Teodoro Vidal Santoni (1923-2016): la trayectoria de un coleccionista
Ponencia leída el 2 de mayo de 2015 con motivo del homenaje celebrado a Teodoro Vidal Santoni, nacido el 11 de mayo de 1923 y fallecido el 16 de enero de 2016, en San Juan, Puerto Rico.
La verdad es que no recuerdo cuándo ni dónde conocí a don Teodoro Vidal Santoni. Lo que sé es que ya nos conocíamos cuando tuvo la gentileza de escribir una de las tres cartas de recomendación que me requerían para ingresar al Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Nuestra amistad se ha mantenido a través del tiempo. Para mí es motivo de suma satisfacción haber promovido, en nombre de la Fundación Cultural Educativa que presido, este merecido homenaje al destacado coleccionista, investigador, historiador, folclorista y autor que es don Teodoro Vidal.
Ante todo, conviene destacar el momento histórico en cual se ubica nuestro homenajeado. Con el predominio del populismo de mediados del siglo pasado, las manifestaciones de la cultura popular obtuvieron un espacio más relevante en la sociedad puertorriqueña. En efecto, en el período de 1953 a 1959 ocurre lo que Jaime Rodríguez Cancel llama el “sexenio de la puertorriqueñidad”. Los seis años siguientes al establecimiento del Estado Libre Asociado en 1952, se caracterizaron “por el activismo de las iniciativas gubernamentales de Puerto Rico en los campos de la identidad nacional y las políticas culturales (…) Durante ese sexenio, se establecen unas políticas culturales de reafirmación de la nacionalidad puertorriqueñas”, las cuales serían definidas, dirigidas y difundidas por el Instituto de Cultura Puertorriqueña creado en 1955.1
De este modo, la conservación, promoción, enriquecimiento y divulgación de los valores culturales tradicionales se establecía oficialmente. En otras palabras, se prohibía olvidar el pasado, todo aquello que constituía la memoria colectiva puertorriqueña. Pues como bien escribe el historiador Jacques Le Goff en El orden de la memoria, «la memoria colectiva es uno de los elementos más importantes de las sociedades desarrolladas y de las sociedades en vías de desarrollo»2. Por su parte, Néstor García Canclini en Culturas híbridas afirma que la modernización como proceso económico «reubica el arte y el folclor, el saber académico y la cultura industrializada, bajo condiciones relativamente semejantes».3
Es así como el coleccionismo de las expresiones de la cultura popular toma auge; es una manera de reafirmar la memoria colectiva de la puertorriqueñidad, tanto a nivel oficial como privado. Es en esa coyuntura histórica donde encontramos a Teodoro Vidal. Nació en San Juan, hijo mayor del fajardeño Teodoro Vidal Sánchez y de la ponceña Lucila Santoni. En 1953 obtenía una maestría en finanzas y comercio de la Universidad de Pennsylvania. Recién graduado, no tardó en unirse a la nueva generación de profesionales que forjaban el estadolibrismo. Entró así a formar parte del servicio público como ayudante del Gobernador Luis Muñoz Marín, posición que ocupó durante 11 años, hasta el retiro del líder popular en 1964. Como tal, fue principalmente ayudante militar, jefe de protocolo de La Fortaleza y asignado a varios asuntos culturales. En efecto, en 1955 fue miembro de la primera Junta de Directores del Instituto de Cultura Puertorriqueña junto a destacadas figuras como José Trías Monge, Enrique Laguerre, Salvador Tió, José A. Buitrago, Arturo Morales Carrión y Eugenio Fernández Méndez.
Según nos declaró en una entrevista de abril de 2003, en su ir y venir de la Mansión Ejecutiva había observado que en algunas tiendas de la calle del Cristo se «vendían santos, pilones, maracas y muchísimos objetos de la tradición puertorriqueña»4. Tal parece que esta fue la chispa que prendió su interés por el coleccionismo de las artesanías. Desde entonces hasta nuestros días, la investigación cultural y el coleccionismo han sido su principal empeño. Cito sus palabras: «Mi propósito principal como coleccionista era contribuir para dar a conocer la riqueza, diversidad, antigüedad y aspectos distintivos de nuestra cultura como un reflejo de nuestra identidad nacional. Pero sobre todo, teniendo en mente que fuera como una base para contribuir a darle un tono espiritual a la cultura puertorriqueña».
