Compostela, Capitán de los Pingüinos
A nosotros en Puerto Rico también nos impactó ese exilio español, como lo han hecho patente diversos estudiosos interesados en el tema. Pero en nuestro caso es ejemplar el papel que desempeñó un solo individuo: Francisco Vázquez Díaz (Santiago de Compostela, 1898- San Juan, 1988), escultor conocido por el nombre de su ciudad natal y quien, según la historiadora del arte Marimar Benítez, “es el punto de partida para el desarrollo de la tradición escultórica contemporánea puertorriqueña”.
Es que, a pesar de la vigorosa tradición de tallas populares, nuestros santos, la escultura no había desempeñado hasta entonces un papel importante en el desarrollo de nuestras artes plásticas. Aunque queda por estudiar con más detalle el papel de otros escultores – George Warreck, Luisa Géigel y Alberto Vadi, en particular –, no cabe duda que, con su obra y especialmente con su magisterio, Compostela le dio un empuje determinante a la escultura en Puerto Rico. Apoyado por Ricardo Alegría y por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, el artista pudo ejecutar proyectos públicos por la Isla, especialmente monumentos dedicados a personajes de relevancia histórica, iniciativa que cabía perfectamente bien en el marco del gran plan de rescate de nuestras cultura que Alegría proponía. Quizás la contribución mayor de Compostela fue encaminar a jóvenes escultores que continuaron creando partiendo de su estética y de sus técnicas, especialmente la talla directa en madera. Tomás Batista y Rafael López del Campo son los ejemplos más evidentes de esos discípulos y seguidores. Pero conocemos hoy a Compostela por su obra privada, más que por sus retratos de mecenas o por sus monumentos públicos de figuras históricas. Lo conocemos especialmente por un amplio cuerpo de juguetonas y pequeñas piezas en madera; lo conocemos por sus pingüinos.
Hoy, por desgracia, su obra en general, tanto la pública como la privada, no es suficientemente bien conocida. Tras su muerte en 1988 Compostela parecía haber desaparecido del mapa artístico boricua o, al menos, parecía ser ignorado ya que las nuevas generaciones de la Isla adoptaron otras corrientes estéticas e iniciaron proyectos que se diferenciaban grandemente de los apoyados y defendidos por él. Pero ahora su hija mayor, Carmen Vázquez Arce, viene a rescatar al artista y su obra con un admirable libro: Compostela, escultor (Francisco Vázquez Díaz 1898-1988) (San Juan. Editorial de la Universidad de Puerto Rico e Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2015).
De entrada hay que decir que este libro es un acto de amor; con él la hija trata de salvar la memoria del padre. Pero también y de inmediato hay que recalcar muy enfáticamente que, más allá del sentimiento que lo impulsó, este es un trabajo de gran solidez intelectual, como pocos en nuestra historia del arte. Estamos ante el producto de una investigación que combina un profundo amor por el tema y un sólido esfuerzo de búsqueda de datos que sustenten esa admiración y ese amor que dan origen al proyecto. Más allá de las faltas que se le puedan encontrar a este estudio, no cabe la menor duda de que el mismo es un ejercicio que hay que aplaudir por su solidez intelectual y por su rigor académico. Nos guste o no la obra de Compostela, hay que reconocer que la autora hizo todo lo posible por esclarecer y presentar la vida del escultor. Pero esto lo hizo con amor de hija y, sobre todo, con rigor de seria investigadora.
Compostela, escultor… es esencialmente una biografía del artista. La autora, desde el comienzo, hace claro que no es historiadora del arte y que, por ello, no tratará temas que se afinquen en ese campo. Por ello mismo, el libro trae como apéndice sendos trabajos de dos historiadoras del arte, Josefina Alix y Teresa Tió, quienes intentan colocar a Compostela respectivamente en el campo de la escultura española y la puertorriqueña. Pero el libro se centra en la vida del escultor.
Es de gran interés la exploración de la vida y obra de Compostela antes de 1939, su periodo español. El artista llegó a alcanzar cierto reconocimiento y notoriedad en su país antes de tener que exiliarse tras su activa participación en la Guerra Civil y la derrota de la Segunda República. Vázquez Arce misma detalla sus tempranos logros en España y Josefina Alix intenta encuadrar su obra en el contexto de la historia de la escultura en su país. Pero encuentro en el trabajo de Alix una cierta falta de atención a un problema central para entender la importancia de Compostela en la escultura española: su contacto y su relación con Mateo Hernández (1884-1949), otro escultor animalista español quien vivió la mayor parte de su vida en Francia pero quien ocupa hoy un puesto mucho más fijo que Compostela en el canon de ese arte nacional. El tema amerita un examen más detenido que el que Alix le dedica; esta es una falla que hay que remediar. Así es porque hay que darle a Compostela el lugar que se merece en el arte español y, para así hacerlo, hay que compararlo con otros artistas del momento, especialmente con Hernández ya que los dos se enfocaron en la representación de animales. Y en ese contexto, Compostela no ha recibido el crédito que se merece. Quizás la preservación de un alto número de obras de Hernández en España tenga que ver con este problema. Por ejemplo, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el museo de arte moderno y contemporáneo más importante en España, no tiene una sola obra de Compostela, aunque sí posee esculturas y dibujos de Hernández. La obra de Compostela en su país de origen se halla en museos regionales, especialmente en los gallegos, pero esa ausencia en el museo central y más importante del país para arte moderno evidencia claramente el problema aun por resolver: su entrada en el canon del arte español. Y esa entrada necesariamente tiene que verse a la luz de su relación con Hernández, el otro gran escultor animalista español de su momento.
