Anna: con una N al revés
Pero Besson tiene más afinidad con personajes femeninos y, en Lucy (reseñada en estas páginas el 31 de julio de 2014) una mujer engañada por su novio del momento se convierte en “mula” de una droga que, al entrar a su sistema, la convierte en una especie de robot con poderes que sobrepasan la fortaleza y la capacidad mental del humano. Scarlet Johansson fue la selección perfecta para encarnar a Lucy y mostró la capacidad de Besson para elegir sus actores. Asimismo, dejó claro que el género de ciencia ficción es uno en el que se destaca como guionista y director. De hecho, ya lo había manifestado con The Fifth Element (1997) que le consiguió el premio de mejor director en Cannes.
Las concepciones visuales de Besson están patentes en Anna. En muchas escenas se combinan los colores de las vestimentas de los que entran en la imagen principal con los que han situado expertamente los decoradores del plató para que sirvan de trasfondo. La acción, de esa forma, esta “coloreada” de modo que no se aleje mucho de lo que podría crearse en un videojuego (el filme tiene mucho de eso), pero con la presencia de actores y de propuestas estéticas.
El guionista Besson, sin embargo, a veces pierde el rastro de lo que puede ser verosímil. Anna, cuyo novio la abusa, sale a comprar cosas esenciales para cocinar (viven en Moscú) y lleva una bolsas que están hechas de malla (uno las ve con frecuencia en Europa). Lleva una en cada mano y contienen papas, cebollas, tomates y, tal vez huevos. El novio se le acerca en un Mercedes que se ha robado y la hace entrar al auto donde van sus secuaces. Cometen un crimen y se dan a la huida. La escena de la persecución de autos es ya casi un cliché: velocidades inauditas en la ciudad, cambios de dirección por zaguanes estrechos, etc. El auto choca, da vueltas en el aire, y aterriza en la capota. Una puerta se abre y sale el novio; otra, y sale Anna. Esta llega a casa con las dos bolsas de compra. ¡No ha perdido ni una cebolla!
Peores son, a pesar de su coreografía excitante, las escenas en que Anna batalla con un montón de hombres. Aunque con pinceladas de Kill Bill, no tienen ninguna de la gracia y wit de Tarantino y Uma Thurman. Anna está representada por la modelo Sasha Luss. En una escena lleva un abrigo de pieles que, con él mojado, debe pesar 125 libras. ¡Pobre de los hombres de 200 que se le acercan! En otra, despacha gran parte de la división que cuida el Kremlin. Si Besson limitara el número de atacantes en cada escena, la cinta estaría más cerca de la realidad (fantaseando mucho). La Luss es bonita, alta, con pómulos perfectos para que con maquillaje y pelucas pueda, como lo exige la trama, disfrazarse para que no la reconozcan. Tiene una mordida fuera de lo usual, pero ¿quién le mira los dientes a esta máquina de matar y follar?
La película tiene la suerte que los actores secundarios le suplen lo que le falta al guión. Lucen bien Cillian Murphy como Miller, un agente de la CIA, y Luke Evans, uno de la KGB. Se roba la película Helen Mirren como Olga, la manejadora de Anna, que es una reencarnación de Catalina la Grande con matices de Stalin, Beria y Putin. Sagaz, imperiosa, imposible, pero con esa característica que Besson evidentemente adora en la mujer: su corazón de hierro tiene un nódulo de oro.
Esta Anna tiene una N al revés, porque es compatible con lo estilizado en el mundillo del modelaje que, como sabemos, es insustancial. Además, la estructura de la narrativa que contiene flashbacks, flash forwards, y unos de esos dentro de otros, tenía perpleja a una señora que estaba en la butaca detrás de mí. Como se imaginan hay empalmes de narrativa que repiten imágenes pasadas. “Ya hemos visto esto antes”, decía en voz alta. Por poco me viro y digo que tenía toda la razón: la película completa.