Repensando a Hostos: feminismo y educación
Hostos ha estado presente de manera constante desde mi formación. Como maestra, a través de sus aportaciones como filósofo educativo y, como feminista e investigadora del siglo XIX, desde su defensa de la educación de la mujer. Esta aportación resultó aún más importante, en un momento neurálgico en el que el movimiento feminista puertorriqueño ve el camino abierto bajo el farol de la educación en medio de superación y equidad en una sociedad patriarcal que le negaba a las mujeres la condición de ciudadanas y, peor aún, su humanidad.
Resulta necesario señalar que en el discurso modernizador de la segunda mitad del siglo XIX se venía esgrimiendo el argumento de la necesidad de atender el problema del analfabetismo y la educación de la población en Puerto Rico. Eugenio María de Hostos y otros, como Alejandro Tapia y Rivera, a través de los periódicos y las letras, fueron defensores de la educación de la mujer y el valor que ellas representaban para la sociedad. Ejemplo de ese esfuerzo son los ensayos: “La educación científica de la mujer”, de Hostos, y “El aprecio a la mujer es barómetro de la civilización”, de Tapia y Rivera. Este discurso modernizador, cuyos supuestos se articularon desde la óptica masculina, ve a la mujer como medio para adelantar, mediante la educación, un nuevo orden social. Son, precisamente estas dos ramas: educación y periodismo, las que conformaron la zapata del feminismo puertorriqueño.
Durante el transcurso del siglo XIX, a través de todo el mundo, y Puerto Rico no fue la excepción, tuvo lugar un florecimiento de la imprenta y la importancia de la alfabetización, puntas de lanza en la diseminación del mensaje de justicia y equidad para las mujeres.
En “La educación científica de la mujer”, Hostos plasma su proyecto educativo para la mujer desde la perspectiva kraussiana positivista que le caracterizó. Hostos reconoce que “como ser humano consciente, la mujer es educable”[1]. Aunque esta cita suene condescendiente, hay que entender que en el contexto histórico en que ocurre representaba un desafío al concepto generalizado por la hegemonía masculina de que la mujer debía cumplir exclusivamente con las labores domésticas. Según Hostos, como resultado de su educación, la mujer sería portadora de la verdad, de los principios de la ciencia y, por ende, en su rol de madre, los legaría a sus hijos que, a su vez, aportarían a la patria y al mundo. A propósito de esto, cuestiona: “¿no sabría ser la primera y la última educadora de sus hijos, la primera para dirigir sus facultades, la última para moderar sus actividades, presentándoles siempre lo bello, lo bueno, lo verdadero como meta?”.[2]
La educación de la mujer no estaría reñida con sus roles tradicionales de esposa y madre, sino que sería valor añadido al hogar. Esta visión de progreso para la mujer sería la consigna del discurso feminista de la primera cepa de mujeres puertorriqueñas que abogarían por el derecho a la educación y al sufragio. De manera que el discurso articulado por ese grupo de mujeres sería moderado, en tanto y en cuanto, no rechazaría los roles preconcebidos para ellas por el sistema hegemónico masculino, distanciándose así de tendencias feministas radicales que se manifestaban en otras partes del mundo, como, por ejemplo, el feminismo anarquista.
Hostos condenó las ideas en contra de la educación de la mujer, ideas que reconoce son esbozadas y defendidas por hombres, a quienes culpa por no reconocer el valor añadido que resultaría para la humanidad la educación de la mujer. “…en el espíritu erial de la mujer, está probablemente el germen de la nueva vida social, del nuevo mundo moral que en vano reclamáis de los gobiernos, de las costumbres, de las leyes”.[3] Un nuevo mundo social y moral, desde la propuesta educativa de Hostos, no podía ser concebido sin que mediara un avance en el sistema educativo de Puerto Rico y Latinoamérica. Sin embargo, las condiciones del mismo distanciaban al país del progreso anhelado por el filósofo educativo quien vio cómo sus ideas eran consideradas y avanzaban en otros lares, pero no así en su tierra natal.