Para nuestro homenajeado, la cultura puertorriqueña tiene dos vertientes: la que llama «cultura material” y la “cultura no-material». La cultura material puede ser popular o culta, mientras la no-material o espiritual está sustancialmente compuesta de la literatura oral: oraciones, supersticiones, adivinanzas, cuentos, canciones, etc. De la cultura material popular, Vidal llegó a reunir unas 6,000 piezas representativas: santos (unos 1,000), ex-votos o milagros, muebles, caretas, bastones, instrumentos musicales, labores de tejido y aguja, juguetes, instrumentos agrícolas, de pesca y carpintería, objetos de plata, carey, hueso, barro, paja, hojalata, higüera, coco, etc. En cambio, de la cultura material culta sobresale su adquisición de pinturas de José Campeche (1754-1809), de cuya biografía y obras ha sido considerado un erudito.
Por su parte, la llamada cultura no-material o espiritual la ha recopilado en múltiples cartapacios y grabaciones. Ambas vertientes de la cultura popular puertorriqueña se entrelazan en el llamado folclor. Y dice: «Creo que en el panorama cultural de Puerto Rico eso tiene una prioridad enorme… yo hice esta colección pues no había un esfuerzo sistemático organizado de recoger el aspecto material y no-material». Cita un ejemplo: «Había coleccionistas de santos, pero no había un esfuerzo por recoger también la información acerca de los santeros y cualquier otra cosa de los santos en general”. En este sentido, en 1979 publicó el libro Santeros Puertorriqueños, una colección de datos biográficos de 23 talladores de santos.
En lugar de artesanos o artesanía, nuestro homenajeado prefiere utilizar el término «artistas populares» o «arte popular». Cree que la artesanía, «meramente se hace para cumplir un propósito utilitario»; en el arte popular, por el contrario, «el artista le imprime algo de su gusto personal a la obra para darle belleza, hacerla más atractiva; eso ha pasado con los santos, las caretas y otras muchas manifestaciones» ))La polémica sobre estas conceptualizaciones es compleja y extensa. Sólo como muestra, véase G. Ellis Burcaw, Introduction to Museum Work, Nashville: The American Association for State and Local History, 1975. p.73 y ss.)).
Además nos dice: el «arte popular tiene la característica que evoluciona. La careta lo mismo que los santos, son magníficos ejemplos… evolucionan en el sentido que cambia el comprador: la careta, antes la compraba el muchacho que se la ponía en las fiestas de carnaval, hoy día las compran los coleccionistas… Con los santos ocurrió lo mismo: los hacían para venerarlos en el hogar; hoy ya sabes. Evoluciona también la materia prima: la pintura de los santos la hacían generalmente los santeros en su propio taller… «. Asimismo, «evolucionan los estilos… las caretas hechas por Alberto González, es una evolución de ese arte… es una careta de carácter artístico»5.
En cuanto a los criterios utilizados para su colección, declara: «Si aparecían santos, ex-votos o piezas buenas, los compraba… poco a poco me fui dando cuenta lo importante de hacer una colección representativa… Si no tenía una pieza de un santero, la adquiría. Entonces, tienes las representaciones: San Antonio, San Francisco, la Virgen del Carmen… pero si aparecía un San Gabriel, que es raro, San Onofre, que es rarísimo, lo adquiría. Esto también se extendió a la técnica: no todos los santeros seguían exactamente la misma técnica… si aparecía uno que tuviera el niñito Jesús en plomo en vez de madera, como había un santero por Aguada, lo adquiría por la técnica».
Por todo ello, Vidal distingue entre los coleccionistas verdaderos y los comerciantes. Por ejemplo, no duda que «[Ángel] Botello, que todo el mundo lo llamaba coleccionista, era un comerciante”. Estima que Botello pudo haber vendido unas 8,000 piezas a turistas y personas locales. En este sentido establece una distinción: «Coleccionistas puros, de veras, son personas como Carlos Lacosta, Eduardo Fernández Serra e Irene Curbelo, entre otros, estos son verdaderos coleccionistas». De hecho, estima que en su vida ha visto unos 20,000 santos, cantidad que demuestra la gran producción artística de los artesanos puertorriqueños.
