Call Me By Your Name: el amor en verano
Le dan una habitación que conecta con la de Elio por un baño que han de compartir. Elio ofrece llevar a Oliver a conocer el campo y los alrededores. Lo hacen, como es de suponerse en el ambiente, en bicicleta. Poco a poco se desarrolla una amistad entre los dos, aunque de primera intención, Oliver está ocupado con las asignaciones que le da el profesor, mientras que Elio continúa sus lecturas y sus transcripciones musicales. El muchacho es un músico erudito y puede introducir variaciones que corresponden a otros compositores en la música, digamos, de ¡Bach! De noche Oliver persigue sin mucha dificultad a las muchachas y Elio parece estar celoso de su éxito, a pesar de que su amiga casi novia Marzia está muy entusiasmada con él. Sin embargo, comienza a hacerse evidente que Elio se siente atraído por Oliver. Sus momentos a solas los dedica a oler el traje de baño de Oliver, en quien piensa mientras se masturba. Eventualmente le confiesa su atracción al huésped. El joven mayor le aconseja que no proceda por esa vía y, por unos días, se distancia del enamorado. Un encuentro cerca de un lago muestra que Oliver no es del todo adverso a iniciar una relación íntima con Elio, pero toma un tiempo adicional antes de que supere sus objeciones, que tienen que ver con la responsabilidad que siente de iniciar al más joven en una relación homosexual. Piensa que eso ha de causarle un trauma psíquico a Elio, y evidencia su respeto por el otro.
Mientras tanto, Elio inicia su relación sexual con Marzia y, como quien no quiere la cosa, se lo deja saber a Oliver. Compartir esa intimidad parece avivar un fuego en el visitante. Al fin, Elio le escribe una nota a Oliver y este lo cita a encontrarse con él una noche.
Todo lo que he contado se desprende de los avances que se proyectan en las salas, y es una fortaleza del filme que no necesita “trama”. Creemos saber hacia dónde va la historia y las sorpresas vienen enmarcadas en sutilezas de gestos y silencios. Luca Guadagnino dirigió este filme basado en la novela homónima de André Aciman, cuyo guion escribió James Ivory, quien a los 89 años ha producido una obra que explora el amor entre iguales con la delicadeza de un poema de Francisco Brines (por ejemplo, de “El otoño de las rosas”).
Anteriormente Ivory había dirigido “Maurice” (1987) basada en la obra de E.M. Forster, una historia de amor gay en la primera década del siglo pasado. En aquella, como en esta, la sutileza de la presentación alcanza una belleza digna del sentimiento amoroso que entendemos existe entre los dos jóvenes. Pero en la presente obra hay más realismo y es más atrevido lo que se presenta en pantalla, que lo que se esperaba en un filme que se desarrolla en la Inglaterra victoriana.
El lugar hermoso que es testigo de este amor tiene los colores que uno asocia con los artistas italianos del grupo “Macchiaioli” de la segunda mitad del siglo XIX, y la cámara de Sayombhu Mukdeeprom usa tomas a ciertos ángulos que hacen a las personas partes de esos parajes y sus colores que corresponden en tono con la historia que se cuenta. Por contraste, y concordando con lo que puede estar pasando en la mente y el corazón de Elio, los interiores, particularmente donde tiene encuentros sexuales con su novia (una especia de buhardilla), y su cuarto, donde consuma su amor con Oliver, son espacios sombríos y dominados por variaciones de grises y pardos. No es un detalle superfluo que Elio está leyendo “Heart of Darkness”. Por supuesto, no es a la historia a lo que Ivory quiere referirse, sino al título y el estado de confusión amorosa del corazón del joven.
En el paraíso siempre hay fruta prohibida, y en este caso es un melocotón cuya capacidad erótica da lugar a una escena que pudo haber sido desastrosa y que Ivory y Guadagnino convierten en una de tensión sexual llena de comicidad. Ayuda enormemente que la música de Sufjan Stevens le añade romanticismo a la escena, y a todo el filme, sin ser pegajosa ni obvia.
Hay un protagonismo inesperado en la cinta: el agua. Abundan los riachuelos, las lagunas, las piscinas e, inevitablemente, el lago Garda. Guadagnino ha mostrado antes que el agua es causa de tragedia. En las dos películas (“I Am Love”, 2009; y “A Bigger Splash”, 2015) que preceden a esta y que él incluye junto a “Call me…” como “La trilogía del deseo”, el agua es letal. En una escena, Oliver se tira a la piscina y se hace el muerto y alarma a Elio, pero es parte de su ritual de apareamiento.
Lenta a veces, la cinta se acelera emocionalmente en su último tercio y en él ocurre la escena cumbre, que han puesto en manos del padre de Elio, Michael Stuhlbarg. Este actor, cuyo talento siempre se aprecia, hace su escena aconsejando a su hijo desde una penumbra que evidentemente flota metafóricamente sobre su propia vida. Es un momento conmovedor en un filme en que las actuaciones de los dos principales son de gran calidad.
El joven Chalamet, a quien también disfrutarán en “Lady Bird”, combina en un solo personaje lo prodigioso y lo impulsivo con lo reflexivo. Sus profundos y amplios conocimientos sobre arte, literatura, filosofía y música, no pueden suprimir sus instintos básicos, rodeado como está por la historia de la antigüedad, sumergido en el concepto del amor súbito sobre todo. Está en pantalla, solo y pensativo, una gran parte del tiempo, pero nos transmite sus deseos y su turbación con fuerza dramática y lírica.
Tan compleja y notable también es la actuación de Hammer. Su personaje oculta sus secretos en la gallardía suavizada que presenta a los que lo rodean. Cómo su personaje maneja al principio los avances de Elio muestran la sinceridad de su intención y el verdadero amor que tiene por alguien más joven y sin experiencia. Su distanciamiento eventual del objeto de su amor y deseo es angustioso.
En fin, la cinta es un hermoso himno que llama a respetar el amor, no importa cómo, ni dónde, ni quienes.