Visita al taller de la artista: la Lito-Grafía de Elizabeth Robles
Ahora en mi taller todo es piedra.
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He tenido la oportunidad de entrar al taller de Elizabeth Robles en unas cuantas ocasiones y siempre he salido de allí enriquecido, entre otras cosas, porque pude ver algunos de los objetos que sirvieron de base a la creación de la artista. También me ha enriquecido oír su voz ronca, profunda y a veces titubeante, pero siempre certera, comentar lo que mis ojos iban descubriendo. Así es porque todo detalle que el ojo y el oído descubren en el taller ayuda a vislumbrar mejor la base y el método de la creación de la artista.
La puerta del taller de Robles se me abrió porque ella leyó por casualidad un texto mío donde comentaba un libro sobre el arte de la tipografía. Llegué al mismo por mi interés en la obra de Lorenzo Homar (1913-204), artista apasionado por la letra, tanto la caligráfica como la tipográfica. Robles me cuenta que mi texto la ayudó a mirar más detenidamente las letras de este artista que fue calígrafo de reconocimiento internacional. Ella admira a Homar, pero su estudio de su obra no es el de la servil imitadora, ni el del epígono obediente, ni el de la discípula que asimila sin cuestionamientos. Su actitud es distinta: es respetuosa, inventiva y desafiante a la vez. En otras palabras, la suya es una actitud creativa. Y así es – creo – porque Robles llegó a las letras de Homar no a través del contacto directo con el artista sino por medio de su obra. La consigna de Barthes y Foulcault sobre la muerte del artista es muy apropiada en la relación de estos dos creadores nuestros. Legendarias son las historias – tanto verídicas como apócrifas – del fuerte carácter del maestro, de su personalidad imponente, hasta agresiva, y, sobre todo, de su fiera defensa de unas normas estéticas precisas e inamovibles. Quizás por suerte, Robles no conoció personalmente a Homar sino que aprendió de él a través de las letras que halló en sus carteles. Durante una de mis visitas a su taller me mostró una copia casi deshecha por la frecuente consulta del hermoso y útil catálogo de la exposición de los carteles de Homar en el Museo de la Universidad de Puerto Rico. Ese texto ha sido fuente de inspiración para ella.
“Oí su H invitarme a entrar, y entré”: Robles hace muy claro que Homar, a quien en una meditación sobre su propia estética llama el Acróbata, le sirvió de punto de partida para los experimentos visiuales que, cuando visité su taller, la ocupaban diligentemente y que ocupaban físicamente su espacio de trabajo. Pero de inmediato hay que establecer que existe una gran diferencia de principios estéticos y procedimientos artísticos entre Homar y Robles. El artista mayor se formó en las postrimerías de lo que hemos llegado a llamar la alta modernidad o la vanguardia clásica. Por ello, aunque el arte para él era una constante búsqueda y, a la vez, una inacabable aventura, Homar creía en reglas fijas, casi con fe y cosmovisión pitagóricas, reglas que conformaban y unían para él toda manifestación estética y que, por ello mismo, relacionaban toda expresión artística, campo muy amplio y que abarcaba en su caso desde la caligrafía a la gráfica, de la danza a la gimnasia. El rigor y la dedicación eran, según estos principios, las claves esenciales para todo creador. Recuerdo a Homar burlándose de Dalí y de casi todos los surrealistas porque ellos dependían del azar, de la suerte, de lo que el artista no controlaba. Para él, el creador tenía que estar en control de su obra todo el tiempo. Por ello podemos hablar en su producción de lo que parece una contradicción, aunque es sólo una paradoja: el vanguardismo clásico.Pero la estética de Robles, por determinación histórica y por voluntad personal, no cabe plena ni cómodamente en esos parámetros estéticos. “Oí su H invitarme a entrar, y entré.” En esta hermosa frase suya hallo la clave para entender las diferencias y las conexiones entre el artista mayor y la joven creadora. Contrario a Homar, Robles acepta el azar, reconoce la falta de control total del creador sobre su obra, sabe que el arte se puede hallar en cualquier lugar, que todos podemos ser aristas y que todo objeto puede ser una obra de arte. Por ello mismo el puente entre Robles y Homar se concentra en una paradoja: la letra hache es muda, no suena, pero Robles la oye. Esa letra muda le habla y la invita a entrar al taller del maestro. La invitación es importante porque si ha habido un artista en Puerto Rico que creyó en la idea y los principois del taller en todas las acepciones de la palabra – arduo trabajo en solitario, labor en grupo, formación de aprendices – ese fue Homar.
La paradójica invitación sonora de esa letra muda que le abre las puerta a las posibilidades de comunicación entre un artista de la vanguardia clásica y otra que cabe en esa problemática y amplia categoría que llamamos posmodernidad se entiende cuando nos damos cuenta que la voz de la hache para Robles la constituye no el sonido sino la forma. “The sound of silence” en este caso surge de la estructura, de lo sólido, de lo escultórico que halla esta en las letras del maestro.
Robles declara abierta y sinceramente el origen de su atracción por las letras de Homar y, de paso, descubre su práctica o su método creativo: “Seducida por las siluetas en las letras del acróbata, pasaba días enteros fragmentándolas al arrancarlas a trozos de sus carteles y abecedarios.” La seducción en este caso no es mera pasividad ni servil imitación. Robles, escultora en esencia, trata las letras de Homar como si fueran una piedra hallada en uno de sus paseos.