La vida de Compostela se puede dividir en tres periodos: España, campos de concentración de refugiados en Francia y Puerto Rico. Los once meses que pasó en la República Dominicana se podrían incluir en el periodo puertorriqueño o se podrían incorporar a la experiencia de los campos de concentración. Me inclino por esta segunda alternativa, pero, sea como sea, el momento dominicano no marca, en verdad, un hito en la vida del artista. Eso sí, su visión de España, caracterizada por su profunda fidelidad a las ideas republicanas, determinan toda su vida porque, aun en su momento boricua, Compostela sigue siendo fiel a la estética y la práctica que lo formaron en su juventud española; el artista anímicamente nunca salió de su país. Por ello sufrió grandemente en el plano sicológico y por ello preservó y continuó entre nosotros las prácticas artísticas y la temática que había cultivado en España.
Su paso por los campos de concentración en Francia fue dramático y dejó como testimonio dibujos que son importantes documentos históricos. Sus once meses en la República Dominicana están marcados por la tensión y el terror que producía la dictadura trujillista en exiliados de izquierda que habían defendido la democracia y, por ello mismo, habían tenido que salir de España. Es por esa razón que tiendo a ver y juntar esos momentos – Francia y la República Dominicana – como uno.
Para nosotros, sus años en la Isla son los de mayor importancia. Pero aunque vivió aquí la mayor parte de su vida (cuarenta y dos en España, cuarenta y ocho entre nosotros), aunque se casó con una intelectual boricua de gran importancia, Margot Arce Blanco, y aunque formó una familia y tuvo tres hijos puertorriqueños, Compostela no dejó de ser profundamente español. Eso no quiere decir que su obra no pueda ser considerada como parte de nuestra historia del arte. Contrario a España, en Puerto Rico la posición de Compostela en el canon está clara y sólidamente establecida.
Entre nosotros creó lo más significativo de su producción. Quizás se pueda ver como paradójico el hecho que su obra más importante sea la privada: el mundo poblado por pingüinos, mundo que fue creando a todo lo largo de su vida. Por ejemplo, Vázquez Arce reproduce en las últimas páginas del libro tres pequeños pingüinos que representan a sus tres hijos y que fue lo último que el artista produjo y así lo hizo, sabiéndose a las puertas de la muerte, como un regalo póstumo para su esposa. Los pingüinos fueron, pues, una constante en la producción de Compostela y formaron parte de un espacio privado ya que, aunque los expuso en cierta ocasiones, nunca estuvieron a la venta. Regaló alguno, pero los pingüinos pasaron a ser su gran patrimonio, su legado artístico, su obra más íntima y personal. ¡Un pingüino de Compostela es, por todas esas y muchas razones más, un tesoro!
¿Por qué esta obsesión temática? ¿Por qué esta constante estética? Vázquez Arce recalca cómo los pingüinos le sirvieron a su padre de medio para la crítica social, aunque no reduce a esta función todas estas piezas. Es que no podemos reducir los pingüinos a una sola nota, a una sola solución artística. Y eso lo ve claramente la autora. Los pingüinos son complejos, más complejos de lo que parecen. Muchos obviamente son caricaturas, pero en otros casos hay una gran estilización y una evidente elegancia, rasgos que los separan un tanto de la mera metáfora humorística o del vehículo para la crítica. Por otro lado, la autora establece muy claramente el impacto que tuvieron los informes sobre la exploración del Polo Sur y una película sobre el mismo tema en su padre. Recordemos que esta exploración fue un acontecimiento de repercusión mundial y que en todo el globo se popularizaron los símbolos de esa aventura, particularmente los pingüinos. He hallado, por ejemplo, representaciones de pingüinos en el arte de Japón, en cerámica belga, en artesanía italiana y checa, todas obras de esos mismos años. Estos pájaros polares fueron en la década de 1920 mucho más populares de lo que hoy creemos. Por ello mismo Alix trata de explicar la importancia de los pingüinos en la obra de nuestro artista y trata de colocar su obra en el contexto de la escultura animalista, especialmente en la escuela francesa.
