¿Vagancia queer?
Dedicado A Jaime Géliga por tanta amistad y tanta brega en el afuera del adentro.
A mí me llaman el Negrito del Batey
Porque el trabajo para mí es un enemigo
El trabajar yo se lo dejo todo al buey
Porque el trabajo lo hizo dios como castigo.
Merengue mucho mejor
porque eso de trabajar
a mi me causa dolor
-Alberto Beltrán, El negrito del batey
(Sonora Matancera, 1954)
Apuntes sobre lo que no-es el trabajo desde el género
Original es el pecado que da lugar al trabajo como castigo. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, en calidad de criatura especial para el disfrute del Edén. Hombre que daría nombre a todas las demás criaturas y contaba con autorización para comer de todos los árboles, excepto por el de la ciencia: el del bien y el mal. Se trata de un hombre creado para gozar consumiendo sin necesidad de trabajar.Como si fuera poco dios le dio compañía. De su costilla hizo la primera mujer, para una vida de felicidad y libre de vergüenzas.
El problema se presentó cuando, por culpa de ella, ambos incurren en desobediencia: comiendo del único fruto que les estaba prohibido.
Eso motivó la expulsión con sus consecuentes castigos. El hombre sacaría el alimento de la tierra con sus fatigas y sudores, es decir: trabajaría. Y la mujer sufrirá en sus embarazos, pariendo con dolor y condenada al dominio del hombre (por necesidad), es decir: subordinada a la reproducción y a los cuidados en forma de labores.
El castigo consiste pues en la división sexo-genérica de las tareas/responsabilidades ligadas a la gestión de la vida. Desde entonces el trabajo es masculino, es productivo y los cuidados de la prolongación de la vida son femeninos, reproductivos.
En estos tiempos postrabajo, en estos presentes que son futuro, en tanto que usufructuarios de tecnologías que sustituyen cada vez más los esfuerzos humanos por las máquinas, vivimos la “cultura del esfuerzo” “echarpalantista”; esa que en palabras de Miguel Rodríguez Casellas
[…] es […] la que intenta re-articular una ética de pueblo trabajador, pero que en realidad parte de la convicción de que el puertorriqueño se ha vuelto vago y falto de iniciativa, y que para colmo su ánimo es nublado por quienes celebran la tragedia a toda costa, perpetúan el odio irracional desde los medios de comunicación y, también, habría que decirlo, quienes opinamos desde un frío reconocimiento de las disfuncionalidades instaladas como quiste duro en la institucionalidad del País. («Echarpalantismo«, 80grados)
Ese echarpalantismo se niega a abandonar los designios divinos en cuanto al trabajo y la división sexo-genérica de la vida, renovando votos con la vieja “ética del trabajo” de los siglos XIX y XX.
Tomemos como ejemplo el calendario de los Supermercados Econo para este 2014. “El trabajo honra” es un (nuevo) “gesto positivo” para reseñar (citando a Lino Hernández, presidente de su Junta de Directores) “12 industrias y 3 empleos representativos de cada una, [para] ver la importancia de todas las tareas necesarias para alcanzar un resultado. [Y continuar] dando el ejemplo a nuestra niñez y a nuestra juventud de que hay que trabajar duro para alcanzar las metas de la vida…”.1 Se trata de representaciones del trabajo que exudan masculinidad.2 Porque el trabajo, sin lugar a dudas, es “cosa de hombres”. Allí las mujeres son predominantemente maestras, conserjes, secretarias, empleadas domésticas y cajeras, entre algunas otras.
El Negrito del Batey es consciente de que el trabajo “es un enemigo”, porque fue hecho por dios como un castigo. Esa conciencia lo convierte en un sujeto triplemente peligroso, en tanto que prefiere bailar a trabajar. Un varón negro que confiesa preferencias lúdicas asociadas al “no-trabajo” festivo, es de temer.