En cuanto a esto, cabe señalar que, para finales del siglo XIX, el problema del analfabetismo era prevalente en Puerto Rico. Para atenderlo, el gobierno español inició en un esfuerzo dirigido a promover la preparación de mujeres como maestras mediante la autorización y fundación de las Escuelas Normales en 1890. Una década antes, Hostos había sido responsable de la Ley de Normales en la República Dominicana (1879) y fungió como director de la primera escuela normal del país caribeño en 1880. Al año siguiente, 1881, las mujeres dominicanas se incorporaron a la educación normal bajo la tutela de la poeta y discípula de Hostos, Salomé Ureña. A pesar de los cambios en la administración gubernamental en Republica Dominicana durante esas últimas décadas del siglo decimonónico, la educación normal hostosiana, en ocasiones con fuertes detractores y la clara intención de eliminarla, prevaleció y rindió sustanciosos frutos.
El proceso educativo normalista, aunque dilatado debido a las particularidades de Puerto Rico y su condición colonial, se inició y de manera simultánea la conciencia feminista puertorriqueña. Esto representó la apertura para que las mujeres pudieran estudiar pedagogía, pero su efecto abarcó mucho más que eso. Esta novel posibilidad resultó ser el medio que facilitó que las mujeres pudieran educarse, pero, más aún, el magisterio propició la primera noción de libertad que experimentarían las puertorriqueñas, quienes, tal y como afirma la historiadora y feminista, Norma Valle Ferrer, vieron la oportunidad de “salir del hogar y ganar dinero, sin retar las tradiciones prevalecientes”.[4]
El inicio de las escuelas normales en Puerto Rico no resolvió de manera inmediata el problema del analfabetismo en la población. Según Juan J. Osuna en History of Education in Puerto Rico, para 1898, la escuela normal contaba con una matrícula total de solo cincuenta mujeres.[5] Casi una década más tarde de la puesta en vigor de la medida, en el momento de la invasión estadounidense a Puerto Rico, el total de estudiantes en el sistema de educación pública era 26,588 estudiantes. De esa cifra solo 9,007 (33%) eran niñas. Esto muestra la disparidad de acceso a la educación entre niños y niñas a razón de 2 a 1.
Con el cambio de soberanía, se implementaron transformaciones al sistema educativo con la expectativa de reducir el analfabetismo, pero también como medio de asimilación cultural y social de la población. Algunas de estas medidas, reseñadas por la doctora María de Fátima Barceló Miller en La lucha por el sufragio femenino en Puerto Rico: 1896-1935, fueron: “aumentar el número de escuelas y maestros, la imposición del inglés como idioma oficial para la enseñanza, el establecimiento de escuelas mixtas o co-educacionales y la reorganización y fortalecimiento del Programa de Economía Doméstica”.[6]
En 1903, se funda la Universidad de Puerto Rico (UPR). Norma Valle Ferrer, afirma que la entrada de las mujeres a la UPR representó “la entrada al mundo de una liberación gradual y consistente que las llevaría a convertirse en seres humanos completos e independientes”.[7] La vinculación entre la educación, el magisterio y la lucha feminista es innegable. Precisamente de esa cepa de educadoras, formadas en las escuelas normales surgen las primeras voces feministas que utilizarán el magisterio y las letras como herramientas de lucha. Entre las maestras que articularían el movimiento feminista y sufragista puertorriqueño se encuentra: Ana Roqué Geigel de Duprey.
Con una formación multidisciplinaria y una abarcadora visión de mundo, Roqué entendió que los avances de la modernidad se propagaban a través de las letras. Mediante su formación y experiencia, advirtió que la lectura era el mecanismo más sencillo y directo para acceder al mundo de las ideas. El progreso de la mujer, requería ocupar espacios de discusión, escribir y propiciar que hombres y mujeres le leyeran. Es por esto que fundó escuelas, educó niñas y niños, pero también, con la importancia que fue adquiriendo la educación como parte del proyecto modernizador, se dedicó a preparar maestras y maestros, a través de las escuelas normales.
El periodismo, a la par con la educación, tuvo una monumental relevancia para las feministas burguesas del siglo XIX. Las publicaciones periódicas se convirtieron en el vehículo para ventilar sus ideas, ponderar sobre los acontecimientos locales e internacionales y reclamar los derechos a la educación y el sufragio. Mujeres como: Bessie Rayner Parkes, Lydia Becker, Henrietta Muller, Elizabeth Cady Stanton, Hubertine Auclert, Emilia Pardo Bazán, Margueritte Durand, entre muchas otras, entendieron la vital importancia de la difusión pública mediante la imprenta y, sin dilaciones, fundaron periódicos para allanar el camino a la reivindicación de las mujeres.
