Ricardo Rosselló: entre la culpa y la vergüenza ajena
Sucede que me veo muy conmovido por todo lo que pasa. Comenzó como una tristeza, y terminó como un júbilo incontrolable. Extraño. No acostumbro a ser sentimental, o eso creo. Pero lo que veo en los medios me llena de júbilo, un júbilo que, sin embargo, se confunde con un resto de tristeza. ¿Dónde comienza una y termina la otra? Las imágenes de las luchas pasadas, sus logros y derrotas, se me mezclan con las del presente, tanto las de aquí como las de incontables lugares en la historia moderna, donde la gente se ha unido en solidaridad, con mayor o menor éxito, para luchar contra la opresión. Después de un rato, me doy cuenta de que lo que tengo, esa mezcla de júbilo y tristeza en un presente que se abre al porvenir, podría ser un buena definición de la nostalgia.
Me pregunto cómo se puede sentir nostalgia por un momento histórico que nunca viví. Después de un rato, concluyo que la única respuesta válida es porque, después de todo, la nostalgia es siempre nostalgia por aquello que, en la forma de algo que ocurrió, nunca aconteció. Pienso que esto es así, porque la nostalgia marca, cuando ya es muy tarde, el momento fugaz en que coinciden en el mismo sujeto el anhelo y la voluntad, en otras palabras, cuando por fin nos atrevemos a querer verdaderamente aquello que deseamos.
De la misma manera que la nostalgia, y no la esperanza, es el verdadero afecto utópico (en el mejor sentido de la palabra), es la vergüenza, y no la culpa, el afecto genuinamente ético. Mientras que la culpa es inevitablemente narcisista, de la manera más infantil y estúpida, la vergüenza siempre nos abre a la experiencia de lo otro al interior de nosotros, que siempre es un ejercicio de madurez e inteligencia. La culpa siempre presupone un acto de infantilización del que comete una falta, y trivializa el acto errado al reducirlo al de un niño que hizo una travesura.
A pesar de las diferencias, la culpa y la esperanza tienen algo en común: su fijación en el pasado, y su miedo ante lo que vendrá. La culpa se da en un escenario confesional privado que se repite obsesivamente, y que delata un goce morboso con la transgresión y eventual restitución de la prohibición. Por su parte, la esperanza siempre es una invitación al inmovilismo, a ese tramposo “las cosas van a estar bien” que le delega al azar del destino lo que debe ser el producto del trabajo individual y colectivo.
La nostalgia y la vergüenza, por el contrario, siempre son afectos prospectivos, anticipatorios, que se abren a lo incierto, y que confrontan al sujeto con un hueco de sentido en el tejido de su realidad. La nostalgia es siempre, a pesar de las apariencias, nostalgia por un mejor futuro. La vergüenza siempre conlleva el ejercicio de aprender a observarse en el presente como algo ya pasado, desde un futuro virtual en el que podríamos haber sido mejores personas, de haber tenido el valor. Ambas nos ex-ponen a las vías de una experiencia —la una política, la otra ética— de lo abierto y lo inesperado. La nostalgia deja en suspenso el carácter final y definitivo de una derrota pasada, y abre la posibilidad de que las cosas habrán podido ocurrir de manera distinta. La vergüenza, por su parte, suspende la inevitabilidad del acto culposo, y nos obliga a reconocer que pudimos haber actuado de otra manera. En ambas, lo pasado se nos revela como aquella realidad que pudo haber sido, de haber estado a la altura de los acontecimientos. Como si ante el espejo deformado del acto errado, no nos reconociéramos más: nos avergonzamos, ante todo, por lo imbéciles que fuimos.
En el narcisismo infantil que le es connatural a la estructura afectiva de la culpa, existe siempre la fantasía de un otro tan ignorante como omnipotente. Por eso es que hay que desconfiar de ella. Mientras se pueda sostener esa fantasía, la de un otro que ignore lo que está pasando, a un mismo tiempo instancia tiránica que nos impele a la obscenidad, y fuente implacable de autoridad ética, entonces todo marcha como si nada. En cambio, la vergüenza obedece a otra estructura, porque ya esa brecha de desconocimiento entre el Otro y uno mismo es imposible de sostener: uno sabe que el Otro, ese imaginario extranjero que es capaz de cualquier cosa por satisfacer sus impulsos más animales, al mismo tiempo que un ser impotente y desamparado, es uno mismo. Y esto no es nada agradable, ya no porque haya una instancia superior que sabe lo que has hecho, sino porque, ante la ausencia radical de esa instancia, nos damos cuenta de la inherente estupidez de lo que hicimos, al obedecer ciegamente a ese mandato obsceno, al permitir que una fantasía de omnipotencia dictara nuestras acciones. Ante la culpa, siempre podemos decirnos: no sabía lo que hacía. Ante la vergüenza, ya nos es imposible recurrir al expediente de la ignorancia.
