De publicidas a hacedores de historia
Recuerdo la primera vez que vi la revista Adbusters, si mal no recuerdo en la difunta librería Thekes, por allá por los mediados de los 1990s. Inmediatamente me sedujo sus irreverente radiografía de las patologías publicitarias, su inmisericorde deconstrucción de la cultura corporativa y su incisivo ataque al aparato massmediático.
Desde aquel número estival del 1994, conseguir la revista se convertía en una especie de aventura citadina. Sin embargo, aún con la mínima distribución en la isla que sufría entonces, lograba conseguirla fielmente siempre que salía cada dos meses. Todavía conservo gran parte de la colección, dividida entre Chicago, San Juan y alguna que otra casa de conocidos y conocidas, donde las olvidé luego del jolgorio de rigor de la época.
Dentro de la revista encontré mucha información fascinante y relevante a nuestra sociedad; desde análisis sobre la industria farmacéutica y las cuestionables prácticas para con las asociaciones médicas estadounidenses, hasta glosarios de tropos modernos e investigaciones sobre movimientos sociales. En este último aspecto siempre me parecieron sus textos algo ilusos. Por más que estaba de acuerdo en principio con su “Buy Nothing Day” y “TV Turn-Off Week”, siempre me parecieron más cercanos al “ojalá” que al aquí y ahora.
Entonces, “Occupy Wall Street”. Me parece que es de conocimiento general, pero por si las moscas, la susodicha manifestación fue propuesta y organizada por un grupo ligado a la revista. El resto, como dicen, es historia. Aquí estamos todos nosotros, a los que de alguna forma u otra, la protesta nos ha llamado la atención. Algunos de nosotros, debido al desempleo, tal vez hemos tenido más tiempo en nuestras manos para contribuir a expresar la frustración colectiva que ha alimentado la famosa protesta. Manifestaciones han aparecido, prácticamente de la noche a la mañana, en docenas de ciudades norteamericanas; el descontento y la indignación se han propagado como un fuego salvaje. Y todo en torno a la industria de la banca y en contra de la cultura corporativa que domina el mundo de los negocios a nivel global.
Pocas historias son tan viejas como ésta. Los ataques contra las corporaciones y el poder político que obtienen a fuerza de billete son tan viejos como la misma nación estadounidense. Hace más de 100 años hubo cantidad de debates públicos y jurídicos en torno al asunto. Y sin embargo, aquí estamos otra vez, quizás condenados a repetir la historia por ignorancia colectiva. El banquero como villano es prácticamente un arquetipo.
Me cuesta compartir el optimismo que genera la tardía cobertura de las protestas, mi cinismo ha tenido largos años para cocinarse a fuego lento. Para colmo, el estado actual de la situación lleva cocinándose mucho más tiempo de lo que llevo en este mundo. Lo he visto progresar sin poder hacer nada; en lo que llevo vivo he visto a la policía convertirse en un pequeño ejército, cuando de chiquito patrullaban San Juan en Volkswagens y con revólver embaquetado. He visto como el Viejo San Juan cada día es más una atracción turística y se desangra de eso que lo hace una comunidad como las que casi ya ni existen, ni aquí ni allá. He visto los amarillos y anaranjados de la comida chatarra propagarse como cáncer arquitectónico, y he visto las mejores mentes de mi generación sucumbir o volverse locos, adictos o alcohólicos. He visto los momentos de justicia social convertirse en amargos recuerdos.
Pero eso lo hemos visto todos. Ya sabemos cómo acaba esta película. La pregunta que nos tenemos que hacer ahora es la siguiente: ¿tenemos las agallas para efectuar un cambio, aunque sea sólo uno? Si algo nos ha demostrado la ola frenética de protestas que se ha esparcido por el hemisferio como yerba mala, pero de la buena, es que habemos suficientes de nosotros indignados para en efecto cambiar los parámetros.
¿Lo haremos? Eso estará por verse. Yo voy a cerrar mi cuenta de banco en Chase y buscar una alternativa, ya sea un banco pequeño o una cooperativa. La banca como tal no es, por definición, malévola, sino la concentración del poder bancario en un puñado de corporaciones bancarias. Por eso luego del colapso financiero de principios del siglo XX los grandes bancos aprovecharon y consolidaron su poder. Pero, ¿cuántos harán lo mismo? ¿Cuántos tomarán acción, la que sea, para efectuar un cambio?
Se acabaron las excusas, ya que sugerencias y recomendaciones abundan en el Internet. Desde cerrar cuentas bancarias y boicotear corporaciones, hasta las elecciones que se asoman. Sin embargo, para poder lograr algún cambio real, vamos a tener que poner a un lado nuestras diferencias políticas y actuar en concierto. Este no ha sido el fuerte de la sociedad puertorriqueña, la cual ha endosado la peor calaña de políticos corruptos simplemente porque se autoproclaman propulsores de este o aquel estatus político. Pero a la hora de la verdad, poco importa la ideología cuando lo que manda son las ganancias de capital.
Es hora de reconocer las verdades y actuar sobre ellas. Un sistema de transportación pública –que es indispensable para el apoyo de una fuerza laboral productiva– no puede pretender tener el lucro como meta final. Se cae de la mata, la meta es la transportación, no el lucro. No importa que estatus político se favorezca, verdades como ésta transcienden la política partidista. La educación de un pueblo tampoco puede tener el lucro como norte, su éxito debe medirse en la calidad del recurso humano que produce. La salud de un país tampoco puede osar ser una maquinaria de lucro… pero es que hasta me siento estúpido haciendo señalamientos tan obvios. Pero la historia reciente las contradice, ya que hemos dejado que el lucro privado sea la fuerza motriz de todo sistema gubernamental y social. Aún cuando se declaran “sin fines de lucro”, estas organizaciones se arman con el fin de que sus oficiales se lucren.
Es absurdo pensar que toda esta situación fiscal se ha dado por error, por equivocación. Nada más lejos de la realidad; la banca, la farmacéutica y los medios de comunicación están justo donde quieren estar. Las riquezas no se concentran en el 1 por ciento de la población por casualidad, sino con premeditación y alevosía. Wall Street no se encuentra ante una situación insólita e indeseada, sino que está precisamente donde quiere estar: la diferencia entre este 1 por ciento de la población y el restante 99 por ciento es el producto de legislaciones diseñadas para lograr este fin.
Ahora nos tenemos que volver a preguntar, ¿tenemos las agallas para decirle no al lucro, o simplemente vamos a esperar a que nos den entrada a ese 1 por ciento? La respuesta está en tus manos, no en las de ellos ni en las de aquellos, sino en las tuyas, en las de cada una de nosotros. Como dice la canción, coño, despierta boricua… olvídate de lo que pase en el imperio, asume tu rol histórico y enséñales a los del norte cómo es que se bate el cobre de verdad.