Texto e Imagen: Poemas de Edgardo Nieves Mieles | Arte de Heidi Anne Vera
Siempre te recuerdo (Sistema referido a Jorge A. Morales Santo Domingo)
Siempre te recuerdo tumbado en la cama,
descifrando las leyes del capitalismo,
porque antes eras sólo aprendiz jugando al escondite con el cosmos
y morabas entre canciones de Yupanqui, Mercedes Sosa y Roy Brown
cuando la época era de suicidio porque estar vivo en un país
que padece los estragos de su monstruosa reputación es una osadía
y la palabra clave era tal vez amigo
porque mi madre decía que amigo es un peso en el bolsillo,
pero ¿qué haces todo el santo día encerrado en el baño?
¿Qué van a pensar la gente y tu soledad de hijo único sin padre?
De que los pintores pintan, el cocinero cocina,
el fiscal acusa, el evangelista predica y el hijo, bueno…
(El parque te acoge amistoso.
Eres su invitado.
Te ofrenda la alfombra lila de astromelias.)
Porque mi madre tenía la alegre historia
de su infancia sepultada en los más regios rosales del jardín,
allí donde el desamparo abre tu loncherita
y, uno a uno, se come todos tus miedos.
Siempre te recuerdo como un animal antediluviano
perdido en la sombra de los días
porque para mí eras el que más rápido
desenfundaba sus pistolas para acribillarnos de halagos
y presentes como sólo tú sabías hacerlo
y llorabas sobre el oleaje quebradizo de tus dominios
cuando la época era de conocerse hasta las últimas gotas de sangre
para ahorrarnos la sorpresa de un infiltrado en la marcha
y la palabra clave era tal vez nosotros
porque ellos argüían que los obispos no obispan,
las vírgenes no virgan, el cura no es la cura
y el funcionario no funciona, pero
el cuadro cuadra, el líder lidera,
el obrero trabaja, el capitalista jode,
el revolucionario revoluciona y el poeta, bueno…
(La enorme cantidad de dinero que cuesta ser pobre.
Para contradecir tal olvido, la miseria
desparrama sus libélulas por doquier.)
Porque ellos proponían
la alegre historia de un hombre nuevo
cuando a la inmensa mayoría no le conmovían los campesinos
de un país tercermundista escarbando en la tierra
con sus manos añosas bajo la lluvia;
tampoco una villa arrocera bañada por napalm.
Siempre te recuerdo como el que solía escribir
con el filo de la oreja más inquieta
porque antes no dejabas de repetir que es de mala
educación hablar con la cabeza vacía
y bailabas hacia aquellas canciones de antaño
que tarareábamos y que propiciaron la umbrosa
complicidad para que se juntaran al fin nuestros cuerpos
sudando música y felicidad a cántaros
cuando la época era de luna perdidamente enamorada de un tal Apolo 11
y la palabra clave era tal vez misterio
porque los libros cuentan los secretos que la noche nos hereda.
Que en el encuentro, que de la pérdida,
la casualidad, el azar y el amor,
la palabra, el riesgo y la verdad, bueno…
(El viento sopla travieso por la calle sin salida bajo tu falda.)
Porque los libros narran
la alegre historia de sus protagonistas,
besarte es atravesar un puente interminable.
Siempre te recuerdo como mi más cercano familiar
que no volverá a salir en ninguna fotografía
porque antes cantabas a los enamorados
asegurando que a éstos los ilumina la luz más bonita del mundo
y, mientras dura, todo amor es eterno
y te alejabas recorriendo la calle Norzagaray
con la convicción de que ese sueño tuyo
era más grande que toda la ciudad vieja
cuando la época era de no se puede, es tarde para ablandar garbanzos.
Y acertaste, el riguroso análisis de los cirujanos
vendría a corroborar que agosto sería mensajero de catástrofes.
Y la palabra clave era tal vez distancia
porque los escarchados ventanales de tus ojos anunciaban
que una cicatriz nunca divide bien un corazón.
Un pero, el cómo, un cuándo, todos los porqués,
un mientras, el quizás y la amistad, bueno…
(Igual que Betelgeuse, una de las estrellas más brillantes del universo,
poco a poco, te me vas apagando.
Su muerte es inminente. Cuando su núcleo colapse, explotará.)
Porque tus ojos albergaban
la alegre historia de un sol que descendía
arropando todo con su corola
erizada de flechas, violines y campanas,
descartabas las manchas de aceite en el agua
y, con la garganta repleta de pájaros,
no parabas de llamar las cosas por su nombre.
El rumor de la brisa en los estoicos eucaliptos
me confía que nadie sabe en qué pensaba Lloréns
cuando a solas lloraba en el comedor.
El follaje de su mirada no se disipa;
me recuerda infinitas deudas con la vida.
Mientras aguardo mi turno
para mirarme en el espejo de tan nutritiva sopa de letras,
te recuerdo porque Dios habitaba tu alacena
bien provista de respuestas para todo.
Del otro lado del aguacero, la luna
traza un camino azul sobre la arena.
(Cuán eficaz y cumplidora de sus tareas, la lluvia.)
Donna Summer me recuerda que MacArthur Park
se está derritiendo, pero lo que ha dictado
el fuego no lo borrará el agua.
De cuando el relojero no alcanza a ajustar la certera maquinaria de la Historia
Hipermetropía ocurre cuando ves de lejos, pero no de cerca.
Por ejemplo, ves lo que ocurre
en Cuba o en Venezuela,
pero no lo que pasa en tu propio país.