En la culpa, el agravio siempre es del otro, y la acción gravosa siempre es propia. En la vergüenza, el agravio se revela como propio, y la acción gravosa es de ese otro imbécil, que en algún momento fuimos nosotros. Ante la vergüenza, ya nos es imposible ignorar lo que estamos haciendo, y la recriminación es implacablemente propia, no viene de afuera; invade todo nuestro ser desde adentro, proyectándose hacia afuera; y tampoco admite disculpas: “cómo pude haberme hecho esto a mí, cómo pude permitirme bajar a ese nivel de degradación”. Como nos mostró Ricardo Rosselló, la culpa impone el teatro de la penitencia, que siempre es una pantomima para el Otro. En la culpa siempre el culpable está solo; en la vergüenza devenimos otro. La vergüenza, al cerrarnos el camino fácil de la penitencia, nos impone la justa reparación, como condición indispensable de la reconciliación, el comienzo de una relación basada en la verdad, justicia y el respeto mutuo. Reparación no es castigo, es deuda histórica.
Precisamente porque es grande la tentación de abandonarse al arrebato impetuoso de la emoción, en este momento hay que exigirnos un poco de distancia crítica sobre este proceso, sin negarle el lugar que le corresponde a las emociones. Porque estoy, a mi manera, sumergido enteramente en esto, porque me parece una oportunidad preciosa esta, y porque el amor no significa formar parte del comité de aplausos, es que digo lo que voy a decir. Lo que sigue lo escribiré a título de crítica y advertencia; pero lo haré usando la primera persona plural, el nosotros, para que se entienda que me incluyo completamente, tanto en la crítica como en la advertencia. Que en primerísimo lugar, me pongo a mí como objeto de las mismas. Esto tampoco es nada que ya no sepamos. Pero siempre es bueno hacer acopio de lo que ya sabemos, aunque sea para saber que los sabemos. Así que ahí va.
Ya se nos acabó el tiempo de hacernos los pendejos, tenemos que entender, y aceptar, que las cosas nunca son “tan simples como eso”.
En realidad, y contrario a lo que muchos han declarado, no resulta tan evidente ni simple contestar a la cuestión de cuál es el significado político e histórico de esta revuelta popular. Para empezar, y para ser completamente honestos, me parece que no es una exageración decir que esto- —el saqueo sistemático, legal o ilegal, del bien común— era algo que ya todo el mundo sabía que ocurría. ¿Quién realmente puede decir que no sabía que estas cosas pasaban, y que a excepción de un puñado de políticos excelentes, que defienden a capa y espada su decencia, es una práctica que forma parte íntegra del quehacer político de Puerto Rico? ¿De verdad que hacía falta la revelación de un chat privado para provocar esta reacción? Entonces el verdadero significado de la reacción masiva de todos los puertorriqueños durante el mes de julio, y la exigencia unánime de la renuncia del gobernador, tenemos que entenderla bien. Necesitamos aclararla.
Esto me trae a la mente lo que dice Slavoj Žižek sobre el caso de las persecuciones contra la disidencia política durante los años de Joseph Stalin en la Unión Soviética. El filósofo esloveno nos recuerda cómo todo el mundo sabía que esas cosas ocurrían, que la represión y el silenciamiento eran parte de la manera de operar del Partido, que se llevaban a los escritores, artistas, intelectuales y disidentes en medio de la noche, a los gulags, que los asesinaban, o peor, que los aislaban, privándolos de conexiones y lazos sociales, hasta asesinarlos simbólicamente, convirtiéndolos en poco menos que en parias, en nombre de la disciplina de partido. Pero incluso después de la muerte de Stalin, todos actuaban, dentro y fuera del partido, como si nada fuera la cosa. No fue sino hasta cuando Nikita Krushev decidió destaparlo todo y hacer un ajuste de cuentas con la historia inmediata de la nación y una aceptación de responsabilidad públicos, que la gente comenzó a escandalizarse, a indignarse. Hubo incluso intelectuales, ideólogos del régimen, que se suicidaron al hacerse pública la retahíla de atrocidades perpetradas por la KGB, bajo las órdenes de Stalin. Pero en realidad ya todos sabían que eso pasaba.