La finalidad de su colección siempre la tuvo presente: «Esta colección se hizo para crear lo que yo creía y creo que es de primera prioridad: un museo nacional de arte y tradiciones puertorriqueñas»6. En efecto, luego de treinta años de coleccionismo se decide a dar los primeros pasos para la formación de un museo que albergara las 6,000 piezas guardadas en su residencia. Allí las condiciones ambientales no garantizaban la deseada preservación.
La historia de su empeño para conseguir apoyo y ubicar su colección en un museo, es un capítulo aparte. «Llegué a un punto – dice – que era imposible, pues la colección se estaba deteriorando… yo no tenía un personal que se ocupara de mantenerla». Fue así que finalmente decidió donar gran parte de su colección al Smithsonian Institution. «Doné al Smithsonian cerca de 4,000 piezas, entre ellas, unos 400 santos y cinco obras de Campeche… que se guardan en el Museo Nacional de Historia Americana y en el Museo de Arte» de Washington, D.C.
En octubre de 1997, el Museo Nacional de Historia Americana inauguró la exhibición titulada “Puerto Rico, la visión de un coleccionista” con gran parte de la donación de Vidal, la mayor hecha al Smithsonian por un sólo coleccionista. Del remanente de su colección, ha donado valiosas piezas a varias instituciones, principalmente a la Fundación Luis Muñoz Marín. De hecho, una de sus preocupaciones ha sido hacer un inventario documentado de las piezas, ya que en los museos los objetos acompañados de información se conviertan en un documento histórico7.
Por todo lo visto, podemos concluir que la trayectoria de don Teodoro Vidal Santoni como coleccionista e investigador de las diversas manifestaciones de la cultura puertorriqueña ha sido titánica. Si excelente ha sido su colección de la cultura material, igualmente notable es la documentación obtenida sobre estos objetos y la exhaustiva investigación de la tradición oral efectuada durante más de 40 años. Resultado de estas recopilaciones es su meritoria bibliografía, a la cual continúa aportando nuevos y meritorios títulos.
Celebremos, pues, este merecidísimo homenaje a don Teodoro Vidal. Muchas gracias.
- “La guerra fría y el sexenio de la puertorriqueñidad: afirmación nacional y políticas culturales”. Tesis doctoral, junio 2003. Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, San Juan, P. R. [↩]
- Jacques Le Goff, El orden de la memoria, El tiempo como imaginario, Barcelona: Paidós, 1991. p. 181, 183. [↩]
- Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, México: Grijalbo, 1989. p. 18. [↩]
- A menos que se indique lo contrario, las citas en el texto provienen de la entrevista grabada efectuada con Don Teodoro Vidal el 19 y 21 de abril de 2003. [↩]
- En este sentido, considerando la historicidad del criterio para validar una obra cultural o artística, James Clifford escribe: «las posiciones y valores que se asignan a los artefactos coleccionables han cambiado y continuarán haciéndolo» y más adelante insiste: «las categorías de lo bello, lo cultural y lo auténtico han cambiado y están cambiando». Dilemas de la Cultura, Gedisa Editorial, 2001, p. 269 y 272. [↩]
- «El museo es la sede ceremonial del patrimonio, el lugar en que se le guarda y celebra, donde se reproduce el régimen semiótico con que los grupos hegemónicos lo organizaron. Entrar a un museo no es simplemente ingresar a un edificio y mirar obras, sino a un sistema ritualizado de acción social», escribe García Canclini, op. cit. p. 158. [↩]
- En este mismo tono, García Blanco escribe: «El objeto portador de información se convierte en un documento». Sustenta así la importancia que se establece entre los objetos y su contexto, siendo el principal problema de la museografía la gran cantidad de objetos «descontextualizados». Ángela García Blanco, Didáctica del Museo, el descubrimiento de los objetos, Madrid: Ediciones de la Torre, 1988, p. 8 y siguientes. [↩]