Shirley: Misterios
En la película que nos ocupa, parte de la vida de esta escritora se nos presenta como un thriller psicológico de algo que ocurre en el pueblo colegial, Bennington, Vermont. Allí vive Jackson (Elizabeth Moss) con su marido Stanley Hyman (Michael Stuhlbarg). Él es profesor en el Bennington College, considerado como uno de los mejores para las artes liberales en los Estados Unidos. Ella, se ha quedado en la casa casi como una reclusa: en el pueblo la tildan de “bruja”, particularmente por sus cuentos. Stanley es un caso aparte. En una institución solo para mujeres, no respeta la distancia entre su trabajo y las estudiantes, y no le faltan amantes. Sin embargo, no discrimina: las esposas de otros facultativos no están exentas de sus encantos (que, más que nada, parecen ser sociales e intelectuales).
Shirley, fuma, se levanta tarde, sufre de una prolongada depresión fluctuante y, cuando menos se espera, saca un lápiz y escribe, o se sienta en su maquinilla y desencadena su imaginación a través de sus dedos. Ya es famosa. Lo ha sido desde que los cuentos que somete al New Yorker deslumbraron a los editores. Uno en particular lo menciona en el filme su marido: “La lotería” (publicado en 1948; estamos en los medianos 60 en la película). Además, Rose Nemser (Odessa Young), uno de los personajes (ambos ficticios) que hemos de conocer, lo está leyendo en el tren que ha de llevar, junto a su marido Fred (Logan Lerman), a la casa de los Hyman-Jackson. Fred quiere comenzar su carrera como profesor laborando como el asistente de enseñanza de Hyman. Estos dos van a violentar la dinámica (o falta de ella) en el matrimonio lleno de tensión y de intrigas amorosas de sus huéspedes. Las circunstancias inducen a que, para conveniencia de Hyman, la pareja se quede a vivir en su casa.
Por un rato, el guion de Sarah Gubbins me pareció un timo: una versión gótica de Who’s Affraid of Virginia Wolff sin la agudeza de Edward Albee, y, además, se desvía de la promesa en el título. Lo que aprendemos de la vida de Jackson y Hyman no es lo típico de un biopic. Pero ese desvío de lo tradicional de pronto se convirtió en el verdadero propósito de la presencia del matrimonio intruso. Hace un tiempo desapareció una de las estudiantes del colegio. En la mente de Shirley esto vive porque está escribiendo una novela sobre el suceso. Rose la ha de ayudar en la búsqueda de datos sobre la chica que se esfumó y, por lo tanto, a veces ha de entrar en la mente de la escritora. La cineasta, Josephine Decker y su cinematógrafo Sturla Brandth Grøvlen, nos adentran en uno de los sitios favoritos en la narrativa jacksoniana: el bosque. Para Jackson es obvio que ese lugar genérico es indisociable de los cuentos de hadas que encierran terror. Sus visones de lo que piensa que le sucedió a Paula, la desaparecida, añaden a la cinta el elemento de horror y posible asesinato que convierten la cinta y el cuento que está escribiendo de terror.
Sin embargo, lo mejor de la película es la relación que se establece entre Rose y Shirley. Es algo que nos sorprende ya que, a los 19 años, la joven no tiene idea de las complicaciones de vida inherentes en esta mujer que es escritora. A través de sus conversaciones surgen elementos afectivos entre ellas y vemos un lado tierno a la dureza de Shirley. La libertad del pensamiento en el ambiente universitario es parte de lo que le permite a la escritora desarrollar una amistad que nunca había experimentado. Elizabeth Moss es una reencarnación física de Shirley Jackson. Tanto así que no dudamos que lo que estamos viendo haya sido una copia directa de lo que ocurría en su vida. Moss se ha metido en la piel de la mujer que inspiró el libro en el que está basado el guion, y en la mujer que escribió los cuentos que erizan el cabello. Si la actuación de Moss es genial, la de todos a su alrededor le hacen buen coro. Hay que destacar al siempre sorprendente Michael Stuhlbarg, quien, desde las sombras de un hogar disfuncional y desde sus engaños, muestra que adora a su mujer. De por sí, él es un verdadero misterio.