Más tarde en una conferencia de prensa en Nueva York, desde la audiencia un periodista desconocido lanza una pregunta “¿Y qué hizo el señor en la época de Stalin?” Luego de buscar sin éxito entre la audiencia la identidad de la persona que le hizo la pregunta, Krushev contesta: “Bien, hice lo mismo que acaba de hacer el periodista que preguntó. Cerré la boca.” [1] Desarrollando un poco el razonamiento de Žižek, esto es el mismo caso típico del marido que engaña a su esposa, y esta, por indicios circunstanciales, lo sabe hace ya un tiempo, pero pretende no saberlo, cierra la boca, en otras palabras, se hace la pendeja… hasta que una evidencia material inequívoca hace imposible negar más los hechos —una prenda íntima femenina en el maletín del esposo, un condón usado, un arete, un video o un chat en el celular—. Entonces se desata el desastre. No solo la esposa estalla en un derroche de indignación y sorpresa, sino que él, de pronto, siente toda la culpa pesar sobre él, y el arrepentimiento por el engaño incurrido no se hace esperar, se apodera de todo su ser. Entonces comienza el melodrama de la expiación, los golpes de pecho. Lo que no se debe pasar por alto es que el autoengaño no era solamente el de la esposa, sino que Stalin era también víctima de su propio engaño.
Me pregunto si en Puerto Rico no será Ricky el supremo ejemplo de esa doble cogida de pendejo, el del marido que, engañando a su esposa, se engaña a sí mismo. Ese pendejo de marista, como muy acertadamente lo llamó Residente, no se da cuenta de que el autoengaño recae sobre él. No nos podemos engañar, como muy acertadamente observa Eduardo Lalo, Ricky Rosselló ‘dijo perdón’ porque lo descubrieron, y no por lo que hizo.[2] En el sentido de lo que acabo de decir más arriba acerca de la culpa, la disculpa de Ricky Rosselló hace referencia, no al acto de haber hecho lo que hizo, sino de haberse dejado descubrir. Con el cinismo de todo aspirante a mafioso, el único crimen por el que Ricky Rosselló ofrece disculpas es que lo hayan descubierto.
Lo que se vino abajo en nuestro caso no fue una realidad, sino la apariencia, la ficción de esa realidad, que servía de pantalla a otra realidad mucho más vergonzosa, la escena secreta, degradante y abyecta del saqueo público, legal e ilegal, por parte de la clase política de Puerto Rico. En cierto modo, lo que algunos no le pueden perdonar a Ricky Rosselló y su grupo de allegados es del mismo orden: no tanto que hicieran lo que a todas luces se sabe que hacen, en mayor o menor medida, casi todos los políticos electos en Puerto Rico (excepto contadas excepciones), sino el que fueran tan imbéciles como para permitir que se desplomara la pantalla de decencia, de juego limpio, de legalidad, de trato digno al adversario político, de democracia, de justicia. Mientras la fantasía de un Otro que ignorara toda esa monstruosidad se mantuviera intacta, las cosas marchaban más o menos bien, aparte de una que otra tímida protesta o queja ocasional, típica de la esposa maltratada que intuye el agravio.
Recuerdo cómo hace unos años, en un artículo del noticiero CNN, el autor expresaba su preocupación sobre el efecto de ‘puerta giratoria’ en la política estadounidense. Hacía referencia a cómo los funcionarios del gabinete de gobierno de Bush hijo pasaban directamente a lo que de manera un tanto eufemística llaman ‘el sector privado’. Pero lo que parece ignorar el autor del reportaje, es que, desde hace mucho tiempo, en la democracias neoliberales, no hay tal cosa como puerta giratoria. Nos ha tocado vivir en tiempos en que la política y el hacer negocios son, literalmente, la misma cosa, es la misma puerta por la que entra y sale todos los días un solo tipo de persona: los que hacen y definen política pública son empresarios, y empresarios que velan por sus intereses privados son, en su esencia, los políticos que nos gobiernan. Se ha naturalizado, se ha normalizado dicha práctica a tal punto, el que los empresarios políticos y los políticos empresarios entren y salgan por la misma puerta, que ya los empresarios son los que gobiernan, y los políticos los que hacen negocios. Y lo más desafortunado de todo es que muy pocos cuestionan que los que nos gobiernan lo hagan… siempre y cuando lo hagan en privado y con discreción.
En política, el que diga que las cosas son simples siempre miente, y se miente a sí mismo, porque ya sabemos que en el engaño siempre hay un autoengaño voluntario e inconsciente. En todos lados, en la radio y en la televisión, individuos que se hacen llamar analistas políticos, y que en realidad no son mucho más que ideólogos del régimen neoliberal que padecemos todos, escuchamos la misma frase, “…es tan sencillo como esto…”, preceder o suceder solemne y sentenciosamente a cada pendejada que dicen. No solo es un signo de vagancia intelectual el pretender creer y actuar como si las cosas fueran tan simples, sin que es un signo de pendejismo político. Por lo tanto: no seamos pendejos. Hay que estar, no solo dispuesto para la acción solidaria y concertada en la calle (pacífica cuando se puede, y violenta cuando es inevitable), sino intelectualmente a la altura de la complejidad del momento.