“Caminar es excavar.” “Hacer arte es excavar.” Estas son máximas esenciales de Robles. Por ello y como buena escultora, excava constantemente y todo lo excava. “Ahora en mi taller todo es piedra”: así dice y al hacerlo habla metafóricamente. La frase la podríamos entender como una declaración de las inagotables posibilidades de acción a las que se enfrenta en su ámbito de trabajo porque para ella todo es base para la creación y su taller no se limita a las cuatro paredes donde habitualmente labora. Por ello mismo las letras de Homar se conviertieron en piedras, en materia prima sólida que, como rocas que se pueden cincelar o como cera dura que se puede modelar, le sirven para inventarse un nuevo y propio abecedario, pero uno que no sigue el orden que esa palabra misma impone – a, b, c… – sino un alfabeto de fragmentos excavados o extraído de letras completas. Tenemos que mirar con detenimiento los pequeños cuadros de Robles que por primera vez vi en su taller porque en ellos se esconden las letras originales de Homar transformadas por el ojo creador de la más joven artista. Aquí hallamos el elegante y amanerado rabo de su a, la promiscua curva de su be, promiscua pero sola, sin el resto de los trazos que nos sirven para identificar la letra completa; hallamos también las agobiantes jorobas de una eme que cambian de posición y se independizan del resto de la grafía y, al así hacerlo, se convierten en un objeto autónomo que tienen su propio trazo y que ya no es mero signo o cifra convencional bendecidos por la tradición y la historia. Estos fragmentos de letras son ahora símbolos nuevos que sólo existen por la voluntad creativa de Robles y que esconden su último significado, si es que lo tienen, en su misma esencia que es la fragmentación imaginativa. Sólo si partimos de las claves que la artista nos da podemos emprender el camino a los orígenes de la letra que le sirvió de base e inspiración. El observador también tiene que ser en este caso muy creativo si quiere emprender ese nuevo “viaje a la semilla”.
Pero no tiene que hacerlo, no tiene que abrirse paso en una ruta impuesta u obligada porque esa no es la única vía para apreciar estos cuadros ni la que privilegia la artista. La obra de Robles basada en las letras de Homar no es un juego de adivinanzas – esta es la curva de la ce; ahí está el trazo que cruza la te – que sólo invita u obliga a un divertimiento que se fundan en el hallazgo y la reconstrucción de lo escondido pero dados y anunciados desde el principio. Es, por el contrario y por suerte, la invención de un objeto nuevo que, aunque tiene sus raíces en una magistral letra de Homar, tiene como resultado un artefacto nuevo e independiente.
Robles nos dice que excava cuando camina porque en su paseo descubre cosas – el “objet trouvé” de los surrealistas – y, a la vez y sobre todo, porque transforma el camino mismo por el que deambula. Es que las prácticas del performance son parte esencial de su estética. Por ello mismo sorprenden estos pequeños cuadros que parecen remitirla a y emparentarla con la estética de la vanguardia clásica, que parece asociarla fieramente a lo fijo y a lo no improvisado. Pero se hace necesario mentener en mente que ella parte de la estética de la vanguardia clásica ya establecida y aceptada fielmente por el artista mayor sólo para crear una obra que parece seguir las mismas normas pero que en el fondo propone un puente entre ese viejo acercamiento estético y sus nuevas visiones del arte. Estos pequeños cuadros – fragmentos de letras desfiguradas, representaciones de piedras yuxtapuestas a áreas de color con pocos matices, áreas casi de color liso y homogéneo – son, en verdad, un puente entre dos mundos. Pero esos pequeños cuadros son un puente que, paradójicamente, tiene muy sólidamente su base anclada en solo una de las dos riberas que abraza y une: Robles mira y se inspira en la alta modernidad, pero es, en el fondo y profundamente, una artista posmoderna.
Elizabeth Robles observa detenidamente las letras de Lorenzo Homar, pero su mirada es creativa y, por ello, de manera respetuosamente irreverente, rompe y transforma lo que originalmente fue duro y fijo. Es que, como ya sabemos porque Marx no lo dijo, “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Ahora estas letras del maestro son distintas, son nuevas, son propias de Robles y dejan, por ello, de ser de Homar. “No son fijas ni estáticas; van trasfigurando tomando multitud de formas al desatar su potencial. Todo en ellas se rompe y se une nuevamente, transformándome en una fuerza que abre un orden fuera del lenguaje.” Pero ese nuevo movimiento que Robles de manera humilde y generosa halla en las letras de Homar en verdad se lo dio ella misma con su paradójica actitud de respeto e irreverencia. Su ojo descubrió el movimiento y la solidez que definitivamente podemos hallar en las letras del maestro, pero, sin así decirlo, ella misma, al apropiarse de esas grafías, al fragmentarlas y transformarlas, le añaden otro movimiento y otra solidez, los suyos, los propios, los nuevos. Pero Robles es generosa y humilde; por ello no se atribuye mérito alguno y todo se lo otorga al maestro.Todo esto lo descubrí en una de mis visitas al taller de la artista.