o distorsionada por los mequetrefes de turno, mequetrefes que vieron y ven en la piel negra una acta de inferioridad. No obstante, desde cuando germinó el amasijo de sangre y emoción que somos, lo africano nos enriquece la inteligencia ostensible, el espíritu furioso y la belleza sin rodeos.
16
Si a Eva la estremeció el bramido de Adán, más la estremecería el fértil abono orgásmico, más la travesía delicada del suplemento cilíndrico por la estrechez de la luna menguante. Sobre todo fue estremeciente la rociada cuantiosa de zumo viril, acabado de destilar.
Aquello los entusiasmó. Aquello les regaló sensaciones impensadas. Aquello los hizo bendecir el mordisco a la manzana. Radiantes por cuanto se atrevieron a sentir, maravillados por la plenitud que respiraban, a Adán y Eva los embaucó el sueño bobo con que suele embaucarnos la vida defectuosa.
17
¿Influyó el alunizaje del suplemento cilíndrico en el hecho de que Adán y Eva se supieran amantes, apenas despertar del sueño bobo? Influyó. Presintiendo que a su amante la entusiasmaría el manoseo sutil de las blancas colinas nerudianas Adán se aplicó a entusiasmarla. Hechizada por el impecable manoseo del amante Eva susurró –¿Te arriesgas a volver a entrar? Hechizado por los dedos de la amante, navegándole el mar prieto que fluye por las orillas del bajo vientre, Adán improvisó un manifiesto, con una audaz certidumbre –Tú eres mi riesgo. Aclaro: el manifiesto no se lo sopló el ángel de la guarda.
Tienta el riesgo quien se desnuda en compañía. El riesgo puede conducir a una aventura olvidable que termina, justamente, cuando termina la desnudez. El riesgo puede conducir a una aventura inolvidable que comienza, justamente, cuando termina la desnudez.
18
Ni el Manifiesto Comunista, ni el Manifiesto Surrealista, ni el Manifiesto Futurista, alcanzan la excelsitud que alcanzó el Manifiesto Adánico. Un manifiesto redactado al socaire de una provocación dulce con consecuencias inmediatas: ¿Te arriesgas a volver a entrar? Exprimiéndole vigor y enamoramiento al silencio y a la mirada, el bosque de vellos que era Adán volvió a entrar en la isla donde aislarse que era Eva. Añadiéndole sabor a la caricia, Eva le ofrendó a Adán su pasión incontenida.
Felizmente generoso, Adán balbuceó –Pide. Subyugada, Eva ripostó –Que el canela de tu piel me arrope siempre. Rodeándole la boca con la soledad de un dedo níveo, felizmente desprendida, Eva balbuceó –Te toca pedir. Adán ripostó, mientras fracasaba en disuadir una erección más terca que una mula –Nada pido. Parece que todo lo tengo teniéndote a ti.
19
La declaración de libertad que presupone toda primera vez llevó a Adán y Eva, en su segunda vez, a saber que se abrazaban y besaban, se lamían y relamían y chupaban. En fin, la segunda vez los indujo a reciprocarse el deleite sin bochorno ni culpa, con un frenesí a tildarse de orgía a lo largo de los siglos.
Un día sí, el siguiente también, Adán y Eva repetían el desenfreno orgiástico, brindaban con la mirada por la alegría de quererse, liquidaban la hipoteca de la culpa. Un día sí, el siguiente también, Adán y Eva condenaban el remilgo, se burlaban del tiquismiquis mientras la barriga de Eva se redondeaba más y más y aun cuando la barriga de Eva se rompió una madrugada.
20
Primero llegó Caín, un nene blancoide cuya cabeza remataba en asamblea de rizos grifos. Segundo llegó Abel, un nene mulatoide de labios protuberantes que distinguen la boca hoy elogiada como boca chula. Nacieron Caín y Abel y estalló el mestizaje.
Los paraísos fascinan a las serpientes. Sea ideológico o fiscal, sea familiar o laboral, sea laico o religioso, por cualquier paraíso zigzaguea una serpiente. No bien nacer Caín y Abel una serpiente se mudó a la paradisiaca casucha que compartían con sus padres.
21
Serpientes aparte, asesinatos cainitas aparte, fuera de Adán y Eva nunca dúo alguno interpretó, con tales desenfado y armonía, una partitura tan sensual. Nunca el dedaje interpretativo sonó tan exacto. Nunca disonó uno del millón de mimos que intercambiaron los precursores del nada sencillo arte de amar. Nunca alcanzaría cadencias tan frescas, tan puras, tan virtuosamente expresadas la sonatina genital compuesta por el impar Eros Bellacus.
22
A partir del remoto entonces, como homenaje a tanta alegría de quererse y a aquellas armonía y cadencia, a aquel dedaje a punto de celestial, Valle de Lágrimas se sobrepuebla a ritmo demencial: nanosegundo a nanosegundo.
Espoleada por los amantes primigenios, la humanidad le reclama a la Organización de las Naciones Unidas que reconozca el placer sexual como derecho. Corrijo, como evento salvador.
¿Exagera el reclamo? Diserta el intelectual cantinflásico: Lo más posible es que quién sabe. Yo prefiero que diserte el feligrés del placer –Si el placer sexual no salva, al menos impugna la ansiedad y reduce el colesterol malo.
COLOFÓN: ¿Quién que es no ha sido amante? ¿Quién siendo amante no sube al cielo que pone a su alcance ese cuerpo intocado por la tela? Un cuerpo cuyo disfrute lo prohíbe Miss Moral, fogosa beata de los prejuicios. ¿Quién que fue amante, es amante o ultima los detalles para serlo, osará rebatir el aforismo del francés Paul Valéry?: Lo más profundo de la persona reside en su piel.
Del libro inédito Textos Canallas
Foto: Moramay Kuri
© Derechos reservados.