Según Aníbal Quijano, desde la construcción de eso que nombramos América, la raza se inaugura como una tecnología que legitima las relaciones de dominación colonial, acompañando la explotación del trabajo –como control de recursos y productos de la empresa capitalista— y el control del sexo-género tomando la forma de familia útil a los fines re-productivos burgueses. Lo que a su vez deriva en el control de la autoridad del Estado-Nación y al control de la intersubjetividad desde el eurocentrismo.3
Un Negrito del Batey que evade el trabajo e incumple su mandato de raza/clase, traiciona las promesas del progreso «nacional» e ignora la subordinación geopolítica que se le propone desde la centralidad europea(-norteamericana) de la cultura, porque se constituye en transgresor de los mandatos normalizadores del sexo-género.
Entendámonos, por más que el Negrito intente salvaguardar su masculinidad “bailando medio apreta’o/con una negra bien sabrosa”, se emascula en su incumplimiento del mandato laboral. Según Pierre Bourdieu,
El orden social funciona como una inmensa máquina simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya: en la división sexual del trabajo, distribución muy estricta de las actividades asignadas a cada uno de los dos sexos.4
Esa división por género es la que da lugar a la definición diferenciada de los usos legítimos del cuerpo, para producir artefactos sociales llamados hombre-viril o mujer-femenina.5 De suerte que un “hombre” que no trabaja, tampoco es viril porque incurre en usos ilegítimos del cuerpo.
Por lindo y sabroso que baile El Negrito, jamás será el “novio/marido” soñado por las mozas del Batey porque “se sentirían disminuidas con un hombre disminuido”, encontrando la oposición de sus familiares.6 Un hombre vago, será un sujeto sin honor, sin honra desde el implícito del calendario de los Supermercados Econo. Porque el trabajo y la compañía de la pareja mujer es imprescindible en la economía de los bienes simbólicos basada en el pundonor masculino y sus privilegios.
Esto es interesante porque el cuerpo “vago”, del Negrito del Batey, traiciona el ideal de “hombre de bien”, mas su subjetividad no deriva (necesariamente) en un cuerpo feminizado (cabalmente). La del Negrito, se trata, más bien, de una hombría “necesitada de urgente corrección” para atajar sus posibilidades transgresoras. De lo contrario, será perennemente una subjetividad altamente subversiva con potencialidades “dañinas” para el espacio simbólico de la cultura.
Y es que el cuerpo del vago es capaz de retozar estratégicamente con las construcciones de género visibilizando disputas que traicionan/desestabilizan la dominación masculina del sistema sexo-género vía el sistema productivo-reproductivo.7
¿El cuerpo vago es un cuerpo queer? Todavía ando buscando respuestas a esa pregunta. Pero lo que queda claro es que la vagancia es un desplazamiento de la masculinidad (hetero)normativa. La vagancia perturba (moral, jurídica, material, política y religiosamente) la modernidad porque, según David Córdoba:
La modernidad [occidental] instauró dispositivos destinados a producir verdad sobre el sexo, para controlar los cuerpos. Las tecnologías jurídicas y científicas producen discursos que transforman las prácticas del pasado en identidades depravadas/desviadas en una multiplicidad de perversidades. Se trata de la producción de un poder más regulador que prohibitivo.8
Y la vagancia es resistente, incluso, al asunto indentitario -aún desde la depravación o el desvío. La vagancia, como lo queer, es (al decir de Córdoba) “antiasimilacionista, esto es [que] renuncia a la lógica de integración en la sociedad heterosexual, para emplazarse en lo marginal [tratándose de] una estrategia de confrontación directa y de provocación a las estructuras del régimen heterosexual.”9
La vagancia no es al trabajo, lo que la mujer es al hombre.10 Y esto es así por más de una cosa; no obstante, la primera es que desde los mandatos bíblicos, la vagancia le está negada a las mujeres y les está negada porque su castigo no-fue trabajar. A las mujeres corresponden los cuidados, las labores, nunca el trabajo, porque incluso cuando reciben remuneración monetaria a cambio de sus quehaceres, lo hacen porque es estrictamente necesario para la unidad doméstica).11 O lo que es lo mismo, desde “el pensamiento heterosexual como interpretación totalizadora”: las vagas no son mujeres, de la misma manera que las lesbianas no son mujeres, siguiendo a Monique Wittig.