Esto también significa entender que Ricky Rosselló, a pesar de las apariencias, no es ningún pendejo. Tampoco lo es ninguno de los que intentan capitalizar desde el poder establecido, el discurso sobre lo que está pasando. Con esto quiero decir algo que ya sabemos, pero que no podemos pretender ignorar: que el enemigo es astuto y formidable. Infinitamente. Tiene muchos recursos y estratagemas a su disposición, y no va a dudar en utilizarlos, incluidas la violencia militar, para recuperar el control sobre la realidad política de la isla. Pensar otra cosa sería una tontería.
Tenemos que universalizar este proceso de liberación, y luego saber transformarlo en un programa efectivo y permanente de libertad.
En su escrito publicado póstumamente “Sobre la Revolución”, la filósofa judío-alemana Hannah Arendt establece una distinción entre liberación y libertad. De acuerdo con Arendt, la liberación es un proceso puntual, siempre negador de un estado de cosas previo. La libertad, por otro lado, es una experiencia continua en el tiempo, que implica la participación directa de la ciudadanía en los asuntos públicos:
“Las libertades, en el sentido de las libertades civiles, son el producto de la liberación, pero no constituyen en lo absoluto, el contenido actual de la libertad, cuya esencia es la admisión al ámbito público y la participación en asuntos públicos.” [3]
A continuación, Arendt también nos advierte que una verdadera revolución, nunca es por la defensa exclusiva de derechos y libertades civiles:
“Si las revoluciones sólo apuntaran a la garantía de los derechos civiles, habría bastado con la liberación de los regímenes que han sobrepasado los límites de sus poderes e infringido sobre derechos bien establecidos.” [4]
Lo que ocurre ahora en Puerto Rico es un proceso de liberación. Lo que articulamos, con muchísima razón, la gente que se tiró a las calles estos días, y a la que yo me uno desde la distancia geográfica, es una demanda muy concreta y legítima, pero no deja de ser una demanda negativa: “no queremos a ese pendejo”. Ya sabemos que poco se logrará si no universalizamos esa demanda negativa, y la llevamos hasta sus últimas consecuencias: no queremos más robo, no queremos más injusticias, no queremos más prácticas corruptas en los partidos políticos que se turnan el poder, no vamos a permitir más partidos políticos que hagan trabajo gerencial con la pobreza y la miseria de los que le delegan el poder, y sobre todo, no volveremos, nunca más, a ser testigos pasivos del espectáculo de nuestra propia opresión y degradación, por parte de una clase política que ha históricamente antepuesto sus intereses privados sobre el bien común. No más.
Ahora bien, si realmente queremos un cambio verdadero, eso tampoco es suficiente. El paso siguiente es transformar ese rechazo, y regresar a esa fuente primordial de la que la nostalgia es índice, que es la afirmación jubilosa, en el aquí y el ahora, de una exigencia por un mundo mejor, mucho mejor, del que tenemos, y de la capacidad para imaginarnos la manera con la que podemos actualizar en la realidad su posibilidad. Nunca será perfecto, porque a excepción de los totalitarismos, eso es imposible. Pero sí estará fundado sobre un pacto renovado de los principios rectores que sean un reflejo genuino de ese deseo.
El enemigo siempre estará acechando para decirnos a la menor oportunidad qué es lo que se supone que queremos. ¿Se lo vamos a permitir? Para empezar, yo les diré: No queremos carros caros, sino un sistema de transportación colectiva que sea limpio, eficiente y seguro. Ni casas lujosas, sino casas seguras, cómodas, elegantes, y acordes a nuestras necesidades. No queremos un guardarropa lleno de ropa de marca, ni treinta pares de zapatos de marca. Queremos vestir de manera que nuestro vestir no signifique la explotación de millones de seres humanos al otro lado del planeta. Queremos una ciudad segura y limpia, donde podamos transitar en paz, donde la convivencia pacífica y respetuosa sea la regla, no la excepción, y no una ciudad privatizada y carente de espacios públicos, ni colonizada por mensajes tiránicos, ordenándonos en cada vuelta de esquina que nos entreguemos al frenesí del consumo desmedido. Queremos un sistema de educación de la máxima excelencia, que nos enseñe bien a pensar y actuar por cuenta propia, y a hacerlo bien, y no que nos enseñe a ser burócratas o tecnócratas obedientes. Queremos acceso, ilimitado y barato, a fuentes alimentarias saludables y sabrosas, que no envenenen nuestro cuerpo y nuestra naturaleza. Queremos servicios de salud de primera calidad, baratos o gratuitos, y el poder para decidir por nosotros qué es un servicio de salud de primera calidad. Queremos una naturaleza rebosante de vida, que nuestros cielos, ríos y mares y montañas nos devuelvan la sonrisa de agradecimiento. El derecho de cada ser humano a todo esto es sagrado e inviolable.