Desafortunadamente esta parte de la producción de Compostela no se ha tomado muy en serio. Generalmente se ha visto meramente como un chiste privado. Pero hay que ver estas piezas con mayor prudencia y en el contexto de la obra del artista y de la escultura de su momento. Por ello podemos ver hasta una evolución en los pingüinos, proceso en que estos pasan de ser estudios directos de los animales (el típico enfoque de los animalistas), a la estilización decorativa (reflejo de las corrientes artísticas dominante en el momento), a la caricatura y la crítica (donde cabe la mayoría de las piezas, especialmente las tardías). No cabe duda que los pingüinos le sirvieron a Compostela para expresar una gran gama de sentimientos y un amplio arco de objetivos artísticos y que, por ello, es difícil establecer un claro proceso evolutivo en su producción. Recordemos que el artista adrede fechaba erróneamente algunas de sus piezas, para así hacerle más duro el trabajo a los historiadores de su obra. Recordemos también los últimos tres pingüinos que esculpió como ofrenda póstuma a su esposa y el punto sobre la complejidad de su producción queda claramente probado.
A pesar de los logros y adelantos de Tió, Alix y Vázquez Arce, los pingüinos de Compostela todavía necesitan más estudio, desde diversos acercamientos estéticos y críticos que sirvan para entender su significado y su importancia. La labor de Vázquez Arce – especialmente su recopilación de todas las piezas que produjo su padre y a las que ella tuvo acceso directo o por fotografía, inventario que se incluye en un cedé al final del libro – es ya un indispensable primer paso para el estudio de toda la obra de Compostela, especialmente de los pingüinos que son mucho más que un chiste privado del artista. Esos pingüinos son más serios de lo que uno se imagina y nos dicen más sobre el artista y su época que a lo que primera instancia creemos.
Alix apunta, aunque no profundiza en ello, que los pingüinos de Compostela tienen rasgos que los asocian o los emparentan con la estética del art decó. Aunque esta importante corriente artística se define a partir de una exposición de artes decorativas – de ahí el nombre – que se llevó a cabo en París en 1925, antes de esa fecha se pueden hallar rasgos estilísticos que definen esa corriente y que mucho tienen que ver con un deseo de modernidad. También hay que apuntar que aunque el decó marcó todas las manifestaciones artísticas de la época, fue en la arquitectura y, especialmente, en las artes decorativa donde tuvo mayor impacto. Recordemos que Compostela comenzó su carrera como tallador, como artesano que creaba piezas de decoración, y que nunca se sintió divorciado de la producción de objetos prácticos, aunque siempre con contenido artístico. Y en ese contexto del art decó es que hay que colocar primeramente los pingüinos de Compostela para entenderlos mejor. Alix apunta el dato, pero todavía hay que explorarlo en mayor detalle.
Pero Compostela no es el único artista de su momento que se fija en estos animales. Mateo Hernández al menos esculpió un pingüino y hasta el gran maestro Constantino Brancusi (1876-1957) así también lo hizo. Pero nadie empleó la imagen de estos llamados pájaros bobos como Compostela. Hay que apuntar que la selección de los pingüinos como tema venía marcada por la época y los gustos del momento. También hay que apuntar que en su principio, el art decó respondía a los gustos de la alta burguesía; es un estilo marcado por esa clase social. El pingüino, con su plumaje que asemeja un elegante traje de etiqueta, un “tuxedo”, era una figura ideal en el contexto del art decó. Por ello, si nos fijamos en objetos decorativos desde la década de 1920, hallamos imágenes de pingüinos que quedan asociadas a la elegancia de este estilo de orígenes en la alta burguesía pero que poco a poco se reproduce en objetos de consumo de masa. Muchas cocteleras y jarras de la época tienen forma o imágenes de pingüinos. Pero este no es el único animal que aparece como marca de ese estilo. Los flamencos, los delfines y los ciervos también se emplean en la decoración de ese momento.
Al quedar asociados con el art decó los pingüinos representan también la modernidad o un intento de ser moderno. Ahora bien, ese rasgos se puede hallar en algunos pingüinos de Compostela, sobre todo en los primeros. Con el tiempo estos dejaron de estar marcados por la corriente estilística del decó y se convirtieron en medio para mirar al mundo de manera crítica, aunque nunca perdieron por completo la elegancia decó que, creo, llamó en principio la atención del joven Compostela.
Como se puede ver por estos apuntes, todavía nos queda mucho que explorar sobre este tema para entender mejor la fascinación del escultor por los pingüinos. Así lo prueba el excelente libro de Vázquez Arce. Como buena estudiosa y como investigadora responsable, ella ve claramente sus límites y sus limitaciones. Pero, a pesar de ello, no cabe duda de que ha hecho una contribución de importancia para el estudio de la obra de su padre al aclarar su proceso vital y al ofrecer un detallado catálogo de su producción. Ahora habrá que continuar la exploración de su obra, pero enfocándose más en esos pingüinos de los que fue capitán, ya que su vida queda muy bien esbozada en estas páginas.
Compostela, escultor… es un excelente comienzo para ese trabajo y es además es un modelo que servirá para estudiar la vida de otros artistas nuestros.