Ana Roqué, como sus predecesoras en Inglaterra, Francia, España y Estados Unidos, así como en Latinoamérica, compró una imprenta y comenzó a gestar el primer proyecto periodístico feminista puertorriqueño al que tituló La Mujer. Este estuvo en circulación desde 1894 a 1896. Consciente de la pertinencia y necesidad de la educación para fomentar el mejoramiento de las condiciones de vida de las mujeres puertorriqueñas, puso todo la voluntad y dedicación en este primer proyecto. Al fundar La Mujer, no solo se hizo pionera del periodismo feminista puertorriqueño, sino que, por primera vez en la historia, se utilizaron las ganancias generadas por el periódico para ayudar a sufragar los gastos de la educación de mujeres para que se convirtieran, a su vez, en maestras.
La Mujer dejó de circular en 1896. Sin embargo, su labor periodística no se detuvo. En 1902 fundó La Evolución, en 1917, La Mujer del Siglo XX, en 1918, Álbum Puertorriqueño y en 1919, El Heraldo de la Mujer. Las publicaciones de Roqué, dieron voz a las mujeres puertorriqueñas, muchas de ellas maestras, y fueron medio de expresión y divulgación de la creatividad literaria, así como gestaron y afirmaron el feminismo puertorriqueño que se consolidó como colectivo en 1917 con el nombre de Liga Femínea Puertorriqueña.
Desde la perspectiva hostosiana, las mujeres puertorriqueñas, mediante la educación, se apoderaron de la verdad, que se articuló desde la razón y esgrimieron un contra discurso al patriarcado que se obstinaba en negarle ser consideradas depositarias de los mismos derechos que a los hombres y la posibilidad de ser parte de la toma de decisiones políticas a través del voto.
Más que divagar en la utopía, como lo concebían sus detractores, las ideas feministas, que se gestaron durante el siglo XIX y principios del XX, dieron luz a las mujeres, para que, mediante un acto de conciencia y valentía, entendieran que ellas podían y debían luchar por la equidad como valor innegable de humanidad.
El movimiento feminista ha evolucionado en Puerto Rico y el mundo. Sin embargo, hay que reconocer que esa primera ola, ese primer feminismo puertorriqueño, se generó desde el proyecto educativo de la mujer, y que el pensamiento hostosiano fue gestor y defensor del mismo.
Hostos dijo en su Moral Social, “la libertad es un modo absolutamente indispensable de vivir”. Esta línea de pensamiento ha sido replicada en el pensamiento feminista, no solo en Puerto Rico, sino en otros espacios. La líder feminista española, Clara Campoamor expresó “la libertad se aprende ejerciéndola”, la intelectual y feminista francesa, Simone de Beauvoir, afirmó: “que sea la libertad nuestra propia sustancia”. En esa línea de pensamiento, las mujeres puertorriqueñas comenzaron a ser artífices de su libertad, desde el baluarte de la educación, que les abrió camino, que les dio el arma libertaria de las letras y la custodia de la razón para enfrentar el sistema hegemónico masculino que les negaba lo que por derecho les correspondía.
[1] Eugenio María de Hostos. La educación científica de la mujer. Editorial de la Universidad de Puerto Rico: Río Piedras: 1993. p. 47.
[2] de Hostos, E. La educación…p. 48.
[3] de Hostos, E. La educación…p. 43.
[4] Norma Valle Ferrer. Las mujeres en Puerto Rico. Instituto de Cultura de Puerto Rico: San Juan, 2006. Cuadernos de cultura No. 13. p.15.
[5] Juan J. Osuna. History of education in Puerto Rico. Editorial de la Universidad de Puerto Rico: Río Piedras, 1949.
[6] María de F. Barceló Miller La lucha por el sufragio femenino en Puerto Rico: 1896-1935. Ediciones Huracán: Río Piedras, 1997. p. 27.
[7] Valle, N. Las mujeres… p. 18.