Dicho de otra manera, ya sabemos lo que no queremos, y eso me parece justo y necesario, pero ahora hay que hacerse la próxima pregunta, que es la difícil, primero porque nos obliga a confrontar y tomar consciencia de la magnitud y complejidad del problema. También, porque ante la enormidad de la tarea que nos impone tal consciencia, siempre está la tentación de cerrar los ojos y regresar al efecto narcótico de la esperanza y la culpa. Pero es una pregunta que, luego de un proceso de liberación, no podemos darnos el lujo de no hacernos, porque es la que realmente nos sitúa en el camino donde comienza el verdadero viaje, jubiloso y lleno de peligros, hacia la libertad: ¿sabemos qué es lo que en realidad queremos? Sobre las ruinas de eso que no queremos, con lo poco que nos queda, y con lo que aún sirve de lo que queda de esas ruinas, ¿cómo vamos a traer a la realidad eso que ya sabemos que queremos?
Por lo tanto, y ante todo: no podemos permitir que ningún político le ponga el precio que le convenga a lo que todos tenemos derecho. Nada de eso es negociable ni es un producto de mercado. No más. Resignarnos a exigir y esperar menos es indigno y vergonzoso.
Asumir la responsabilidad por lo que hemos hecho y por lo que vendrá, por los errores que cometamos, y aceptar la cuota de vergüenza que nos toque.
Tenemos que aceptarlo, nos gusta demasiado el vacilón. Desde que el gobernador Miguel de la Torre y Pando la inauguró en tiempos de España, la política del “baile, baraja y botella” ha servido como un muy efectivo instrumento de inmovilización política y distracción. Y como una columna reciente de Jay Fonseca lo resalta, hoy en día, la clase política puertorriqueña continúa utilizándola con igual o más eficacia. Paralelo a esta política distraccionista se le suma el cultivo sistemático de un odio anti-intelectual que ha sido igualmente efectivo. Históricamente, nos han inculcado el desprecio por el trabajo intelectual, tanto como el miedo a la acción verdaderamente política. Hemos aprendido a desconfiar de esa y otras palabras afines. Son conductas aprendidas, tras generaciones de mala educación, mezclada con su buena dosis de intimidación y represión policial. Pero basta de excusas. Advenir a la experiencia ética que nos da la vergüenza pasa por aceptar la responsabilidad colectiva que nos corresponde. Después de todo, Ricardo Rosselló, como todos los demás canallas disfrazados de pendejos que lo precedieron, no llegaron allí solitos, ni surgieron de la nada. Todos nosotros, los que sufrimos las consecuencias de los desmanes de estos cabrones disfrazados de pendejos, ya sea por indiferencia y derrotismo, ya sea por fanatismo partidista, los llevamos al poder a través de nuestra participación (o abstinencia) en las urnas. Entonces tenemos que asumir esa responsabilidad, y aprender a vernos en la figura abyecta de Ricky y su grupito. Por más que nos duela aceptarlo, Ricky hemos sido todos aquéllos que hemos contribuido, con nuestra desidia o ignorancia, a que personas como Ricky nos gobiernen en el pasado.
No permitir que nadie le imponga un falso significado a esta experiencia.
Pronto veremos la oportuna intervención en los medios de figuras políticas y religiosas que pretenden monopolizar lo que significan estas manifestaciones. Un ejemplo nefasto de lo que digo es del comentarista político Luis Dávila Colón.[5] Si permitimos que los políticos y líderes religiosos de carrera nos dicten el lenguaje y el vocabulario, mediante el cual nosotros hemos de vivir el significado de esta experiencia, lo siento mucho, pero entonces estamos perdidos. No pretendo con esto decir qué significado tiene para cada cual esto que está pasando. Es cierto que cada cual decide, a título individual, qué significado darle a esta experiencia, pero no es menos cierto que la misma tampoco puede tener cualquier significado que alguien pretenda darle.
Para eso primero debemos tener claro qué no significa esta experiencia. Primero, debe estar claro que no es meramente una manifestación cívica, social o comunitaria, como algunos han sugerido en los medios, con mejor o peor intención. Esto es una experiencia preeminentemente política, en el mejor y gran sentido del término. Tampoco significa, en lo absoluto, que el teatro de la culpa, el arrepentimiento y el perdón de una sola persona van a resolver nada. Todo el que pretenda convertir esta experiencia en un juego de culpas y exculpaciones, es un canalla, un cabrón, vestido con el traje de un pendejo. Ahí en nuestra historia está la experiencia de la derrota de la izquierda latinoamericana —una experiencia de la que Puerto Rico formó parte— durante la Guerra Fría, para enseñarnos cómo el vencedor convirtió, o intentó convertir, la memoria de esa experiencia en un melodrama de culpabilizaciones, arrepentimientos, confesiones y perdones. No podemos permitirnos cometer el mismo error. Pero de la misma manera hay que decir que tampoco significa, como lo han declarado públicamente algunos, que el juego político en Puerto Rico ha cambiado. En honor a la verdad, para que el juego político realmente cambie, hace falta muchísimo más que la dimisión de un puñado de politiqueros corruptos. Eso está por verse.
