Richard Jewell: manipulación
El asunto, en época muy anterior a 9/11 (aún no se pensaba en “árabes” como sinónimo de terroristas), estremeció la ciudad, el país y al Mundo. Nadie podía entender por qué se había cometido una fechoría que mató dos personas e hirió más de 100. Un guardia de seguridad, Richard Jewell (Paul Walter Hauser) fue el primero en detectar la bolsa que le llamó la atención y que fue abandonada debajo de un banco. Cuando un experto en explosivos la examinó y confirmó que tenía una poderosa bomba, Jewell ayudó a la policía y a otros agentes de seguridad a mover el gentío que está cerca del artefacto. Desconocían que la bomba estaba controlada a distancia y que les quedaba poco tiempo antes de que estallara. En el filme lo sabemos porque vemos al perpetrador llamar a 911 (¡Qué coincidencia irónica!) y divulgar lo que ha de hacer.
La intervención de Jewell, definitivamente, salva vidas pues, no solo ayuda a despejar la muchedumbre cerca de la bomba, sino a los de los medios noticiosos que están en la torre de comunicaciones. Jewell, con razón, se convierte en una figura nacional como el héroe que salvó vidas: un hecho.
El problema que se suscita es que Jewell, quien está obsesionado con ser policía, tiene un pasado un poco turbulento. Ha tenido problemas con la ley por personificar a un verdadero policía, de ir más allá de sus responsabilidades como guardia de seguridad e insinuarse en la vida privada de los estudiantes en un campus en el que trabaja. Es también un fanático de las armas (posee un arsenal que guarda en su cuarto y regularmente practica tiro al blanco con armas de repetición). Como ni la policía ni Tom Shaw (ficticio; Jon Hamm, excelente), el agente principal del FBI, tienen sospechoso, él se convierte en el candidato. Convertido en sospechoso, se transforma de héroe a paria, a la merced del FBI y los medios. Ambos lo persiguen, y la autoridad comienza a manipularlo tratando de engañarlo para que firme una confesión. Además, lo tildan de homosexual.
Complica la vida de Jewell, que su personalidad es servil y acomplejada. Es un “mama’s boy” y vive con ella. Bobi (Kathy Bates; muchas libras menos, guapa y perfecta), lo protege, pero se da cuenta que ahora, con el FBI tratando de apresarlo, la situación está difícil. Poco después de la explosión, al convertirse en una figura nacional, Jewell busca la ayuda de Watson Bryant (Sam Rockwell, cada vez mejor) un abogado a quien conoció cuando trabajaba de ayudante de oficina en una firma de abogados. Esto le viene de perillas cuando comienzan a convertirlo en el sospechoso, pues el abogado le evita muchos problemas.
La película fluye con gran facilidad y con el suspenso justo para mantener nuestro interés en algo que a lo mejor conocemos. Pero, han pasado 24 años desde el incidente y muchos no tendrán idea de esta historia. El director, Clint Eastwood, y su guionista, Billy Ray, van intensificando el papel manipulativo de la prensa y del FBI. La prensa, representada en el filme por la periodista Kathy Scruggs (Olivia Wilde), se precipita a aceptar a Jewell como el culpable y el FBI ajusta las pistas que tiene para que se vea que el hombre es culpable.
La dirección, el guión, la música de Arturo Sandoval, que se acopla a la trama con sensibilidad y atino, y las actuaciones se juntan para que el filme sea eficiente y divertido. Y, sutilmente, manipulativo.
El que se fije bien encontrará que una de las críticas mayores es al FBI durante la administración de Clinton. Tanto así que, en una escena que me pareció emotiva, pero fuera de lugar, Bobi le implora al presidente (a quien vemos diciendo en pietaje de TV, que “no tolerarán terroristas”) que “resuelva el problema de su hijo”. La distancia entre una investigación del FBI y Casa Blanca era lejana en esa época. Eastwood pareciera ignorar que hoy día, a veces, el FBI opera desde la oficina oval, donde vive un aliado suyo. El presidente no tenía nada que ver con la situación que Jewell se creó a sí mismo. Sí, tal y como está representado el FBI, se merece las críticas: pensamiento mágico, supresión de pruebas, indiferencia a la verdad y atropello. Pero, ¿eso ha sido solo bajo Clinton? ¿No hubo un tipo llamado J. Edgard Hoover que tenía carpetas de “subversivos” llenas de embustes, y, si quería, podía destruir la imagen de quien fuera? ¿No hizo Eastwood una película sobre él (J. Edgard, 2011) en la que no examinó y evitó referencia a sus acciones corruptas y su desfachatez?
Otra crítica es a la prensa. La periodista Scruggs se presenta como poco más que una prostituta (aceptemos que la historia del personaje real, es un poco turbia, pero no en ese sentido); un intercambio en las oficinas del Atlanta Journal Constitution entre ella y el abogado Bryant, no dejan dudas de lo que piensan el guionista, Ray, y el director, Eastwood, de la prensa y sus reporteros. Es curioso que el guionista escribió y dirigió la brillante y estupenda Shattered Glass (2003), sobre un periodista quien, con sus falsos reportajes, hundió a la revista New Republic en un escándalo del que aún no ha salido (y que la ha debilitado para siempre, porque se cuestiona su integridad y veracidad). Las “Fake news” parecen ser algo que lo obsesiona.
Un pobre hombre “de pueblo”, blanco, cristiano, pobre, miembro del NRA, respetuoso de la ley cuando le sale (hace un rato que, como Amazon, no paga impuestos), perseguido por un presidente demócrata, la prensa “liberal” y los medios, es el tema subyacente de la cinta. ¿No les parece un eslogan eleccionario de Trump?