Una América honesta y universal
“Y el péndulo viene y va
Y vuelve a venir e irse
Y tras volver, se distancia
Y cambia la itinerancia
Y los barcos van y vienen,
Y quienes hoy todo tienen
Mañana por todo imploran
Y la noria no demora
En invertir los destinos,
En refrescar la memoria”
Verso de la canción Bolivia – Jorge Drexler –
“La posición del artista es humilde. En esencia no es más que un canal”
-Piet Mondrian-
“América, de Yauco”. Así se nombra y se identifica el personaje tan real, humana y tiernamente encarnado por Nami Helfeld en América, la última producción de la compañía Y no había luz, estrenada en enero de 2015, en la Sala Experimental Carlos Marichal, del Centro de Bellas Artes de Santurce; y que ha tenido una merecida reposición este pasado 12 de diciembre en el Teatro de la UPR. Con esta reposición el grupo celebra 10 años de su trayectoria artística, 10 años de amistad, de búsqueda, de crecimiento, de afinar y pulir un lenguaje propio. No hay duda de que lo han logrado. Con este aniversario que se ha celebrado a lo largo del año con diversas actividades culturales conjuntamente a una exposición retrospectiva en el Museo de Arte de Puerto Rico, la compañía demuestra cuan sólido y firme es su compromiso con su arte. Es un orgullo para el teatro puertorriqueño, siendo una compañía única en su forma de entender y hacer teatro, pensado y ejecutado desde la dramaturgia del actor, desde lo interdisciplinario y lo colectivo. Sus propuestas nacen desde lo más humilde y primitivo, y se gestan con la calidad que emana del trabajo con pasión y de la disciplina.
América evidencia como el colectivo se ha aventajado, ha crecido, así como perfeccionado su lenguaje; es una puesta escénica potente, un poema visual de una dramaturgia simple y exacta, que nace de un texto de Julio Morales, con una co-dirección extremadamente cuidada por parte de Morales y Nami Helfeld. Un poema cargado de imágenes poderosas, lleno de ternura y de humanidad, por tanto donde no faltan la desesperanza, la pérdida, el dolor. Pero al acabar nos llevamos en el ser el sentimiento de hermandad, de la solidaridad, del amor. Un haiku.
La pieza es una reflexión de la memoria, concepto que solo podemos entender intrínseco al olvido, de una memoria-olvido muy íntimo, muy humano, también colectivo y universal. Una memoria-olvido que se nos muestran en toda su esencia y vulnerabilidad. Todo en la pieza es una entrega desnuda y sublime; en la cual las imágenes unas veces acompañan la palabra, otras son la acción en sí misma y son el texto. Como gran metáfora de esa memoria nos encontramos con el [único] elemento escenográfico en el medio del escenario: un gran árbol del cual solo vemos su gran tronco, con sus grandes raíces y ramas,como gran testigo del paso del tiempo; como la representación del tiempo en sí mismo. Le acompaña a un lado un tronco más pequeño, cortado, que sirve a manera de escaño para los personajes. Lugar donde se representan los recuerdos, pero que no deja de ser un escenario cercenado, remanente de lo que fue. Memoria y olvido a un mismo tiempo. Pero la imagen más pétrea de esta reflexión son las múltiples piernas que devuelve el gran árbol, por lo que dura la pieza, para traernos a la memoria a todos los hermanos, todos los caídos y todos los olvidados. Esas piernas, cuerpos autónomos, fantasmas de esos hermanos – íntimos, personales, del mundo – nos caminan desde Yauco, transitando por la isla entera, a una América, que si es del Norte, del Sur, de izquierda o de derecha, queda a la interpretación y abstracción de cada espectador. Una América que muchas veces nos resuena ya lejana. Una América olvidada, como las propias memorias y el propio olvido, cuyos ecos nos llegan a través de una corneta tan antigua como el recuerdo.
He de enfatizar el muy bien logrado diseño de arte de la puesta. Todo un tributo al otoño, a la mutación, a la muerte que precede un otro renacer. A que todo se transforma. Este trabajo del ingenio de Julio Morales completa junto al vestuario, también a su cargo, la redondez de la obra. Ambos elementos en una paleta de colores pasteles, que nos refieren al otoño de la memoria, fueron precisos acompañantes y complementos de los personajes protagonistas: Alfredo y América; hermanos que van entretejiendo otra [nueva] relación a la luz de las memorias y el olvido. Ambientados bajo unas luces cálidas, obra de un diseño de iluminación cónsono e igualmente atildado, de Pedro Iván Bonilla.
El trabajo actoral de Nami Helfeld como América es uno verdadero y natural. Su autenticidad interna logra encarnar un personaje mayor, a la vez que un ser intemporal. Nos regala una América dulce y conocida por muchos. Por su parte, Julio Morales en el papel de Alfredo, realiza un trabajo honesto y efectivo. No deja de mostrarnos, como en anteriores trabajos, la sensibilidad y la verdad suya como artista. Es un actor muy específico, que puede faltarle el entrenamiento o la posibilidad de ser más visceral y en el mejor de los casos distanciarse más de sí mismo. Aún así, valoro y aplaudo su entrega honesta, y sin reservas, como creador. Es un artista humilde, que como el resto del colectivo, logra canalizar con pureza su mensaje.
Yussef Soto estuvo genial en el personaje de Danny Boy, un viejo amor de América, y personaje que surge de la memoria, pero nos remite a una realidad que también es presente. Nos hace mirarnos de manera más cotidiana y cruda como sujetos, como colectivo y, a quien le toque, como artista. Danny Boy es la personificación de un cuestionamiento humano y universal como individuos, como entes sociales, políticos y como creadores, con la capacidad de destrucción que ello implica. Es una voz que se muestra vulnerable y sincera; y que habla, posiblemente, por todo el grupo.
El resto del elenco realizó un trabajo físico muy detallista y delicado. Aportando los signos claves para la sintaxis de esta poesía. Trabajo ejecutado en perfecta armonía por Gandul Torres, Yari Helfeld y Francisco Iglesias.
Y no había luz, junto con todos sus integrantes, es parte esencial de nuestro acervo cultural y teatral. Su transparencia para el juego y la representación es singular. La franqueza de su trabajo conmueve. Logran una vez más poder articular desde una latitud propia lo universal. Esta América, de Yauco, de América, del mundo, es una oda a la nostalgia. Siempre he intuido la nostalgia como eco del más puro agradecimiento. Se siente nostalgia de la dicha perdida, de lo que fue agradable y bello.
Gracias a la compañía por un montaje cargado de belleza, que sin vacilar se recordará con nostalgia. Gracias por su provocación. Espero podamos celebrar una década más.