Entonces ¿qué puede, o más bien debe significar esta experiencia, para que no se convierta en una cantaleta o pataleo más de la esposa engañada? En primer lugar, y de manera muy básica, significa que todavía conservamos el instinto de supervivencia. Porque lo que ha hecho, y pretende continuar haciendo la clase política puertorriqueña, se parece cada vez más, a nada menos que a un atentado contra la existencia colectiva de todos los puertorriqueños, a quienes nos ha tocado en suerte estar fuera del negocio político, y es una ínfima minoría, por cierto cada vez más ínfima, la que resulta beneficiada de esta afrenta por estos afrentaos. En este sentido, lo que significó tirarse a las calles el 17 de julio y días subsiguientes, es un acto de legítima defensa en contra de un sistema de gobierno constituido en su mayor parte por individuos cuyas acciones no significan otra cosa que un acto de violencia continuo contra la salud, la vivienda y la educación de alta calidad y gratuita, a la que tenemos legítimo derecho todos los puertorriqueños.
En segundo lugar, significa que estamos solos en esto, que solo nos tenemos a nosotros mismos. Nadie vendrá del más allá a salvarnos ni a perdonarnos, ni a decirnos qué es lo que tenemos que hacer. Si no tenemos el valor y la disciplina de hacer las cosas bien, ningún Dios, ni profeta, ni artista o filántropo, ningún intelectual o escritor de ocasión, nos salvará. Tampoco la esperanza nos salvará. Como dice la ecologista noruega de quince años Greta Thunberg, la esperanza no nos salvará de la catástrofe ecológica, sólo la acción concertada y solidaria.[6] Ya sabemos que nos salvamos o nos hundimos juntos, en soledad solidaria, con valor y disciplina, y teniendo bien claro hacia dónde nos dirigimos.
Por último, y por más contradictorio que pueda parecer, significa que en el horizonte de eventos que marca el devenir político en Puerto Rico existe hoy en día un vacío de significados, precisamente en el lugar que hace un momento estaba inundado de significados impuestos por la clase gobernante. Lo que hemos logrado es que esa zona de significados que hace un momento estuvo privatizada y vigilada, se abrió a la existencia pública. La hemos vaciado de intereses privados e intenciones particulares.
No podemos permitir que la vuelvan a llenar, a ocupar, sobre todo con consignas publicitarias, pero tampoco con eslóganes, por más revolucionarios que puedan parecer, porque si bien las mismos cumplen una función importantísima en un proceso de liberación, no sólo no son las más aptas para pasar de la liberación a la libertad, sino que son sumamente peligrosas, porque se pueden convertir en el instrumento de opresión del siguiente canalla. Los eslóganes de una revolución pronto se convierten en consignas publicitarias. Si pretendemos basarnos en eslóganes y consignas terminaremos siendo gobernados por personas que se apropiarán de los mismos para hacernos lo mismo que hacían aquellos que sacamos del poder recurriendo a las dichas consignas. Entonces tomará mucho tiempo antes de que emerjan de la experiencia colectiva otras consignas. Como tan bien han comprendido y demostrado tantos movimientos de base: la creatividad y la imaginación, en el lenguaje tanto como en la acción, son nuestras aliadas. Que podamos imaginar nuevas maneras de nombrar lo que queremos, es ya un indicio de que es posible traer a la realidad aquello que nombramos.
Y eso significa que ese espacio abierto por esta revuelta, siempre tiene que permanecer abierto, y que nadie, tiene ningún derecho a declarar su clausura. Permitir que un grupo particular, venga de donde venga, cierre ese espacio sería el fin. Y ya vemos a un Thomas Rivera Schatz, o a una Jennifer González, decir que con el despido popular de “Ricardo Rosselló, se cierra un triste capítulo…” y otras pendejadas por el estilo.[7] Claro, quieren pasar la página lo más rápido posible, y hacer como si nada hubiera pasado, para seguir con la misma agenda de privatización de la democracia y legalización del robo. Todavía pretenden tratarnos como pendejos.
Vindicar y proteger el carácter universal de la revolución.