La vagancia no-es al trabajo, lo que lo homosexual es a lo heterosexual. Porque eso que reconocemos como no-hetero (gay/lesbiano/trans/inter), es ese Otro que permite reconocer lo heterosexual como medida, para “delimitar el espacio de lo permitido” desde las normativas sexuales.
La vagancia es, más que nada, una performance que desplaza al hombre como sujeto político naturalizado y universalizado, la vagancia es al hombre su Otro queer, o su Otro de otros.12
Después de todo, tanto la vagancia como lo queer, son lugares en los que caben las más variadas disidencias a las normas laborales y sexuales, en las que la identidad es meramente estrategia, con límites imprecisos y redefiniéndose de manera cambiante.
Paco Vidarte nos dejó dicho en “El banquete uniqueersitario…”: que lo queer es la antítesis de la Universidad, “que […] no nació en la universidad y que nunca entrará a las aulas de forma pacífica, si es que alguna vez entra a la universidad”.13 Eso me recuerda que esta tarde no solamente estamos en la universidad, sino que estamos (en la sacrosanta) Torre de la Universidad de Puerto Rico, hablando sobre lo queer y sobre la vagancia. Lo cual merece como mínimo un comentario. La vagancia es tan antitética a la Universidad como lo queer. Lo queer y lo vago (así como la vagancia que intuimos queer) no son educables, no son escolarizables, porque son indecentes, indocentes e indiscentes.
Lo queer como lo vago, deambula, vaga/bundea por las calles, como insultos ajenos a lo universitario. Ambas son en el afuera, son inconcebibles en el adentro.
Parafraseando con cierta libertad a Vidarte, podríamos preguntarnos si: ¿Se vale que nosotros hablemos/tratemos/analicemos lo queer, la vagancia y la vagancia como queer? Y respondernos que nosotras/os no somos vagas/os y mucho menos somos queer. Advierte Paco que no lo somos porque tendríamos que asumir […] condiciones desgraciadas, escapar de la ley y la autoridad, colectivizar el trabajo [o no tener trabajo], renunciar al nombre propio, tener que sobrevivir malamente, tener que hacer cosas [más] raras, vivir en cierta indefensión, aficionarnos (más) a la provocación y ocupar voluntariamente las más abyectas esferas de la marginalidad […]. (op.cit.)
Desde aquí a lo más que podemos llegar es a asomarnos por las rejas del Recinto universitario, separándonos de los vagos y de lo queer (y cuidando que tomen el Recinto por asalto) para poder hablar/teorizar (tan ricamente) en su ausencia.
Esta desfachatez con lo vago es peor que la que Vidarte se preguntó con lo queer. Paco sopesó las posibilidades de lo queer como una virtud, queriendo valorar sus posibilidades como conocimiento transmisible en la universidad. Esto no es poca cosa, porque si lo queer es virtud, no hay que ser queer para enseñar lo queer.14 Este ejercicio con la vagancia es mucho más complejo y problemático porque de entrada tendríamos que “desmontarla” como (un) “pecado capital” de los siete que se oponen a las (también 7) virtudes, haciendo triples saltos mortales para convertirla en su opuesto y, desde ahí, ponderar si es enseñable o no. Y más al considerarla como conocimiento válido en universidades que forman para el “empleo”, para el “trabajo”.
Con esperanzas de salvación, recurro nuevamente a la paráfrasis de Vidarte diciendo que por complejo que resulte:
“[lo suyo es que] cada uno se interrogue y decida si lo queer [la vagancia] es un conocimiento o una forma de vida, o las dos cosas a la vez, ya que no lo sé con certeza, y que reflexione y decida también hasta qué punto esta distinción entre el conocimiento y el estilo de vida, entre saber y ser, entre teoría y praxis, no es ya de entrada un error monumental o tal vez la condición misma de posibilidad de la teoría queer [vagancia] como saber enseñable en la universidad o en cualquier otra institución de enseñanza, lejos de lo que pueda querer decir queer [vagancia] en un sentido práctico, como virtud en ejercicio”. (op.cit.)
