Uncle Frank: regreso
Hay dos formas narrativas. Una depende de voz en off; la otra, en retrospecciones. Beth (Sophia Lilis) la narradora, comienza a contarnos la vida de su familia cuando tiene 14 años. La fiesta en su hogar es una algarabía en la que todos parecen estar pasándolo bien. Es el cumpleaños del patriarca (Root) y está de visita Frank (Paul Bettany) su hijo mayor. Soltero aún, pasado los cuarenta, enseña literatura en NYU y es, fundamentalmente, un intelectual bastante fuera de lugar en su antiguo pueblo. La única que se siente como él es Beth a quien le aconseja que siempre siga su instinto de progreso y su amor por la literatura y las cosas sublimes de la vida.
No pasan más de diez minutos antes de que las cosas sublimes de la vida se trastoquen. Frank le regala al padre un brillador de zapatos de batería y el viejo actúa como si le hubiera traído un ratón muerto. Esto nos sorprende hasta que el filme avanza a 1973. Cuando Beth va a Nueva York visita a Frank con sus padres (Judy Greer and Steve Zahn) encuentra que Frank vive con Charlotte (Britt Rentschler) una bohemia judía. Pero, cuando comienza su educación universitaria, se encuentra con un joven que quiere conocer al tío y se cuelan en una de sus fiestas. Ahí descubre que Frank en realidad vive con Wally (Peter Macdissi) y que es gay.
Está comenzando a aceptar la situación cuando una llamada les avisa que el padre de Frank ha muerto. Aunque Wally quiere acompañarlos, Frank lo disuade y emprende el viaje con Beth. Sin embargo, casi llegando a su hogar, se percata que Wally los ha seguido en un auto alquilado. Se suscitan una serie de situaciones graciosas acentuadas por el carisma de Wally y el pundonor de los sureños. Una vez que llegan a su destino, las miradas críticas de los vecinos y de otros van mostrando que hay quienes saben de la orientación sexual de Frank. Su madre, Mammaw Bledsoe (Margo Martindale), no está tan sorprendida y, más luego, hace el comentario que “las madres siempre saben”. ¿Cómo lo saben? Ella por intuición; el difunto padre por observación. El detalle viene en los flashbacks del filme.
En un verano las excursiones al lago local de Frank y su amigo Sam (Michael Pérez), resultan en un romance carnal que descubre el patriarca. ¿Por qué no cerraron la puerta? Me pregunté, y, me imagino, que ellos también. Es un bache en el guión que parece ser el resultado de estar de prisa para que fuera el más prejuiciado de la familia quien descubriera la orientación sexual de su hijo. Es un punto de comparación inaudito que, en el caso de Wally, de haberlo descubierto alguien en Saudi Arabia, de donde es oriundo, en vez de ganarse el desprecio paterno, habría perdido la cabeza. Me refiero a que alguien podría pensar que se está indicando que ganarse el desprecio de la familia para toda la vida es equivalente a ser degollado. El prejuicio sexual es deleznable, no importa los extremos del castigo.
El desenlace de la película es conciliatorio y me pareció lo mejor de este cuento simple y simpático. La familia acepta a Frank y se comportan con civismo y cortesía hacia Wally. Que las cosas cambian por fuera, pero no necesariamente por dentro, queda en boca de la tía Butch (Lois Smith). Aunque no creo que su nombre se usará para hacer un chiste u otra revelación que nos han ocultado, ella le dice que no lo condena por ser gay, pero que se quemará en el infierno. Es Carolina del Sur en 1973 y, probablemente, todavía no hay regreso a esos lares.