En algún lado, el filósofo francés Gilles Deleuze afirma que toda política que esté fundamentada en el reclamo de un grupo particular es inherentemente reaccionaria, no importa si es un reclamo de más equidad de género, ni de derechos reproductivos, ni por la diversidad sexual. Esto no significa en lo absoluto que los reclamos de los grupos feministas, ni de la comunidad LGBTQ deben estar excluidos, ni que estén al mismo nivel que los pseudo-reclamos de los grupos religiosos y conservadores, pero esta es una experiencia que excede todo particularismo identitario. Tampoco quiero decir con esto que todos los reclamos son igualmente urgentes o válidos. No podemos pensar que los grupos de religiosos que se han opuesto históricamente a la igualdad sexual, de género y libertad reproductiva de las mujeres y los LGBTQ, tienen el mismo derecho a reclamar para sí su reclamo que estos grupos, junto con los maestros y educadores, los trabajadores precarizados, los que han perdido su casa porque perdieron su empleo, los que mueren por no tener acceso a servicios médicos de excelencia.
Lo único que digo es que ninguno de los grupos antes mencionados puede convertir estas manifestaciones en un reclamo exclusivo de sus derechos civiles. Mujeres y hombres marchando juntos, jóvenes y viejos, ricos y pobres, marchando juntos. Coger vergüenza es que aprendamos a ver un espejo de nosotros en el otro, que el hombre privilegiado aprenda a ver a la mujer maltratada y discriminada que lleva dentro de sí, que el heterosexual aprenda a ver al homosexual perseguido dentro de sí, que el pudiente aprenda a ver al desamparado que habita dentro de sí, que el poderoso aprenda a ver al vulnerable que habita dentro de sí.
Dejémonos de pendejadas, el reclamo verdaderamente universal aquí tiene un nombre, y se llama lucha de clases: por un lado, una ínfima clase política empresarial, una burguesía transnacional muy bien organizada y educada, con conexiones muy poderosas en el exterior, lucrándose de la miseria y la necesidad de los pueblos; por otro lado, esa inmensa mayoría, en su mayor parte inmovilizada, dividida por fervores nacionales, por fronteras religiosas, sexuales, raciales, étnicas, y qué más, y sobre todo desorganizada y desinformada. Se trata ante todo de un antagonismo que gira en torno a la distribución del patrimonio común, de la riqueza que es de todos, porque todos la hemos sudado. Aquellos saben muy bien lo que hacen. Ya echamos la bola a correr, y si nosotros no sabemos mejor que ellos lo que ellos hacen y lo que estamos haciendo, lo vamos a pagar muy caro.
El carácter universal de esta revolución no será histórico, si no ve a un mismo tiempo su reflejo en la dimensión global del movimiento: en todos lados, desde Norteamérica, hasta China, en todos los pueblos, hay un nuevo despertar, y nosotros formamos parte de ese nuevo despertar.
Ricky ya tomó pasaje de ida al carajo. Pero lo que aún está por verse es cómo eso cambiará en lo fundamental la manera en que se gestiona la cosa política en Puerto Rico. El problema es que también eso lo sabemos todos: no hay en lo absoluto ninguna garantía de que las cosas vayan a cambiar en lo fundamental, una vez Ricky renuncie. Se acabó el juego para Ricky, pero eso no significa que las reglas del juego cambiaron. Y el peligro está en la tentación de volver, después de la renuncia de Ricky, a hacer como la esposa maltratada y engañada: que se consigue otro amante… sólo para volver a repetir la misma experiencia de maltrato y autoengaño. El peligro es incalculablemente enorme, porque cada vez que permitimos que eso ocurra, el enemigo siguiente será infinitamente mucho más poderoso, porque esta vez perpetrará el engaño y el abuso en nombre de la memoria de esta experiencia liberadora. Sin saberlo, habremos renunciado al significado de una experiencia que nos correspondía a nosotros nombrar y significar. Y eso sería el desastre. Pero únicamente nosotros, en este hermoso aquí y ahora, tenemos el poder de decidir qué habrá significado esta experiencia- si va a significar meramente un cambio de muñeco en el mismo holograma de engaños y autoengaños, en el mismo teatro de sombras de cobardías y traiciones, o si va a significar una ruptura radical con la manera en que gobernamos a los que nos gobiernan. Si queremos que signifique algo más que la simple salida de un político empresario con aires de mafioso, no podemos volver a darnos el lujo de hacernos los pendejos, y pretender que con la renuncia de Ricky, se acabarán los problemas. Hay que estar eternamente vigilantes, y listos para la acción política en cualquier momento. La democracia, el autogobierno, es un trabajo de 24/7, y la tarea sólo acaba de empezar.
Si es para que otro patán, igual o peor que Ricky, nos venga a gobernar, mejor quedarse en la casa. La nostalgia, esa hija del júbilo, nos enseña que hay que aprender a querer, sin refugiarnos en la esperanza, lo que deseamos, porque cuando lo hacemos, la vergüenza nos hace entender que no hay perdón que expíe la culpa por no saber actuar a la altura de la situación, por haber sido tan pendejos de haber dejado pasar la oportunidad. Eso sería imperdonable. Ya sabemos que solamente si lo que deseamos no es tanto que Ricky se vaya, sino que desaparezca el estilo de política tribal y oscurantista tan nociva y degradante que él y los suyos representan, junto con la realidad social tan triste que produce esa política, en fin, si lo que queremos es que las reglas del juego realmente cambien, y no solo su apariencia, entonces todo esto, todas las marchas bajo sol y lluvia, todos los abusos y arbitrariedades de la fuerza de choque, todo el gas lacrimógeno, todo el atropello y violencia policial, habrán valido la pena.