Asumiendo que desde estas tropicales latitudes, caribeñas y siempre salvajes, el ser blanco-europeo (homo-œconomicus) es imposible, hoy les invito a re-pensarnos en la piel de ese Negrito del Batey que somos todas/os. A repensarnos desde una piel que se anima a admitir los «dolores» que nos produce el trabajo -excedentario con finalidades consumistas para el enriquecimiento ajeno. La invitación es a “bailar/pensar/analizar” el merengue apambichao del Batey, la salsita de “Y no hago más ná” del Gran Combo, el “Darle la vuelta al mundo” de Calle 13, conscientes de las transgresiones de género: del daño que somos capaces de hacerle a las “interpretaciones totalizadoras” del mundo de la dominación heterosexual.
Nota: Este escrito formó parte de las Jornadas en saludo al V Coloquio del otro la’o: Desaprender el s(ab)er queer (del 11-27 de febrero de 2014) organizadas por el Programa de Mujer y Género de la Facultad de Estudios generales del Recinto de Río Piedras. ¿Vagancia queer? Apuntes sobre lo que no-es trabajo ni consumo desde el género fue leído frente a la Torre de la UPR el 27 de febreo de 2014.
- Palabras introductorias de Lino Hernández, presidente de la Junta de Directores de los Supermercados Econo al calendario “El trabajo honra” de 2014. [↩]
- En los deportes, transportación y manufactura no hay espacio para las mujeres. Mientras que en la administración y educación dos de tres son representadas por mujeres (como secretarias, contadoras, maestras y conserjes). En las restantes áreas de trabajo las mujeres son paramédicos (en seguridad, frente a los típicos policías y bomberos), técnicos de computadoras (en tecnología frente a programador y productor), enfermeras (en salud, frente a cirujano y tecnólogo), artistas gráficos (en entretenimiento, frente a fotógrafo y camarógrafo), empleadas domésticas (en servicio, frente a jardinero y mecánico), supervisora de laboratorios (en agricultura, frente a los típicos ganaderos y agricultores) y cajeras (en supermercado, frente a bagger y carnicero). [↩]
- Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” (2000), p. 214. [↩]
- Pierre Bourdieu, La dominación masculina. 6ta edición. Traducido por Joaquín Jordá. Anagrama , 2010, p. 22. Énfasis mío. [↩]
- Bourdieu, La dominación…, p. 37. [↩]
- Bourdieu, La dominación…, p. 52. [↩]
- Judith Butler, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. traducido por Ma. Antonia Muñoz. Barcelona: Paidós, 2007. [↩]
- David Córdoba, “Teoría queer: reflexiones sobre sexo, sexualidad e identidad. Hacia una politización de la sexualidad”, en David Córdoba, Javier Sáez y Paco Vidarte, editores, Teoría queer. Políticas bolleras, maricas, trans, mestizas. Barcelona: Egales, 2005, p. 47. [↩]
- Córdoba, “Teoría queer…”, p. 44. [↩]
- A menos que estemos dispuestas, desde ya, a descartar los binarismos y optemos por indagaciones rizomáticas. Que asumamos que los artefactos políticos hombre-viril y mujer-femenina, son copias de originales inexistentes, con multitud de desplazamientos. Esto, de hecho, sería un atrecho hacia lo queer, como lo propone Paco Vidarte en “El banquete uniqueersitario: disquisiciones sobre el saber queer”, en David Córdoba, Javier Sáez y Paco Vidarte, editores, Teoría queer. Políticas bolleras, maricas, trans, mestizas. Barcelona: Egales, 2005, pp. 77. [↩]
- Quiero reconocer que la idea original que desencadena todas mis restantes reflexiones sobre la imposibilidad de la vagancia para las mujeres la debo a Rosa Cifrián Izquierdo. [↩]
- Butler, El género…, p. 96. [↩]
- Vidarte, “El banquete…”, pp. 79-80. [↩]
- Vidarte, “El banquete…”, pp. 80-81. [↩]