The Walking Debt: caminar en medio de la crisis
Este cruce de posturas, esta bifurcación o encrucijada es sin duda consecuencia de nuestra situación de coloniaje. Somos una sociedad de buena semilla, que lamentablemente creció junto a la raíz de una mala yerba de confusión entre el ser y no ser, el pertenecer sin pertenencia y el tener sin atenerse a las consecuencias. Ahora ha llegado la gran factura de la deuda y nos preguntamos cómo fuimos capaces de acumular semejante balance. Entonces vienen a la memoria los gobiernos mal elegidos, los insularismos conformistas, los fanatismos cancerosos, las torcidas filosofías del mínimo esfuerzo y nuestros festejos en honor al santo patrón del “me vale” porque “me importa un pito”. La deuda nos reclama y como dice el poeta volvemos los ojos locos y todo lo vivido se empoza como un charco de culpa en la mirada. Es cierto, la vida nos ha colocado frente a dos trayectos, pagar o no pagar, pero pienso que el problema no está necesariamente en el camino que se elija, sino en cómo se habrá de caminar.
Una opción es caminar al ritmo que imponga la deuda, esto nos convertiría en lo que puede llamarse “The Walking Debt”. Una masa de seres que se mueve socialmente al compás de un plan sin rumbo aparente, mientras se va deshaciendo como pueblo. Un tumulto de adultos que se creyó el cuento de que su bienestar cuesta un ojo de la cara y como pago le exigieron el otro ojo, el único que le quedaba sano. Una población joven a la que se le dijo que tenían que dar su brazo a torcer y le torcieron también las piernas, dejándolos tullidos de porvenir. Una cultura deformada, sin academia, sin pensiones, sin derechos laborales, sin acceso a la salud, en fin sin una vida digna. Una isla de zombis infectados por el adeudo, abandonados a nuestra suerte, creyendo que no pasa nada, que así es el mercado, que siempre vienen las vacas flacas y que la rueda dará la vuelta hasta que lleguen los días de bonanza.
La segunda opción es caminar con voluntad propia al ritmo de la solidaridad, lo que nos transformaría en lo que puede denominarse “The Walking Strength”. Este es un mar de gente que reconoce su lugar en la sociedad y sale en busca de un bienestar común. Personas con los ojos bien puestos sobre las prioridades de la dignidad humana y que donan la fuerza de sus brazos para reconstruir el país. Gente que sabe que por encima de nosotros existe un poder necesario al que se le debe cumplimiento, pero no cualquier poder y no a cualquier precio. Como señala el filósofo francés André Compte Sponville en su libro titulado Invitación a la filosofía, específicamente en la sección dedicada al tema de la política: “queremos que el poder al que nos sometamos, lejos de abolir el nuestro lo refuerce o lo garantice.” Y esto según el mismo autor solo se logra a través de la solidaridad. Ser solidario es lanzarse a la lucha por los derechos del otro porque al fin y al cabo son también los míos. La solidaridad es un mecanismo de defensa, pero una defensa entre varios. Sin embargo, para que haya solidaridad, muchas veces hay que ser disidente; no con el mundo, sino con nosotros mismos. La solidaridad es una protesta, una rebeldía en contra del egoísmo. Es impulsarse a caminar, cuando la comodidad, la indiferencia o los miedos nos paralizan.
Estas palabras como dije antes están dedicadas a los sin rumbo. Quizás no queda mucho que decir. Simplemente advertir como señala la canción: sal a caminar, no estés quieto te vas a enfermar. Camina porque la deuda existencial hay que sufragarla con solidaridad. Camina por voluntad propia aunque no estés de acuerdo con todo lo que ofrece la ruta. Camina porque ya sabemos que en esta cuestión del desplazamiento la poesía no se equivoca y nos dice que los caminos no siempre están hechos, que se hace camino al… (Completa el verso y ya estarás en movimiento).