En el mencionado ensayo, Arendt nos advierte que la mayor parte de las revoluciones del siglo veinte han fracasado, al transformarse en algo peor de lo que había antes. Tenemos que reconocer que este momento histórico es de mucho peligro, no porque, como nos dice el pseudoanalista y propagandista penepé Luis Dávila Colón, las revoluciones sean la puerta de entrada de “ un Robespierre, lo Jacobinos… o las FARC ”.[8] El riesgo real en una revolución viene de la posibilidad siempre presente de que el canalla, al sentirse herido de muerte, nos muestre su rostro real, sin adornos y sin modales. Que encuentre el pretexto, real o inventado, para recurrir a la fuerza bruta, al terror de Estado, usando como escudo la defensa de la democracia y las libertades civiles. Que permitamos que nos llamen locos, terroristas y peor. Esa amenaza es muy real, y no podemos ignorarla. Siempre existe la posibilidad de que esto que empezamos termine mal, pero únicamente terminará mal si no la profundizamos hasta la raíz del problema.
Con una revolución exitosa pasa algo similar que con un verdadero amor: solo les es dada aquellos que se atreven a querer lo que desean. En definitiva, esta revolución habrá sido realmente una revolución exitosa, únicamente si significa, en esta convergencia verdaderamente maravillosa de voluntades y deseos colectivos, que lo que en realidad queremos, y por lo cual estamos dispuestos a luchar hasta las últimas, es que otros pendejos de Marista nunca más puedan volver a gobernarnos.
Nunca más.
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[1] Ebon, 72. Mi traducción.
[2] Lalo, 1.
[3] Arendt, 3. Mi traducción.
[4] Arendt, 3. Mi traducción.
[5] Dávila-Colón, Luis (@DAVILACOLON) “ I foretold Jacobinism would take over along with the Cultural Red Guards. Revolutions are steered by radical minorities that exploit the revolt of the unsuspecting masses to advance their own strategic ideological goals. Such were the dangers of not stepping down on time.” 25 Julio 2019. 10:57 am. Tweet.
[6] Thunberg, 6:45 m.
[7] Rivera-Schatz, (Thomas Rivera Schatz).
[8] Dávila-Colón, Dávila-Colón, Luis (@DAVILACOLON) “ Para los q no aceptan, niegan y juraban que esto no podia pasar en PR comprendan: Estamos en el medio de una revolucion y las revoluciones son incontrolables y suelen tener vida y voluntad propia, con consecuencias no imaginadas.El peligro es q salgan un Robespierre y Jacobinos.” 22 Julio 2019. 6:29. Tweet.
Bibliografía
“ Baile, Botella y Baraja… Funciona Hoy Mejor.” Primera Hora, 25 Nov. 2018, https://www.primerahora.com/noticias/puerto-rico/columna/jay-fonseca/columnas/bailebotellaybarajafuncionahoymejor-1313779/.
Dávila-Colón, Luis (@DAVILACOLON). 25 Julio 2019. 10:57 am. Tweet.
“ ‘Dije perdón.’ ” El Nuevo Dia, 20 July 2019, https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/dijeperdon-columna-2506738/.
Kohn, Jerome. “Never-Before-Published Hannah Arendt on What Freedom and Revolution Really Mean.” Literary Hub, 27 June 2017, https://lithub.com/never-before-published-hannah-arendt-on-what-freedom-and-revolution-really-mean/.
“La corrupción ha destituido gobernadores en Puerto Rico.” El Nuevo Dia, 18 July 2019, https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/lacorrupcionhadestituidogobernadoresenpuertorico-columna-2506373/.
“ Miguel de La Torre.” Wikipedia, 20 July 2019. Wikipedia, https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Miguel_de_la_Torre&oldid=907053430
Rivera-Schatz, Thomas (Thomas Rivera Schatz)
https://www.facebook.com/trschatz51/ 25 Julio 2019, 8:30 pm. Facebook update.
School strike for climate – save the world by changing the rules | Greta Thunberg. 2018, https://www.youtube.com/watch?v=EAmmUIEsN9A.
Zizek, Slavoj. “Anti-Semitism & Me Too Complaints Challenge Freedom of Debate.” RT News, 11 July 2019, https://www.rt.com/op-ed/463911-freedom-metoo-zizek-anti-semitism/.