The Gentlemen

La trama tiene que ver con venganzas causadas por acciones triviales matizadas por esa batalla que conocemos muy bien por dominar puntos de drogas. Pero, ¡qué puntos de droga! Cuando Robert Graves (sí, el autor de I, Claudius) escribió su magnífico libro The Long-Weekend, que data sobre las casas campestres (son más bien castillos) de los ricos, jamás pensó que algún día, ni tan siquiera en ficción, fueran a ocultar cosechas de mariguana. Pero, claro, si alguien va a entrar a ese negocio en Inglaterra, tiene que hacerlo con elegancia y decoro. Y ¿quién tiene más elegancia para regalar –aunque condicionado– y decoro, que Matthew McConaughey? Mickey Pearson es un americano trasplantado a la nueva Inglaterra, cuya realeza ya comulga con la “ralea” (hace rato) y que no objeta de la fuente de la plata que remplaza los techos de sus mansiones que datan del siglo XIX o de temprano en el XX. Además, ya es difícil ocultar de la prensa sus pecadillos y pecadotes. Después de todo ya sabemos casi todo de Diana, Eduardo y Meghan, Andrew y una largo etcétera.
Todavía, sin embargo, el labio superior, antes de estar tieso, se agita ante un desdén público. Pues Mickey mete la pata y le hace un desaire en una fiesta de ricos a Big Dave (Eddie Marsan), el editor de un periódico que es una versión un poco más decente que el National Enquirer. El editor le encarga a Fletcher (Hugh Grant), un investigador privado, que descubra qué está tramando Mickey. Las intrigas, los engaños, y las traiciones, van creciendo como la proverbial bola de nieve y, en este caso, teñida de sangre derramada. Ritchie, además, le añade un truco shakesperiano al guión: Fletcher hace su informe de las andanzas de Mickey, de sus socios de la aristocracia venida a menos, de la hija adicta a heroína de uno de ellos, y las pretensiones de control de un billonario americano, Matthew Berger (Jeremy Strong), en forma de guión cinemático. La historia dentro de la historia (“the play within the play”) deja a Hamlet en el tintero. Por si se pierde la referencia en un momento, Rosalind (Michelle Dockery), la mujer de Mickey exclama “There’ fuckery afoot.”
No solo eso, Fletcher le ofrece el guión a Raymond (Charlie Hunnam), el mano-derecha de Mickey, y, luego a MIRAMAX, los productores de la película en la que él es un personaje.
El truco es estupendo porque sugiere que los hampones le temen más a la mala publicidad que pueda dar una película sobre ellos que a la policía y la ley, después de todo, a esos los pueden comprar. Su legado es la imagen que proyecten en la pantalla. Uno entiende bien que los principios morales de Mickey están basados en que la mariguana, en contraste a la heroína y otras drogas, no mata, y, pronto, ha de ser legalizada para usarse medicamente, y para divertirse. Es, después de todo, un análisis existencial de alguien que llegó a Inglaterra con una beca Rhodes para estudiar en Oxford. Es un tipo que no tiene “cuna” pero es brillante, y por eso domina su negocio tan bien; también es despiadado y brutal.
Como se imaginan, McConaughey está perfecto como el “nuevo caballero” de la “nueva Inglaterra”. Cuando es despiadado lo es con un encanto patricio del que estarían orgullosos sus padres. Cuando es brutal, lo hace con la elegancia que se requeriría de cualquiera en un salón de clases en Oxford. Resalta, como siempre, uno de los mejores actores del cine, Colin Farrell, como Coach, un entrenador de boxeo que lucha por educar de los jóvenes pobres de su vecindario pobre. Sin saber a quien, un grupo de ellos le roba a Mickey, y Coach le va a pedir perdón y a ofrecerle su ayuda. La colaboración le viene de perilla. La película, casi se la roba Hugh Grant como, Fletcher, el detective-guionista. Parcialmente escondido tras una barba, Grant es gracioso, pendenciero, seductor, cómico y, totalmente encantador. De cierto modo, es la pega que mantiene la complicadísima trama junta y coherente. Todos los que aparecen en el filme son estupendos actores. Como Rosalind, la mujer de Mickey, Michelle Dockery, no es solo la elegancia personificada, sino el sueño del tirano moderno: Lady Macbeth con tacos de aguja. Con artistas de ese calibre y ese talento, y Ritchie timoneando, el filme, con su gracia y acción frenética, es una delicia.